«“Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”» (Mt 18, 21-22).
Hijo mío: he venido a hablarte hoy sobre el perdón.
De perdón está lleno mi corazón. Yo soy maestra del perdón.
Aprendí a perdonar, sin saber que en los hombres podría existir tanto mal.
Aprendí a perdonar, a pesar de que mi inocencia no alcanzaba a entender cómo se podía cometer tanto mal.
Aprendí a perdonar desde que era una niña, a los que no entendían que yo nací para servir, para hacerme última, para alabar, para honrar, para adorar a Dios sobre todas las cosas, para acoger, ayudar a los más necesitados. Y me importaba eso más que jugar.
Aprendí a perdonar en mi juventud, a aquellos que me juzgaron, que me criticaron, que me despreciaron por las decisiones que tomé, cuando dije sí y mi entrega total a Dios confirmé. Y mi virginidad, no entendida. Y mi maternidad divina escondida, fue cuestionada. Y yo, por muchos, rechazada.
Aprendí a perdonar cuando el Hijo de Dios, engendrado en mi vientre por el Espíritu Santo, estaba por nacer. Y fui ignorada, rechazada y desechada del mundo, como lo fue Él, desde antes de nacer. No encontré morada, no había sitio para mí ni para Él en el albergue.
Y aprendí a perdonar a los que no tuvieron caridad, y a los que no se detenían a adorar al rey que había nacido, el Verbo encarnado que había venido al mundo a salvar.
Y aprendí a perdonar porque no sabían lo que hacían. Todo un Dios entre los hombres se les iba a revelar, para que conocieran la verdad.
Y aprendí a perdonar cuando tuvimos que huir, porque estaban buscando al Niño para matarlo.
Y aprendí a perdonar cuando al no encontrarlo, le quitaron la vida a tantos niños inocentes a cambio.
Y aprendí a perdonar a todos los que no entendieron su niñez y su adolescencia santa, porque los hombres no entendían al Hijo de Dios tal cual es: perfecto.
Y aprendí a perdonar mientras vivía con Él, aprendí de Él, para después perdonar todo cuanto le hicieron a Él, y al mundo enseñar que se aprende por experiencia cuando se vive aceptando en todo momento la divina voluntad, sin cuestionar, diciendo sí, procurando en todo momento servir como instrumento de Dios para conciliar llevando la paz entre los que perdonan y los que piden perdón. Sean ustedes instrumentos conciliadores como yo, y perdonen, aunque los que los ofenden no les pidan perdón. El único juez es Dios. Y si ustedes se preguntan cómo pueden perdonar a quien no pide perdón, miren la cruz, y en ella crucificado a Jesús. Él se hizo pecado para pedir que todo pecador fuera perdonado. ¿Cuánto vale el sacrificio de Jesús?, ¿cuánto vale?, ¿siete veces el perdón de Dios? Dime.
Setenta veces siete. Infinito es su valor. Él consiguió el perdón de Dios. Dios es infinito, todo en Él es total. No hay un pedacito, Dios lo es todo. Por tanto, su perdón es completo, total. Pero los hombres quedaron en deuda con Cristo, Él pagó por cada uno su deuda total. Deberían sentirse comprometidos y agradecidos, y entender que la deuda que adquiere cada uno con Él se paga entregándole la voluntad, diciendo “sí quiero, te doy gracias, Señor, por venirme a salvar, en ti, Jesucristo Hijo de Dios, Dios y hombre verdadero, yo creo”, y hacer lo que Él les vino a enseñar.