La Sagrada Familia de Jesús, María y José (ciclo A)


La Sagrada Familia de Jesús, María y José (ciclo A)

(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)

  • DEL MISAL MENSUAL
  • BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
  • SAN JUAN CRISÓSTOMO (www.homiletica.com.ar)
  • FRANCISCO – Ángelus 2013 y 2019
  • DIRECTORIO HOMILÉTICO - Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  • RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
  • PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
  • FLUVIUM (www.fluvium.org)
  • PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
  • BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
  • Homilías con textos de homilías pronunciadas por el Beato Juan Pablo II
  • Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
  • Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
  • HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
  • Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España) (www.evangeli.net)
  • EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

***

Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes  (www.lacompañiademaria.com), para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para preparar la homilía dominical (lacompaniademaria01@gmail.com).

Si desea recibirlo directamente a su correo, puede pedir suscripción a doctos.de.interes@gmail.com.

Para recibirlo por WhatsApp: https://chat.whatsapp.com/DR9b0DTzR2L5g6uevTmLMP

***

DEL MISAL MENSUAL (www.laverdadcatolica.org)

EL QUE RESPETA AL SEÑOR

Sir 3, 3-7. 14-17; Col 3, 12-21; Mt 2,13-15. 19-23

Honra a sus padres, sentencia el fragmento del Sirácide. El marco de la fiesta de la Sagrada Familia es más que oportuno para reafirmar la importancia de la familia. Para Jesús Ben Sirá, autor de este libro, no existen dudas. Quien respeta a Dios traduce ese respeto en cuidado y honra hacia sus padres. Jesús aprendió en la infancia a subordinarse a la voluntad de sus padres, el honor debido a su padre lo manifestó ejerciendo el mismo oficio de carpintero. El respeto hacia su madre lo mostró acatando su autoridad mientras permaneció en Nazaret. Cuando entendió que era oportuno atender a la vocación que su padre celestial le confiaba, se dispuso a vivir en libertad, predicando el reinado de Dios. Una familia es una comunidad de vida y de amor, que forma personas maduras. Si consideramos a Jesús como fruto de su educación familiar, hemos de inferir que provenía de una madre y un padre ejemplares.

ANTÍFONA DE ENTRADA Lc 2, 16

Llegaron los pastores a toda prisa y encontraron a María y a José, y al niño recostado en un pesebre.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios, que te dignaste dejarnos el más perfecto ejemplo en la Sagrada Familia de tu Hijo, concédenos benignamente que, imitando sus virtudes domésticas y los lazos de caridad que la unió, podamos gozar de la eterna recompensa en la alegría de tu casa. Por nuestro Señor Jesucristo....

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

El que teme al Señor; honra a sus padres

Del libro del Sirácide (Eclesiástico): 3, 3-7.14-17

El Señor honra al padre en los hijos y respalda la autoridad de la madre sobre ellos. El que honra a su padre queda limpio de pecado; y acumula tesoros, el que respeta a su madre.

Quien honra a su padre, encontrará alegría en sus hijos y su oración será escuchada; el que enaltece a su padre, tendrá larga vida y el que obedece al Señor, es consuelo de su madre.

Hijo, cuida de tu padre en la vejez y en su vida no le causes tristeza; aunque se debilite su razón, ten paciencia con él y no lo menosprecies por estar tú en pleno vigor. El bien hecho al padre no quedará en el olvido y se tomará a cuenta de tus pecados.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 127, 1-2. 3. 4-5.

R/. Dichoso el que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien. R/.

Su mujer, como vid fecunda, en medio de su casa; sus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de su mesa. R/.

Esta es la bendición del hombre que teme al Señor: “Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida”. R/.

SEGUNDA LECTURA

La vida en familia, de acuerdo con el Señor

De la carta del apóstol san Pablo a los colosenses: 3,12-21

Hermanos: Puesto que Dios los ha elegido a ustedes, los ha consagrado a él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión.

Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a la que han sido llamados, como miembros de un solo cuerpo. Finalmente, sean agradecidos.

Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales; y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo.

Mujeres, respeten la autoridad de sus maridos, como lo quiere el Señor. Maridos, amen a sus esposas y no sean rudos con ellas. Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque eso es agradable al Señor. Padres, no exijan demasiado a sus hijos, para que no se depriman. 

Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Col 3, 15. 16

R/. Aleluya, aleluya.

Que en sus corazones reine la paz de Cristo; que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. R/.

EVANGELIO

Toma al niño y a su madre y huye a Egipto.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 2, 13-15. 19-23

Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño ya su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.

José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya murieron los que intentaban quitarle la vida al niño”. Se levantó José, tomó al niño y a su madre y regresó reinaba en Judea en lugar de su padre, Herodes, tuvo miedo de ir allá, y advertido en sueños, se retiró a Galilea y se fue a vivir en una población llamada Nazaret. Así se cumplió lo que habían dicho los profetas: Se le llamará nazareno.

Palabra del Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación, y te pedimos humildemente que, por la intercesión de la Virgen Madre de Dios y de san José, fortalezcas nuestras familias en tu gracia y en tu paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Bar 3, 38

Nuestro Dios apareció en el mundo y convivió con los hombres.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Padre misericordioso, haz que, reanimados con este sacramento celestial, imitemos constantemente los ejemplos de la Sagrada Familia, para que, superadas las aflicciones de esta vida, consigamos gozar eternamente de su compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor.

_________________________

BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)

El que teme al Señor honra a sus padres (Si 3,3-7.14-16)

1ª lectura

La sabiduría tradicional invita a observar atentamente lo que sucede, para encontrar los modos más eficaces de alcanzar la felicidad. Desde esa perspectiva se contemplan ahora las relaciones de los hijos con sus padres: honrar a los padres trae beneficios.

Sin embargo, la perspectiva de Ben Sirac es, por encima de todo, religiosa. El Decálogo así lo establecía claramente: «Honra a tu padre y a tu madre, como te mandó el Señor, tu Dios, para que se alarguen tus días y te vaya bien en la tierra» (Dt 5,16; cfr Ex 20,12), y estos versículos son una preciosa glosa, en la que no se ahorran elogios para quien cumple delicadamente este mandamiento. Con todo, el v. 3 señala también un hondo motivo para vivir la piedad filial: los buenos hijos son, sobre todo, honra gloriosa para los padres. Con razón la liturgia de la Iglesia recoge estos versículos como primera lectura en la fiesta de la Sagrada Familia, pues Dios honró a Santa María y a San José con Jesús.

Finalmente (cfr vv. 14-16), el texto se detiene en los deberes de piedad filial cuando los padres no pueden valerse por sí mismos: «El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cfr Mc 7,10-12)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2218).

La vida de familia (Col 3,12-21)

2ª lectura

Las virtudes que enumera el Apóstol como características del hombre nuevo son diversas manifestaciones de la caridad que es el «vínculo de la perfección» (v. 14). «Si el amor no va por delante, no se cumplirá ninguno de los preceptos. Pues sólo dejamos de hacer el mal a los demás y nos preocupamos de hacer el bien, cuando amamos a los demás» (Severiano de Gábala, Fragmenta in Colossenses).

Haciendo las cosas bien, por amor, todas las realidades auténticamente humanas son santificables y deben ser santificadas (v. 17). Os aseguro (...) que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intranscendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte (...) parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria (S. Josemaría Escrivá, Conversaciones, n. 116).

La aplicación de la doctrina precedente a la vida familiar (3,18-21) tiene su fundamento en la caridad y en la necesidad de comportarse cara a Dios. Las funciones del padre, la madre y los hijos adquieren también así un sentido nuevo. En toda familia debe haber un «intercambio educativo entre padres e hijos (cfr Ef 6,1-4; Col 3,20 s.), en que cada uno da y recibe. Mediante el amor, el respeto y la obediencia a los padres, los hijos aportan su específica e insustituible contribución a la edificación de una familia auténticamente humana y cristiana (cfr Gaudium et spes, n. 48). Cumplirán más fácilmente esta función si los padres ejercen su autoridad irrenunciable como un verdadero y propio “ministerio”, esto es, como un servicio ordenado al bien humano y cristiano de los hijos, y ordenado en particular a hacerles adquirir una libertad verdaderamente responsable» (Juan Pablo II, Familiaris consortio, n. 21).

La huida a Egipto (Mt 2, 13-15. 19-23)

Evangelio

S. Juan Crisóstomo, a propósito de este pasaje, subraya la fidelidad y obediencia de José: «Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: esto parece un enigma. Tú mismo me decías no ha mucho que El salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje, un largo desplazamiento... Pero nada de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: Y estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso quedó paralizado, sino que obedece y cree y soporta todas las pruebas con alegría» (Hom. sobre S. Mateo, 8).

Es de notar también el claroscuro de la acción de Dios respecto a los elegidos: junto a las mayores alegrías han de sobrellevar sufrimientos intensos. «Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José» (Ibidem).

    El texto de Oseas 11,1 habla de un niño que sale de Egipto y que es hijo de Dios. Se refiere en primer lugar al pueblo de Israel, a quien Dios sacó de Egipto por medio de Moisés. Pero ese acontecimiento era una figura de Jesús, cabeza del nuevo Pueblo de Dios, que es la Iglesia. En Él se cumple principalmente esta profecía. El texto sagrado presenta una cita del Antiguo Testamento a la luz de su plenitud, Jesucristo. El Antiguo Testamento tiene su sentido pleno en Cristo y, según S. Pablo, leerlo sin tener en cuenta a Jesús es tener los ojos cubiertos con un velo (cfr 2 Cor 3,12-18).

Sobre la figura de Herodes cfr nota a Mt 2,1. Dios permite la maldad y crueldad de Herodes que intenta dar muerte al Niño, al mismo tiempo que en su conducta cruel se cumple la profecía de Ier 31,15. La Iglesia ha visto en estos niños los primeros mártires que dan su vida por Cristo. El martirio les justificó y obró en ellos la misma gracia que confiere el Bautismo: es el Bautismo de sangre.

Santo Tomás comenta el pasaje de este modo: «Puesto que no podían hacer uso de su libertad, ¿cómo se puede decir que murieron por Cristo? (...) Dios no hubiese permitido esa matanza si no hubiese sido útil a aquellos niños. S. Agustín dice que dudar de que tal matanza fue útil a esos niños es lo mismo que dudar de que el Bautismo sea útil a los niños. Pues los inocentes sufrieron como mártires y confesaron a Cristo —non loquendo, sed moriendo— no hablando, sino muriendo» (Comentario sobre S. Mateo, 2,16).

