04/09/2024

Mt 7, 21-29

CUMPLIR LA VOLUNTAD DE DIOS


«El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente, que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca» (Mt 7, 24-25).

 

Madre nuestra: hay muchas referencias en el Santo Evangelio sobre la importancia de cumplir la voluntad de Dios, para podernos salvar. Lógicamente, primero hay que conocer cuál es esa voluntad, para poder cumplirla. Y una de las maneras de conocerla es a través de la escucha de la Palabra de Dios contenida en las Sagradas Escrituras.

El Señor dice que su Madre y sus hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica. Y en las bodas de Caná tú pediste a los sirvientes que hicieran lo que les pida Jesús. Todo es escuchar a Dios y obedecer, cumplir su voluntad.

Hoy les dice tu Hijo a sus discípulos: “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos”. Está claro que de nada sirve presentarle a Dios otras ofrendas, por más buenas que sean, si no son las que Él nos pide.

Virgen santa, Esclava del Señor, tú eres modelo particularmente de quien escucha la voz de Dios y pone en práctica sus mandatos. Ayúdanos a responder fielmente, siempre y con prontitud a todo lo que Dios nos pida, poniendo atención a su Palabra.

 

Hijo mío: una cosa les he pedido: hagan lo que Él les diga.

Cumplir la voluntad de Dios es indispensable para salvarse, y solo la cumple aquel que escucha a Jesús, y hace lo que Él le dice.

Él es el Verbo encarnado, la Palabra de Dios. Por Él todo ha sido creado y renovado.

La Palabra es la luz que vino al mundo, es la vida de los hombres.

La Palabra es una persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. El mismo Dios ha pronunciado su nombre.

En el mundo lo hemos llamado “Jesús”, “Emmanuel”, “Dios con nosotros”, “Mesías”, “Salvador”, “Cordero de Dios”, “Hijo de David”, “Hijo del carpintero llamado José y de la Virgen María”, “Rey de reyes y Señor de señores”.

Él es la Verdad y es Palabra de Dios, pero no basta pronunciar su nombre, no basta decirle: “¡Señor, Señor!”, no basta decir que creen en Él.

Para salvarse, deben verdaderamente creer. Y el que verdaderamente cree, hace lo que su Señor le dice.

Cumplir la voluntad de Dios es construir sobre roca firme la vida espiritual, necesaria para alcanzar la santidad.

Quien no escucha las palabras del Señor no puede cumplir la voluntad de Dios, porque Él se revela a través de la Palabra.

Nadie podría conocer la voluntad de Dios para él si no es a través de la escucha de la Palabra. Pero de nada sirve escucharla si no la ponen en práctica, que quiere decir obediencia, fidelidad, complacer al Señor entregándole la propia voluntad, para que Él haga lo que quiera.

Porque, si bien, todos somos de Él, porque Él es el único Creador, tanto nos ha amado, que libertad nos ha dado, para escucharlo o para ignorarlo.

Para hacer lo que nos dice, o para desobedecerlo.

Para ir a Él, o para alejarnos de Él.

Para aceptar su amor y llenarnos de Él, o para rechazarlo y sumergirnos en la indiferencia y en el pecado.

Para aceptar la vida, o para destruir la vida eligiendo la muerte.

Para vivir en su Paraíso eternamente, o para merecer y sufrir los horrores del infierno para siempre, alejados de la luz, del amor, de la bondad, de la verdad, por no querer cumplir su divina voluntad.

Medita, hijo mío, estas palabras mías, que son palabras de Dios, porque yo soy toda de Dios. Mi corazón es suyo, y toda palabra que sale de mi boca proviene de mi corazón. Nada me pertenece.

Y si tú te entregas a mí, serás siempre mío, pero le pertenecerás a Dios, y esa es su voluntad.

Si quieres saber lo que tu Señor te dice, lee el Evangelio, medita el Evangelio, vive el Evangelio, AMA el Evangelio, enseña el Evangelio. Así es como conocerás al Hijo de Dios, comprenderás sus palabras y recibirás la gracia para hacer lo que Él le diga a tu corazón.

Entonces tendrás una fe fuerte y una paz inamovible. Nada ni nadie podrá derribarte. Serás como muralla, como pilar de bronce, digno de entrar en el Reino de Dios, porque Él encontrará en ti un hombre según su corazón.

Escucha a Jesús y haz lo que Él te diga. Entonces, Él te dará el mejor de los vinos.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!