«Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
Madre nuestra: cuando Jesús les dice esas palabras a sus discípulos todavía no había sido entregado en manos de los hombres para ser crucificado y muerto en la cruz, que es donde vence al pecado y a la muerte, vence al demonio. De cualquier manera, Él puede decir en la Última Cena que ha vencido al mundo.
Y es que Jesús había estado cumpliendo en todo momento el plan de Dios, amándonos hasta el extremo, dando su vida por la salvación de todos los hombres.
Meditando en la vida de Jesús que nos cuentan los Evangelios, nos damos cuenta del esfuerzo que hace Dios para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Podemos estar seguros de que su gracia no nos faltará para irnos al cielo. Solo se necesita que nosotros sepamos corresponder, siguiendo los pasos del Maestro, quien nos muestra el camino y nos pide huir del pecado y aprovechar las fuentes de la gracia.
Además, nos dejó tu Hijo tu presencia maternal, para que nos brindes tu auxilio en todo momento, ante las tribulaciones, y nos lleves de la mano hasta el cielo, alcanzando la santidad.
Hijo mío: sé que amas a Jesús.
Sé que deseas adorarlo.
Sé que luchas todos los días por no ofenderlo, por permanecer en Él, y no alejarte de Él.
Pero también sé que a veces haces el mal que no quieres, y no el bien que quieres. Y sufres, y te arrepientes, y pides perdón, y recibes la gracia de Dios, y vuelves a intentar una y otra vez tu alma perfeccionar.
Buscas hacer en todo la voluntad de Dios. Haces pequeños sacrificios y grandes ofrendas, y, aun así, caes en tentación y abandonas a tu Señor.
Te envuelve el ambiente adverso. Te angustias ante las dificultades. Te preocupas y pierdes la paz.
Pero yo te digo: ¡ten ánimo grande, hijo mío! Yo te aliento a que te levantes otra vez y sigas adelante, sostenido por tu fe. Ten esperanza y pon todo tu corazón en el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Pide al Espíritu Santo su gracia para no caer en tentación. Ten la seguridad de que sí se puede alcanzar la santidad. Si luchas una vez, y otra vez, y otra vez, vencerás. No porque tú solo puedas, sino porque Cristo ha vencido al mundo, se ha hecho camino, te ha mostrado cuál es tu destino, te ha dado los medios para llegar.
Tu destino es el Paraíso. El medio la santidad. Toma tu cruz y sigue a Jesús. Él, que te ama tanto, que por ti murió y resucitó, te llevará a su gloria en la eternidad.
Cree y lo lograrás. Persevera hasta el final y te salvarás. Que no desfallezca tu ánimo. Disipa esa tristeza. No permitas que tu corazón se llene de amargura. Antes bien, abre tu corazón a la locura del amor de Dios.
Sumérgete en su infinita misericordia. Abraza tu fe y confía en Él, que todo lo puede. Porque tú eres lo que Él quiere. Tú eres el tesoro que Él ganó para Dios. Créelo, a pesar de que seas indigno y pecador.
Ten fe y cree que todo lo puedes en aquel que te fortalece. Sé valiente. Ten el valor de aceptar que eres hijo de Dios, que te ama, que ha venido a buscarte, y que no permitirá que te pierdas.
Entrégale tu corazón y tu voluntad, y deja que Él haga todo lo demás.
¡Ánimo, hijo mío!
Eres un vencedor, porque has renunciado a ti mismo y le has dicho “sí” a tu Señor.
El Espíritu Santo vive en ti para glorificar a Dios.
¡Alégrate! Estás llamado a la santidad.
Confía en mí, recibe mi auxilio, y vencerás con Cristo al mundo.
Alcanzarás la santidad.
Sí se puede. Lo harás.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 89)