Ramá fue la ciudad en que Nabucodonosor, rey de Babilonia, reunió a los prisioneros israelitas. Por estar situada en la tribu de Benjamín, Jeremías pone en boca de Raquel, madre de Benjamín y José, las lamentaciones por los hijos de Israel.

La magnitud de la desgracia de los desterrados a Babilonia era tal que Jeremías expresa poéticamente que el dolor de Raquel es demasiado grande para aceptar consuelo.

«Cuando murió Raquel la enterraron en el hipódromo próximo a Belén. Como el sepulcro estaba cercano y la heredad pertenecía a su hijo Benjamín —Ramá era de la tribu de Benjamín—, por el cabeza de la tribu y por el lugar del sepulcro, pudo razonablemente llamar hijos de Raquel a los niños degollados en Belén» (Hom. sobre S. Mateo, 9).

Jesús era conocido por todos como procedente de Nazaret, el «Nazareno». Para las autoridades judías este nombre tuvo sentido despectivo (cfr Jn 1,46; 19,19). Aún en tiempos de San Pablo, los judíos que no creían intentaban humillar a los cristianos dándoles el nombre de nazarenos (cfr Hch 24,5). San Mateo, en cambio, ve en el nombre «nazareno» el cumplimiento de las profecías y el carácter mesiánico de Jesús.

_____________________

SAN JUAN CRISÓSTOMO (www.homiletica.com.ar)

POR QUÉ NO SE SALVAN JUNTOS EL NIÑO Y LOS MAGOS

Cuando los magos se hubieron retirado, he aquí que el ángel del Señor se aparece a José en sueños y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto. Aquí hemos de resolver una dificultad acerca de los magos y acerca del niño. Porque, si es cierto que aquéllos no se alborotaron y todo lo aceptaron con obediencia, no por ello hemos nosotros de dejar de preguntarnos por qué no se salvan, aun quedándose allí, los magos y el niño, sino que aquéllos son enviados a Persia y éste tiene que huir con su madre a Egipto. ¿Pues qué? ¿Queréis que hubiera caído en manos de Herodes, y aun entre sus manos no recibir el golpe mortal? En este caso, se hubiera pensado que no había tomado carne, y no se hubiera creído el gran misterio de la encarnación. Y, en efecto, si, aun sucediendo así las cosas y dispuestas tantas otras de la vida del Señor humanamente, se han atrevido algunos a decir que es un mito eso de que Dios tomara carne, ¿en qué impiedades no hubiera caído de haberlo Él hecho todo divinamente y según su poder infinito? En cuanto a los magos, despáchalos aprisa, primero porque quiere enviar maestros a su patria de Persia y luego porque quiere cortar la locura del tirano Herodes: Que se dé cuenta que emprende una cosa imposible, que apague su furor, que desista de su vano intento. El mismo poder supone vencer tranquilamente a los enemigos que burlarlos con la mayor facilidad. Por lo menos así engañó a los egipcios en favor de los judíos. Podía Dios muy bien haber hecho pasar la riqueza de aquéllos a manos de los hebreos. Sin embargo, manda que eso se haga a escondidas y con engaño (Ez 12, 35s). Lo cual no le hizo menos temible a sus enemigos que cualquiera otro de los milagros.

Así los escalonitas y demás habitantes de aquellas ciudades que, por haber capturado el arca de la alianza, fueron heridos por Dios con plaga de ratones, cuando exhortaron a los suyos a no proseguir la guerra ni ponerse frente a Él, entre los otros milagros, alegaron también éste, diciendo: ¿Por qué endurecéis vuestros corazones como los endurecieron Egipto y Faraón? ¿No es así que sólo cuando se burló de ellos despacharon al pueblo y salió éste de Egipto?” (1 Re 6, 6). Cuando así hablaban, prueba es que para ellos este milagro no era menor que los públicamente realizados, para poner de manifiesto el poder y la grandeza de Dios, Pues también lo sucedido con los magos era bastante para impresionar al tirano. Considerad, en efecto, lo que tuvo que sufrir Herodes y cómo se ahogaría al verse así engañado y puesto en ridículo por los magos. ¿Y qué, si no se hizo mejor? —Eso ya no es culpa de quien todo lo ordenó para que se mejorara. La culpa fui de su extrema locura, que no se rindió a lo que podía haberla calmado y apartado de su maldad. Más bien que rendirse siguió aún más adelante, con lo que recibiría mayor castigo de su insensatez.

POR QUÉ HUYE JESÚS A EGIPTO

¿Y por qué—me diréis—es enviado el niño a Egipto? La razón la da particularmente el evangelista: Porque se cumpliera —dice—lo que fue dicho por el Señor por boca del profeta, diciendo: “De Egipto he llamado a mi hijo” (Os 11, 1). Pero juntamente el Señor anunciaba a toda la tierra un como preludio de buenas esperanzas. Como en Babilonia y Egipto ardía más que en parte alguna el incendio de la impiedad, al mostrar el Señor desde el principio que las ha de corregir y mejorar, persuade a la tierra entera a que tenga buena esperanza. De ahí que a los magos los manda a tierras de Babilonia y Él mismo con su madre marcha a Egipto.

Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña parte para nuestra filosofía ¿Qué enseñanza es ésa? Que desde el principio hay que aguardar tentaciones y asechanzas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él desde los pañales. En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece, Él tiene que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros. Tú que esto oyes, cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual y luego te veas entre sufrimientos intolerables y metido entre peligros sin cuento, no te turbes ni digas: ¿Qué es esto? ¿No merecía yo que se me coronara y proclamara, no merecía ser ilustre y glorioso, puesto que estoy cumpliendo un mandato del Señor?” No, ahí tienes el ejemplo. Súfrelo todo generosamente, sabiendo que eso acompaña particularmente a los espirituales; que ésa es su herencia: tentaciones y pruebas por todas partes. Mira, si no, cómo así sucede con la madre del niño y con los magos. Estos tienen que retirarse como fugitivos, y a aquélla, que no había jamás traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y molesto viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel espiritual alumbramiento. Y mirad otra paradoja: Palestina acecha a la vida del niño, y Egipto le libra de las asechanzas. Y es que no sólo en los hijos del patriarca se daban las figuras, sino también en el Señor mismo. Muchas cosas, en efecto, que habían de suceder más tarde, eran ya de antemano anunciadas por lo que entonces Él hacía. Tal, por ejemplo, lo del asna y su pollino.

PANEGÍRICO DE SAN JOSÉ

Aparecido, pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre. Aquí ya no le dice: “Toma a tu mujer”. Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José estaba asegurado en su fe; el ángel, por ende, puede hablar ya con libertad, y no llama suyos ni a la mujer ni al niño. Toma—le dice—al niño y a su madre y huye a Egipto. Y ahora la causa de la huida: Porque Herodes —le dice— ha de atentar a la vida del niño.

Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: Esto parece un enigma. Tú mismo me decías no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender un viaje y largo desplazamiento. Esto es contrario a tu promesa. Pero nada de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le había dicho: Y estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso se entorpece, sino que obedece y cree y soporta todas las pruebas alegremente. Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba trabajos y dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo la vida de los justos. Tal hizo con José. Si no, mirad. Vió preñada a la Virgen, y esto le llenó de turbación y angustia suma, pues pudo sospechar que su esposa hubiera cometido un adulterio; pero inmediatamente se presentó el ángel, que le disipó la sospecha y quitó todo temor. Ve al niño recién nacido, y ello le procura la más grande alegría; pero bien pronto a esta alegría le sucede un peligro no pequeño: la ciudad se alborota, el rey se enfurece y busca matar al recién nacido. A este alboroto síguele pronto otra alegría: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Tras este placer, otra vez el miedo y el peligro: Porque busca—le dice el ángel—Herodes el alma o vida del niño. Y nuevamente el ángel da orden de huir y cambiar de sitio a lo humano, pues no era aún tiempo de hacer maravillas. Si el Señor hubiera empezado a hacer milagros desde su primera edad, no se le hubiera tenido por hombre. De ahí que tampoco se construye de golpe el templo de su cuerpo, sino que primero viene la concepción, luego la gestación por nueve meses, luego el parto, luego la leche de los pechos, el silencio por todo aquel tiempo; en fin, el Señor espera la edad conveniente de varón a fin de que por todos estos medios sea fácilmente aceptado el misterio de la encarnación. ¿Por qué, pues—me diréis—, se hicieron estos milagros desde el principio? Se hicieron en gracia a la madre, a José, a Simeón, que estaba ya para salir de este mundo; por los pastores, por los magos, por los judíos. Porque, si éstos hubieran querido atender con cuidado a lo que sucedió al principio, no hubieran sacado poco fruto para lo por venir.

POR QUÉ NO HABLAN LOS PROFETAS SOBRE LOS MAGOS. INTERPRETACIÓN DE OSEAS

Que los profetas no hablen acerca de los magos, cosa es que no debe turbarte, pues ni todo lo dijeron ni todo lo callaron. Si Alada hubiéramos oído de ellos, ver de pronto suceder las cosas, nos hubiera producido gran espanto y perturbación; pero saberlo de antemano todo, nos hubiera hecho dormitar y nada hubieran tenido ya que hacer los evangelistas.

En cuanto al texto de Oseas: De Egipto he llamado a mi hijo, los judíos pretenden haber sido dicho por ellos. A esto les podemos responder que es ley de la profecía decir con frecuencia una cosa sobre unos y cumplirse sobre otros. Tal lo que se dice de Simeón y Leví: Yo los dividiré en Jacob y los esparciré en Israel (Gn 49, 7). Lo cual no se cumplió en ellos, sino en sus descendientes. Y lo que Noé dijo sobre Canaán vino a verificarse en los gabaonitas, que eran descendientes de Canaán. Lo mismo pudiera decirse de Jacob. Aquellas bendiciones de su padre Isaac: Sé señor de tu hermano y adórente los hijos de tu padre (Gn 27, 29), no tuvieron en él su cumplimiento— ¿cómo lo iban a tener, cuando él temblaba ante su hermano y mil veces se postraba para adorarle?—, sino en sus descendientes. Lo mismo, en fin, en el texto de Oseas. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse hijo de Dios: el que adora al becerro y se inicia en los misterios de Belfegor (Nm 25, 5) y sacrifica sus hijos a los demonios, o el que es Hijo por naturaleza y honra siempre a su Padre? (Jn 8, 49). De suerte que, de no haber venido este Hijo, la profecía no hubiera tenido cumplimiento conveniente.

