«Yo no he hablado por mi cuenta, sino que mi Padre, que me envió, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar» (Jn 12, 49).
Madre nuestra: la Iglesia nos enseña constantemente la importancia de que conozcamos a Jesús a través de su Palabra, transmitida en los Santos Evangelios, para que podamos aprender de Él y seguir su ejemplo, ya que es el Camino, la Verdad y la Vida, y es el que nos conduce al Padre para tener vida eterna.
Jesús ha venido al mundo como luz, para que todo el que crea en Él no siga en tinieblas. Necesitamos esa luz para conocer bien la voluntad de Dios para nosotros y poder cumplirla. La herida del pecado original dañó nuestra alma, de modo que debemos esforzarnos por rechazar todo lo que nos aleje de la voluntad de Dios, venciendo nuestros caprichos y obedeciendo en todo, siguiendo el ejemplo de tu Hijo, quien cumplió con perfección todo lo que le pidió el Padre.
Además, tenemos la responsabilidad de ser ejemplo para los demás, por nuestra condición de cristianos, cumpliendo el mandato misionero de ir por todo el mundo a predicar el Evangelio, siendo sal y luz para todos los hombres.
Tú eres Reina de los Apóstoles. Ayúdanos, Madre, a saber obrar siempre en nombre de Cristo, para llevar su luz a todos los rincones del mundo, aprendiendo también del ejemplo de los santos, para llevar muchas almas al cielo.
Hijo mío: Jesucristo es el Hijo único de Dios, que ha venido al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo.
Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por tanto, es Dios Todopoderoso.
El Padre y Él son uno. Pero tiene la humildad de reconocer que Él no ha venido al mundo por su cuenta, sino enviado por su Padre.
No ha venido a hacer su voluntad, sino la voluntad de aquel que lo ha enviado. Él vino a obedecer. Siendo Dios, tomó la condición de esclavo, se hizo en todo igual a los hombres, menos en el pecado.
Él es Dios verdadero y hombre verdadero.
Él es la Palabra, y vino a enseñarles, con el ejemplo, a darle cumplimiento. Su Palabra es la verdad, y los hombres serán juzgados al final de su vida por la verdad.
El que no crea en el Hijo de Dios será condenado por las propias palabras que de la boca del Hijo de Dios escuchó a través del Evangelio. Pero el que cree en Él, ya ha sido salvado por el Evangelio.
Obra, hijo mío, en el nombre del Señor, y serás dichoso. Compórtate de acuerdo a la dignidad de hijo que te ha dado Cristo.
Vive de tal manera que seas ejemplo para que otros hagan lo mismo y también se salven.
Es así como, con tu vida, glorificas al Padre.
Aprende a ser en todo igual a tu Maestro. Cristo es tu Maestro.
Sé dócil y obediente a la voluntad de Dios, y si aún no es clara para ti, discierne, medita todas las cosas en tu corazón y haz tu elección.
Elige hacer el bien y rechazar el mal.
Elige en el nombre del Señor obrar.
Renuncia a los caprichos de tu propia voluntad.
Déjate por el Espíritu Santo guiar.
Escucha la Palabra del Señor y ponla en práctica.
Imita la vida de los santos y encomiéndate a su intercesión.
Desea con todas tus fuerzas alcanzar el cielo.
Invoca al Espíritu Santo para que te ilumine con su luz.
Déjate transformar en luz para el mundo.
Proponte ser como un faro en medio de la noche, para que los navegantes, en medio de la oscuridad y de la niebla que les impide ver con claridad el camino, vean en ti brillar la luz de Cristo, y seas para ellos un rayo de esperanza que los motive a luchar para llegar a puerto seguro, para que, encontrando el camino de la verdad, que es Cristo, lleguen al cielo.
Él es el único mediador entre Dios y los hombres.
Alcanzar a Cristo es alcanzar la salvación, es llegar al Paraíso.
Esfuérzate en transmitir esta verdad para que los incrédulos crean y se puedan salvar, porque el que no cree que existe ese destino al que va, no podrá emprender el viaje.
Si no conoce el camino ni a dónde va, ¿cómo llegará?
Tú tienes un deber y una responsabilidad. Tu misión como cristiano es obrar en el nombre del Señor, para que, a través de tus obras, lo conozcan, crean y se salven.
El medio de salvación se les ha dado ya: la cruz en la que dio la vida por ustedes el Señor, y la vida de su resurrección, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 178)