07/09/2024

Jn 17, 11-19

«Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad”» (Jn 17, 11.15-17).

 

Madre nuestra: da mucha paz poder contar con las palabras de Jesús dirigidas al Padre en su oración sacerdotal. Podría haber hecho aquella oración en silencio, pero quiso que la escucharan sus discípulos, y que quedara escrita en el Evangelio de San Juan.

El Señor abre su corazón y comparte sus sentimientos, pidiéndole al Padre no solo por los que estaban junto a Él aquella noche, sino por todos nosotros ahora, que seguimos escuchando y haciendo propia su oración, agradeciéndole que pida para que vivamos unidos, para que nos libre del mal, para que nos santifique en la verdad.

Necesitamos esa gracia en todo momento, y la pedimos especialmente ahora, preparándonos para la venida del Espíritu Santo, deseando que nos llene de sus dones, para saber enfrentar las dificultades cuando vengan.

Acudo también a tu auxilio, Madre, consciente de que Jesús te encomendó acogernos como hijos, y ayudarnos a llegar al Paraíso.

 

Hijo mío: el Señor ha venido al mundo para sacar a la humanidad de la oscuridad y llevarlos a su admirable luz.

En su oración sacerdotal, Él incluyó una poderosísima oración de intercesión por todos aquellos a quienes Él vino a buscar, y que su Padre le dio. En esa oración, Jesús, el Señor, por ti al Padre rogó.

Conociendo tu debilidad, solo no te dejó. Él pidió por ti, no para que su Padre te sacara del mundo, pues Él te envió al mundo como a Él su Padre lo envió, sino para que te libre del mal y te santifique en la verdad.

El Padre lo escuchó, y complacido en su Hijo, al Espíritu Santo te envió, el Santo Paráclito, Espíritu de Verdad, el Consolador, Espíritu de Amor, el Santificador.

Recíbelo, abre tu corazón, y déjate poseer por su amor. Deja que te libere de todo mal y fortalezca tu voluntad, para que resistas a toda tentación, y no ofendas más a Dios.

Déjate conducir por Él al Padre, a través de la misericordia del Hijo derramada en los sacramentos, fruto de la cruz.

Acepta la gracia y el don, para soportar el odio y la persecución de los que son del mundo y no aman a Dios, para que resistas firme ante la tempestad, y te mantengas, dentro de la barca, seguro. Guiado por el faro de luz, en medio de la tormenta y de la oscuridad, a puerto seguro te llevará.

Déjate llenar de su Piedad, de su Ciencia, de su Fortaleza, de su Fe, de su santo Temor de Dios, de su Sabiduría, de su Consejo, de su Amor, para que obres como Cristo, cumpliendo su Palabra, uniendo todo a su único y eterno sacrificio, para que seas uno con Él, así como Él es uno con su Padre.

Ruega, hijo mío, al Espíritu Santo, que venga a ti, porque es por Él que tú uno con Cristo puedes ser.

El Señor no solo intercedió por los hijos de Dios, y especialmente por sus discípulos, a quienes puso al frente de su rebaño, sino que les enseñó a interceder ante Dios Todopoderoso por sus hermanos. Y a sus sacerdotes les dio el poder de santificar a su rebaño y unirlos a Él.

Y a ti te da la oportunidad de ser oveja de su rebaño, y dejarte guiar, para ser conducido por sus pastores a la santidad, a la verdadera felicidad, que es la gloria celestial.

Que todos sean uno. Ese es el deseo ferviente del Sagrado Corazón de Jesús, ardiente de amor por ti y por todos a los que Él fue enviado por su Padre, para hacerlos uno con Él.

Pero si tú te pierdes, ¿cómo podría en ti glorificar el Hijo al Padre?

Tu Señor Jesús no quiere que te pierdas. Él ha venido por ti para rescatarte. Ha venido a buscarte para salvarte. Él quiere encontrarte, para sanar tu corazón, pero quiere darte su Paraíso.

Él te ama con amor de Padre, con amor de Hijo, con amor de Espíritu Santificador. Déjate encontrar. Acércate al confesionario con el corazón contrito y humillado, que el Señor no despreciará. Él lo tomará, lo reconstruirá, te dará un corazón renovado, te hará sentir que eres amado de Dios, que le importas tú.

Eres una obra maestra de su creación. Para unirte con Él te creó. Acepta que, aunque no seas digno y no tengas méritos por ti mismo, Él consiguió para ti la dignidad de hijo por los méritos de su cruz.

Él es tu amigo, Él es tu hermano, Él es la única verdad. Cree en Él, y tu tristeza se transformará en alegría.

Ven, déjame abrazarte. Yo te llevaré, y ante Él te presentaré como mi tesoro más grande. Y Él te tomará, te cuidará, te protegerá, te hará uno con Él. Y por el amor que tiene a su Madre, te aseguro, no te perderá.

Te entregará en mis brazos cuando te llame a su presencia, para que yo te lleve al Paraíso. Eso es lo que Dios quiere para sus hijos. Es por eso que me ha enviado. A través de mi maternidad divina al Hijo ha revelado. Él es la verdad.

Yo soy Reina de cielos y tierra. En este mundo reúno a mis hijos en el reinado del Espíritu Santo, que me ha llenado de gracia para cumplir la voluntad del Padre que está en el cielo, y que a través del Hijo atrae a todos sus hijos a Él, para que todos seamos uno en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo.

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 90)