«Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí» (Jn 10, 14).
Madre nuestra: nos gusta mucho contemplar la imagen de Jesús Buen Pastor, porque inspira mucha seguridad y mucha paz, sobre todo si consideramos ese salmo que con frecuencia se reza en la liturgia de la Iglesia: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace reposar. Me conduce hacia fuentes tranquilas, para reparar mis fuerzas…”.
Nos queda claro que Jesús es el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas. Y eso nos da la seguridad de que nos ama y de que quiere que ninguna oveja se pierda. Lo reconocemos como Dios, de modo que estamos seguros de que sigue velando por nosotros, por cada uno, porque nos conoce por nuestro nombre, y nos llama para que lo sigamos.
Su voz de Buen Pastor la escuchamos sobre todo cuando nos hemos perdido por el pecado, y nos llama a la conversión. Él tiene palabras de vida eterna y quiere devolvernos la vida de la gracia si la hemos perdido. Para eso quiso quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, porque sabe que lo necesitamos. Instituyó el Sacramento del Orden Sacerdotal, para que sus ministros, configurados con Él, tengan el poder de perdonar nuestros pecados y devolvernos la paz. Así “apacientan” los buenos pastores a las ovejas.
Divina Pastora: ayúdanos a ser humildes, para que acudamos con confianza a los sacerdotes para abrir nuestra alma en la Confesión cada vez que, por nuestras miserias, nos hayamos alejado del redil.
Hijo mío: acompáñame.
Vamos a orar en soledad.
Tú y yo con Jesús, el Buen Pastor.
Y a meditar las cosas que guardo en mi corazón.
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas.
Tú eres una oveja del rebaño del Buen Pastor.
Él dio su vida por ti, nadie se la quitó.
Él la dio para tomarla de nuevo, porque por ti murió, y resucitó para darte vida eterna en su Paraíso.
Esa es la voluntad del Padre, que es quien lo envió para rescatarte. Y en esto puedes comprender cuánto te ama Dios.
Jesús subió al cielo para ser coronado con la gloria de su Padre, y al mismo tiempo se quedó para guiarte, porque no quiere que se pierda nada de lo que su Padre le dio.
¿Cuántas veces te has perdido tú y Él ha salido a buscarte?
Ha salido a tu encuentro no para castigarte, sino para abrazarte y llenarte de su misericordia, tomándote entre sus brazos para volverte a su rebaño.
¿Cuántas veces te ha perdonado en el sacramento de la Confesión y ha olvidado tu pecado, dándote una nueva oportunidad, cada vez, de ser fiel, y te ayuda para que permanezcas en su amor, escuchando su Palabra, enseñándote, guiándote, santificándote?
Y todo esto lo hace a través de los sacerdotes que obran en su nombre y que te mantienen en el redil, que es la Santa Iglesia, en el rebaño de fieles que lo escuchan y lo siguen en el camino seguro que los lleva al Padre.
Confía en el Buen Pastor.
Confía en sus sacerdotes, que cumpliendo con su misión te ayudan a asegurar un lugar en el Paraíso.
Escucha sus consejos y haz lo que te digan. Ellos tienen la luz del Espíritu Santo para sacarte de tu oscuridad, para iluminar tus pasos y darte seguridad, invitándote a pertenecer a su rebaño.
Acércate al sagrario y cree que Jesús te está esperando, para apacentarte, como un buen pastor hace con sus ovejas; para alimentarte, para guardarte y protegerte de todo mal.
Déjate acompañar por la ternura de su Madre, que es tu madre. Yo estoy aquí, soy la pastora que el Señor envió para cuidarte y mantenerte seguro en el rebaño del Buen Pastor, que tanto te ama, que se ha hecho cordero para que tú puedas identificarte con Él y hacer lo mismo que hace Él, y puedas encontrar las verdes praderas en las que Él desea hacerte descansar.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 177)