04/09/2024

Mt 5, 20-26


«Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda» (Mt 5, 23-24).

 

Madre nuestra: es probable que muchos fieles no sean conscientes de la importancia del rito de la presentación de las ofrendas en la Santa Misa. Hay que estar atentos a las palabras del sacerdote celebrante, cuando alaba al Padre en acción de gracias por el pan y el vino, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Suele recogerse durante ese momento de la Misa la limosna que ofrecen los fieles para socorrer el sustento de los sacerdotes y las demás necesidades propias para proveer el culto divino. Y esa limosna también es “fruto del trabajo del hombre”. De modo que se hace una sola ofrenda, que incluye también tantas otras cosas que conviene unir en ese momento al pan y al vino, con la intención del corazón.

Y el Señor nos habla también de la importancia de reconciliarse con el hermano antes de presentar la ofrenda, ya sea porque debamos perdonar, o porque tengamos que pedir perdón. Podemos decir que el mismo Dios es paciente, y espera que cumplamos primero con nuestra parte de “perdonar a los que nos ofenden”, para que Él pueda “perdonar nuestras ofensas”. De esa manera podemos rezar con la conciencia tranquila el Padre nuestro antes de la Comunión.

Madre, ¿cómo debe ser nuestra ofrenda de la misa, para que sea agradable a los ojos de Dios?

 

Hijo mío: ven conmigo, vamos a presentar tu ofrenda al Señor en el altar.

Tu ofrenda son tus oraciones, tu vida de piedad, tus buenas obras, tu compasión, tu misericordia, tu caridad, tus buenas intenciones, tu trabajo, tu apostolado, tu entrega a Dios, tu amor, la práctica de las virtudes, tus ruegos de intercesión, tus renuncias para hacer la voluntad de Dios, tu agradecimiento por todo lo que Dios te ha dado, y también el dolor por tus pecados, siempre cuando pidas perdón, acudiendo al sacramento de la confesión.

Es así como tu ofrenda tiene valor. Pero solo será agradable al Padre si unes tu ofrenda a la cruz de tu Señor, presentándola en el altar, para que, unida al vino y el pan, se transforme en el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía, como las gotas de agua que el sacerdote agrega al vino en el cáliz, para que todos sean unidos al único y eterno sacrificio agradable a Dios, el sacrificio de Jesucristo nuestro Señor.

Pero tu ofrenda debe ser una ofrenda de amor, y no estar manchada de orgullo ni de rencor. Mucho menos de culpa por alguna mala acción.

Por tanto, antes de presentar tu ofrenda, revisa tu conciencia y tu corazón. Si tienes que arreglar cuentas con uno de tus hermanos, deja tu ofrenda, ve y reconcíliate con él, perdona y pide perdón.

Sabrás si hay cuentas que arreglar si no tienes paz en tu corazón.

Hijo mío: esto es fácil de entender: “nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su prójimo, a quien sí ve”.

De nada sirven tus ruegos, tus rezos, tus alabanzas, tu trabajo, tu apostolado, tus ofrendas.

Si no tienes caridad, nada tienes para dar.

Tu ofrenda carece de valor si a tus hermanos les guardas rencor; si deseas el mal, aunque sea a tus enemigos; si obras el mal, aunque sea por justicia de tu propia mano.

Aunque vengas de rodillas a presentarte ante el Señor, tu ofrenda no aceptará si has faltado a la caridad. Pero te da la oportunidad de pedir perdón y de perdonar.

Él es paciente, y espera a que vuelvas reconciliado con tus hermanos, y absuelto de tus pecados bien confesados. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: eso es lo que rezas diariamente en el Padre nuestro, la oración perfecta que Jesús nos enseñó.

En la medida que tú perdones, hijo mío, tú también serás perdonado.

En la medida que tú des, a ti te será dado.

De la manera que tú trates a los demás, serás tratado.

Conviene, por tanto, hijo mío, que tengas caridad y trates bien a tus hermanos; que hagas obras de misericordia con los más necesitados, porque está escrito que los misericordiosos recibirán misericordia.

Caridad también es dejarte encontrar por aquel que te busca, porque se quiere reconciliar.

Caridad también es pedir perdón y perdonar.

Cuando tu ofrenda esté lista, ponla en mis manos. Yo misma la voy a presentar en el altar.

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 64)