07/09/2024

Jn 16, 12-15

«El Espíritu Santo me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes» (Jn 16, 14-15).

 

Madre nuestra: después de haber celebrado con toda la Iglesia la solemnidad de Pentecostés, contemplando la venida del Espíritu Santo, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, como una culminación de todos los misterios que hemos celebrado desde el inicio del año litúrgico, cuando contemplábamos la primera venida del Hijo de Dios en la Navidad.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que «el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la “jerarquía de las verdades de fe”».

Hemos aprendido desde la infancia a tratar de diversas maneras a cada una de las Personas divinas, por ejemplo, al Padre, con la oración del “Padre nuestro”; al Hijo, con la devoción a su presencia real en la Sagrada Eucaristía; y al Espíritu Santo, pidiéndole sus siete dones.

Por la fe creemos en un solo Dios en tres Personas distintas, y la Iglesia nos habla de la inhabitación de la Trinidad en el alma en gracia. Deseamos con todo nuestro corazón que Dios haga su morada dentro de nosotros.

Madre nuestra: tú estás llena de Dios desde tu Inmaculada Concepción. Enséñanos a meternos en el misterio trinitario para que luchemos con todas nuestras fuerzas para dejarnos transformar por la divinidad, para perseverar felizmente hasta el final y gozar contigo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo para siempre.

 

Hijo mío:

El camino para llegar a Dios Padre es Jesús. Nadie puede ir al Padre si no es por el Hijo. Pero nadie puede ir al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él.

Es por eso que el Padre les envía al Espíritu Santo, para que les enseñe y les recuerde todas las cosas, que el Hijo, en unidad con el Padre, le va comunicando, para que los hombres comprendan todas las cosas.

Por tanto, es necesario que abran su corazón y se dejen llenar de las gracias y dones, de los frutos y carismas del Espíritu Santo, para que al cielo puedan llegar.

El Padre y el Hijo son uno. Y en unidad con el Espíritu Santo son una Santísima Trinidad, un solo Dios verdadero, a quien conocerás cuando llegues, ayudado por el Espíritu de verdad, a conocer la verdad en plenitud.

Quien adora a Dios Hijo, reconociéndolo vivo y presente en la Sagrada Eucaristía, adora al mismo tiempo a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo.

La adoración eucarística glorifica a la Santísima Trinidad. Acude a visitarlo al sagrario, que en el templo te está esperando. Se alegrará su Corazón y el tuyo.

Pero adóralo también en el templo del Espíritu Santo, que es tu cuerpo, respetándote a ti mismo y respetando a los demás, amándote a ti mismo y amando del mismo modo a los demás.

Busca en tu interior, en lo más profundo de tu corazón, y descubrirás que en ti ha hecho su morada el Señor, tu Dios.

Si el Espíritu Santo vive en ti, el Padre y el Hijo viven en ti.

Si Cristo vive en ti, el Padre y el Espíritu Santo viven en ti.

Déjate transformar por la divinidad. Escucha la Palabra de Dios. Medítala en tu corazón y vívela. Es así como permites que Dios se manifieste en ti, entregándole tu voluntad, para que Él haga su voluntad en ti. Te aseguro, lo hará.

Tomará tu corazón, lo transformará con su gracia, te llenará de paz y de alegría. Te dará la fuerza y el valor para obrar en su nombre. Te santificará, y tú lo glorificarás.

Entonces conocerás la verdadera felicidad y anhelarás con toda tu alma perseverar hasta el final, para ser unido eternamente por Dios Hijo, con Él y en Él, a la Santísima Trinidad.

¿Tú crees en Jesús?

Pues bien, Él te ha revelado al Padre y al Espíritu Santo, de manera que comprendas quién es Él, Dios omnipotente, omnipresente, omnisciente, segunda persona de la Santísima Trinidad, que, con el Padre y el Espíritu Santo –que son tres personas distintas–, es un solo Dios verdadero.

Si tú crees esto, entonces te salvarás. Porque está escrito que todo aquel que crea en Jesucristo y en que Él es el único Hijo de Dios, se salvará. Pero el que cree en el Hijo, debe creer también en el Padre y en el Espíritu Santo, y profesar esta verdad.

¡Alégrate, hijo mío, porque tú has creído sin haber visto!

¡Dichoso seas!

Pero no has creído por ti mismo, sino porque el Espíritu Santo, que el Padre te ha enviado, ha puesto su morada en ti.

Todo lo que es del Padre es del Hijo, y lo recibe el Espíritu Santo para dártelo. Acepta el don, recibe la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Recibe el amor de Dios. Recibe al Espíritu Santo, que es el amor del Padre y el amor del Hijo. El que está lleno del Espíritu Santo está lleno de amor, está lleno de Dios. Y quien está lleno de Dios, todo lo puede, todo lo alcanza, nada le falta.

Yo estoy llena del Espíritu Santo. Yo soy hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa del Espíritu Santo.

Madre tuya, Madre que une en una sola familia a todos los hijos de Dios, que son mis hijos, en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia, en Cristo, para que, por Él, con Él y en Él, sean unidos eternamente a la Santísima Trinidad, y vivan en la voluntad del Padre, gozando de su eterna gloria.

Ven, toma mi mano, quédate conmigo. Te llevaré a Jesús y Él te conducirá al Paraíso, en donde reina con el Padre y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Cree.

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 91)