07/09/2024

Jn 5, 17-30


«Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn 5, 30).

 

Madre nuestra: en el diálogo de Jesús con los judíos, y en muchas otras ocasiones, el Señor dejó claro que Él venía a cumplir con la voluntad del Padre, por quien había sido enviado. Les dijo, entre otras cosas que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, y solo hace lo que le ve hacer al Padre; lo que hace el Padre también lo hace el Hijo.

Antes de su pasión y muerte Jesús le dijo al Padre: “que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Es el modelo perfecto de la perfecta obediencia, de quien sabe que la verdadera felicidad solo se encuentra esforzándose por cumplir el plan divino para cada uno, aunque implique el sacrificio de tomar la cruz de cada día para seguirlo.

Sabemos que una parte importante de la voluntad de Dios la conocemos por los Diez Mandamientos, que obligan a todos en conciencia; pero también nos damos cuenta de que Dios llama a la puerta del alma de cada uno con una voluntad particular, que requiere discernimiento, oración, examen de conciencia, además de valentía, amor a la verdad, humildad, para no caer en la tentación de acomodar las cosas a nuestro capricho, sino a lo que es verdaderamente la Divina Voluntad para nosotros.

Tú te presentaste ante Dios como la esclava del Señor. Ayúdanos, Madre, a reconocer con valentía lo que Dios quiere de nosotros, y a estar dispuestos a cumplir con ese plan, siguiendo los pasos de nuestro Maestro, Jesucristo nuestro Señor.

 

Hijo mío: el que hace la voluntad del Padre no se equivoca, porque la voluntad de Dios es perfecta, como perfecto es Él.

Jesucristo es el camino para llegar al Padre. En el Padre está la vida eterna. La vida es Cristo.

Para alcanzar el Paraíso que el Señor tiene preparado para los que lo aman, es preciso hacer su voluntad, porque eso es lo que quiere Él: que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Jesucristo es la verdad.

¿Y cómo puedes hacer la voluntad de Dios si no la conoces?

Es necesario discernir para saber qué es de Dios y qué es tan solo un capricho tuyo.

El Espíritu Santo que se derrama sobre aquellos que lo invocan les da la gracia, les da las luces para hacer un buen discernimiento. La voluntad del Padre se conoce en la oración y se confirma en la dirección espiritual.

Por eso yo te aconsejo: haz oración y acude a un buen consejero, que sea del Espíritu Santo el instrumento, para dirigirte en la búsqueda de la verdad, en el camino que te llevará a la verdadera vida a través de tu crecimiento espiritual, para que obres tu fe entregándote a Dios, haciendo su Divina Voluntad, porque es Él quien te creó y quien te envió con una misión particular en medio del mundo, para que, cumpliéndola, te puedas santificar, y Él de su gloria te invite a participar.

La voluntad de Dios es santa. Él es un Padre bondadoso, amoroso, misericordioso, que siempre te dará lo mejor de acuerdo a su sabiduría divina, y no a tu pobre entendimiento –influenciado por la debilidad de tu carne–, que te lleva a caer en la tentación y a la pena de ofenderle.

Por tanto, es necesario que renuncies a ti mismo y le digas al Señor: “Hágase en mí, Señor, tu voluntad, y no la mía. Muéstrame el camino de la libertad, que es vivir en la verdad”; y Él te mostrará con claridad su voluntad, y te dará la gracia para que hagas lo que te pide. Entonces serás verdaderamente libre, encontrarás en el cumplimiento de la Divina Voluntad tu felicidad.

Cristo es tu maestro, aprende de Él, que no vino por su cuenta, sino enviado por su Padre, para cumplir su voluntad con perfecta obediencia.

Toma tu cruz de cada día, y síguelo. El que conoce al Hijo, conoce al Padre; el que honra al Hijo, honra al Padre; el que adora al Hijo, adora al Padre.

Cree en el Hijo y conseguirás la misericordia del Padre, que te dará la vida eterna en el Paraíso; y ahí, hijo mío, es a donde toda oración debe llevar a tu corazón. Pon tu corazón en el cielo, que es en donde están tus tesoros.

Vivir en la Divina Voluntad es renunciar a uno mismo para dejarse gobernar por el Espíritu Santo, para que Él pueda obrar en tu alma con libertad y establecer en ti su paz.

Yo dije: “Sí, hágase en mí, Señor, según tu Palabra”, y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.

¡Aleluya!

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 72)