«Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan. ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta» (Lc 6, 35)
Madre nuestra: las palabras de Jesús pidiéndonos que confiemos en la Divina Providencia son muy claras, pero muy difíciles de asimilar, sobre todo cuando nos vemos llenos de preocupaciones por las necesidades inmediatas del día a día, y si tenemos la responsabilidad de proveer a otras personas.
El Señor nos dice que busquemos primero el Reino de Dios y su justicia, y que todo lo demás se nos dará por añadidura. ¿Cómo se vive eso, Madre?
Comprendo que es una cuestión de fe, pero debo de reconocer que también debo poner de mi parte. Y la fe me lleva a la esperanza y a la caridad. Si yo me ocupo de servir a Dios y a los demás, ¿de qué me preocupo?
Ayúdame, Madre, a ver las cosas con visión sobrenatural, con pleno abandono en las manos de mi Padre Dios, y a ser consciente de que yo también debo ser instrumento de la Providencia Divina ayudando a los demás.
Hijo mío: ¡cuántas preocupaciones llenan tu cabeza!
Quien confía en Dios Padre proveedor, bondadoso, justo y misericordioso, todopoderoso, no se preocupa por el día de mañana, pensando si tendrá los medios para pagar esto o aquello, qué comerá, qué vestirá, de qué vivirá…, sino que se ocupa de servir a Dios y disfrutar lo que tiene el día de hoy.
Vive como el niño pequeño que confía en la seguridad de sus padres y no se preocupa, porque sabe que ellos le darán todo lo que necesita.
Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura. Entiende esto bien y practícalo. Quiere decir: ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas, por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Ten fe, ten esperanza y haz caridad, y todo lo demás se te dará.
Cumple un plan de vida de piedad, y dale prioridad. Entonces tendrás la gracia para trabajar y resolver cualquier necesidad.
Haz esto como en un plano inclinado, poco a poco, pero sin detenerte, haciendo cada día un poco más, procurando siempre primero la oración y la acción de gracias, viviendo el Evangelio, buscando alcanzar la santidad, y te darás cuenta de que, sin saber cómo, se te abrirán las puertas, se te darán los medios, y tendrás todo lo que necesitas para conservar tu vida, no para el mundo, sino para Dios.
Eleva tus ojos al cielo cada día, y dale gracias a Dios, que todo el tiempo te mira y te procura, porque Él hace justicia a la filiación divina.
¿Tú crees?
Entonces, ¿de qué te preocupas?
Dios es verdadero Padre. Sé dócil y muéstrate como verdadero hijo, reconociéndote necesitado de Él.
Vive tranquilo, déjate llenar de su paz.
Confía, y no te preocupes, pero pídele que te dé lo que necesitas, abandonándote en su Divina Providencia, porque su gracia te basta.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 19)