«Jesús dijo a sus discípulos: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud”» (Mt 5, 17).
Madre nuestra: me gustan las palabras de ese himno litúrgico en tu honor, que dicen: “prepáranos camino seguro, para que, viendo a tu Hijo, gocemos dicha eterna”.
Sabemos que Jesús es el camino, y que a través de ti llegamos más fácilmente a Él, quien también es la verdad y la vida. Tú guardabas en tu corazón todas las enseñanzas de tu Hijo, las que transmitía con sus palabras, pero también con su propia vida. Además, estabas asistida continuamente por el Espíritu Santo, quien te daba sus luces para conocer plenamente la verdad.
Por todo eso, eres una gran Maestra y, como buena Madre, eres quien mejor nos puede enseñar el camino del conocimiento pleno de la verdad, que nos conducirá a la vida eterna.
Ayúdanos, Madre, a vivir en plenitud, esforzándonos por cumplir con amor y esmero la santa ley de Dios.
Hijo mío: yo soy la Madre de Dios, Madre tuya, y Madre de todos los hombres. Y, como Madre, también soy Maestra.
Y estoy aquí para enseñarte el camino, para que vivas la verdad en plenitud, porque esa es la divina voluntad.
Dios quiere que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Por eso Jesús no ha venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.
La verdad es Cristo. Él es el camino y la vida. Y con el Padre y el Espíritu Santo es un solo Dios verdadero, y no puede contradecirse a sí mismo.
Él fue enviado por su Padre con el Espíritu Santo para enseñarles a vivir la ley de Dios en la plenitud del amor.
Y les dio ejemplo con su vida, viviendo en medio del mundo en perfecta virtud.
Y les dio ejemplo dando su vida, amándolos hasta el extremo, muriendo en la cruz.
Y les dio la vida de su resurrección, para que vivan en la verdad eternamente.
Cumpliendo la ley de Dios, escuchando y poniendo en práctica su Palabra, es como la santidad alcanzan.
Cree, hijo mío, que Jesús por ti ha muerto en la cruz. Ha venido por ti porque te ama. Con sus méritos te ha alcanzado la salvación, pero no te salvará sin ti.
Y yo estoy aquí para enseñarte el camino para que puedas salvarte. El camino es Cristo. Él es la Palabra de Dios, el Verbo hecho carne. Palabra que está escrita y que se cumplirá hasta la última letra. Esa es su ley, y se resume en que ames a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Vive, hijo mío, el amor. Vive practicando la caridad, profesando tu fe, llevando esperanza y paz a los demás.
Aprende de la vida de tu Señor, escrita en los Evangelios, y enséñalos, porque esa es la verdad por la cual, si tú la vives y la enseñas, serás grande en el Reino de los cielos.
Permanece en el amor de Cristo, adorando y reparando su Sagrado Corazón, cumpliendo y enseñando sus mandamientos, perseverando en el camino de la santidad con tus buenas obras, orando y practicando la misericordia.
Tu alma está habitada por el Espíritu Santo, pero necesita ser perfeccionada con su gracia. Pídele que te transforme, que te purifique, que te santifique, y Él te enseñará y te recordará todas las cosas que el Divino Maestro, Jesucristo el Señor, vino a enseñarles, para que aprendan a vivir en plenitud, comprendiendo con su vida y su ejemplo cuán grande es la vida de los hombres para Dios Padre, que les dio a su único hijo, para que todo el que crea en Él se salve y tenga vida en abundancia.
Aprende, hijo mío, las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia. Practícalas y enséñalas. No hay otra doctrina más que esa. Si la aprendes y la practicas vivirás en la verdad y alcanzarás la plenitud del amor. La alegría y la paz de Dios inundarán tu corazón.
La verdad, hijo mío, es Palabra viva, y es Eucaristía.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 69)