04/09/2024

Mt 8, 18-22

VOCACIÓN PARA SERVIR


«En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: “Te seguiré a dondequiera que vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. A otro, Jesús le dijo: “Sígueme”» (Lc 9, 57-59).

 

Madre nuestra: ¿qué experiencia personal habrá tenido aquel hombre que le dijo a Jesús que lo seguiría a dondequiera que vaya? Es algo que no tiene una explicación natural. ¿Cómo puede alguien decidirse seriamente a dejar todo para seguir a Jesús?

Se requiere mucha fe y mucho amor. Porque lo que se ve a primera vista, siguiendo a Jesús, son las dificultades. El premio, la recompensa, solo se ven con los ojos de la fe.

Pero hay una cosa cierta: vale la pena. Porque se trata de entregarse a Dios, nuestro Creador y Padre, quien es el Amor que nunca traiciona y no se deja ganar en generosidad.

Después de considerar en la oración sobre la correspondencia a la gracia viene otra inquietud: ¿en cuál de los diversísimos modos de entregarse a Dios debe uno responder a la llamada? Hay que dejar actuar al Espíritu Santo para discernir, confiando en que lo normal será que las mismas circunstancias personales lo acerquen a uno a lo más indicado.

Pero en cualquiera de esos caminos hay que darlo todo. Dios no tolera una entrega a medias. Se trata de buscar la santidad, negándose a sí mismo, tomando la cruz de cada día y siguiendo a Jesús.

Ayúdanos, Madre, a tener la firme determinación de seguir a Jesús entregándole nuestra vida, con la alegría que tuviste tú cuando dijiste aquel generoso “fiat”, dejando que Dios dispusiera de tu vida haciendo con ella lo que Él quería.

 

Hijo mío: vamos al monte alto de la oración, para que medites todas las cosas en tu corazón.

Tú tienes el deseo y la determinación de seguir a Cristo. Te has prometido a ti mismo seguirlo, a donde quiera que Él vaya, como su discípulo. Crees que tienes el valor, la fuerza y la voluntad para soportar todas las dificultades que implica esa gran decisión, sin importar cuál sea tu vocación.

A mí me alegra que tengas ese deseo ferviente. Pero debes ser consciente de que no fuiste tú, sino el Espíritu Santo, quien inspiró ese deseo, quien te habla al corazón y te hace arder de amor mientras te dice: “Tu Señor camina en medio de los hombres, ha dado la vida por ti, ha muerto para darte vida en su resurrección, ha resucitado y ha subido al cielo, pero contigo se ha quedado para acompañarte todos los días de tu vida, como lo prometió. Síguelo”.

Y es el Espíritu Santo quien te da la fuerza, quien te da el valor, quien te da los medios y la determinación para tomar tan grande decisión: renunciar al mundo para seguir al Hijo de Dios.

Es el Espíritu Santo quien te da el don, quien te da la gracia para que escuches el llamado de Dios, que te dice: “Hijo mío, yo soy tu Padre, ven a mí”, y te atrae hacia su Hijo Jesucristo, porque nadie puede ir al Padre si no es por Él.

Pero aprende bien esta lección: nadie puede ir al Hijo, si el Padre no lo atrae hacia Él. Por tanto, por más firme que sea tu voluntad y más grande que sea tu deseo, sin la ayuda del Espíritu Santo, seguir a Cristo imposible será.

Pero si lo dejas en ti obrar, si abres tu corazón y recibes los dones y gracias que Él te quiere dar, junto con sus frutos y carismas, podrás seguirlo.

A donde quiera que Él vaya irás, haciendo su voluntad, santificándote de acuerdo a la vocación que Él te da, nunca como tú quieras, sino como Él quiera; no donde tú quieras, sino donde Él quiera; no cuando tú quieras, sino siempre; porque Él te conducirá al cielo para que vivas en su eternidad.

Por tanto, hijo mío, permanece atento, abre tus oídos y tu corazón, acude a la oración y escucha su llamado, te está esperando.

Pide al Espíritu Santo que te llene de Él para que puedas comprender la voluntad de Dios para ti, cuál es tu vocación para servir, para entregar tu vida siguiendo a Jesús.

Acepta esa ayuda y dile “sí”, y síguelo sin mirar hacia atrás, renunciando a todo, hasta a ti mismo, y te aseguro que lo lograrás, serás un fiel discípulo de Cristo en medio del mundo, que es en donde Él te llama. O santificando al mundo, si sientes hervir tu sangre y el deseo de con Él derramarla en la cruz, porque a la vocación sacerdotal te llama.

Si haces oración, hijo mío, encontrarás la respuesta clara a la inquietud de tu corazón de cómo entregarle tu vida a Dios.

Siguiendo a Cristo no te importará que el Hijo de Dios no tenga dónde reclinar su cabeza, no te importará dejar aquello que te ata al mundo para hacer su voluntad, una profunda alegría te invadirá, y tu única felicidad será entregarle tu vida, para que Él haga contigo lo que quiera.

Casado, soltero, religioso, sacerdote, le dirás: “Lo que tú quieras, Señor, yo quiero, porque seguirte es mi único deseo”.

 

         

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