04/09/2024

Mt 9, 14-17


«Jesús les respondió: “¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán» (Mt 9, 15).

 

Madre nuestra: el tema del ayuno, entendido como un sacrificio, tiene un fuerte sentido religioso. El pueblo cristiano lo aprovecha para fortalecer su vida espiritual, sobre todo en cuanto a la voluntad, renunciando a algo bueno para, en su momento, poder rechazar lo malo.

También es una forma de abrirse más a la gracia, alimentándose de Dios, gozando más de su presencia. El ayuno corporal, espiritualmente, aumenta el hambre de Dios. Se entiende que va acompañado de oración, con la intención de realizarlo por motivos sobrenaturales. De otra manera, si los motivos son humanos, no ayudaría a la vida espiritual.

La práctica del ayuno y la abstinencia de Cuaresma la establece la Iglesia en el cuarto de sus mandamientos, y hay que vivirla según lo determina la autoridad eclesiástica. Pero sí conviene que lo cumplamos convencidos de su eficacia, por amor de Dios, con espíritu de reparación por nuestros pecados, muy unidos a los sufrimientos de la pasión de Cristo, y no como una mera obligación, para que pueda ser eficaz para nuestra alma.

Dinos, Madre, cómo podemos entender mejor lo que dice Jesús de no ayunar en presencia del esposo.

 

Hijo mío: mientras el esposo esté con ellos, no pueden ayunar.

¿Sabes qué significan estas palabras?

Mientras estés en estado de gracia, sin mancha de pecado mortal en tu alma, el Señor está contigo y tú con Él. Y deberías celebrarlo.

A veces la presencia del Señor se manifiesta a través de la cruz y del sufrimiento, pero ahí, en medio del sufrimiento, el alma goza, alimentándose de la presencia del Hijo de Dios, presencia que deja la fuerza para superar, resistir, afrontar cualquier situación.

Él calma todo dolor, aligera toda pena.

Él es un banquete real divino, eterno.

La Eucaristía es verdadero alimento que aprovecha al alma y al cuerpo.

Es verdadera presencia del Señor, real y substancial.

Es un verdadero encuentro con el amor.

Es la revelación de la verdad.

Este alimento tiene también efecto cuando se hace comunión espiritual, si no se puede acudir a comulgar.

A veces la presencia del Señor se manifiesta en medio de la prueba, de la tentación, de la batalla espiritual.

Si resistes, si no te dejas vencer por tus pasiones y la debilidad de tu carne, y lo llamas suplicando su auxilio, Él usará su poder para protegerte, y saldrás victorioso de esa lucha, venciendo al enemigo.

Sabrás que el Señor está contigo. Te alimentas de su fuerza y de su poder.

Se fortalece tu fe, y aun en medio de la tribulación, te sentirás saciado del amor de Dios.

Otras veces el Señor manifiesta su presencia viva en medio del gozo, de la alegría, de la fiesta, de la bonanza. Pero en esos momentos, hijo mío, es cuando menos te acuerdas de Él.

Él está contigo y tú eres consciente de estar con Él, de celebrar el banquete que Él mismo te ofrece, y agradeces.

Algunas veces lo reconoces y compartes tus alegrías con Él, te alimentas conscientemente de su Cuerpo, de su Sangre, y brindas con Él, compartiendo esos momentos de paz y felicidad de tu corazón con el prójimo. Entonces se alegra Él.

Y si eres consciente de que ya no eres tú, sino el Hijo de Dios quien vive en ti, entonces tu felicidad será permanente.

Tu alma ha sido renovada por la gracia de Dios. Si permaneces viviendo en esa gracia, no ayunarás, sino que, con Él, todos los días a la mesa te sentarás, consciente de su majestuosa y divina presencia.

El Señor te ha hecho una promesa. Él dijo que Él estará contigo todos los días de tu vida.

Él siempre cumple sus promesas. Por tanto, no depende de Él, sino de ti, gozar de la dicha de su presencia viva en ti.

Ahora reflexiona en estas otras palabras: “Cuando el esposo les sea arrebatado, entonces ayunarán”.

Quiere decir que el Señor puede ser arrebatado de tu alma si tú, por tu propia voluntad, lo destierras, cometiendo pecado mortal.

El Señor sabe que eso puede pasar, y se arriesga a sufrir tu desprecio cuando no lo tienes a Él como prioridad, como centro, y pones otras cosas en primer lugar.

Y en ese caso, te exige ayunar: no deberías comulgar.

No sería de provecho para tu alma y tu cuerpo, sino que ese bendito alimento condenaría tu alma por no ser digno de recibirlo.

Con el Señor no se juega, hijo mío. Al Señor se le ama, se le adora, se le respeta, se le glorifica, se le alaba. Y, si se le ofende, Él espera que le pidas perdón y que purgues tus culpas con sacrificio y expiación.

El ayuno, entonces, es necesario hasta que te absuelva de tus culpas tu Señor, y tú le abras tu corazón, y Él entre y cene contigo, y tú con Él.

Con tu alma renovada y purificada serás como odre nuevo, para que Él vierta el mejor de los vinos, que es su bendita Sangre, que es su Cuerpo y su Palabra, y permanezca en ti y tú en Él.

Es así como lo glorificas, porque eso es lo que Él al mundo vino a hacer, a darte su Cuerpo y su Sangre, que se transforman, a través de la cruz, en misericordia, alimento bendito que te da vida eterna.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 175)