«Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa (…) No se preocupen por lo que van a decir, porque en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes» (Mt 10, 17-20).
Madre mía: desde el comienzo de la vida de la Iglesia ha habido muchos mártires de Cristo, muchos testigos que han ofrecido su vida por la causa del Evangelio, llenos de fe y de amor, convencidos de que su testimonio era necesario, como es necesario que el grano de trigo muera para dar mucho fruto.
Se entiende más que las persecuciones contra los cristianos se lleven a cabo en lugares alejados de Dios, que confunden la predicación apostólica con intereses ajenos al mensaje de salvación.
Pero, en nuestro tiempo, no es raro que haya también persecución en ambientes que se consideran cristianos, debido a que se ha enfriado la fe y, sobre todo, el amor. Un discípulo fiel de Cristo es un testimonio vivo de fe, y resulta un reclamo para los que no quieren comportarse de acuerdo al Evangelio.
Por eso Jesús advirtió de lo que iba a suceder, y prometió su asistencia y la del Espíritu Santo para mantenernos firmes.
Sabemos que tampoco nos falta tu ayuda, Madre, para ser fieles ante la tribulación. Bajo tu amparo nos acogemos, permaneciendo unánimes contigo en la oración, esperando la fuerza divina, en un nuevo Pentecostés.
Hijo mío: todos aquellos que han sido elegidos y enviados como discípulos de Cristo, que son todos los bautizados, tienen el deber de dar testimonio de fidelidad y de amor al mismo Cristo, que los envió como corderos en medio de lobos.
Y aun entre los bautizados, hay algunos que se comportan no como corderos, sino como lobos.
Cuídense ustedes de la gente que no tiene escrúpulos, que no tiene fe; que están lejos de Dios, porque no han querido permanecer unidos a Él.
Cuídense también de aquellos que desean hacer el bien y están confundidos, y en el fanatismo sumergidos, y sometidos a la enfermedad de la soberbia.
Cuídense aún más de los lobos disfrazados de ovejas, que usan a las personas y a las obras de caridad –aparentando tener intenciones buenas–, para sus propios intereses, para sacar ventaja, para hacer negocios, y manchan lo bueno con sus obras malas. Ellos querrán convencerlos de su doctrina falsa.
Tú, hijo mío, persevera en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Pon toda tu confianza en Cristo, y abre tu corazón con docilidad, para que el Espíritu Santo a través de ti pueda actuar.
Pon en Él toda tu seguridad. En el momento preciso te dará luz y te dirá lo que debes decir y lo que debes callar.
No te preocupes por nada. Confía en que los corderos, como tú, están resguardados en el refugio de mi Corazón Inmaculado, porque es ahí el lugar más seguro al que conduce a su rebaño el Buen Pastor.
Alégrate cuando seas perseguido por la causa de Cristo. Ten el valor de dar testimonio de Cristo, sin miedo, a todo el mundo, en todo momento y en cualquier lugar.
Pero ten cuidado, sé astuto, permanece atento al peligro y alejado de la tentación, y sé sencillo y humilde, procurando permanecer en la gracia de Dios a través de los sacramentos. Recíbelos con frecuencia y haz oración. Esa es la mejor protección. Es así como te mantengo seguro bajo mi manto, en el refugio de mi Corazón.
Y aunque el Señor te ha dicho que todos te odiarán por su causa, considera que hay muchos otros como tú, que no te odiarán, sino que te amarán, porque en ti, como tú en ellos, a Cristo verán.
Soporta con paciencia los errores de los demás, y atrévete a manifestarle al mundo tu amor por Cristo, a través de la caridad con el prójimo, amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
Ese es el testimonio que es veraz, la fe puesta en obras. Es así como convencerás a aquellos que no creen de que tú vives en la verdad.
La Adoración Eucarística es la manifestación más grande del amor a Cristo de los creyentes, de los que tienen fe, de los que aman a Dios por sobre todas las cosas.
Deja que se vean tus buenas obras, pero no te gloríes en ellas, sino que asegúrate de enseñar el camino a los demás, hacia Cristo, a través de ellas.
Pide la gracia al Espíritu Santo para que perseveres hasta el final, firme en la fe, en la esperanza y en la caridad, porque el Señor ha prometido que todo el que persevere hasta el final se salvará.
Yo te aconsejo que no andes solo por ahí. Aunque tu intención sea evangelizar y dar testimonio de tu Señor, rodéate de otros como tú, haz comunidad, reconociendo con humildad que los lobos son más fuertes que tú y pueden hacerte tropezar y caer, porque, aunque se disfracen de buenas ovejas, su intención es a las ovejas comer, debilitando su fe.
¡Pero tú tienes la fuerza del Espíritu Santo!, que es la fuerza de Dios, para derribarlos, para vencer al mundo, para evadir los golpes y brincar cualquier obstáculo. Pide con humildad su ayuda, y abandónate con docilidad a sus mociones, a sus inspiraciones, a su luz.
Sé obediente y persevera con el corazón dispuesto a ser morada del Espíritu Santo toda tu vida, hasta la muerte, confiado en que Él te dará los medios, el amor y la fe que te faltan, para hacer las obras de Dios, para perseverar, y a la hora de tu muerte vida eterna te dará.
No tengas miedo, hijo mío, de ser llamado “loco”, por vivir enamorado de Cristo. Deja que se te note, con sencillez, que eres un discípulo fiel, que eres todo de Él, y esa es la causa de tu alegría.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 35)