04/09/2024

Mt 5, 1-12

DICHOSO EL HOMBRE QUE CREE

«Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán» (Lc 6, 20-21).

 

Madre nuestra: en los Evangelios de san Mateo y san Lucas se recogen muchas enseñanzas de Jesús que seguramente fueron tema de sus discursos en diversos lugares, y que se conocen como el “Sermón de la Montaña”, en el caso de Mateo, y el “Discurso en el llano”, en el caso de Lucas.

Hay semejanzas y diferencias en esos discursos, pero ambos recogen lo que se conoce como el “Sermón de las Bienaventuranzas”, en donde Jesús propone un programa de vida exigente, diciendo que son bienaventurados (felices, dichosos) los que viven unas virtudes concretas, porque recibirán su premio en el Reino de Dios.

Vivir esas virtudes implican sacrificio, exigencia, renuncia, lo cual implica tener mucha fe en Cristo, ya que la recompensa será en la vida eterna. Aunque hay que reconocer que ya en esta vida goza de una gran paz interior quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica.

Pero ese comportamiento muchas veces puede causar un fuerte rechazo por parte de aquellos que no quieren vivir según Dios, y por eso Jesús también dice que son dichosos los que son injuriados por causa de su nombre.

A ti te alabó Isabel diciendo que eras dichosa por haber creído que se cumplirían las cosas que te dijeron de parte del Señor. Ayúdanos a tener la visión sobrenatural necesaria para ver siempre la voluntad de Dios en nuestro día, y a tener fortaleza para soportar todo sufrimiento por la causa de Cristo.

 

Hijo mío: el hombre que cree en Cristo es el ser más dichoso de la tierra, porque se salvará y heredará el Paraíso.

¿Y quién es el hombre que cree en Cristo?

Es aquel que escucha su Palabra y la cumple, y por eso es perseguido.

Es aquel que sufre, porque comparte los mismos sentimientos del Corazón de Cristo, y le duelen las ofensas a Dios de los que no tienen fe, y más aún de los que dicen que creen, pero se aman más a sí mismos, y no entregan su voluntad a Dios para hacer lo que Dios les manda, sino que usan su libertad para hartarse de los placeres que les ofrece el mundo. Se complacen a sí mismos, olvidándose de la caridad, afectando al prójimo, poniéndose ellos en primer lugar.

El hombre que cree de verdad, no se comporta de esa manera, porque sabe quién es, sabe cuál es su lugar, y no se atreve a ponerse a sí mismo en primer lugar, porque cree en la Palabra y sabe que Cristo siempre cumple lo que dice, y Él ha dicho que los primeros serán últimos, y los últimos serán primeros.

El hombre que cree sabe lo que le conviene, sabe que debe soportar en esta vida cualquier sufrimiento, cualquier humillación y desprecio, causado por ese amor apasionado por Dios, que los incrédulos no entienden, juzgan, reprueban y hasta se burlan.

El hombre que cree en Cristo no duda en dejar lo que sea necesario para seguirlo. Se sabe dichoso porque tiene paz en su corazón, la paz de saberse amado como verdadero hijo por Dios, porque lo es.

Tú eres dichoso, hijo mío, porque meditas todas estas cosas en tu corazón, porque la gracia del Espíritu Santo está sobre ti, porque amas a Dios por sobre todas las cosas, y luchas, te esfuerzas, y aprendes a amar al prójimo como a ti mismo.

Pero serás dichoso, aún más, cuando lo consigas, cuando tu corazón desborde de amor por el prójimo, también por aquel que te persigue, que ofende a Dios y te hace sufrir, porque intercederás por su conversión.

Y tu dicha más grande será la alegría del cielo por cada pecador que se convierte y glorifica a Dios.

Cree, hijo mío, en las Bienaventuranzas. Yo te aseguro que el que cree las alcanza. Yo te ayudo.

Yo soy dichosa. El mundo entero así me conoce, porque el Señor ha mirado la humillación de su esclava, y en mi vientre inmaculado ha obrado sus maravillas.

Comparte mi dicha dando a conocer a Cristo, y la dicha que hay en ti, dando testimonio de su amor por ti, para que muchos crean, se salven, y participen de la dicha eterna contigo, con Cristo, conmigo, en el Paraíso.

 

 

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