12. Oraciones Sacerdotales



ORACIONES Y REFLEXIONES: "NECESITO CONVERSIÓN": Si un sacerdote no cree en la presencia viva y real de Cristo en la Eucaristía, necesita conversión. Si un sacerdote no tiene trato de amistad con Jesús, necesita conversión. Si un sacerdote no tiene trato con la Madre de Jesús, como madre, y él como hijo, necesita conversión.

YO NO TE DEJARÉ - Reflexión desde el Corazón de JesúsSacerdote mío: aunque los vientos sean fuertes y la tempestad arrecie, yo no te dejaré. Aunque el sol dejara de iluminar, aunque la luna dejara de brillar, yo no te dejaré.

 

DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS

Congregación para el Clero

11 de febrero de 2013

Medios para la vida espiritual

50. En efecto, entre las graves contradicciones de la cultura relativista es evidente una auténtica desintegración de la personalidad, causada por el oscurecimiento de la verdad sobre el hombre. El riesgo del dualismo en la vida sacerdotal siempre está al acecho.

Esta vida espiritual debe encarnarse en la existencia de cada presbítero a través de la liturgia, la oración personal, el tenor de vida y la práctica de las virtudes cristianas; todo esto contribuye a la fecundidad de la acción ministerial. La misma configuración con Cristo exige que el sacerdote cultive un clima de amistad con el Señor Jesús, haga experiencia de un encuentro personal con Él, y se ponga al servicio de la Iglesia, su Cuerpo, que el presbítero amará, dándose a ella mediante el servicio fiel e incansable de los deberes del ministerio pastoral[1].

Por tanto, es necesario que en la vida de oración del presbítero no falten nunca la celebración diaria de la eucaristía[2], con una adecuada preparación y sucesiva acción de gracias; la confesión frecuente[3] y la dirección espiritual ya practicada en el Seminario y a menudo antes[4]; la celebración íntegra y fervorosa de la Liturgia de las Horas[5], obligación cotidiana[6]; el examen de conciencia[7]; la oración mental propiamente dicha[8]; la lectio divina[9], los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos[10]; las preciosas expresiones de devoción mariana como el Rosario[11]; el Vía Crucis y otros ejercicios piadosos[12]; la provechosa lectura hagiográfica[13]; etc. Sin duda, el buen uso del tiempo, por amor de Dios y de la Iglesia, permitirá al sacerdote mantener más fácilmente una sólida vida de oración. De hecho, se aconseja que el presbítero, con la ayuda de su director espiritual, trate de atenerse con constancia a este plan de vida, que le permite crecer interiormente en un contexto en el cual numerosas exigencias de la vida lo podrían inducir muchas veces al activismo y a descuidar la dimensión espiritual.

Cada año, como un signo del deseo duradero de fidelidad, los presbíteros renuevan en la Misa crismal, delante del Obispo y junto con él, las promesas hechas en la ordenación[14].

El cuidado de la vida espiritual, que aleja al enemigo de la tibieza, debe ser para el sacerdote una exigencia gozosa, pero es también un derecho de los fieles que buscan en él —consciente o inconscientemente— al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos más difíciles de la vida para hallar consuelo y firmeza[15].

Benedicto XVI presenta en su Magisterio un texto altamente significativo acerca de la lucha contra la tibieza espiritual que deben llevar a cabo quienes viven una mayor cercanía con el Señor por razones de ministerio: «Nadie está tan cerca de su señor como el servidor que tiene acceso a la dimensión más privada de su vida. En este sentido, “servir” significa cercanía, requiere familiaridad. Esta familiaridad encierra también un peligro: el de que lo sagrado con el que tenemos contacto continuo se convierta para nosotros en costumbre. Así se apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, ya no percibimos la grande, nueva y sorprendente realidad: Él mismo está presente, nos habla y se entrega a nosotros. Contra este acostumbrarse a la realidad extraordinaria, contra la indiferencia del corazón debemos luchar sin tregua, reconociendo siempre nuestra insuficiencia y la gracia que implica el hecho de que Él se entrega así en nuestras manos»[16].

 

[1]     Cfr. C.I.C., can. 276 § 2, 1°.