LA ESTANCIA EN EGIPTO DEL PUEBLO HEBREO, FIGURA DE LA DEL SEÑOR

Mira, si no, cómo el evangelista da a entender esto mismo al decir: Porque se cumpliera, mostrando que, de no haber venido Cristo, no se hubiera cumplido. Esto hace—y no como quiera—ilustre y gloriosa a la Virgen. Lo que el pueblo judío entero tenía por timbre de gloria—haber salido de Egipto—, eso mismo podía tenerlo ella en adelante. Mucho se enorgullecían, mucho blasonaban ellos de haber salido de Egipto—y el profeta mismo lo da a entender cuando dice: ¿Acaso saqué a los extranjeros de Capadocia, y a los asirios del pozo? (Am 9, 7)—. Pues lo mismo es ahora prerrogativa de la Virgen. Es más, la entrada y salida del pueblo y los patriarcas en Egipto era figura de esta huida y vuelta de la Virgen y el niño. Aquéllos bajaron allí huyendo la muerte por hambre; el niño, huyendo la muerte por insidias de Herodes. Ellos, llegados allí, se vieron libres del hambre; el niño con su venida santificó, toda aquella tierra.

Pero considerad también cómo, entre tantas humillaciones, se descubre también la divinidad del niño. En efecto, al decirle el ángel a José: Huye a Egipto, no le prometió acompañarlos él en el camino, ni a la ida ni a la vuelta, dándole a entender que su mejor compañía era el mismo niño recién nacido. Este niño, apenas aparecido, lo transformó todo, y a sus mismos enemigos los hizo entrar en el servicio de sus designios. En efecto, los magos—unos extranjeros—dejan su superstición patria y vienen a adorarle; César Augusto, por su decreto de empadronamiento, contribuye a su nacimiento en Belén; Egipto le recibe en su huida y le salva de las maquinaciones de Herodes, con lo que se adquiere un título para pertenecerle luego. Así, cuando más adelante oye que se lo predican los apóstoles, él se ufana de haber sido el primero en recibirlo. A la verdad, éste fue privilegio de sola Palestina; sin embargo, Egipto le ganó en fervor.

Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 8, 1-4, BAC Madrid 1955, 147-54

____________________

FRANCISCO – Ángelus 2013 y 2019

2013

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este primer domingo después de Navidad, la Liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. En efecto, cada belén nos muestra a Jesús junto a la Virgen y a san José, en la cueva de Belén. Dios quiso nacer en una familia humana, quiso tener una madre y un padre, como nosotros.

Y hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia por el camino doloroso del destierro, en busca de refugio en Egipto. José, María y Jesús experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por miedo, incertidumbre, incomodidades (cf. Mt 2, 13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias.

En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, no siempre los refugiados y los inmigrantes encuentran auténtica acogida, respeto, aprecio por los valores que llevan consigo. Sus legítimas expectativas chocan con situaciones complejas y dificultades que a veces parecen insuperables. Por ello, mientras fijamos la mirada en la Sagrada Familia de Nazaret en el momento en que se ve obligada a huir, pensemos en el drama de los inmigrantes y refugiados que son víctimas del rechazo y de la explotación, que son víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo. Pero pensemos también en los demás «exiliados»: yo les llamaría «exiliados ocultos», esos exiliados que pueden encontrarse en el seno de las familias mismas: los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como presencias que estorban. Muchas veces pienso que un signo para saber cómo va una familia es ver cómo se tratan en ella a los niños y a los ancianos.

Jesús quiso pertenecer a una familia que experimentó estas dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa de Dios. La huida a Egipto causada por las amenazas de Herodes nos muestra que Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero Dios está también allí donde el hombre sueña, espera volver a su patria en libertad, proyecta y elige en favor de la vida y la dignidad suya y de sus familiares.

Hoy, nuestra mirada a la Sagrada Familia se deja atraer también por la sencillez de la vida que ella lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace mucho bien a nuestras familias, les ayuda a convertirse cada vez más en una comunidad de amor y de reconciliación, donde se experimenta la ternura, la ayuda mutua y el perdón recíproco. Recordemos las tres palabras clave para vivir en paz y alegría en la familia: permiso, gracias, perdón. Cuando en una familia no se es entrometido y se pide «permiso», cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a decir «gracias», y cuando en una familia uno se da cuenta que hizo algo malo y sabe pedir «perdón», en esa familia hay paz y hay alegría. Recordemos estas tres palabras. Pero las podemos repetir todos juntos: permiso, gracias, perdón. (Todos: permiso, gracias, perdón) Desearía alentar también a las familias a tomar conciencia de la importancia que tienen en la Iglesia y en la sociedad. El anuncio del Evangelio, en efecto, pasa ante todo a través de las familias, para llegar luego a los diversos ámbitos de la vida cotidiana.

Invoquemos con fervor a María santísima, la Madre de Jesús y Madre nuestra, y a san José, su esposo. Pidámosle a ellos que iluminen, conforten y guíen a cada familia del mundo, para que puedan realizar con dignidad y serenidad la misión que Dios les ha confiado.

***

2019

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Y, realmente, hoy es un día hermoso... Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. El término “sagrada” coloca a esta familia en el ámbito de la santidad, que es un don de Dios pero, al mismo tiempo, es una adhesión libre y responsable al plan de Dios. Éste fue el caso de la familia de Nazaret: estaba totalmente a disposición de la voluntad de Dios.

¿Cómo no asombrarse, por ejemplo, de la docilidad de María a la acción del Espíritu Santo que le pide que se convierta en la madre del Mesías? Porque María, como toda joven de su tiempo, estaba a punto de realizar su proyecto de vida, es decir, casarse con José. Pero cuando se dio cuenta de que Dios la llamaba a una misión particular, no dudó en proclamarse su “esclava” (cf. Lucas 1, 38). Jesús exaltará su grandeza no tanto por su papel de madre, sino por su obediencia a Dios. Jesús dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan» (Lucas 11, 28), como María. Y cuando no comprende plenamente los acontecimientos que la involucran, María medita en silencio, reflexiona y adora la iniciativa divina. Su presencia al pie de la Cruz consagra esta disponibilidad total.

Luego, en lo que respecta a José, el Evangelio no nos refiere ni una sola palabra: no habla, sino que actúa por obediencia. Es el hombre del silencio, el hombre de la obediencia. La página del Evangelio de hoy (cf. Mateo 2, 13-15, 19-23) nos recuerda tres veces esta obediencia del justo José, refiriéndose a su huida a Egipto y a su retorno a la tierra de Israel. Bajo la guía de Dios, representada por el Ángel, José aleja a su familia de la amenaza de Herodes y los salva. De esta manera, la Sagrada Familia se solidariza con todas las familias del mundo que se ven obligadas a exiliarse, se solidariza con todos aquellos que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la represión, la violencia, la guerra.

Finalmente, la tercera persona de la Sagrada Familia: Jesús. Él es la voluntad del Padre: sobre Él, dice san Pablo, no hubo “sí” y “no”, sino sólo “sí” (cf. 2 Corintios 1, 19). Y esto se manifestó en muchos momentos de su vida terrenal. Por ejemplo, el episodio en el templo en el que, a los padres angustiados que lo buscaban, les respondió: «¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? (Lucas 2, 49); o su constante repetición: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado» (Juan 4, 34); su oración en el Huerto de los Olivos: «Padre mío, si esto no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mateo 26, 42). Todos estos acontecimientos son la perfecta realización de las mismas palabras de Cristo que dice: «Sacrificio y oblación no quisiste [...]. Entonces dije: “¡He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!”» (Hebreos 10, 5-7; Salmos 40, 7-9).

María, José, Jesús: la Sagrada Familia de Nazaret que representa una respuesta coral a la voluntad del Padre: los tres miembros de esta familia se ayudan mutuamente a descubrir el plan de Dios. Rezaban, trabajaban, se comunicaban. Y yo me pregunto: ¿tú, en tu familia, sabes cómo comunicarte o eres como esos chicos que en la mesa, cada uno con un teléfono móvil, están chateando? En esa mesa parece que hay un silencio como si estuvieran en misa... Pero no se comunican entre ellos. Debemos reanudar el diálogo en la familia: padres, madres, hijos, abuelos y hermanos deben comunicarse entre sí... Es una tarea que hay que hacer hoy, precisamente en el Día de la Sagrada Familia. Que la Sagrada Familia sea un modelo para nuestras familias, para que padres e hijos se apoyen mutuamente en la fidelidad al Evangelio, fundamento de la santidad de la familia.

Confiemos a María “Reina de la Familia” todas las familias del mundo, especialmente las que sufren o están en peligro, e invoquemos sobre ellas su protección materna.

____________________

DIRECTORIO HOMILÉTICO – Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

B. Fiesta de la Sagrada Familia

120. “El domingo dentro de la Octava de Navidad, Fiesta de la Sagrada Familia, el Evangelio es el de la infancia de Jesús, las demás lecturas hablan de las virtudes de la vida doméstica” (OLM 95). Los Evangelistas, en esencia, no contaron nada sobre la vida de Jesús desde su Nacimiento hasta el comienzo de su ministerio público; lo poco que nos ha sido transmitido lo escuchamos en los pasajes evangélicos propuestos para esta Fiesta. Los portentos que rodean el Nacimiento del Salvador se debilitan y la Sagrada Familia vive una vida doméstica muy común, que viene ofrecida a las familias como modelo a imitar, tal como sugieren las oraciones de esta celebración.

121. Cada día, en diversos lugares del mundo, la institución familiar soporta grandes retos y, por ello, sería apropiado que el homileta hablara de ello. No obstante, más que ofrecer una simple exhortación moral sobre los valores de la familia, el homileta debería inspirarse en las lecturas del día para hablar de la familia cristiana como escuela de discipulado. Cristo, del que celebramos su Nacimiento, ha venido al mundo para hacer la voluntad del Padre: tal obediencia, dócil a la inspiración del Espíritu Santo, tiene que encontrar un lugar en cada familia cristiana. José obedece al ángel y conduce al Hijo y a su Madre a Egipto (Año A); María y José obedecen la Ley presentando al Niño en el Templo (Año B) y yendo hacia Jerusalén para la fiesta de la Pascua judía (Año C). Jesús, por su parte, obedece a sus padres terrenales pero el deseo de estar en la casa del Padre es todavía más grande (Año C). Como cristianos, somos miembros también de otra familia, que se reúne en torno a la mesa familiar del altar para alimentarnos del Sacrificio que se ha cumplido, ya que Cristo ha obedecido hasta la muerte. Tenemos que ver a las familias como Iglesia doméstica en la que poner en práctica aquel modelo de amor oblativo de sí mismo que asimilamos en la Eucaristía. De este modo, todas las familias cristianas se abre también hacia afuera para formar parte de la nueva familia y más amplia de Jesús: «El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3,35).

