«Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron» (Mt 13, 3-4).
Madre mía: la parábola del sembrador resulta muy fácil de entender, sobre todo porque es el mismo Cristo quien la explica, dando ejemplos gráficos sobre lo que sucede con la semilla, la Palabra de Dios, cuando el terreno en donde cae no es el adecuado.
La gente de su tiempo iba en multitudes siguiendo a Jesús, y no les importaba quedarse sin comer por el solo deseo de escucharlo. Aquellos guardias que fueron enviados a capturarlo dijeron a los sacerdotes y fariseos: “nadie ha hablado como este hombre”. San Pedro le dijo una vez: “Señor, ¿a quién iremos?, tú tienes palabras de vida eterna”.
Y sabemos, por el Evangelio de Juan, que el Verbo, la Palabra, se hizo carne, y habitó entre nosotros. La Palabra de Jesús no solo convertía los corazones, sino que calmaba las tormentas, curaba enfermos, expulsaba demonios y resucitaba muertos. Es una palabra viva, que penetra el corazón, y es más cortante que una espada de dos filos.
Enséñame, Madre, a darme más cuenta de que esa Palabra de Dios sigue viva y tiene el mismo poder, sobre todo para iluminar los corazones y mostrarnos el camino de la santidad. Y ayúdame a que mi corazón esté bien dispuesto, a que sea un buen terreno para recibir la semilla y dar fruto en abundancia.
Hijo mío: es necesario hacer oración. Pero un consejo te doy.
Aprende del Maestro. Aprende de Jesucristo, que es el Señor.
Escucha su Palabra, y haz oración, meditándola en tu corazón.
Es así, con el corazón bien dispuesto, y a través de la Palabra, como lo puedes ver y oír.
Yo te aseguro que, si procuras cada día leer el Evangelio y llevarlo a la oración, con el corazón bien dispuesto, la semilla que arrojará el Sembrador sobre la tierra buena de tu corazón producirá fruto en abundancia.
Pero la tierra se cultiva en el silencio de la oración, procurando permanecer lleno de la gracia de Dios, frecuentando los sacramentos, alimentando tu fe, y poniéndola en práctica.
Mira hacia adentro y dime, ¿cómo es, en este momento, la tierra de tu corazón?
¿Es acaso tierra ligera?, ¿o un camino lleno de espinas?
¿Es acaso terreno pedregoso?, ¿o lo has cuidado y sigue siendo la tierra buena que el Señor te dio?
¿Qué sucede dentro de ti cuando escuchas la Palabra de Dios?
Si te mueve y te motiva a hacer las obras de Dios, entonces agradece, porque está sano tu corazón.
Persevera, escuchando la Palabra y poniéndola en práctica, para que des fruto al ciento por uno para Dios.
Glorifícalo cada día con tu vida, y enseña a otros y motívalos para que hagan lo mismo.
Pero si en ti descubres que no hay cambio alguno…
Que la indiferencia no te permite aprovechar nada de lo que la Palabra te enseña…
Si te gana el desgano o la pereza, y no haces lo que el Señor te dice…
Si dejas pasar el tiempo, caminando en medio del mundo como si Dios no existiera…
Si sientes que en ti no hay acción de la Palabra que te mueva, que te inquiete el corazón, que te hiera el alma…
¡Ten cuidado!, porque quiere decir que, aunque piensas que estás vivo, tienes el alma muerta.
Pero no te preocupes, hijo mío. El Señor es el Dueño de la vida, Él es la vida.
Pídele que obre en ti, dispón tu corazón, abre tus ojos y tus oídos, acércate al Sagrario, en donde Jesús te está esperando y se alegrará al ver tu corazón contrito y humillado, y te volverá a la vida.
De ahora en adelante pon atención, busca conocer al Señor, desea con todo tu corazón ser tierra buena.
Pídele al Sembrador que me envíe a mí a remover, a limpiar y a abonar tu tierra.
Si tú me entregas tu corazón, no te lo devolveré, se lo daré al Señor, y Él lo transformará en un bello jardín lleno de rosas de dulce aroma de santidad que será un deleite para mí.
Yo te ayudaré, no tengas miedo. Quiero hacerte comprender que la Palabra está viva. La Palabra es el mismo Cristo, que dio por ti su vida, que te salva y te santifica.
Disponte, hijo mío, con todo tu ser, a recibirla. Te hará mucho bien.
El que medita la Palabra de Dios, en el monte alto de la oración, nunca irá de bajada, su camino será siempre una tierra buena en donde otros podrán subir, para llegar alimentados con los frutos de tan verde y frondoso huerto al Paraíso, en donde no solo serán alimentados, sino saciados.
Escucha la Palabra escrita en el Evangelio. Es CRISTO VIVO quien te habla.
Recuerda las palabras del Señor, que te dice: “Cielos y tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará”.
Se cumplirá hasta la última letra, y todo aquel a quien Dios envía su Palabra es transformado y da fruto, porque jamás regresa a Él vacía.
Que el Espíritu Santo te dé el don del entendimiento y la sabiduría.
¡Muéstrate Madre, María!
(En el Monte Alto de la Oración, n. 31)