CUMPLIR EL COMPROMISO CON DIOS
«Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes» (Lc 10, 13-14).
Madre nuestra: el Señor tenía toda la razón en reclamar a esas ciudades que no cumplieran con el compromiso natural con Dios que se había producido como consecuencia de que fueron beneficiados por los prodigios realizados por Jesús.
Cuántas historias conocemos de hombres y mujeres que responden generosamente con su vida entregada cuando reciben un especial favor de Dios. Es natural el deseo de corresponder, de agradecer, de pagar amor con amor.
Y en estricto sentido no hacen falta favores especiales, porque suficiente favor es haber recibido el don de la fe, con todo lo que de ahí se deriva. Nunca vamos a poder pagar a Dios convenientemente por habernos amado con ese amor de predilección.
Los cuidados maternales de la Iglesia van alimentando nuestra alma con los sacramentos, con la predicación de la Palabra, con el Magisterio, con el ejemplo de la vida de los santos…
De todo eso se nos pedirán cuentas en nuestro juicio, porque Dios es misericordioso, pero también infinitamente justo.
Ayúdanos, Madre, a cumplir bien con nuestro compromiso con Dios, aprovechando precisamente esas gracias que el Señor nos da, confiando en que, si nos pide trabajar en su viña, nos dará los medios para poder hacerlo.
Hijo mío: demos gracias a Dios.
Ven conmigo. Vamos al monte alto de la oración, y alabemos al Señor.
Abre tu corazón, y descubre las maravillas que Dios ha hecho en ti. A través del Bautismo has sido unido al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, por filiación divina. Eres hijo de Dios todopoderoso, bondadoso, amoroso, misericordioso.
Él te ha creado y te ha elegido para darte su heredad. Agradece todo el bien que te ha dado, y de todo el mal que te ha librado.
Pero toma con seriedad este regalo, cumple con tus deberes de cristiano, porque has adquirido un compromiso con Dios Padre, como su hijo.
Él te ha revelado la verdad a través de la vida, pasión, muerte, y resurrección de Cristo, a quien ha señalado como su Hijo amado, en quien Él ha puesto sus complascencias, y te ha mandado que lo escuches, porque su Palabra, es misericordia.
Él es el camino para llegar al Padre. Nadie puede ir al Padre si no es por el Hijo, y nadie puede ir al Hijo, si el Padre no lo atrae hacia Él.
La Palabra tiene un gran poder de atracción.
La Palabra enamora, convence, salva.
Si tú haces lo que Él te dice, recibirás grandes bienes en esta vida y la vida eterna. Pero debes cumplir tu compromiso de compartir los bienes que el Señor te ha dado.
¡Ay de ti si no predicas el Evangelio!
¡Ay de ti si no llevas a los demás la verdad que se te ha revelado!
No basta que escuches la Palabra. Debes ponerla en práctica, para dar fruto en abundancia.
Pero ten confianza, porque quien te escuche a ti, escuchará al Hijo de Dios; el que te reciba a ti, recibirá al Hijo de Dios.
Pero, quien no te reciba a ti, ya sea porque no hiciste el intento, o porque no supiste cómo llevar a otros el Evangelio…
Ya sea por tu pereza o por tu falta de interés…
Ya sea porque no buscaste prepararte ni formarte, y no supiste convencerlos…
Ya sea porque encontraste corazones endurecidos y cerrados que no quiseron escuchar, no importa el motivo…
Quien a ti no te reciba, no recibe a Cristo. Lo rechaza, y rechaza también al Padre que lo ha enviado.
Y de eso, hijo mío, el Señor te pedirá cuentas.
Tu juicio será más riguroso que el de ellos, porque a ti se te ha concedido el honor y la gracia de recibir a Cristo y de conocerlo.
Procura llevar la Palabra de Dios a todos aquellos que no lo han conocido, que no han tenido la experiencia que tú has tenido, que no han tenido la oportunidad de tener un verdadero encuentro con Cristo.
Pide al Espíritu Santo la gracia para abrir los corazones cerrados, para transformar en corazones de carne los corazones de piedra.
Pide el carisma que te falta para ser bien recibido.
Y no te calles, hijo mío, alza la voz, alaba y adora a tu Señor, pregona su Palabra para que otros escuchen su voz.
Y, yo te aseguro, que, el Señor, que es justo, te tratará con menos rigor de lo que mereces, porque a los misericordiosos los colma de misericordia.
Cumple tus compromisos y tus deberes de cristiano. Haz caridad. Practica la misericordia con los más necesitados. Lleva el amor de Dios a los que tienen los corazones cerrados, y el Señor va a obrar en ellos grandes milagros. Y a ti te dirá: “ven, bendito de mi Padre, toma posesión de lo que es tuyo, porque supiste llenar los corazones del amor de Dios para aceptar y recibir el regalo de conocer la verdad”.
Por todos aquellos que por ti al Señor recibieron, tendrás una gran recompensa en el cielo.
Es verdad, hijo mío, que mientras más entregas tu vida a Dios, adquieres con Él un mayor compromiso, y corres el riesgo de ser tratado con mayor rigor el día de tu juicio. Pero la misericordia de tu Señor te asegura que su justicia te concederá la vida eterna en su Paraíso.
¡Muéstrate Madre, María!