07/09/2024

Jn 6, 1-15

«Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?» (Jn 6, 9)

 

Madre nuestra: qué grandioso es el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Jesús dio de comer a miles de personas, y pidió que se recogiera lo que sobró, para dejar claro que su poder es sobreabundante.

Él podía haber hecho el milagro de muchas maneras distintas.

Podía haber convertido las piedras en pan y las hojas de los árboles en peces.

Podía haber regulado el metabolismo de todas las personas para que no tuvieran hambre.

Podía también haber multiplicado los panes y los peces en la cantidad exacta, de tal modo que no hiciera falta recoger lo sobrante.

Pero no, Jesús quiere darnos lecciones como Maestro, para que nosotros aprendamos y lo practiquemos en nuestra vida.

Una de esas lecciones es hacernos ver que Dios quiere la colaboración de los hombres. El Todopoderoso nos quiere necesitar. Aquel muchacho llevaba lo necesario para comer él y su familia, pero Jesús le pide todo, le pide que renuncie a lo poco que tiene, para así poder alimentar a la multitud.

Y también quiere que sus discípulos se encarguen de repartir el alimento, y luego de recoger las sobras. Habrá sido un trabajo pesado, que requería mucha colaboración.

Qué maravilla es, Madre, saber que lo más ordinario de nuestra vida se puede convertir en obra de Dios. Ayúdame a ser generoso con Dios, a querer colaborar con Él, pensando en los demás, confiando en que, por su amor, seremos plenamente saciados en la vida eterna.

 

Hijo mío: a Dios le gusta hacer milagros con la colaboración de los hombres. Le gusta hacer partícipes a los hombres de su misterio y de su gloria.

A Dios le gusta hacer sus obras con medios ordinarios, para que los hombres entiendan que lo ordinario es del mundo, y todo lo de Dios es extraordinario. Pero Él transforma lo ordinario en extraordinario con su gracia.

Nada ordinario puede ser ordenado al plano sobrenatural sino sólo con el poder de Dios, que creó a los hombres para hacerlos partícipes de su dinámica de amor.

Dios, que es amor, quiso contar con la colaboración de sus creaturas para amar lo creado, y para que lo creado ame a lo increado, y juntos sean uno.

¡Qué feliz es el hombre que lo tiene todo, que no le falta nada porque vive en comunión con su Creador!

Pero ¡cuánto más feliz es ese hombre si tiene hijos con quienes manifestar su felicidad y compartir el amor!

El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y Dios toma lo ordinario para multiplicar la gracia y manifestar su amor extraordinario, a través de la compasión y la misericordia. Por tanto, el propósito de Dios es divinizar al hombre a través del amor.

Y ¿qué hombre no confiaría en su Dios, Padre y Creador, si entendiera y creyera su perfecta, pura y santa intención?

A veces el hombre huye y se esconde de Dios, como Adán. Hundido en la vergüenza de su pecado, pierde la visión sobrenatural, habla tan sólo de las cosas del mundo, se olvida quién es y se deja engañar, pensando que pertenece al mundo, y no se deja amar ni divinizar. Pero, cuando cree, y el velo de la mentira y el engaño del mundo cae de sus ojos y ve la luz, puede ver con claridad los medios ordinarios que Dios le da. Y, con la fe, la esperanza y la caridad, esos bienes multiplicará.

Es así como se deja amar. Y ante sus ojos puede ver a Dios, hecho hombre, los más grandes milagros realizar, el hambre y la sed de la humanidad saciar, tan sólo con un poco de vino y un trozo de pan, y así al hombre divinizar.

Hijo mío: es necesario que crean, que quieran, que acepten, que reconozcan sus miserias ante el poder y la misericordia de Dios.

Es necesario que crean en sí mismos y en las maravillas que pueden hacer con la gracia de Dios. Alimentar multitudes con lo poco que tienen.

Les aseguro que es más que suficiente. Pero, si no lo comparten, ¿cómo va a multiplicarse?

Yo les aseguro que hasta la obra de misericordia más pequeña e insignificante que hagan ustedes se multiplicará en gracias que a muchos de mis hijos llegarán, para que ellos crean y se salven.

No son ustedes quienes hacen milagros. Ustedes tan sólo colaboran con una pequeña parte, y hasta esa pequeña parte se las da Dios.

Es Él el que crea, da y comparte. Pero Él ha querido necesitar al hombre para hacerlo parte con Él, y compartir su gloria y su felicidad con aquellos a quienes tanto ha amado, porque para eso los ha creado. Pongan en Él toda su confianza.

¡No se verán defraudados! Con ustedes está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 15)