07/09/2024

Jn 16, 23-28

«Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa”» (Jn 16, 23-24).

 

Madre nuestra: en el Santo Evangelio aparece muchas veces que las multitudes se acercaban a Jesús a pedirle favores, sobre todo curaciones para enfermos. Y Él concedía esos favores, especialmente si veía que los que pedían tenían fe.

Otras veces el Señor se adelantaba cuando veía una necesidad. Su corazón de hombre verdadero se compadecía ante unas lágrimas o cuando veía que las almas necesitaban la gracia para convertirse y acercarse a Dios.

Nosotros también procuramos rezar, pidiéndole a Dios que resuelva nuestras necesidades, pero a veces no sabemos pedir o cómo pedir. Muchas veces acudimos a tu intercesión, Madre, porque eres la omnipotencia suplicante. También acudimos a los ángeles y a los santos. Dios escucha especialmente a quienes han sido fieles en cumplir su voluntad.

Pero puede ser que no estemos acostumbrados a pedir al Padre en el nombre de Jesús, aun cuando tu propio Hijo nos dejó esa recomendación. Él es el modelo perfecto para cumplir la voluntad de Dios y ser gratos al Padre.

Ayúdanos, Madre, a darnos cuenta, de que lo mejor que podemos pedir al Padre, en el nombre de Jesús, es su gracia para conocer muy bien su voluntad, y los medios para cumplirla. Así conseguiremos la paz y la alegría que el mundo no puede dar.

 

Hijo mío: ¿necesitas alguna cosa?

Confía en el Señor. Él te comprende. Él ha salido del Padre para venir al mundo y hacerse hombre como tú. Conoce por experiencia la humanidad que Él mismo creó. Se hizo en todo a todos para ganar a muchos.

Como hombre aprendió a caminar en medio del mundo. Todo lo soportó por amor. Padeció y murió para rescatar a la humanidad de las cadenas del mundo, de sus vicios, de su soberbia, de su egoismo, y perdonar sus ofensas a Dios, ofreciéndose a sí mismo como víctima de expiación por los pecados de los hombres.

Él fue enviado por su Padre para hacer su voluntad, y se hizo hombre sin dejar de ser Dios.

¿Puedes siquiera imaginar lo que Él sufrió, sometiendo su omnipotencia a las limitaciones de un cuerpo, para, una vez habiendo alcanzado la perfección, glorificar con ese cuerpo, con esa humanidad, y con su divinidad, a su Padre en la eternidad?

Eso es lo que te vino a enseñar. Y te da los medios para que tú te puedas santificar, y llegues por Él al Padre, cumpliendo su divina voluntad.

Jesucristo, hombre y Dios, tu Amo y Señor, subió al cielo para ser glorificado con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera. Pero Él, así como al nacer en medio del mundo no dejó de ser Dios, deja el mundo y sube al cielo sin dejar de ser hombre.

Conserva sus dos naturalezas para que sepas que tienes en Él a un amigo que te comprende, porque lo mismo que tú has vivido lo ha experimentado también Él, excepto el pecado.

Y tú puedes llegar a ser perfecto como Él, renunciando al pecado. Y si piensas que eso es imposible, mira a los santos, lee sobre sus vidas. Ellos fueron hombres, tan solo hombres como tú, pero ellos tuvieron fe y paciencia, perseveraron en la virtud, y sobresalieron en la obediencia; le hicieron caso a Jesús, que dice: “Pidan al Padre en mi nombre, y todo lo que le pidan se lo concederá”.

Pídele al Señor lo que te falta para poder cumplir su voluntad, y te lo dará, pero aprende a pedir en el nombre de Jesús.

Pide ofreciéndole tu vida en la cruz, uniendo tus sacrificios, tus ofrendas, tus debilidades, tus virtudes, tu espíritu, tu cuerpo, tu voluntad al sacrificio del Señor, que el sacerdote realiza en el altar, un sacrificio incruento, pero real.

Participa de esa cruz que el Señor quiso abrazar. Abrázala tú, y en el nombre de Jesús, y por los méritos de su cruz, pide al Padre con recta intención lo que quieras, y Él, por la virtud de su Hijo, te lo concederá.

Y si no supieras qué pedir, yo te aconsejo que le pidas la gracia de no ofenderlo y de hacer su voluntad. Pídele tiempo para amarlo, para servirlo, para hacer la caridad. Pídele que te muestre cuál es para ti su divina voluntad, y te dé los medios para cumplirla.

Y abre tu corazón, porque te aseguro que el Padre y el Hijo, que te aman, derramarán sobre ti las gracias a través del Espíritu Santo que te enviarán. Recíbelo. Él es el dulce huésped de tu alma.

Conserva la gracia para que Él permanezca en ti, te dé su paz, y nunca se vaya.

Y un consejo más te doy…

No quieras controlarlo todo. No quieras hacer las cosas a tu manera. Dale a Jesús el control. Deja que maneje tu vida, que haga contigo lo que quiera.

Y vivirás con paz, haciendo lo que Él te diga, y tu alegría será completa.

Pide en el nombre de Jesús, y no te canses de pedir.

¡Persevera!

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 87)