122. La comprensión del sentido cristiano de la vida familiar ayuda al homileta a explicar la lectura tomada de la Carta de san Pablo a los Colosenses. El precepto apostólico, según el cual la mujer debe estar sometida al marido, puede chocar a nuestros contemporáneos; si el homileta piensa no comentar esto, sería más prudente recurrir a la versión breve de la lectura. No obstante, los pasajes complicados de la Escritura, en la mayor parte de los casos, tienen mucho que enseñarnos y este caso específico ofrece al homileta la ocasión de afrontar un argumento con el que podría no estar de acuerdo el oyente moderno, pero que de suyo representa una fortaleza si se comprende correctamente. La referencia a un texto similar, tomado de la Carta de san Pablo a los Efesios (5,21-6,4), nos permite profundizar en su significado. Pablo, en este texto, discute las recíprocas responsabilidades de la vida familiar. La frase clave es la siguiente: «Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano» (Ef 5,21). La originalidad de la enseñanza del Apóstol no reside en el hecho de que la mujer deba estar sometida a su marido, condición ya asumida en la cultura de su tiempo. Lo que es novedoso y, además, propiamente cristiano, es, sobre todo, que esta sumisión debe ser recíproca: si la mujer debe obedecer al marido, él, a su vez, como Cristo, debe sacrificar su propia vida por su esposa. En segundo lugar, la razón de la mutua sumisión no está dirigida simplemente a la armonía de la familia o al bien de la sociedad, sino que se realiza por temor de Cristo. En otras palabras, la sumisión recíproca en la familia es una expresión del discipulado cristiano; la casa familiar es, o tendría que llegar a ser, un lugar donde manifestamos nuestro amor a Dios sacrificando nuestras vidas el uno por el otro. El homileta puede lanzar el reto a los oyentes para que lleven a cabo en sus relaciones este amor de auto-oblación, que es el corazón de la vida y de la misión de Cristo, celebrado en la “comida familiar” de la Eucaristía.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

La Sagrada Familia

Los misterios de la vida oculta de Jesús

531. Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres: una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba “sometido” a sus padres y que “progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2, 51-52).

532. Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: “No se haga mi voluntad...” (Lc 22, 42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).

533. La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más ordinarios de la vida humana:

Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio...Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable... Una lección de trabajo. Nazaret, oh casa del “Hijo del Carpintero”, aquí es donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano ...; cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino (Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).

534. El hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: “¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?” María y José “no comprendieron” esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María “conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón”, a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida ordinaria.

La familia cristiana, una Iglesia doméstica

1655. Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la “familia de Dios”. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, “con toda su casa”, habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase “toda su casa” (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.

1656. En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, “Ecclesia domestica” (LG 11; cf. FC 21). En el seno de la familia, “los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada” (LG 11).

1657. Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, “en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras” (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y “escuela del más rico humanismo” (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.

1658. Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, “iglesias domésticas” y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. “Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están ‘fatigados y agobiados’ (Mt 11,28)” (FC 85).

La familia cristiana

2204. “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso...puede y debe decirse iglesia doméstica” (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5,21-6,4; Col 3,18-21; 1 P 3, 1-7).

2205. La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

2206. Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una “comunidad privilegiada” llamada a realizar un “propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos” (GS 52,1).

Los deberes de los miembros de la familia

Deberes de los hijos

2214. La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14); es el fundamento del honor de los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8; Tb 4,3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20,12).

2215. El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7,27-28).

2216. El respeto filial se revela en la docilidad y la obediencia verdaderas. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre...en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6,20-22). “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13,1).

2217. Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3,20; cf Ef 6,1). Los hijos deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el hijo está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.

Cuando sean mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prever sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.

2218. El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En cuanto puedan deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante los tiempos de enfermedad, de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7,10-12).

El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si 3,12-13.16).

Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, se indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre (Si 3,12.16).

2219. El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos” (Pr 17,6). “Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4,2).

2220. Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1,5).

Deberes de los padres

2221. La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación “tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse” (GE 3). El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).

2222. Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre del cielo.

2223. Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones “materiales e instintivas a las interiores y espirituales” (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:

El que ama a su hijo, le azota sin cesar...el que enseña a su hijo, sacará provecho de él (Si 30, 1-2).

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor (Ef 6,4).

2224. El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.

2225. Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para sus hijos los “primeros anunciadores de la fe” (LG 11). Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante la vida entera, serán auténticos preámbulos y apoyos de una fe viva.

2226. La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.

2227. Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad (cf GS 48,4). Todos y cada uno se concederán generosamente y sin cansarse los perdones mutuos exigidos por las ofensas, las querellas, las injusticias, y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,21-22; Lc 17,4).

2228. Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo por el cuidado y la atención que consagran en educar a sus hijos, en proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente de su razón y de su libertad.

2229. Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.

2230. Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación confiada con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar no violentar a sus hijos ni en la elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Este deber de no inmiscuirse no les impide, sino al contrario, ayudarles con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar un hogar.

2231. Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.

IV. LA FAMILIA Y EL REINO DE DIOS

2232. Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par el hijo crece, hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi” (Mt 10,37).

2233. Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: “El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,49).

Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.

La huida a Egipto

333. De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración y del servicio de los ángeles. Cuando Dios introduce “a su Primogénito en el mundo, dice: ‘adórenle todos los ángeles de Dios”’ (Hb 1, 6). Su cántico de alabanza en el nacimiento de Cristo no ha cesado de resonar en la alabanza de la Iglesia: “Gloria a Dios...” (Lc 2, 14). Protegen la infancia de Jesús (cf Mt 1, 20; 2, 13.19), sirven a Jesús en el desierto (cf Mc 1, 12; Mt 4, 11), lo reconfortan en la agonía (cf Lc 22, 43), cuando E1 habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos (cf Mt 26, 53) como en otro tiempo Israel (cf 2 M 10, 2930; 11,8). Son también los ángeles quienes “evangelizan” (Lc 2, 10) anunciando la Buena Nueva de la Encarnación (cf Lc 2, 814), y de la Resurrección (cf Mc 16, 57) de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles (cf Hb 1, 1011), éstos estarán presentes al servicio del juicio del Señor (cf Mt 13, 41; 25, 31; Lc 12, 89).

530. La Huida a Egipto y la matanza de los inocentes (cf. Mt 2, 13-18) manifiestan la oposición de las tinieblas a la luz: “Vino a su Casa, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Toda la vida de Cristo estará bajo el signo de la persecución. Los suyos la comparten con él (cf. Jn 15, 20). Su vuelta de Egipto (cf. Mt 2, 15) recuerda el Exodo (cf. Os 11, 1) y presenta a Jesús como el liberador definitivo.

_________________________

RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)

Macho y hembra los creó

En el Domingo después de Navidad, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. En la segunda lectura san Pablo dice:

«Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados».

En este texto son presentadas las dos relaciones fundamentales, que, en conjunto, constituyen la familia: la relación mujer-marido y la relación padres-hijos. Son igualmente indicados los contenidos y las características de las dos relaciones: amor por una parte y sumisión por otra entre marido y mujer; obediencia por una parte y paciencia por la otra entre padres e hijos.

De las dos relaciones la más importante es la primera, la relación de pareja, porque de ella depende en gran parte asimismo la segunda, la de los hijos. Dos padres pueden amar hasta lo que quieran a sus hijos; pero, si no se aman también entre sí, nada podrá impedir también al niño crecer inseguro en la vida. Sucede frecuentemente que cuando dos esposos ya no se aman más entre sí, cada uno de ellos vuelca sobre el hijo todo el propio afecto, buscando inconscientemente ligarlo a sí. Pero, no es esto lo que secretamente desea el niño. Él no quiere ser amado con un amor distinto y aparte; desea, por el contrario, que su papá y su mamá se amen entre sí y que lo admitan en este su amor. Los hijos saben qué es de aquel amor, en el que han nacido, y si se interrumpe es como si a ellos les viniese a faltar el terreno bajo los pies.

Leyendo con mirada moderna aquellas palabras de Pablo de inmediato salta ante los ojos una dificultad. Pablo recomienda al marido «amar» a la propia mujer (y esto está bien); pero, después, recomienda a la mujer estar «sometida» al marido; y esto, en una sociedad pujante (justamente) y consciente de la igualdad de sexos parece inaceptable.

En efecto, es verdad. En este punto san Pablo está, al menos, en parte condicionado por la mentalidad de su tiempo. No obstante, la solución no está en eliminar la palabra «sumisión» de las relaciones entre marido y mujer sino más bien en hacerla recíproca como recíproco debe ser también el amor. En otras palabras, no sólo el marido debe amar a la mujer sino también la mujer al marido; no sólo la mujer debe estar sometida al marido sino también el marido a la mujer. Amor recíproco y sumisión recíproca.

La sumisión, entonces, no es más que un aspecto y una exigencia del amor. Para quien ama, someterse al objeto del propio amor no humilla, sino que, por el contrario, hace felices. Someterse significa, en este caso, tener en cuenta la voluntad del cónyuge, su parecer y su sensibilidad; dialogar, no decidir por sí solo; saber renunciar a veces al propio punto de vista. En suma, acordarse de que se ha llegado a ser «cónyuges», esto es, a la letra, personas que están bajo «el mismo yugo» libremente admitido.

La comparación puede parecer irrespetuosa; pero, probad a imaginar qué sucedería si dos bueyes, que están bajo el mismo yugo, no coordinasen sus movimientos, sino que cada uno procediese por cuenta propia, acelerando o parándose, andando a la derecha o a la izquierda, sin tener en cuenta al otro. Sería un cansancio extenuante para los dos.

Para comprender la belleza y la dignidad de la relación de pareja, debemos remontarnos a la Biblia. Está escrito:

«Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó» (Génesis 1,27).

La Biblia, como se ve, pone una estrecha relación entre el ser creados «a imagen de Dios» y el hecho de ser «macho y hembra». Pero, ¿qué relación puede haber entre las dos cosas? ¿En qué sentido el ser macho y hembra, la pareja humana, es una imagen de Dios? ¡Dios no es ni macho ni hembra!

La semejanza consiste en esto. Dios es único y solo; pero, no es solitario. El amor exige comunión, intercambio personal; exige que hayan un «yo» y un «tú». Por esto, el Dios cristiano es uno y trino. El él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de querer, de intenciones, y distinción de características y de personas.

La pareja humana es imagen de Dios precisamente en esto. La familia humana es un reflejo de la Trinidad. Marido y mujer son, en efecto, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, incluso en la diversidad de sexo y de personalidad. En la pareja se acercan entre sí unidad y diversidad. Los esposos están enfrente, el uno al otro, como un «yo» y un «tú», y están de cara a todo el resto del mundo, comenzando por los propios hijos, como un «nosotros», como si se tratase de una sola persona, ya no más en singular sino en plural. «Nosotros», esto es, «tu madre y yo», «tu padre y yo» (cfr. Lucas 2,48).

