«Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, pregunten por alguien respetable y hospédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar, saluden así: ‘Que haya paz en esta casa’. Y si aquella casa es digna, la paz de ustedes reinará en ella; si no es digna, el saludo de paz de ustedes no les aprovechará» (Mt 10, 11-13).
Madre nuestra: ocupan un lugar importante en el Santo Evangelio las instrucciones que Jesús daba a sus discípulos para que pudieran cumplir bien con su misión de proclamar que ya se acerca el Reino de los cielos. Misión que también a nosotros nos corresponde.
Les pedía que curaran enfermos, resucitaran muertos y echaran fuera a los demonios, recordándoles que el poder lo recibieron gratuitamente, y que debían ejercerlo gratuitamente.
También les pidió que no llevaran monedas, ni morral para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bordón, asegurándoles que no les faltaría nada.
Y les dejaba muy claro que serían portadores de la paz, la cual solo podrán tener si guardan sus tesoros en el cielo.
¡Cuánta necesidad tiene el mundo de vivir en paz! Jesucristo nuestro Señor es el Príncipe de la paz, y nos ha dejado todos los medios para poder gozar y transmitir la paz. Pero debemos ser dignos de recibirla. Contamos con la Palabra de Dios, con la oración y con los sacramentos, que recibimos gratuitamente.
Reina de la paz: ayúdanos a cumplir con nuestra misión de cristianos, recibida por el bautismo, para vivir y llevar al mundo la paz de Cristo, y danos la generosidad necesaria para corresponder y sustentar con nuestra oración y limosna, a tus elegidos, instrumentos de la paz de Dios, tus sacerdotes.
Hijo mío: el hombre que confía en el Señor no quedará defraudado.
Confía en que, si el Señor te envía, Él mismo te dará los medios para cumplir con tu misión.
No te angusties, no te preocupes, no permitas que te invada la soberbia que ofende tanto a Dios. No quieras hacerlo todo por tu propia cuenta. Ten la humildad de reconocer que tu solo nada puedes, necesitas la gracia de Dios.
De nada sirve tener dinero, tener posesiones de tierras y bienes materiales, poder sobre grandes ejércitos, si no tienes paz. Todas esas cosas del mundo son obstáculo para que en tu corazón reine la paz de Dios.
Yo te aconsejo que no acumules tesoros en la tierra, en donde pueden ser robados. Más bien, acumula tesoros en el cielo, y serás feliz, tendrás libertad para caminar, llevando al mundo la paz.
Tú eres un discípulo del Señor. Has sido contado entre los elegidos para ser hijo de Dios. Has recibido su heredad y sus dones gratuitamente. Ponlos al servicio de la gente, para que en el pueblo de Dios la verdadera paz se establezca, y reine en cada corazón.
Ora por la paz. Une tu oración a las intenciones del Santo Padre. Lucha por la justicia y por la paz, y conserva esa paz interior, fruto de la fe, de la esperanza y del amor, y que se alimenta con la confianza en Dios.
Protege el tesoro de la paz de tu corazón, alejándote de toda tentación, acudiendo a la oración y a los sacramentos con frecuencia, para que recibas la gracia que te falta, para conservar la paz en medio de las pruebas, de las tribulaciones, de las dificultades y de las tentaciones.
Lleva la paz de Cristo a los demás a través de la evangelización. Esa es para todo cristiano la misión que el Señor les ha encomendado cuando fueron bautizados. Pero hazlo gratuitamente, porque gratuito es el Paraíso que el Señor ha preparado para los hombres de paz y de buena voluntad.
Procura abrir tu corazón y recibir la paz que te dan los sacerdotes en cada Santa Misa. Ellos son servidores del pueblo de Dios, y te dan gratuitamente su paz. Pero tú debes corresponder con tu caridad, porque todo trabajador tiene derecho a recibir un salario.
Ellos también tienen necesidad. Deben comer, deben vestir, deben dormir, deben sus fuerzas recuperar, para a Dios cada día servir, sirviéndote a ti.
Cumple con tu responsabilidad, y dales la limosna que merecen. Pero no las sobras, sino lo que vale tu paz.
Respeta la dignidad sacerdotal, porque, en tu juicio particular, hijo mío, de la caridad que hayas tenido con aquellos sacerdotes que te acompañaron en el camino se te pedirán cuentas, y de la paz que haya en tu corazón al momento en el que te llame a su presencia el Señor, a ellos les pedirá cuentas.
Que mi paz se quede contigo. Recíbela, hijo mío.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 107)