[2]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 5; 18; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 23; 26; 38; 46; 48; C.I.C., can. 246 § 1 y 276 § 2, 2°.

[3]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 5; 18; C.I.C., cann. 246, § 4; 276, § 2, 5°; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 26; 48.

[4]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; C.I.C., can. 239; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 40; 50; 81.

[5]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; C.I.C., can. 246 § 2; 276 § 2, 3°; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 26; 72; Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Respuestas Celebratio integra a cuestiones acerca de la obligatoriedad del rezo de la Liturgia de las Horas (15 de noviembre de 2000), en Notitiae 37 (2001), 190-194.

[6]     Cfr. C.I.C. can. 1174 § 1.

[7]     Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 26; 37-38; 47; 51; 53; 72.

[8]     Cfr. C.I.C., can. 276 § 2, 5°.

[9]     Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 4; 13; 18; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 26; 47; 53; 70; 72.

[10]    Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; C.I.C., can. 276 § 2, 4°; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 80.

[11]    Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis 18; C.I.C., can. 246 § 3 y 276 § 2, 5°. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 36; 38; 45; 82.

[12]    Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 26; 37-38; 47; 51; 53; 72.

[13]    Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 18.

[14]    Cfr. Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 1979 (8 de abril de 1979), 1; Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo vobis, 80.

[15]    Cfr. Possidio, Vita Sancti Aurelii Augustini, 31: PL 32, 63-66.

[16]    Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa crismal (20 de marzo de 2008): “L’Osservatore Romano”, edición en lengua española, n. 13, 28 de marzo de 2008, 6.

 

CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO (Capítulo III)

De las obligaciones y derechos de los clérigos

276      §1.       Los clérigos en su propia conducta, están obligados a buscar  la santidad por una razón peculiar, ya que, consagrados a Dios por un  nuevo título en la recepción del orden, son administradores de los misterios  del Señor en servicio de su pueblo.

            § 2. Para poder alcanzar esta perfección:

1. Cumplan ante todo fiel e incansablemente las tareas  del ministerio pastoral;

2. Alimenten su vida espiritual en la doble mesa de la  sagrada Escritura y de la Eucaristía; por eso, se invita  encarecidamente a los sacerdotes a que ofrezcan cada día el  Sacrificio eucarístico, y a los diáconos a que participen diariamente  en la misma oblación;

3. Los sacerdotes, y los diáconos que desean recibir el  presbiterado, tienen obligación de celebrar todos los días la liturgia  de las horas según sus libros litúrgicos propios y aprobados; y los  diáconos permanentes han de rezar aquella parte que determine la  Conferencia Episcopal;

4. Están igualmente obligados a asistir a los retiros  espirituales, según las prescripciones del derecho particular;

5. Se  aconseja que hagan todos los días oración mental,  accedan frecuentemente al sacramento de la penitencia, tengan  peculiar veneración a la Virgen Madre de Dios y practiquen otros  medios de santificación tanto comunes como particulares.

 

DECRETO PRESBYTERORUM ORDINIS

Concilio Vaticano II

Los presbíteros, ministros de los sacramentos y de la Eucaristía

5. (...) La Eucaristía aparece como la fuente y cima de toda la evangelización; los catecúmenos, al introducirse poco a poco en la participación de la Eucaristía, y los fieles ya marcados por el sagrado Bautismo y Confirmación, por medio de la recepción de la Eucaristía se injertan plenamente en el Cuerpo de Cristo.

Es, pues, la celebración eucarística el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero. Enseñan los presbíteros a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la misa la Víctima divina y a ofrendar la propia vida juntamente con ella; les instruyen en el ejemplo de Cristo Pastor, para que sometan sus pecados con corazón contrito a la Iglesia en el Sacramento de la Penitencia, de forma que se conviertan cada día más hacia el Señor, acordándose de sus palabras: “Arrepentíos, porque se acerca el Reino de los cielos” (Mt., 4, 17). Les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada liturgia, de forma que en ella lleguen también a una oración sincera; les llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida, en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno; llevan a todos al cumplimiento de los deberes del propio estado, y a los más fervorosos les atraen hacia la práctica de los consejos evangélicos, acomodada a la condición de cada uno. Enseñan, por tanto, a los fieles a cantar al Señor en sus corazones himnos y cánticos espirituales, dando siempre gracias por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Los loores y acciones de gracias que elevan en la celebración de la Eucaristía los presbíteros, las continúan por las diversas horas del día en el rezo del Oficio Divino, con que, en nombre de la Iglesia, piden a Dios por todo el pueblo a ellos confiado o, por mejor decir, por todo el mundo.