Sabemos bien que éste es el ideal y que como en todas las cosas la realidad es normalmente bastante distinta, más humilde y más compleja, a veces hasta trágica. Pero, estamos de tal manera bombardeados por casos negativos de fallos que quizás, por una vez, no sea malo volver a proponer el ideal de la pareja en primer lugar en el plano simplemente natural y humano y, después, en el cristiano. ¡Ay si se llegase a avergonzarse de los ideales en nombre de un malentendido realismo! En este caso, sería señalada el fin de una sociedad. Los jóvenes tienen derecho a ver transmitírse1es los ideales por los mayores y no sólo escepticismo y cinismo. No hay nada que tenga la fuerza de atracción como la que posee un ideal.

He aquí una descripción de la felicidad conyugal expresada por el gran escritor Dostoevskij: «Si una vez ha habido amor, si por amor nos hemos casado, ¿por qué debiera pasar el amor? ¿Es quizás imposible alimentarlo? El primer amor conyugal pasa, es verdad; pero, después, viene un amor todavía mejor. Entonces, se nos adhiere en el ánimo y todos los negocios se deciden en común; no se tienen secretos de uno para con el otro. Y cuando llegan los hijos, cada momento, incluso el más difícil, parece una felicidad... ¿Cómo no podrían entonces el padre y la madre unirse todavía más estrechamente? Dicen que tener hijos sea pesado. ¿Quién lo dice? Es una felicidad celestial. Sabes que un pequeñito todo rosáceo te chupa el pecho; y ¿quién será el marido que toma ojeriza a la mujer, al veda así con el propio niño? (F. Dostoevskij, Memorias del subsuelo).

A este ideal humano ¿qué aporta de nuevo la fe cristiana? Simplemente: la posibilidad de que se traduzca en práctica; de que llegue a ser de un ideal vago a una experiencia vivida. Se entiende, no automática y mágicamente sino con la propia colaboración a través de un camino de aprendizaje y de crecimiento.

La gracia añade a la naturaleza. Éste es el fruto del «sacramento» del matrimonio: que confiere a los esposos la «gracia de estado». La gracia es una palabra olvidada y reducida frecuentemente a su único significado profano, ¡que aún está por descubrir! Ella es aquel «de más», que proviene de la cruz de Cristo, que no destruye o suplanta a la naturaleza, sino que la realza, la eleva, la vuelve a sanar y la fortifica, le da una nueva razón para superar las dificultades. Rescata de todo fallo.

La gracia se identifica con el Espíritu Santo, que es el «don» o, mejor, el «donarse» mismo de Dios. Cuando una pareja de esposos se abre a la acción del Espíritu Santo, él les comunica a ellos lo0 que él mismo es; les contagia, por así decido, renovando en ellos la capacidad y la alegría de donarse el uno al otro. La señal de que algo está cambiando en la relación entre los dos esposos, que la gracia está tomando la delantera sobre la naturaleza, el ágape sobre el eros, es cuando cada uno deja de preguntarse: «¿Qué sucede que mi marido o respectivamente mi mujer podría hacer más por mí que aún no hace?», y comienza a preguntarse por el contrario: «¿Qué podría hacer yo más por mi marido o mi mujer que todavía no hago?».    

Así, el matrimonio viene santificado no por algo que le viene del exterior, por el rito celebrado o el agua santa rociada sobre los anillos, sino en sí mismo, en su gesto más íntimo. Ya no se está más obligados a vivir el momento de intimidad como distanciado, casi como a escondidas de Dios, sino al contrario como un momento fuerte de la presencia de Dios entre ellos y del amor de Dios para con ellos. En el acto de donarse uno al otro, los esposos en verdad son «a imagen de Dios», porque reflejan el amor fecundo, que hay en la Trinidad.

Esto a nivel profundo de fe. A nivel práctico, ¿qué les puede dar la palabra de Dios a una pareja de esposos? No sólo una ética, esto es, indicaciones morales sobre los numerosos problemas ligados a la vida de la pareja ya la procreación de los hijos, sino también una espiritualidad. San Pablo, en la misma carta recordada al comienzo, nos ofrece algunos apuntes preciosos para una espiritualidad de la pareja. Recomienda a todos; pero, en particular, a los esposos:

«Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados».

De todos estos maravillosos consejos yo quisiera subrayar uno en particular: el perdón recíproco. He conocido a una pareja con hijos ya mayores, pero muy unida. Me han confiado cuál ha sido el secreto de su buen éxito: «El día del matrimonio hemos tomado como programa la palabra de san Pablo: «Que no se ponga el sol mientras estéis airados» (Efesios 4, 26), y, así, hemos decidido no ponemos nunca en la cama sin reconciliamos después de una trifulca o una discrepancia. Hasta con fatiga y refunfuñando, pero, siempre hemos extendido nuestra mano para estrechar la del otro».

Podría ser una idea para otras parejas...

_________________________

PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes

Miembros de la gran familia de Dios

La Sagrada Familia de Jesús, María y José, es imagen del amor trinitario de Dios, quien se revela al mundo a través del Hijo, para iluminar a todas las naciones y glorificar a su pueblo: la gran familia de Dios: la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, en la que reúne a todos los hijos de Dios y que tiene como Madre a María, la Madre de Dios, y como padre y patrono a José, esposo de María, padre adoptivo de Jesús y de todos los hijos de Dios.

La santidad de toda familia está en reconocer y aceptar a María como Madre, a José como padre y custodio, y a Jesús como centro de todo, que es quien los une en el amor.

Quien pone a Cristo en el centro de su vida y agradece a Dios, crece en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres, y habla del Hijo de Dios, manifestando su amor al Evangelio y a la Santa Iglesia reconociéndola como Madre y Esposa de Cristo, y acude a presentarle sus ofrendas, llevando a sus hijos para entregarlos a Dios, y rechazando el pecado y el mal, reciban el bautismo de fuego del Espíritu Santo, para que, muriendo al mundo, nazcan a la verdadera vida como hijos de Dios, y sean contados entre los miembros de la Sagrada Familia de Dios. Y es a través de la Santa Iglesia que se derrama la gracia de la Cruz, de la cual brotan los sacramentos como herencia de Jesús para que puedan llegar a ser santos como Él.

Confía tú en las promesas de tu Señor, y déjate acoger en el seno de la Sagrada Familia.

Reconócete miembro de la gran familia de Dios a la que perteneces, en la que creces cuidado y protegido por María y José, tanto igual al niño Jesús, porque quien pertenece a la Santa Iglesia, es verdadero miembro del cuerpo de Cristo, del cual Él es cabeza.

Lucha por conservar la tradición y los valores en la familia defendiendo la vida, respetando la voluntad de Dios, que hombre y mujer los creó, a imagen y semejanza de la Sagrada Familia.

_________________________

FLUVIUM (www.fluvium.org)

El valor de la docilidad a Dios

Queremos fijarnos hoy en José, el hombre que fue padre de Jesucristo, aunque no según la carne. A través de las palabras del Santo Evangelio, lo vemos servir a los planes de Dios con toda docilidad. Y sirve como persona inteligente, poniendo en ese quehacer su capacidad humana, con el deseo de llevar a cabo lo que se le pide en cada instante, de modo que no se interrumpa por él el proyecto divino. Se considera ante todo un servidor que debe hacer siempre lo posible para que las cosas de la vida discurran como Otro –el Señor del mundo– ha decidido; no según su criterio particular. Lo realmente importante para él es el cumplimiento de la divina Voluntad; y, por consiguiente, hacer de su parte cuanto sea posible por secundarla.

José no se considera una marioneta, caprichosamente movido por el querer de un extraño; se siente amado por Dios. Sin embargo, con sensatez humilde, pensando que no es el Señor del mundo, concluye que no le corresponde a él plasmar sus decisiones en el acontecer de la historia. Confiando, en cambio, en su Creador, que se le manifestaba omnipotente a través de los ángeles, somete tranquilo su inteligencia y su voluntad a Dios. Acepta José el querer divino con paz gozosa, porque no se sentiría como forzado o abrumado ante una voluntad inapelable, a la que se sometía sin remedio. Los planes de Dios eran para José un ideal, con el que buscaba ante todo identificarse. Por la fe descubría la divina Voluntad en el acontecer cotidiano y decidía cumplirla, esperando siempre lo mejor, a impulsos de la caridad.

Más de una vez se ha tachado a los cristianos de ser gente sin personalidad, abolida ésta por la fe en Dios. Los que así piensan ven en Dios un enemigo; o, al menos, un extraño, indiferente a las ilusiones humanas. No es así, desde luego, Nuestro Padre Dios, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, según la expresión paulina. Para el esposo de María y para cada cristiano que sabe lo que ese nombre significa, las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, son motivo de santo orgullo; de seguridad y paz humildemente vividas, aunque a veces tenga que ser frente a los que, temerariamente, han decidido guiarse de modo exclusivo por la inteligencia propia y nada quieren saber de si así agradan a Dios.

Pidamos al Señor cada uno, en nuestra oración personal, la valentía necesaria para ser sinceros: para reconocer comodidad y orgullo, liberación falsa en el fondo, tras esas tentaciones de librarnos de Dios, Nuestro Padre, como guía de la propia conducta, que cualquiera podemos sentir. Porque si dóciles al Señor vivimos más dignamente, aunque sea perdiendo comodidad y amor propio, así será como debemos comportarnos; y pediremos, entonces, fortaleza a la hora del examen de conciencia, para descubrir las faltas ocultas que Dios nos muestra cuando somos sinceros, tras esa secreta complicidad entre el orgullo y la pereza, que suele ser la causa de la falta de lucha contra los defectos: de ese pretendido afán cómodo y sin medida de libertad.

Y pediremos también a Dios, Nuestro Padre, por intercesión de san José, constancia en esta vida a impulsos de la fe. Así imitaremos al Santo Patriarca, que ya en su juventud era tenido por hombre justo, según nos dice san Mateo; es decir, honrado y fiel a Dios en todo. Por eso atiende dócilmente a las indicaciones del Ángel: acoge a María creyendo que ha concebido por obra del Espíritu Santo, pone nombre a Jesús según se le indica, marcha a Egipto... Más tarde, como padre del Hijo de Dios según la ley, le acompañará, al cumplir doce años, con Santa María a Jerusalén, en aquel viaje en el que Jesús se retrasa y manifiesta tener una misión encomendada por el Padre Eterno.

