07/09/2024

Jn 2, 13-25


«Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19-21)

 

Madre mía: la escena del santo Evangelio cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo recoge un momento de la vida del Señor que cuesta entender en un primer momento. Y es que resulta difícil imaginar a Jesús golpeando con un látigo de cordeles, volcando mesas y arrojando al suelo las monedas. Contrasta con la imagen que uno tiene del Hijo de Dios, manso y humilde de corazón.

Pero se entiende bien cuando el evangelista anota que los discípulos se acordaron de aquellas palabras de la Escritura: “el celo de tu casa me devora”. Jesús se daba cuenta de que en aquel comercio había abusos, conocía el corazón de aquellos hombres, y no podía tolerar que se ofendiera a su Padre en su propio templo, con actos que lo deshonraban, justo en el lugar donde debía ser más honrado.

Meditando en esa escena, consideramos lo que la doctrina católica nos enseña: la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, y nuestros cuerpos, por la gracia, son templo del Espíritu Santo.

Eso es algo muy hermoso, que creemos por la fe. Ayúdanos, Madre, a ser más conscientes de esa realidad, para saber cuidar la pureza de ese templo, y ser miembros dignos del cuerpo de la Iglesia.

 

Hijo mío: vamos a contemplar a la esposa del Hijo de Dios: la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.

Institución divina, creada inmaculada y pura, sin mancha ni arruga, digno templo sagrado de Dios, cuyo corazón guarda el tesoro de la salvación del mundo, la Eucaristía, y la custodia y la adora.

Es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, crucificado en la cruz redentora, y resucitado al tercer día, para renovar a toda la humanidad y darle vida al mundo, y la posibilidad de no morir jamás, viviendo por Él, con Él y en Él, en la eternidad de su Paraíso.

Contempla a la novia vestida de blanco, adornada con las más preciosas joyas.

Contempla su belleza y su infinito gozo junto a su Esposo, con quien será desposada para siempre.

Contémplate tú en ella, como si en un espejo te vieras. Tú eres un miembro de ese cuerpo santo y místico de Cristo, que es la Iglesia. A través de los sacramentos el Señor te mantiene unido a Él y te ama, porque eres parte de Él.

Jesús es el amor que glorifica al Padre, amándose a sí mismo, amando a toda la humanidad, haciéndolos partícipes de su cuerpo místico.

Tal vez no lo entiendas, pero tú serás desposado con Cristo, para la vida eterna, como miembro del cuerpo santo de la Iglesia. Unidos todos como hermanos serán uno, para ser desposados con el Rey.

Participarás de las bodas del Cordero y de su banquete eterno, y como una novia enamorada, gozarás ya desde ahora. Eres parte y al mismo tiempo eres un templo sagrado de Dios, en donde habita el Espíritu Santo. Eres único, un ser humano creado por Dios, pensado desde siempre para vivir en su amor.

Él ama a todos y a cada uno de forma particular, y no desea que se pierda ninguno. Cuida el precioso templo de tu cuerpo, cuida tu alma y tu corazón.

No te separes jamás de Dios. Y, si algún día te separas de su corazón, vuelve, hijo mío, tómate fuerte de mi mano. Yo no te soltaré. Te abrazaré, oraré e intercederé por ti para que recibas las gracias que necesites, para que te arrepientas, para que pidas perdón, para que te conviertas y permanezcas en el amor, unido siempre en el cuerpo místico de Cristo, que es la Santa Iglesia, alimentándote con la Sagrada Eucaristía para que tengas vida.

No permitas que el templo de Dios sea profanado. Deja que el celo de la casa de tu Padre Dios te devore, para que tengas el valor de defender tu fe, de dar la vida por Cristo defendiendo a su familia, la Santa Iglesia, que ha sido bendecida por el Hijo de Dios, que es la misericordia misma.

No permitas que el templo sagrado de Dios se convierta en un mercado. Dale al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Defiende lo que es tuyo. Todo lo tuyo es de Dios, y lo de Dios es tuyo, porque tú eres de Dios.

Aléjate de las ocasiones de pecado que puedan manchar y ensuciar el templo sagrado.

Permanece fiel y firme en tu fe, adorando a tu Señor, sirviéndolo, permaneciendo en vela hasta el día en que seas a su presencia llamado, y seas glorificado con Él por haberlo reconocido ante los hombres como tu Amo, Esposo eterno, Dios todopoderoso y Rey de los ejércitos.

Serás tan alto y encumbrado como las cúpulas de oro de la Iglesia santa, hermosa y gloriosa, Esposa del Rey.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 40)