04/09/2024

Mt 21, 33-46

«Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos» (Mt 21, 43).

 

Madre nuestra: aunque se trata solamente de una parábola, de la que se sirve Jesús para dejar una enseñanza, cuesta mucho entender cómo pudieron aquellos viñadores comportarse de esa manera con los enviados del dueño de la viña, quienes solo iban a recoger, en estricta justicia, la parte del fruto que le correspondía.

La reacción de los viñadores fue golpear, insultar e incluso matar a esos enviados. Ellos deberían más bien estar agradecidos con el dueño de la viña, por darles la oportunidad de contar con un trabajo, pero la ambición, sus malas pasiones, los llevaron a querer apoderarse de aquella propiedad.

¿Por qué no actuaron razonablemente, sabiendo que iban a terminar siendo castigados, despojados de su trabajo y seguramente hasta de su propia vida? Estaban ciegos, como ahora sucede a tantos hombres que ingenuamente no piensan en el juicio de Dios al final de su vida, al cual serán sometidos, igual que todos.

La Iglesia nos enseña que todos los bautizados somos trabajadores de la viña del Señor, y debemos no solo cuidarla con esmero, sino esforzarnos para que produzca mucho fruto, que será fruto de santidad y de almas convertidas.

Lo que nos toca es llevar el Evangelio a todo el mundo, cada uno de acuerdo a sus circunstancias personales, esforzándonos, para eso, en hacerlo vida, predicando también con el ejemplo. Y esto no lo podremos hacer si no somos almas de oración y practicando los sacramentos.

Enséñanos, Madre, a ser unos buenos trabajadores de la viña del Señor.

 

Hijo mío:

Jesús ha dicho: “la piedra que despreciaron los constructores es ahora la piedra angular”. La piedra es Cristo y Él edifica los corazones, los perfecciona y los entrega de mis manos como ofrenda a su Padre en el altar, unida a su pasión y muerte en la cruz, que es la única ofrenda agradable a Dios.

Pero cada uno debe estar dispuesto a entregarle al Hijo de Dios su corazón, poniéndolo a Él como piedra angular de sus vidas al centro de todo lo que hagan, lo que vivan, lo que digan, al centro de su vida ordinaria y de su vida espiritual, para que vivan no dos vidas, sino una en unidad.

La vida ordinaria y la vida espiritual no deben separarse, sino complementarse, para perfeccionarse en Cristo Jesús.

Israel es la tierra prometida de la que mana leche y miel; el pueblo elegido en el que el Señor su viña sembró, preparando el lugar en donde nacería el redentor.

Envió a sus profetas, para cosechar sus frutos, y los mataron.

Envió a su propio Hijo y lo mataron.

Su justicia divina, en cumplimiento de su Palabra, les quitó la viña, y en esa viña a la Santa Iglesia instituyó.

Comprende bien estas palabras, hijo mío.

Tú eres parte de la viña del Señor. Tú eres un miembro de la Iglesia. A ti te la dio para que la cuides, la trabajes, la siembres, y coseches frutos buenos y abundantes, y presentes en el altar una rica ofrenda a Dios, uniéndola de las manos de sus sacerdotes a su sacrificio redentor, para que, como incienso, suba a las alturas y glorifique a Dios.

Tú no eres mejor que los judíos. Eres cristiano, pero tanto o más pecador.

Agradece la oportunidad que a ti te ha dado el Señor de alcanzar la santidad infundiendo en ti las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad en el Bautismo.

Arrepiéntete y cree en el Evangelio.

Cree en Cristo Jesús, tu redentor.

Pide perdón por tus pecados, examinando tu conciencia y reconociendo que tú también has crucificado a tu Señor.

Yo estuve al pie de la cruz, y ahí no estuviste tú.

Mira a tu alrededor y date cuenta. Aún no te veo al pie de la cruz.

¡Arrepiéntete!

¡Vuelve!

Acude a los sacramentos, y cuando quedes blanco en tu interior, como la nieve, no te gloríes. No quiere decir que, por ser cristiano, eres mejor. Ve y evangeliza a tus hermanos.

A los que están separados, a los judíos. No importa la religión.

A los que adoran falsos ídolos y ofenden tanto a Dios.

A los ateos, a los agnósticos.

Tu Señor te ha enviado a llevar el Evangelio a todos los pueblos y a enseñarles a ponerlo a Él en el centro de todas sus actividades, para que todos doblen sus rodillas al escuchar su nombre: ¡JESUCRISTO ES EL SEÑOR PARA GLORIA DE DIOS PADRE!

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 183)