José, guiado por la fe, contribuía eficazmente a la misión de Jesucristo antes de que se manifestara al mundo. No destacó, sin embargo, ante la gente como padre del Maestro, autor de tantos prodigios. Por el contrario, su vida discurrió entre el trabajo ordinario, en una de tantas aldeas de Israel, inadvertido en su heroísmo por vivir, como Dios esperaba, sus relaciones de esposo de la Virgen y padre de Jesús. Su fidelidad a Dios, desde que conoció por el ángel la concepción virginal de su Esposa, se apoya en la fe, y ha quedado como nítido modelo para nosotros por siempre.

Encomendémonos a la intercesión del Santo Patriarca, para que sepamos cada uno descubrir lo que espera Dios de nuestra vida cotidiana.

_____________________

PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)

“Herodes va a buscar al niño para matarlo”

El primer domingo después de Navidad está dedicado a la Sagrada Familia. En primer plano está hoy el recuerdo y la veneración por la Familia de Nazaret. Ésta nos es presentada en el canto inicial de la Misa: “Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre”. El pasaje evangélico nos hace seguir a esta familia en sus peripecias: la fuga a Egipto, luego el regreso y su establecimiento en Nazaret.

Pero ya la primera y la segunda lectura nos muestran claramente que la intención de la liturgia no se agota aquí. La historia de la Sagrada Familia da pie para un discurso sobre la familia en general, realizado a la luz de la palabra de Dios.

La primera lectura llama la atención sobre el respeto y el honor que deben caracterizar las relaciones entre los miembros de la misma familia, sobre todo entre padres e hijos. Se trata, en la práctica, de un comentario al cuarto mandamiento: “Honrarás al padre y a la madre”. Además, está esa exhortación urgente referente al anciano, que es sin duda una de las cosas para repetir con más insistencia en la sociedad actual: Hijo mío, socorre a tu padre en su vejez... Aunque pierda su lucidez, sé indulgente con él, no lo desprecies, tú que estás en pleno vigor. Cuántas reflexiones deberíamos hacer sobre este pedido, si no fuera que el Evangelio atrae nuestra atención hacia un problema todavía más urgente y apremiante.

En el pasaje evangélico de hoy, leemos frases como éstas: Herodes va a buscar al niño para matarlo, y aún más (en la parte omitida por la liturgia): Herodes se enfureció y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años. Y luego, aquella especie de elegía fúnebre acerca de los niños asesinados:

En Ramá se oyó una voz,

hubo lágrimas y gemidos:

es Raquel, que llora a sus hijos

y no quiere que la consuelen,

porque ya no existen (Mt. 2.16-17).

Finalmente, el anuncio liberador: Han muerto los que atentaban contra la vida del niño.

No tengo intenciones de interpretar en forma distinta el significado de estas frases evangélicas. Describen un hecho bien conocido. Pero escuchadas hoy, en el marco de una reflexión sobre la familia, inducen en forma casi irresistible a pensar en otros Herodes, en otros niños asesinados...

El Evangelio nos presenta hoy a Jesús como el prototipo de la vida amenazada por la política y la razón de Estado y nosotros, al comentarlo, no podemos dejar de hablar de aquella forma específica y generalizada de sacrificar la vida humana a la razón de Estado (o de partido) que se llama aborto. No tengo por costumbre lanzarme a hacer discursos unilaterales y simplificaciones injustas; tampoco lo haré esta vez. Por eso, comencemos por reconocer nuestras responsabilidades antes de denunciar las de los otros, como nos enseña nuestro Maestro. Si todos los que luchan contra el flagelo del aborto “libre y gratuito”, y en primerísimo lugar nosotros los cristianos, hubiéramos siempre demostrado con los hechos que defendíamos la vida —toda forma de vida humana contra toda forma de violencia realizada contra la vida humana—, hoy resultaríamos más creíbles y tal vez podríamos hacernos escuchar mejor, al exhortar a nuestros hermanos a no mancharse con esta culpa. “Mea culpa”, entonces, por los abortos clandestinos no denunciados y no impedidos; “mea culpa” por la vida de niños que hemos permitido destruir o entristecer a causa de las guerras, del hambre y de la especulación, sin tratar de impedirlo con todas las fuerzas.

Sin embargo, ojalá que las omisiones del pasado y del presente no nos induzcan a una omisión todavía más aterradora debido a ser hecha en forma deliberada: la de callar ante la legalización y la liberación del aborto.

Porque hoy ya nadie puede, de buena fe, sostener que el aborto no es real y plenamente un homicidio. “Es un hombre incluso el que está en camino de serlo” (Tertuliano). Nadie, en toda la larga polémica de estos años, ha podido negar los datos de la ciencia: el embrión, desde la concepción, tiene todo lo necesario, si no es obstaculizado por agentes externos, para llevar a término su desarrollo; el niño de mañana está allí completamente programado hasta en los mínimos detalles, incluido el color de su cabello. Por eso, no se suprime una puñada sin forma de células, como a veces se escucha decir con cinismo, sino una vida humana apenas esbozada, un destino y, por lo tanto, una persona. Todavía no tiene conciencia, pero, si es por eso, ¡tampoco la tiene un niño de un año!

Resulta extraña e impresionante a la vez la mala fe de la cual se dan pruebas en nuestra actual sociedad: estamos dispuestos a conmovernos y a reaccionar indignados por un niño recién nacido abandonado en medio de la basura, por niños enfermos, por bebés vendidos; estamos dispuestos a pagar rescates millonarios por una niña raptada. Pero antes de aquel fatídico momento, nada, como si existiera la nada absoluta, como si antes de entonces la vida humana no valiera ni un centavo. ¡Y sólo porque no lo vemos con nuestros ojos! Sin embargo, no es un agresor contra quien se pueda invocar legítima defensa; ningún niño viene al mundo sin que nadie lo sepa, por decisión propia; lo llaman el acto y la voluntad precisa de dos criaturas y un acto, además, que se define como “de amor”. Shakespeare narró en un drama inmortal la historia de Macbeth y de su esposa que reciben festivamente en su castillo, en calidad de huésped, a su rey; a la noche siguiente lo matan mientras duerme y luego ambos terminan por enloquecer a causa del remordimiento.

Hay algo que no deja de sorprenderme en la legislación sobre el aborto (¡hecha, en general, por hombres!): es el negarse a reconocer cualquier derecho, no digo al sacerdote o al médico, sino al propio padre, incluso cuando se trata de parejas debidamente casadas que por eso han querido y generado la vida y son responsables de ella. Se establece así un principio del cual puede derivar —y no en abstracto— que un hombre se vea privado de uno de sus derechos fundamentales: el de ser padre. La mujer, se dice, debe ser la única en tomar la decisión. Pilatos —el hombre— se lava las manos, creyendo tal vez reparar de esa forma un milenario abuso suyo, sin darse cuenta de que, al contrario, está perpetrando el peor de todos: el de dejar a su compañera todo el peso de una decisión (y de un remordimiento) terrible. Como Pilatos, él dice: Tómalo y mátalo tú; yo no quiero tener nada que ver con la sangre de este justo.

Para quien cree, hay algo más; están los derechos de otro “Padre”, que son pisoteados. Los padres no infunden el alma en su niño, sino que es Dios quien renueva el prodigio de la creación para cada criatura humana. ¿Acaso puede prescindirse de esta idea al hablar del aborto y evaluar su gravedad?

¡Es una suerte que la teología haya superado la idea del Limbo, donde habrían terminado los niños muertos sin bautismo! Ellos, podemos estar seguros, van a estar con Dios. Él, en su omnipotencia, sabrá asegurarles aquella maduración de criaturas humanas terminadas que les fue negada por los hombres. En el Apocalipsis, Juan nos ayuda a representárnoslos alrededor del trono de Dios (Apoc. 14), mientras —como dice el poeta cristiano Prudencia de los Santos Inocentes— juegan con sus pequeñas coronas de mártires. En efecto, ellos también son mártires, y de una causa santísima: la de la vida.

Lo que nos debe preocupar más bien es la suerte de quien los ha matado y de quien ha sancionado con tanta desenvoltura la ley que permitirá matarlos. Por lo tanto, no es por ellos por quienes debemos llorar, sino por nuestros pecados. Si Dios existe, como creemos nosotros, hay un más allá, y si hay un más allá, un día alguien deberá sostener la mirada triste de estos corderitos conducidos antes de tiempo al matadero. Que Dios tenga entonces misericordia de quien deberá sostener esa mirada. Ellos sabrán bien ese día quién tiene la culpa de su muerte y quién no; quién actuó por desesperación y quién con fría lucidez, secundando el espíritu del mal, o poniendo la causa del partido por encima de aquella de Dios o de la conciencia.

¿Cómo se ha podido llegar a esta enloquecida moral por parte de los pueblos que siempre fundaron sus códigos sobre el principio: “Quinto, no matar”? Tal vez, detrás haya una larga cadena de rendiciones acerca del respeto por la vida: guerras sin fin, abusos del hombre contra el hombre, violencias, no última de las cuales la del hombre contra la mujer. Además, está ese singular equívoco que se verificó también entre nosotros. En el interior de fuerzas declaradamente ateas y materialistas, se elaboran argumentos y justificaciones en favor del aborto que suponen el rechazo neto de Dios, autor y vengador de la vida humana. Sin embargo, cuando tales razones llegan a oídos de los creyentes, éstos, como narcotizados por la propaganda, no tienen en cuenta si tales argumentos vienen de gente que comparte la propia visión de la vida, sino sólo si vienen de gente que comparte la propia ideología política. Así, la política es tranquilamente puesta antes que la fe y la conciencia y, sin reparar en ello, se abraza la causa del ateísmo y del materialismo. Una causa que se tiene la audacia de definir como “causa del hombre” o “de la liberación humana”, mientras que no es sino la enésima demostración del hecho de que, allí donde se niega a Dios, bien pronto se termina por negar y aplastar al hombre.

El Evangelio de hoy no nos habló sólo de aquellos que atentaban contra la vida del niño, sino también de aquellos que la defendían. María y José que enfrentan las penurias del exilio para salvar a su niño, en su sufrido silencio son el modelo de todos aquellos que sienten el deber de proteger y defender la vida de los inermes: todas las vidas, la de la madre y la del niño: Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel.

Comienza aquí el razonamiento acerca de qué debe hacer positivamente el cristiano en este campo, porque resulta claro que, frente a la complejidad del problema, no basta con limitarse al “no” o a las denuncias. Los cristianos sí tienen propuestas positivas para hacer, comenzando por la primera y más urgente de todas, que es educar con el fin de lograr un mejor conocimiento y una mejor valoración de la propia sexualidad. Quien recurre al aborto es, en general. alguien que no ha sabido hacer un uso correcto de esta facultad suya; alguien que creyó poder jugar con ella fuera de todo marco de responsabilidad, separándola implícitamente de un amor verdadero, o alguien que nunca se tomó en serio el deber de la paternidad y de la maternidad responsables.

