04/09/2024

Mt 5, 1-12 - LOCURA DE AMOR

LOCURA DE AMOR

Un grupo de personas sentadas en el suelo Descripción generada automáticamente con confianza media
«Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5, 10).

Madre nuestra: en el Sermón de la Montaña Jesucristo nos muestra su corazón misericordioso a través de las bienaventuranzas, que son promesas que responden al deseo natural de felicidad que tenemos todos.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica que esas bienaventuranzas iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana. Son promesas que sostienen la esperanza en las tribulaciones, asegurándonos bendiciones y recompensas que quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

San Agustín dice que todos nosotros queremos vivir felices, y nadie lo puede negar. Y eso explica que busquemos constantemente a Dios, porque buscamos tener una vida feliz; buscamos que viva nuestra alma, porque nuestro cuerpo vive del alma, y el alma vive de Dios.

Sin embargo, Jesús dice que son dichosos los pobres, los que sufren, los que lloran, los que son perseguidos…, lo cual contrasta con el deseo natural de felicidad. Por eso hay que entender bien la doctrina del Maestro, quien nos enseñó con su vida a buscar la perfección, para ser santos glorificando a Dios con nuestra vida.

Enséñanos, Madre, a vivir heroicamente las virtudes para parecernos a Jesús, quien nos mostró con su vida y con su predicación, con su locura de amor, el camino para llegar al Cielo, confirmándolo a través de la locura de la cruz.

 

Hijo mío: que la santidad de cada alma glorifique al Señor.

La vocación de todo cristiano es la santidad.

Ven conmigo. Vamos y acompáñame a meditar todas estas cosas que hay en mi corazón, y que quiero compartir contigo, para que las hagas tuyas, y las vayas meditando poco a poco en tu corazón.

No quieras comprenderlas con la razón, sino con la gracia de Dios que derrama en tu corazón.

El Espíritu Santo ha infundido en tu corazón el deseo de ser santo. Te ha envuelto en el misterio del maravilloso don de la santidad, que es la búsqueda de la perfección, para glorificar con tu vida a Dios.

Se necesita ese deseo puro y santo de llegar al Cielo.

Se necesita creer en Cristo, el Señor.

Se necesita querer ser dichoso en este mundo, dando la vida por el Hijo de Dios, para recibir el don de la locura de amor, indispensable para ser contado entre los santos de Dios.

¿Y qué es la locura de amor?

Es amar a Dios por sobre todas las cosas.

Manifestarle ese amor con todo el corazón.

Amando al prójimo como a ti mismo.

Obrando la caridad sin importar ser juzgado, criticado, perseguido, injuriado, torturado, viviendo en la dicha de ser un mártir de amor.

Decidido a dar la vida por Cristo, para alcanzar la santidad haciendo sus obras, sin avergonzarse, sin lamentarse, sin preocuparse, con sencillez, con humildad, con libertad, con el espíritu de hijo de Dios.

Adorando la Sagrada Eucaristía.

Participando fielmente en la Comunión de los santos.

Venerando y pidiendo la intercesión a aquellos santos del Cielo que han vivido como tú, y han sido virtuosos como yo.

Abriendo tu alma, exponiendo las intenciones de tu corazón, enseñándole al mundo a vivir inmersos en la locura de la cruz.

Abrazando el sufrimiento tan fuertemente, que llegues a sentir la dicha de desear tu propia muerte para gozar de la vida de la resurrección, y glorificar, con los santos en el Cielo, eternamente a Dios.

Y aún más, experimentar el deseo de seguir viviendo, para seguir sirviendo en este mundo a tu Señor, conquistando almas para Él.

Soportando los sufrimientos, las persecuciones, las dificultades, los obstáculos, las calamidades, por amor a Dios y al prójimo.

Renunciando incluso a tu deseo de Cielo para desear la santidad, no solo para ti, sino para todos aquellos que no pueden desear el Cielo, porque no han tenido la dicha de conocer la verdad que se te ha revelado a ti; y tu deseo de Cielo se transforme en el deseo de evangelizar, para santificarte santificando a los demás, y así, tu deseo de Cielo se transforme en realidad.

Que los santos intercedan por ti para que seas dichoso y comprendas todas estas cosas que meditas en tu corazón, y seas contado entre las almas benditas que glorifican con su vida a Dios.

¡ALELUYA!

¡Muéstrate Madre, María!

(En el Monte Alto de la Oración, n. 204)

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