07/09/2024

Jn 6, 44-51


«Jesús dijo a los judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ese yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: ‘Todos serán discípulos de Dios’. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí”» (Jn 6, 44-45).

 

Madre nuestra: qué bonitos son los recuerdos que tienen los hijos, de haber aprendido en sus hogares las devociones a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como a ti y a los ángeles y santos. Esas oraciones se quedan muy grabadas en el corazón.

También se quedan grabadas las imágenes religiosas que nos enseñaron a amar a Dios y a los demás que están en el cielo con todo nuestro corazón. Y en la catequesis aprendimos a tratar a Jesús, Dios hecho hombre, enviado por el Padre para nuestra salvación, buscándolo en la oración y en los sacramentos, sobre todo en su presencia viva en la Sagrada Eucaristía, Pan de vida eterna.

Aprendimos también que tú eres el mejor camino para llegar a tu Hijo. Por ti vamos a Jesús, y también volvemos a Él, si lo hemos perdido por el pecado.

Hay una devoción muy arraigada en el pueblo cristiano: la consagración total a Jesús por María de San Luis María Grignion de Montfort, conocida como la Consagración de los 33 días. Es una magnífica manera de entregarte nuestro corazón, para que tú nos lleves a Jesús, y por Él al Padre.

Ayúdanos, Madre, a aprovechar muy bien este regalo del cielo.

 

Hijo mío: un padre siempre quiere lo mejor para sus hijos.

Dios es padre, y ustedes son sus hijos. Él quiere lo mejor para ustedes, y lo mejor es que se salven y a su Paraíso eterno lleguen, para participar de su gloria. Ese es el deseo de Dios, esa es su voluntad.

Él, que es todopoderoso, les da a sus hijos lo mejor.

Les da a su único Hijo Jesucristo como mediador, para que lo puedan alcanzar, y a su abrazo misericordioso llegar.

Y se los dio en sacrificio, para que, a través de su sangre bendita derramada, sus pecados sean lavados y perdonados, y redimida toda la humanidad.

Y se los da resucitado, presente y vivo, como pan divino bajado del cielo, para alimentarlos y darles vida eterna.

Y se los da en la Palabra, para que, al escucharla, su gracia reciban y lo conozcan, y sean atraídos al Padre a través del Hijo.

Recibe, hijo mío, el regalo que te da tu Padre Dios. Atesóralo en tu corazón. Agradécelo. Aprovéchalo para tu propia santificación.

¡Qué regalo más grande es tener a Cristo vivo en tu corazón! Y Él te ama tanto como su Padre te ama.

El Padre y el Hijo son uno, y el Hijo también quiere para ti lo mejor.

Te ha dado el mejor regalo: el perdón de tus pecados, la posibilidad de ser hijo de Dios, y de tener vida eterna en el Paraíso con Él.

Y te ha dado lo que más ha amado: te ha dado a su Madre.

Aquí estoy para cuidarte, para ayudarte, para mostrarte el camino, que es Cristo, para que puedas por Él, con Él y en Él, llegar al Padre.

Y yo te amo tanto como te ama el Hijo, como te ama el Padre, porque te amo con amor de Madre. Con el amor del Espíritu Santo, que me ha dado para amarte. Te amo con amor divino, y yo quiero lo mejor para ti.

Mi regalo son mis enseñanzas, para que vivas una vida santa.

Aprende de mí a practicar las virtudes, para servir al prójimo y a Dios a través del servicio al prójimo.

Aprende de mí a amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Aprende de mí a permanecer al pie de la cruz, recibiendo la gracia de Dios a través de los sacramentos.

Aprende de mí a renunciar a ti mismo, y a abandonarte en las manos de Dios, entregándote totalmente a Cristo, uniendo tu ofrenda de vida a su cruz, que es el único sacrificio agradable al Padre.

Una sola cosa te pido: entrégame tu corazón a través de la Consagración. Ten el valor de hacerte pequeño, como niño, para que yo te tome en mis brazos, te siente en mi regazo, te dé mi protección cubriéndote con mi manto, uniéndote a través de mi Inmaculado Corazón al Sagrado Corazón del Hijo de Dios.

Confía en mí. Ven a mí con la esperanza de que yo siempre te llevaré a Jesús, y Él te llevará a su Padre. Te presentará ante Él, no con tus pobres méritos, porque nada por ti solo mereces, sino que todo te lo ha merecido Él.

Pero con el corazón inflamado del amor de su Madre, que es irresistible para el Padre, porque es amor de Dios del que está lleno mi corazón por el Espíritu Santo. Y Él, que me ama tanto y siempre me da lo mejor, me dará para ti, hijo mío, lo que merece mi Inmaculado Corazón.

No tengas miedo de ser todo mío. Sigue el ejemplo de Jesús, que en mi vientre virginal vivió, y como fruto bendito de mi vientre virginal nació; abandonado a mis cuidados creció, y con mi compañía todo soportó, incluso una muerte de cruz; y resucitó y subió al cielo, y a ese cielo, por voluntad de Él, fui asunta yo, para vivir junto a Él eternamente.

Y quiso quedarse en medio de mis hijos como un regalo para su Madre, para conducirlos Él mismo, y a través de sus sacerdotes, que lo hacen bajar del cielo, como pan de vida, para llegar al Padre, porque eso es lo que yo para ustedes quiero: lo mejor, que es el cielo.

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 84)