«Han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda» (Mt 5, 38-39).
Madre nuestra: es conocida la oración de san Francisco, pidiéndole a Dios ser instrumento de paz. Se le pide poder llevar el amor, el perdón, la unidad y la paz a donde se carece de ella.
Y el Santo Evangelio recoge, en el relato de la Última Cena, cuando Jesús nos deja el mandamiento del amor, diciendo que nos conocerán como sus discípulos si nos amamos unos a otros.
Y es que muchas veces resulta difícil llevar ese amor a la práctica, sobre todo si nosotros somos ofendidos por algún hermano. La reacción a la ofensa dependerá muchas veces del carácter del ofendido, pero Jesús nos pide que reaccionemos con sentido sobrenatural, sin dejarnos llevar por ese carácter, para no faltar a la caridad.
Es difícil, pero tenemos el ejemplo del Señor, que perdonó a los que lo acusaron y crucificaron; y el de tantos mártires, que ofrecieron sus tormentos a Dios, perdonando a sus agresores, y pidiendo por ellos, como san Esteban.
¿Qué nos aconsejas, Madre, para poder vivir bien este mandato tan importante que nos hace Jesús?
Hijo mío: “No hagas resistencia al hombre malo”.
Eso te dice Jesús.
Y yo te aconsejo que hagas lo que Él te dice.
Quiere decir que tú, que eres un hombre bueno, que tienes rectas intenciones en tu corazón, que luchas y te esfuerzas por alcanzar la santidad, que amas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, no te comportes según la carne, sino déjate, con docilidad, mover por el Espíritu de la verdad.
No te comportes como los hombres malos, sino con la dignidad de hijo de Dios que Él te ha dado.
Tú eres instrumento de paz. Ama a tus amigos, y también a tus enemigos, y encontrarás paz en tu alma.
¿Te parece injusto poner la otra mejilla?
¿Te cuesta comportarte con la virtud de Cristo?
Esfuérzate más. Lucha más.
Pide la ayuda del Espíritu Santo, para que puedas dominar tus pasiones y tus emociones.
Rechaza esos sentimientos que perturban tu corazón y te impulsan a comportarte de un modo que no deseas.
No hagas el mal que no quieres hacer.
No ofendas a Dios con tus reacciones impulsivas y egoístas.
Ten compasión de aquel que te ofende.
Sé generoso, porque tú tienes lo que él no tiene. Dale lo que le falta, dale la paz de Dios que tú has encontrado en tu alma.
Los pleitos, las guerras, las diferencias, las discusiones, se dan entre dos. Uno solo no puede hacerse la guerra a sí mismo. Y si quiere hacerle la guerra a otro, pero no lo encuentra, si no tiene ocasión, si encuentra calma, paz, comprensión, perdón, se enfriarán los ánimos, todo pasará.
Y si no se conforma, se irá a otro lado a hacer la guerra, porque contigo no podrá. Tú vive con alegría, con serenidad. No pierdas la paz, que es un tesoro que Dios te da.
Ten calma, reza, y no te preocupes. Acepta la voluntad de Dios y deja que Él resuelva lo que a ti te aqueja. Tú practica las virtudes, abrazando tu cruz, y sigue a Jesús, llevando la paz a todo lugar a donde vas.
No juzgues y no serás juzgado.
Soporta todo por amor a Dios y a tus hermanos.
Permanece al pie de la cruz de tu Señor, y pide perdón por las veces que tú te has equivocado, cuando el Señor te ha pedido que apagues tu sed de venganza, que no reacciones con mal ante el mal, sino que hagas el bien a quien te hace el mal, y has fallado.
Corrígete y ama a tus amigos y a tus enemigos. Entonces serás dichoso, conservarás la paz de tu corazón, y vivirás unido al Corazón de Cristo en el perfecto amor.
Que el Espíritu Santo te conceda la gracia de la perseverancia en la fe, en la esperanza y en la caridad, para que seas ejemplo y un buen instrumento de paz.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 58)