El cristiano sabe que esta última carencia no siempre depende de los individuos y por eso se siente comprometido, con la Iglesia y con la ciencia, a resolver el problema moral de la limitación de los nacimientos de manera honesta y eficaz. Si hay menos vidas no esperadas y no queridas, habrá menos abortos.

Muchos, especialmente en las clases altas de la sociedad, recurren al aborto por puro egoísmo, porque son prisioneros de una concepción hedonista y absolutamente atea de la vida. Pero muchos son empujados a recurrir a él por graves situaciones sociales. Debemos empezar a comprender a estos últimos, considerando con seriedad el problema de la casa, de la desocupación, de las niñas madres. Comprender para ayudarlas a no tener que recurrir a la solución extrema del aborto, que es una condena infligida a sí mismos antes que a la propia criatura. ¿Se considerará inocente de un aborto a aquel constructor o a aquel locador que, al alquilar un departamento, pone como condición que no haya niños, o que no haya más de uno? Si la política de la casa tiene que ver sobre todo con los gobernantes, cualquiera, incluso entre ustedes, puede tener que enfrentarse en la propia familia con el tema de una niña madre; es allí donde debe verse si los padres son de veras cristianos, si consideran más importante la vida que la llamada buena reputación. Ya se hace mucho gracias a los cristianos, y sería injusto negar este reconocimiento a tantas personas e instituciones. Debemos hacer más y, tal vez, hacerla de un modo nuevo, en calidad de creyentes o de ciudadanos.

La palabra de Dios nos condujo hoy a reflexionar sobre un problema por demás amenazador. La plegaria debe ser el signo de que no tratamos de prevalecer sobre los otros, sino sólo sobre el mal. Por eso no pediremos que mueran quienes “atentan contra la vida del niño”, sino que se conviertan y vivan. Que vivan también ellos y todas las vidas escondidas todavía en el seno materno. Que en la tierra se oiga cada vez menos el llanto de Raquel, que llora a sus hijos que ya no existen.

_________________________

BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)

Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II

Homilía en la parroquia romana de San Marcos (29-XII-1985)

– Familia de Belén y familia cristiana

“Christus natus est nobis, venite adoremus”

La Iglesia entera está aún todavía invadida por la alegría de la Navidad. La alegría de la que participan los corazones de los hombres, reanima las comunidades humanas, se manifiesta en las tradiciones, en las costumbres, en el canto y en la cultura entera.

Un día, en los campos de Belén, los pastores que guardaban sus rebaños fueron atraídos por este anuncio, que hoy repite la Iglesia entera. Todos lo transmiten, por así decir, de boca en boca, de corazón a corazón. “Christus natus est nobis, venite adoremus”.

La Iglesia vive hoy la alegría de la Navidad del Señor, del Hijo de Dios, en Belén: como misterio de la Familia, de la Santa Familia.

Es una verdad profundamente humana: por el nacimiento de un niño la comunidad conyugal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa, se hace más perfectamente familia. Al mismo tiempo, éste es un gran misterio de Dios, que se revela a los hombres: el misterio escondido en la fe y en el corazón de aquellos Esposos, de aquellos Cónyuges: María y José, de Nazaret. Al comienzo sólo ellos fueron testigos de que el Niño que nació en Belén es “Hijo del Altísimo”, venido al mundo por obra del Espíritu Santo.

A ellos dos, a María y José, les fue dado a conocer el misterio de aquella Familia que el Padre celestial, con el nacimiento de Jesús, formó con ellos y entre ellos.

– Santidad de la familia

En la medida en que este misterio se revela a los ojos de la fe de los otros hombres, la Iglesia entera ve en la Santa Familia una particular expresión de la cercanía de Dios y al mismo tiempo un signo particular de elevación de toda familia humana, de su dignidad, según el proyecto del Creador.

Esta dignidad se confirma de nuevo con el sacramento del matrimonio, con ese sacramento que es grande –como dice San Pablo– “en Cristo y en la Iglesia” (cfr. Ef 5,32).

Orientando los ojos de nuestra fe hacia la Santa Familia, la liturgia de este domingo trata de poner de relieve lo que es decisivo para la santidad y la dignidad de la familia. Hablan de ello todas las lecturas: tanto el libro del Sirácida como la Carta de San Pablo a los Colosenses, como, finalmente, el Evangelio según Lucas.

En el Salmo responsorial se pone de relieve la singular presencia de Dios en la familia, en la comunión matrimonial del marido y de la mujer, en la comunión que lleva al amor y a la vida. Dios está presente en esta comunión como Creador y Padre, dador de la vida humana y de la vida sobrenatural, de la vida divina. De su bendición participan los cónyuges, los hijos, su trabajo, sus alegrías, sus preocupaciones.

“Dichoso el que teme al Señor...serás dichoso, te irá bien...tu mujer, como parra fecunda...tus hijos, como renuevos de olivo...que veas la prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida” (Sal 127/128).

– Comunidad de vida y de amor

San Pablo, en la Carta a los Colosenses, trata de poner de relieve el clima de la familia cristiana: el clima espiritual, el clima afectivo, el clima moral.

Escribe: “Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada” (Col 3,12-14).

Hay que leer con atención y meditar todo el pasaje de la Carta a los Colosenses, en el que el Apóstol formula los buenos deseos para los cónyuges y las familias cristianas sobre todo aquello que determina el verdadero bien de la comunidad humana, especialmente de aquella que en síntesis se puede llamar “communio personarum”, “íntima comunidad de vida y de amor” (cfr. Gaudium et spes, 49).

No existe otra comunidad interhumana tan unificante, tan profunda y universal como la familia. Y al mismo tiempo, tan capaz de hacer felices, y tan exigente, porque es muy vulnerable, dado que está expuesta a diversas “heridas”.

Por ello los buenos deseos del Apóstol se refieren a los problemas más esenciales de la familia cuando escribe:

– revestíos de “amor, que es el ceñidor de la unidad consumada...”;

– “la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón...”;

– “la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza”.

Así se forma la familia humana en toda su dignidad y nobleza, en su entera belleza espiritual (que es incomparablemente más importante que todas las riquezas “reales” y materiales), ¡por la Palabra de Dios!, ¡por la palabra de Cristo!

En esta Palabra se encierran las indicaciones y los mandamientos que determinan la solidez moral de aquella fundamental comunidad humana, de aquella “communio personarum”.

Por ello se puede decir que toda la primera lectura de la liturgia de hoy es un amplio comentario al IV mandamiento del Decálogo:

¡“Honra a tu padre y a tu madre”!

Hay que leer con atención este texto y meditarlo, teniendo siempre ante los ojos aquel “amor, que es el ceñidor de la unidad consumada”.

Efectivamente, el amor crea el honor, la estima recíproca, la solicitud premurosa, tanto en la relación de los hijos hacia los padres, como en la de los padres hacia los hijos, y sobre todo en la relación recíproca entre los cónyuges.

De este modo el matrimonio y la familia se convierten en aquel ambiente educativo que es absolutamente insustituible: el primero y fundamental y más consistente ambiente humano, que se convierte luego la “iglesia doméstica”. Se puede decir que en la familia también la educación se hace, a menudo inadvertidamente, una autoeducación, porque una sana comunidad familiar permite de por sí el desarrollo normal de toda persona que la compone.

Una especial confirmación de esta realidad son las palabras del Evangelio de San Lucas sobre Jesús cuando tenía doce años:

“Él bajó con ellos (es decir, con María y José)... y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc 2,51-52).

El testimonio sobre la vida de la Santa Familia de Nazaret, como oís, es muy conciso, y al mismo tiempo rico de contenido.

En esta perspectiva y en este contexto fueron pronunciadas las palabras de Jesús cuando tenía doce años, palabras que se proyectan en su futuro:

“¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2,49).

Precisamente estas palabras que se proyectan en el futuro –las palabras que María y José en aquel momento todavía no comprendían– constituyen una especial comprobación de la santidad de la Familia de Nazaret.

Palabras como éstas, que miran al futuro de los hijos, son fruto de la intensa madurez espiritual de toda familia cristiana.

En efecto, junto a los padres deben madurar los jóvenes, hijos e hijas, para una específica vocación que cada uno de ellos recibe de Dios.

Hagamos siempre nuestras las palabras de esta oración: “Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo: concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo”.

***

Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Cristo llega a la tierra en el seno de una familia y vivió las 9/10 partes de su vida en el hogar de sus padres. Con esta dilatada estancia ha llamado la atención sobre la importancia de esta institución natural, santuario de la vida y escuela donde, de modo espontáneo, los integrantes de ella, aprenden un sinfín de cualidades indispensables para desenvolverse en la vida.

Ninguna ideología, ninguna escuela, ningún sermón, logra lo que la familia consigue casi sin proponérselo: transmitir unos valores, un modo de ser, que será como la matriz de todas las decisiones que los hijos tomen mañana en la vida. También los padres aprenden en ella porque han de vivir una dedicación y una entrega que, por costosa, no asumirían por nada ni por nadie. Se puede asegurar que, a pesar de las crisis que pueda sufrir un hogar, el 90 % de lo que una persona es lo debe a su familia.

Debemos valorar y proteger ese ámbito en que somos queridos, escuchados, comprendidos, ayudados... lo que representa casi un lujo en la sociedad dura y competitiva en que vivimos. Nadie nos hace tanto caso, ríe nuestros chistes, está a nuestro lado en la enfermedad o en un apuro serio, como los de mi familia. Hay que proteger todo esto contra los estragos del tiempo y la rutina procurando que la unidad y el cariño se revelen más fuertes que cualquier discrepancia o disgusto.

Eliminemos del vocabulario familiar expresiones como: ¡Es que esto pasa ya de castaño oscuro! ¡Estoy saturado, harto, de hacer el papel del hombre/mujer complaciente! ¿Por qué he de ser yo siempre el que ceda? ¡Caramba, que le vea un detalle al otro/a!... Si hay una forma de hacer imposible o desagradable la convivencia es ésta. Empeñémonos en dar importancia a los pequeños sacrificios que el hogar reclama, que el amor convierte en grandes y que hacen, también grande al amor. Entonces, la alegría se impondrá siempre a los pequeños disgustos y se hará extensiva a otros hogares ligados al nuestro por algún motivo, y daremos, así también, a conocer a Cristo.