Recursos para fomentar la vida espiritual

18. Para que los presbíteros puedan fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida, además del ejercicio consciente de su ministerio, cuentan con los medios comunes y particulares, nuevos y antiguos, que nunca deja de suscitar en el pueblo de Dios el Espíritu Santo, y que la Iglesia recomienda, e incluso manda alguna vez, para la santificación de sus miembros. Entre todas las ayudas espirituales sobresalen los actos con que los cristianos se nutren de la palabra de Dios en la doble mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía; a nadie se oculta cuánta trascendencia tiene su participación asidua para la santificación propia de los presbíteros.

Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias. A la luz de la fe, nutrida con la lectura divina, pueden buscar cuidadosamente las señales de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse, con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio.

Para cumplir con fidelidad su ministerio, gusten cordialmente el coloquio divino con Cristo Señor en la visita y en el culto personal de la Sagrada Eucaristía; practiquen gustosos el retiro espiritual y aprecien mucho la dirección espiritual. De muchas maneras, especialmente por la recomendada oración mental y variadas fórmulas de oraciones, que eligen a su gusto, los presbíteros buscan y piden instantemente a Dios el verdadero espíritu de oración con que ellos mismos, juntamente con la plebe que se les ha confiado, se unen íntimamente con Cristo Mediador del Nuevo Testamento, y así pueden clamar como hijos de adopción: “Abba, Padre” (Rom., 8, 15).

 

Exhortación Apostólica PASTORES DABO VOBIS (Juan Pablo II)

26. (...) Es sobre todo en la celebración de los Sacramentos, y en la celebración de la Liturgia de las Horas, donde el sacerdote está llamado a vivir y testimoniar la unidad profunda entre el ejercicio de su ministerio y su vida espiritual: el don de gracia ofrecido a la Iglesia se hace principio de santidad y llamada a la santificación. También para el sacerdote el lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía, porque en ella «se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo, que mediante su carne, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres. Así son ellos invitados y conducidos a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas sus cosas en unión con Él mismo».

De los diversos Sacramentos y, en particular, de la gracia específica y propia de cada uno de ellos, la vida espiritual del presbítero recibe unas connotaciones particulares. En efecto, se estructura y es plasmada por las múltiples características y exigencias de los diversos Sacramentos celebrados y vividos.

Quiero dedicar unas palabras al Sacramento de la Penitencia, cuyos ministros son los sacerdotes, pero deben ser también sus beneficiarios, haciéndose testigos de la misericordia de Dios por los pecadores. Repito cuanto escribí en la Exhortación Reconciliatio et paenitentia: «La vida espiritual y pastoral del sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica personal del Sacramento de la Penitencia. La celebración de la Eucaristía y el ministerio de los otros Sacramentos, el celo pastoral, la relación con los fieles, la comunión con los hermanos, la colaboración con el Obispo, la vida de oración, en una palabra toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento, si le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e inspirado en una auténtica fe y devoción al Sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la Comunidad de la que es pastor».

Por último, el sacerdote está llamado a revivir la autoridad y el servicio de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, animando y guiando la comunidad eclesial, o sea, reuniendo «la familia de Dios, como una fraternidad animada en la unidad» y conduciéndola «al Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo». Este «munus regendi» es una misión muy delicada y compleja, que incluye, además de la atención a cada una de las personas y a las diversas vocaciones, la capacidad de coordinar todos los dones y carismas que el Espíritu suscita en la comunidad, examinándolos y valorándolos para la edificación de la Iglesia, siempre en unión con los Obispos. Se trata de un ministerio que pide al sacerdote una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que preside y «guía» una comunidad; del «anciano» en el sentido más noble y rico de la palabra. En él se esperan ver virtudes como la fidelidad, la coherencia, la sabiduría, la acogida de todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y en los pobres (cf. Tit 1, 7-8).