«Cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa» (Mt 5, 15).
Madre nuestra: la imagen de la luz es muy gráfica para expresar la importancia de iluminar a los demás. Y cuando hablamos de iluminar siempre pensamos en algo bueno y agradable, lo que hace ver con claridad, lo que ayuda a salir de la oscuridad, de las tinieblas, de las cosas y ambientes malos.
Por eso Jesús utilizaba en su predicación esa imagen, para transmitir a sus discípulos la importancia de ser responsables en ser buenos, en ser luz, porque solo así se puede iluminar el ambiente en que nos movemos.
Cuánto daño hacen las personas cuyo comportamiento no responde a lo que manda la ley de Dios. Todos nos damos cuenta de que el mal ejemplo es peligroso, sobre todo para las personas que no tienen formación, o que no están cerca de Dios. Pueden pensar que eso es lo normal, y confundir la libertad con el libertinaje, y terminan mal.
Para ser buenos hay que esforzarse, hay que exigirse. Para un alma de fe ese esfuerzo implica también hacer oración y frecuentar sacramentos, porque sin la gracia de Dios no se puede ser bueno, no se puede ser luz, no se puede dar buen ejemplo a los demás.
Madre Inmaculada: tú eres modelo de un perfecto comportamiento, porque nunca cometiste pecado alguno. Enséñanos a ser buenos, a portarnos como Dios quiere, para que podamos ser sal y luz del mundo, para que cumplamos bien con nuestra responsabilidad de cristianos en todos los ambientes.
Hijo mío: yo soy Madre de la Luz.
La luz es Jesús y cada uno de los bautizados que han sido encendidos con la luz de Cristo por el Espíritu Santo.
Por tanto, tú eres luz para el mundo. Eres como vela encendida, puesta sobre el candelero, para iluminar con tu luz a tu familia, a tu comunidad, a tu nación y al mundo entero, llevando a todas partes el Evangelio, a través de tus palabras, de tus buenas obras, y de tu buen ejemplo.
Brilla, hijo mío, brilla, para que ayudes a otros a encontrar el camino para llegar al cielo.
No permitas que se extinga tu luz. Alimenta tu alma con la Eucaristía, que es pan vivo bajado del cielo, verdadero alimento y bebida de salvación.
Escucha la Palabra del Señor de boca de los sacerdotes, que tienen la luz para comprender y explicar lo que el Señor quiere decir a tu corazón.
Adora a tu Señor expuesto sobre el altar. Haz oración. Procura, con tu disposición, un momento perfecto para vivir la maravillosa experiencia del encuentro con el Amor cara a cara.
Ábrele tu corazón y deja que la llama del fuego vivo de su amor te encienda y mantenga viva esa llama en tu interior.
¡Brilla, hijo mío, brilla!
No escondas tu luz, deja que el mundo vea que ya no eres tú quien vive, sino que es Jesús quien vive en ti, y a través de ti brilla su luz para el mundo.
Agradece al Señor que ya no vives en medio de las tinieblas, que has sido perdonado de tus pecados, y permanece en vela con tu lámpara encendida hasta que el Señor vuelva.
La luz que brilla en ti para el mundo, hijo mío, es tu fe. Procura pedir al Señor que aumente tu fe, que brille tu luz y se extienda, para que, cuando el Señor vuelva, encuentre fe sobre la tierra.
¡Brilla, hijo mío, brilla!
Para que seas digno de ser llamado hijo de María, Madre de la Luz.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 93)