«Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre» (Mt 13, 40-43).
Madre nuestra: es difícil entender el problema del mal en el mundo: porqué, si Dios es bueno, y todo lo que hace es bueno, existe en la vida de los hombres el mal, entendiendo por mal lo que es contrario al plan de Dios, a la norma moral, que es precisamente la ley eterna escrita en el corazón de todos los hombres.
La doctrina de la Iglesia nos enseña que el pecado original de nuestros primeros padres causó un desorden en el interior del hombre, de modo que todo pecador puede decir lo mismo que san Pablo: “no hago el bien que quiero, sino el mal, que no quiero, eso hago”.
Debemos todos formar bien nuestra conciencia, para conocer bien la ley moral, y tratar de adaptar nuestro comportamiento siempre a esa ley. Pero también debemos ser conscientes de nuestra debilidad y, por tanto, apartarnos de las ocasiones de pecado, de lo que ya sabemos que nos puede hacer daño.
Y evitar caer en las trampas del demonio, el padre de la mentira, que se la pasa sembrando cizaña en medio del trigo, cuando nos sugiere algo malo como si fuera bueno, como sucedió ya en la primera tentación, cuando cayeron nuestros primeros padres.
Confiamos, Madre, en tu protección, porque tú pisas la cabeza del demonio. Ayúdanos no solo a evitar las ocasiones de pecado, sino también a luchar para ser trigo bueno, el buen olor de Cristo en todos los ambientes, para influir en la conversión de los que se han alejado de tu Hijo por el pecado.
Hijo mío: la Santa Iglesia es el campo sagrado, la tierra buena en la que el sembrador, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, ha sembrado la semilla, que es su Palabra, para que crezca y dé buen fruto, y ese fruto permanezca en los corazones de los hombres; y ayudados por su gracia, se santifiquen en medio del mundo.
Pero el enemigo de Dios, satanás, el diablo, ha sido arrojado del cielo a la tierra. Porque siendo un ángel bueno, creado por Dios para su gloria, desafió el poder de Dios, se reveló contra Él, y de trigo bueno, en cizaña se transformó.
Y en este mundo tiene permitido vagar, y a los hombres tentar y hacerles la guerra. No porque el Señor desee para el hombre algún mal, sino al contrario, porque el enemigo ya está por Él vencido, y el hombre que elige entregarle su voluntad a Dios en medio de la prueba, de la dificultad, de la tentación, por la fe sale victorioso y fortalecido, aplastando la cabeza del enemigo, demostrando que tiene el poder de Cristo.
Pero el hombre que no cuida su fe, que no alimenta su vida espiritual, que no acude al auxilio del Señor para amar, para contemplar, para todo soportar con la gracia de su amor, debilita su fe. Y en lugar de convertirse en trigo bueno, dejándose cuidar y alimentar por el sembrador, se deja dominar por las pasiones, por las concupiscencias de la carne.
Se enreda en chismes, en habladurías, en infamias y mentiras.
Busca en otra parte lo que tiene en su propia casa.
Busca adorar a dioses que no existen.
Endurece su corazón, y el trigo bueno se transforma en cizaña, que afecta a la comunidad con sus obras malas.
Aun así, el Señor no les permite odiar ni lastimar al prójimo, sea bueno o sea malo, sea trigo o sea cizaña.
Él les manda amar. Es decir, el Señor no les permite juzgar a los demás. Es algo que solo para Él está reservado en el día final.
A ustedes los envía a trabajar, a llevar su amor, su misericordia y su paz, para convertir los corazones de piedra en corazones de carne, evangelizando con su Palabra.
El Señor les da la oportunidad a los pecadores de convertirse, y a los justos de glorificarlo, extendiendo en la tierra su Reino, para que cuando Él vuelva en el tiempo de la siega y haga justicia, haya más trigo bueno que cizaña sobre la tierra.
Y cuando la cizaña sea cortada, y al fuego eterno arrojada, los que perseveren en la fe, en la esperanza, y en el amor, brillen en su Reino como el sol.
Cristo es el sol que hace brillar el Padre sobre buenos y malos, para darle oportunidad a los malos de convertirse y de salvarse, y a los buenos de santificarse.
Que tus buenas obras, hijo mío, glorifiquen a Dios, santificándote a ti mismo, y convirtiendo muchas almas, para llevarlas al cielo, en donde todos serán uno y brillarán con la luz de Cristo.
Que esa sea tu esperanza.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 111)