¿Nos imaginamos a María y José olvidando que el Niño que alegraba la casa era el Hijo del Altísimo? “Padre clementísimo −pedimos con la Iglesia en la Poscomunión− concédenos imitar fielmente los ejemplos de la Sagrada Familia, para que después de las pruebas de esta vida, gocemos de su eterna compañía”.

***

Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«El Hijo de Dios vive en una familia; la familia, idea y obra de Dios»

I. LA PALABRA DE DIOS

Eclo 3,3-7.14-l7a: «El que teme al Señor honra a sus padres»

Sal 127,1-5: «¡Dichoso el que teme al Señor, y sigue sus caminos!».

Col 3,12-21: «La vida de familia vivida en el Señor»

Mt 2,13-15;19-23: «Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto»

II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO

Entre los muchos deberes que lleva consigo la fidelidad a Yavé, el Sirácida propone como de vital importancia el amor a los padres.

Las recomendaciones que San Pablo hace a los Colosenses acerca de la familia no pueden ser más sencillas ni más «corrientes». Aquí la originalidad está en la motivación: «en el Señor» o «el gusto del Señor». No cabe duda que quiere el Apóstol algo más que un comportamiento meramente moralista.

Otra vez nos encontramos en San Mateo con el género midrásico. Los exegetas piensan que Cristo aparece aquí como nuevo Moisés y nuevo Jacob. La vida de familia que Cristo experimenta desde el principio, lejos de la comodidad, conoce el destierro, el exilio, la amenaza... Pero en todo esto estaba ya el proyecto del Padre.

III. SITUACIÓN HUMANA

Se nota en muchos ambientes el creciente aumento del interés por la familia y el afán de muchos por revitalizar valores que se creían para siempre olvidados o relegados. Ya sabemos que todo esto obedece a muchos factores. Pero es un hecho que se nota en multitud de estadísticas y estudios sociológicos. Sin embargo, por otro lado, no deja de estar seriamente amenazada, y sigue siendo tenida por determinados sectores como algo meramente ocasional, de simple experiencia temporal o provisional. No obstante, la mirada hacia lo que indicamos al principio nos hace creer que hay cierta recuperación por este inmenso valor humano y por la realización individual y social del hombre.

IV. LA FE DE LA IGLESIA

La fe

– La familia en el plan de Dios: “La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: «No se haga mi voluntad...»(Lc 22,42). La obediencia de Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inauguraba ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de Adán había destruido” (532). «Al crear al hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad... La familia implica una diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes» (2203; cf 2201-2206).

La respuesta

– Responsabilidades de la familia: «La familia debe vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la atención de los jóvenes y ancianos, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar esta ayuda» (2208; cf 2207-2211. 2214-2233).

– Familia, célula original de la vida social: 2207.

– Ayuda mutua entre los miembros de la familia: 2208.

– La familia y la sociedad: 2209. 2210. 2211.

El testimonio cristiano

– «Al afirmar que los esposos en cuanto padres son colaboradores de Dios Creador en la concepción y generación de un nuevo ser humano, no nos referimos sólo al aspecto biológico; queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación sobre la tierra» (Juan Pablo II, EV, 43).

La opción de Cristo por la vida de familia es ante todo una opción por la vida. Nadie tiene derecho a destruir lo que Dios ha querido que fuera uno de los motivos de la Encarnación de su Hijo.

___________________________

HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)

LA FAMILIA DE NAZARET

— Jesús quiso comenzar la Redención del mundo enraizado en una familia

I. Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él.

El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.

José era el cabeza de familia; como padre legal, él era quien sostenía a Jesús y a María con su trabajo. Es él quien recibe el mensaje del nombre que ha de poner al Niño: Le pondrás por nombre Jesús; y los que tienen como fin la protección del Hijo: Levántate, toma al Niño y huye a Egipto. Levántate, toma al Niño y vuelve a la patria. No vayas a Belén, sino a Nazaret. De él aprendió Jesús su propio oficio, el medio de ganarse la vida. Jesús le manifestaría muchas veces su admiración y su cariño.

De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa, dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio. Cuando la Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía una rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño anterior y lo rasgan; por eso había que hacer el remiendo con un paño viejo... Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse en un arca. María ponía gran cuidado en meter también determinadas plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años más tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús. No podemos olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida corriente: la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar. María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios!.

Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen ¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les dedica la Iglesia.

— La misión de los padres. Ejemplo de María y de José

En la familia, «los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante la Palabra y el ejemplo». Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia. Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que le rodeaban.

La Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero en aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura que los niños hebreos tenían que aprender!. Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.

Al meditar estas escenas, los padres han de considerar con frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II: «¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? (...) ¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así edificáis la Iglesia».

Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán «hogares luminosos y alegres», porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día más amable.

La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos de encontrar a Dios. La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber. La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.

Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría....

Estas virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos familiares, haz que las familias vean crecer la unidad.

Una familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico, y ha sido llamada «iglesia doméstica». Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. «La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino, como la esperanza de la vida bienaventurada». La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del Señor.

— La Sagrada Familia, ejemplo para todas las familias

En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud humana de cada uno de sus miembros. «Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida».

La familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la principal «escuela de todas las virtudes sociales». Es el semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación amorosa entre las diversas maneras de ser. Esto se realiza especialmente en las familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia. De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la salud de las familias. De aquí que los ataques directos a la familia (como es el caso de la introducción del divorcio en la legislación) sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.

«Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la “Iglesia doméstica”, y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.

»Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza».

De modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada Familia por cada uno de los miembros de nuestra familia, por el más necesitado.

___________________________

Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España) (www.evangeli.net)

Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel

Hoy contemplamos el misterio de la Sagrada Familia. El Hijo de Dios inicia su andadura entre los hombres en el seno de una familia. Es el designio del Padre. La familia será siempre el hábitat humano insustituible. Jesús tiene un padre legal que le “lleva” y una Madre que no se separa de Él. Dios se sirvió en todo momento de san José, hombre justo, esposo fiel y padre responsable para defender a la Familia de Nazaret: «El Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto’» (Mt 2,13).

Hoy, más que nunca, la Iglesia está llamada a proclamar la buena noticia del Evangelio de la Familia y la vida. Hoy más que nunca, una cultura profundamente inhumana intenta imponer un anti-evangelio de confusión y de muerte. Juan Pablo II nos lo recordaba en su exhortación Ecclesia in Europa: «La Iglesia ha de proponer con fidelidad la verdad sobre el matrimonio y la familia. Es una necesidad que siente de manera apremiante, porque sabe que dicha tarea le compete por la misión evangelizadora que su Esposo y Señor le ha confiado y que hoy se plantea con especial urgencia. El valor de la indisolubilidad matrimonial se tergiversa cada vez más; se reclaman formas de reconocimiento legal de las convivencias de hecho, equiparándolas al matrimonio legítimo...».

«Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). Herodes ataca de nuevo, pero no temamos, porque la ayuda de Dios no nos faltará. ¡Vayamos a Nazareth! Redescubramos la verdad de la familia y de la vida. Vivámosla gozosamente y anunciémosla a nuestros hermanos sedientos de luz y esperanza. El Papa nos convoca a ello: «Es preciso reafirmar dichas instituciones [el matrimonio y la familia] como provenientes de la voluntad de Dios. Además es necesario servir al Evangelio de la vida».

De nuevo, «el Ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel’» (Mt 2,19-20). ¡El retorno de Egipto es inminente!

____________________

EXAMEN DE CONCIENCIA PARA EL SACERDOTE – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

Una sola familia

«Yo voy a reunir de todas las naciones a mi pueblo, en una sola familia, un solo pueblo santo. Y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios» (Ez 36, 24.28).

Eso dice el Señor.

Una sola familia: la Santa Iglesia Católica, que reúne de entre las naciones a todos los hijos de Dios.

Tú, sacerdote, eres medio de unión, porque tú eres padre, porque tú eres Cristo, y por Él, con Él y en Él eres cabeza, eres centro, haces familia, santificas, alimentas, sanas, reúnes, eres proveedor, eres pastor, eres esposo de la Santa Iglesia Católica, en la que haces de todo el pueblo de Dios, un solo pueblo santo, una sola familia.

Familia, esa es la obra de Dios. Desde un principio hombre y mujer los creó, y procrear y multiplicarse les mandó.

Familia, a través de la que Dios se manifiesta generando vida.

Familia, de la cual hay un solo modelo: la Sagrada Familia.

Unidad en Cristo, unidad en la fe, unidad en la esperanza, unidad en el amor.

Unidad, sacerdote: esa es tu responsabilidad.

Unidad, sacerdote, entre las familias y sus miembros, para establecer en cada familia el Reino de los Cielos, y así cada familia es un solo miembro que forma un solo cuerpo de Cristo, con un mismo espíritu, una sola fe, un solo Dios, una sola Iglesia, de la cual Cristo es cabeza.

Familia que acoge, que perdona, que olvida, que vive en armonía, en la que todos se ayudan, pero que también todos se afectan.

Tú eres, sacerdote, modelo y ejemplo de la segunda persona de la Santísima Trinidad, un solo Dios verdadero, que en tres Personas distintas manifiestan tu heredad.

Familia que adquiere la responsabilidad de educar, de hacer crecer y alimentar, de cuidar, de proteger, de aconsejar, de guiar, de reunir a sus miembros en un solo rebaño y con un solo pastor.

Eres tú, sacerdote, pastor del rebaño de Dios, unión de su pueblo para ser reunido en un solo pueblo santo de Dios.

Familia conformada a la perfección, siguiendo el modelo de la Santísima Trinidad, para ser a imagen y semejanza de Dios, porque Dios es padre y es madre, y Dios es amor.

Eres tú, sacerdote, quien bendice y une a las familias por el sacramento del santo matrimonio entre un hombre y una mujer en plena libertad, por su propia voluntad, que profesan uno a otro su amor, y les mandas: vayan a procrear y multiplíquense para que formen una sola familia, un solo miembro del cuerpo de Cristo. Y unes a las familias en torno a la Santa Iglesia, para ser Una, Santa, Católica y Apostólica.

Eres tú, sacerdote, el responsable de dar ejemplo, de ser un buen padre, de reunir a tus hijos en torno a la Madre.

Lo que une, sacerdote, es el amor.

No hay más definición de familia que Jesús, María y José, la Sagrada Familia de Nazaret.

(Espada de Dos Filos I, n. 31)

(Para pedir una suscripción gratuita por email del envío diario de “Espada de Dos Filos”, –facebook.com/espada.de.dos.filos12– enviar nombre y dirección a: espada.de.dos.filos12@gmail.com)

_____________________