«Los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”» (Mt 15).
Madre nuestra: el pasaje de la mujer cananea, que le pide a Jesús que tenga compasión de su hija, atormentada por un demonio, resulta un poco difícil de entender, porque contrasta con la actitud habitual del Corazón misericordioso del Hijo de Dios.
Ante los gritos suplicantes de aquella madre esperaríamos la atención inmediata del Señor. Pero Él la deja insistir, porque conoce la fe de ella, y quería dejar a los presentes y a nosotros una buena lección, para que hagamos lo mismo cuando acudimos a Dios pidiendo compasión.
La lección es de fe, de esperanza, de humildad, y también de caridad, porque vemos en aquella mujer un gran amor por su hija, para quien pide el favor.
Es la oración de intercesión, que también hicieron los discípulos de Jesús, cuando le pidieron que la atendiera. Es la oración que todos debemos hacer, viviendo el mandamiento del amor al prójimo.
Y es la oración que tú haces, Madre, continuamente en el cielo, intercediendo por todos tus hijos. Porque eres una buena madre y conoces nuestras necesidades. Y sabes que a ti, que eres la Omnipotencia Suplicante, no te puede negar nada tu Hijo.
Gracias, Madre, por rogar por mí. Pide para mí la fe que me falta.
Hijo mío: ojalá sea tan grande tu fe, para que el Señor se admire y te diga: “Que se cumpla lo que deseas”.
Yo ruego por ti, para que tengas el valor de acudir a la oración y suplicar al Señor que se compadezca de aquellos que viven afligidos, deprimidos, angustiados, atribulados, por los demonios atormentados; que tienen miedo, que están de Dios alejados, que sufren porque son muchos y muy grandes sus pecados.
Yo ruego por ti, para que el Señor voltee a verte, y te conceda lo que le pidas.
Yo ruego e intercedo por ti, para que, con una fe grande, le pidas como aquella mujer cananea, que se sabía indigna, pero necesitada de la misericordia de Dios, que gritaba para ser escuchada, porque creía en el poder del Señor. Y así como los discípulos por ella intercedieron, para que fuera escuchada y atendida, así por ti intercedo yo.
Persevera en la virtud, ten una fe grande, firme, fortalecida por la oración, por la Palabra, por el sacramento de la Confesión y de la Sagrada Eucaristía, por la gracia del Espíritu Santo, que se derrama sobre ti por tu gran amor a Dios y al prójimo.
Yo ruego por ti, para que tengas la sabiduría de los que hablan con el lenguaje del amor, pidiendo compasión y piedad, no para ellos mismos, sino para los más necesitados, los de corazón atribulado, los que están al pecado encadenados y necesitan ser liberados.
Yo ruego por ti, para que, con tu fe, consigas del Señor todo lo que le pidas.
Yo ruego por ti para que seas un gran intercesor, y para eso, yo ruego por ti para que seas santo.
Tú, hijo mío, eres digno no solo de recibir las migajas, sino de sentarte en la mesa del Señor y participar de su banquete eterno, porque tú crees que Cristo, que ha muerto en la cruz, ha resucitado, y es tu redentor.
Pídele, por los méritos de su pasión, de su muerte, y de su resurrección, que sane las almas de los pobres pecadores.
Y repara con tu fe grande y tu caridad su Sagrado Corazón.
Yo ruego por ti. Tú ruega por aquellos que se acercan a ti para pedir tu intercesión ante Dios todopoderoso, porque se admiran de tu fe.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 56)