04/09/2024

Mt 16, 24-28


«¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces dará a cada uno lo que merecen sus obras» (Mt 16, 26-27).

 

Madre nuestra: son tan claros los textos del santo Evangelio sobre la retribución en la vida eterna, que basta tener un poco de fe para darse cuenta de que vale la pena desprenderse de las cosas de la tierra para atesorar en el cielo.

Pero a veces es tanta la debilidad de los hombres, que, aun así, prefieren “ganar el mundo entero” a costa de perder la vida eterna. Hay una ceguera espiritual que impide darse cuenta de la desproporción entre los tesoros de la tierra, que son caducos, y los tesoros en el cielo, que son infinitos en la vida eterna.

Tu Hijo Jesús prometió a sus discípulos el ciento por uno en la tierra, y luego la vida eterna, a los que dejen todo para seguirlo. Esa promesa también hay que tomarla en cuenta, para no pensar que la renuncia que pide el Señor implica amargarse la vida en la tierra, perdiendo la felicidad y la paz. Todo lo contrario.

La verdadera felicidad y la paz en esta vida la encuentra uno cuando cumple la voluntad de Dios, viviendo el mandamiento de la caridad, haciendo todo por amor de Dios y por amor al prójimo, sintiendo la satisfacción de estar continuamente atesorando en el cielo, para disfrutar después esos tesoros en el Paraíso, junto con el amor de Dios, de tu compañía, y la de todos los ángeles y santos.

Danos, Madre, la fe y el amor que necesitamos para decidirnos a perder la vida aquí en la tierra, sirviendo al Señor haciendo lo que Él nos pide.

 

Hijo mío: vamos al monte alto a orar.

Contempla desde estas alturas la tierra: todos los pueblos, las maravillas, los mares, los campos, las montañas, los bosques, las ciudades con edificios altos, las pequeñas poblaciones, y todo lo que ha sido construido por las manos de los hombres.

¡Hay tanta belleza! ¡Hay tanta riqueza!

Ahora mira dentro de ti, y descubre qué de todo eso deseas.

Para qué trabajas.

En dónde inviertes lo que ganas.

Cuáles son los tesoros que acumulas.

Cuáles son los deseos de tu corazón. ¿Poder? ¿Riqueza? ¿Fama?

Qué pedirías si pudieras escoger

Con qué te quedarías

Qué atesorarías

Y luego dime para qué.

Si todo eso fuera tuyo, si poseyeras el mundo entero, si tuvieras escrituras de muchas tierras a tu nombre, y el poder y los medios para explotarlas, para construir y edificar grandes empresas; y si tuvieras poder sobre las naciones, y fueras el hombre más rico sobre la tierra, ¿te sentirías satisfecho? ¿Encontrarías la felicidad y la paz que tanto deseas?

Y si así pensaras, y si así fuera, ¿crees que eso sería suficiente para alcanzar la vida eterna?

No ha habido en esta tierra hombre alguno que no caiga en la tentación y tenga el riesgo de perderse en medio de la abundancia de sus bienes.

Ten cuidado, hijo mío, con lo que deseas, porque, por querer ganar el mundo entero, puedes perder tu vida. ¿Y de qué te serviría todo el oro del mundo, propiedades, tierras y riquezas, si no te sirven para comprar la vida eterna?

En esta reflexión ordena los deseos de tu corazón y dale prioridad a lo necesario.

Escucha la Palabra del Señor y haz lo que Él te diga. Él te dice que si quieres estar con Él debes renunciar a ti mismo, a tus deseos efímeros, a tus ambiciones terrenas, a tus ansias de poder.

Te pide que tomes tu cruz y lo sigas.

Tu cruz no son tus posesiones y riquezas, sino la voluntad de Él.

Acepta lo que el Señor quiere para ti y síguelo.

Haciendo la caridad con los más necesitados.

Sirviendo a tus hermanos, perdiendo la vida sirviendo a tu Señor.

Cumpliendo con tus deberes y con tus responsabilidades en medio del mundo, en tu vida ordinaria.

Dando lo más que puedas de ti cada día, y recibiendo lo que el Señor te dará, para que cada día te entregues un poquito más.

Y cuando pienses que ya lo has dado todo, te darás cuenta de que tienes en el cielo acumulado un gran tesoro, y el Señor te dará más, para que entregues tu vida más y más, y multipliques tus tesoros en el cielo, que en la vida eterna gozarás, porque, perdiendo tu vida en este mundo, por Cristo, en Él la vida verdadera y eterna encontrarás.

Como conclusión de esta reflexión, corrige tu camino.

Desecha los malos deseos de tu corazón.

Disfruta lo que el Señor te da, aunque es pasajero, poniendo tus bienes al servicio de Cristo en obras de caridad.

Entonces encontrarás en tu corazón la verdadera felicidad y la paz, que ni el dinero, ni el oro, ni las tierras, ni las propiedades, ni el poder pueden comprar.

Ten valor de renunciar al mundo. Toma tu cruz con la alegría de unirla a la cruz de Cristo, y síguelo.

Al final del arcoíris no te prometo una olla de oro. Te prometo, al final de tu vida, un infinito tesoro, el eterno Paraíso, que brilla tanto, que opaca el brillo del oro. Ese brillo que ilumina más que las estrellas: el brillo de las almas santas, que gozan en la gloria de Dios.

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(En el Monte Alto de la Oración, n. 114)