07/09/2024

Jn 5, 31-47

OBRAS DE FE 


«Yo tengo un testimonio mejor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre» (Jn 5, 36).

 

Madre nuestra: Jesús habla de las obras que el Padre le había concedido realizar. Lo que primero se nos viene a la mente son los grandes milagros que realizó el Señor y que eran un claro testimonio para acreditarlo como el enviado del Padre.

Pero quizá pocos toman en cuenta que Jesús hacía muchas cosas más además de los milagros. Y es que pareciera que esas otras cosas no eran suficientes para dar testimonio, porque eran demasiado ordinarias, que las hacía cualquiera. Sin embargo, todas eran obras divinas, porque las hacía el Hijo de Dios. Eran obras llenas del amor de Dios.

El santo Evangelio deja constancia de que Jesús pasaba largos ratos haciendo oración. Incluso hasta la noche entera. Aquellos cuarenta días en el desierto. Y es que sin esa oración hubiera sido imposible llevar a cabo todo lo demás que hizo. Por eso dice que el Padre le había concedido realizar esas obras, porque permanecía unido a su Padre y al Espíritu Santo en continua oración.

Tú eres, Madre, Maestra de oración. Enséñanos a cuidar ese trato con Dios para poder contar siembre con su gracia, poniendo en obra nuestra fe, así como tú lo hiciste.

***

Hijo mío: una fe sin obras es una fe que está muerta. En realidad, no es verdadera fe. La verdadera fe se demuestra con obras.

Ven conmigo, vamos al monte alto de la oración. Deseo enseñarte a mostrar tu fe, obrando a través de la oración.

Algunos creen que orar es no hacer nada, que no es hacer obras, que no sirve para nada. Pues yo te digo, hijo mío, que los milagros más grandes suceden a través de la oración de intercesión.

Muéstrale al mundo tu fe a través de las obras de Dios que consigues intercediendo con tu oración por los más necesitados.

Mírame, y dime qué obras he realizado yo.

¿Acaso en las Escrituras has leído algo de lo que mis manos han hecho?

¿De lo que, con mi labor, he realizado con mis propias fuerzas, con mi trabajo?

¿Y acaso no has visto las maravillas que el Señor ha hecho a través de mí, su pobre instrumento, su esclava?

El Señor ha tomado todo de mí, ha hecho grandes obras por mí. Me ha hecho medianera de todas las gracias.

 Sus obras se manifiestan en el mundo como frutos benditos de mi omnipotencia suplicante. Nada puede negarme el Señor, porque me ha prometido concederme la gracia de auxiliar a mis hijos.

Pero mis obras no son mías, son de Dios. Toda gracia es de Dios, proviene de Dios, y vuelve a Dios, habiendo producido el fruto por Él esperado. A través de mi oración de intercesión, grandes obras para los hombres hace el Señor.

En oración un ángel me visitó para comunicarme la voluntad de Dios, para anunciarme que el Señor había puesto sus ojos en la humildad de su esclava para obrar en mí sus maravillas. Y yo dije “sí, hágase, Señor, en mí tu Palabra”.

Y la Luz fue engendrada en mi vientre virgen, por obra del Espíritu Santo, mientras yo permanecía en profunda y perfecta oración. Y así nació también en este mundo la Luz, fruto bendito de mi vientre, la obra maestra de Dios, a través de la disposición de una mujer que permanecía en constante oración, y que permanece en oración hasta el día de hoy.

A veces, hijo mío, no es necesario trasladarse de un lugar a otro, llevar soluciones materiales, tener atenciones con los demás de manera presencial.

Si bien alaba a Dios aquel que usa sus bienes físicos, espirituales, materiales, para hacer el bien a otros, aún más alaba a Dios aquel que consigue, a través de la oración de intercesión, las obras y milagros que solo puede hacer Él.

A veces, hijo mío, solo tienes que doblar tus rodillas, juntar tus manos, cerrar tus ojos, y entregarle al Señor tu corazón. Hacerte ofrenda dándote todo a Dios, pidiéndole que te conceda lo que algún hermano tuyo necesita.

Eso también es poner tu fe por obra, y eso es dar testimonio de Cristo, que está vivo, que te escucha, que te atiende, que se compadece de tus ruegos y te concede.

Y es así como tú, pobre instrumento pequeño y humilde de Dios, pones en obra tu fe, porque consigues lo que más anhela Él: abandonarte totalmente en sus manos, reconociéndote pequeño, humilde, incapaz de obrar por ti mismo, y al mismo tiempo capaz de obrar milagros con su gracia, porque el Señor se admirará de tu fe.

Un alma contemplativa en medio del mundo permanece todo el tiempo en oración, como yo, sin dejar de atender sus deberes, de hacer lo que debe, de tender la mano al necesitado, de dar de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo, de visitar al enfermo; realiza grandes obras desde un pequeño rincón en su habitación, donde nadie lo ve, pero Dios sí lo ve. Donde pareciera que nada hace, que pierde el tiempo, pero en realidad está haciendo llover abundantes gracias del cielo.

Muéstrale al mundo tus obras, para que vean tu fe.

Y a través de tu oración, consigue del Señor milagros, para que des testimonio de Él.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!