Domingo 1 de Pascua (Ciclo A)

Escrito el 08/07/2025
Julia María Haces

Domingo de Resurrección (ciclo A)

(Comentarios sobre las Lecturas propias de la Santa Misa para meditar y preparar la homilía)

  • DEL MISAL MENSUAL
  • BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)
  • SAN AGUSTÍN (www.homiletica.com.ar)
  • FRANCISCO – Homilías de la Vigilia Pascual, 2013 y 2014
  • BENEDICTO XVI
  • RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)
  • PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes
  • FLUVIUM (www.fluvium.org)
  • PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)
  • BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)
  • Homilías con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II
  • Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
  • Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
  • HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)
  • Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España) (www.evangeli.net)
  • Mons. Joan Enric VIVES i Sicilia Obispos de Urgell (Lleida, España)
  • EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

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Este subsidio ha sido preparado por La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes  (www.lacompañiademaria.com), para ponerlo al servicio de los sacerdotes, como una ayuda para preparar la homilía dominical (lacompaniademaria01@gmail.com).

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DEL MISAL MENSUAL

Vigilia Pascual de la Noche Santa

Blanco

1. Según una tradición muy antigua, ésta es una noche de vigilia en honor del Señor (Ex 12, 42). Los fieles, llevando en la mano —según la exhortación evangélica (Lc 12, 35-37)— lámparas encendidas, se asemejan a quienes esperan el regreso de su Señor para que, cuando él vuelva, los encuentre vigilantes, y los haga sentar a su mesa.

2. La Vigilia de esta noche, la más grande y noble de todas las solemnidades, sea una sola para cada una de las iglesias. Así esta celebración de la Vigilia se desarrolla de la siguiente manera: después de la breve liturgia de la luz o “lucernario” y del Pregón pascual (primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, llena de fe en las palabras y promesas del Señor, medita los portentos que Él obró desde el principio a favor de su pueblo (segunda parte o liturgia de la palabra), y cuando el día está por llegar, encontrándose ya acompañada de sus nuevos miembros, renacidos en el Bautismo (tercera parte), es invitada a la mesa que el Señor ha preparado para su pueblo por medio del memorial de su muerte y resurrección, hasta que vuelva (cuarta parte).

3. Toda la celebración de la Vigilia Pascual se debe hacer en la noche, de modo que no debe comenzar antes del principio de la noche del sábado, ni terminar después del alba del domingo.

4. La Misa de la Vigilia, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la Misa pascual del domingo de Resurrección.

5. Quien participa en la Misa de la noche, puede comulgar también en la Misa del día. Quien celebra o concelebra la Misa de la noche, puede celebrar o concelebrar también la Misa del día. La Vigilia Pascual ocupa el lugar del Oficio de lectura.

6. El diácono asiste como de costumbre al sacerdote. En su ausencia, su ministerio lo asumen el sacerdote celebrante o un concelebrante, con excepción de lo que se indica más adelante.

El sacerdote y el diácono se revisten, desde el principio, como para la Misa, con vestiduras blancas.

7. Prepárense suficientes velas para todos los fieles que participen en la Vigilia Se apagan todas las luces de la iglesia.

Primera parte

SOLEMNE INICIO DE LA VIGILIA, O “LUCERNARIO”

Bendición del fuego y preparación del cirio

8. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se prepara un fuego que llamee. Congregado ahí el pueblo, llega el sacerdote con los ministros. Uno de los ministros lleva el cirio pascual. No se usan ni la cruz procesional, ni los ciriales.

Si las circunstancias no permiten encender el fuego fuera de la iglesia, todo este rito se desarrolla como se indica en el n. 13

9. El sacerdote y los fieles se signan, mientras él dice: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseguida saluda al pueblo, como de costumbre, le hace una breve monición sobre la vigilia de esta noche, con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Conmemoremos, pues, juntos, la Pascua del Señor, escuchando su palabra y participando en sus sacramentos, con la esperanza cierta de participar también en su triunfo sobre la muerte y de vivir con Él para siempre en Dios.

10. Enseguida el sacerdote bendice el fuego, diciendo con las manos extendidas:

Oremos. Dios nuestro, que por medio de tu Hijo comunicaste a tus fieles el fuego de tu luz, santifica este fuego nuevo y concédenos que, al celebrar estas fiestas pascuales, se encienda en nosotros el deseo de las cosas celestiales, para que podamos llegar con un espíritu renovado a las fiestas de la eterna claridad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

11. Una vez bendecido el fuego nuevo, uno de los ministros lleva el cirio pascual ante el celebrante. Éste, con un punzón, grava una cruz en el cirio. Después, traza sobre él, la letra griega Alfa, y; debajo, la letra Omega; entre los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso, mientras dice:

1. Cristo ayer y hoy, 

Traza la línea vertical; 

2. Principio y fin, 

traza la línea horizontal;

3. Alfa,

traza la letra alfa, arriba de la línea vertical;

4. y Omega.

Traza la letra omega, abajo de la línea vertical;

5. Suyo es el tiempo,

traza el primer número del año en curso, en ángulo superior izquierdo de la cruz;

6. y la eternidad.

Traza el segundo número del año, en el ángulo superior derecho;

7. A Él la gloria y el poder,

traza el tercer número del año en el ángulo inferior izquierdo;

8. por los siglos de los siglos. Amén.

Traza el cuarto número del año en el ángulo inferior derecho.

12. Después de haber trazado la cruz y los demás signos el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz diciendo al mismo tiempo:

1. Por sus santas llagas

2. gloriosas

3. nos proteja

4. y nos guarde

5. Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

13. Cuando por alguna razón no se puede encender el fuego fuera de la iglesia, el rito se acomoda a las circunstancias. El pueblo se reúne como de costumbre en la iglesia. El celebrante con los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual, se dirige a la puerta de entrada. El pueblo, en cuanto sea posible, se vuelve hacia el sacerdote.

Hecho el saludo y la monición como se indica en el número 9, enseguida se bendice el fuego y se prepara el cirio como se indica en los números 10-12.

14. El celebrante enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo:

Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu.

PROCESIÓN

15. Encendido el cirio, uno de los ministros toma del fuego unos carbones ardientes y los coloca en el incensario, y el sacerdote, en la forma acostumbrada, pone el incienso. El diácono o, en su ausencia otro ministro idóneo, recibe de un ministro el cirio pascual y se dispone la procesión. El turiferario con el incensario humeante se coloca adelante del diácono o del otro ministro, que lleva el cirio pascual. Siguen el sacerdote, los ministros y luego el pueblo, que llevan todos en la mano las velas apagadas.

En la puerta de la iglesia, el diácono se detiene y elevando el cirio, canta: Luz de Cristo.

Y todos responden: Demos gracias a Dios.

El sacerdote enciende su vela de la llama del cirio pascual.

16. Enseguida el diácono avanza hasta la mitad de la iglesia, se detiene y elevando el cirio, canta por segunda vez:

Luz de Cristo.

Y todos responden: Demos gracias a Dios.

Todos encienden su vela de la llama del cirio pascual y avanzan.

17. Al llegar ante el altar, el diácono, vuelto hacia el pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez: Luz de Cristo.

Y todos responden: Demos gracias a Dios.

A continuación el diácono pone el cirio pascual en el candelabro que está preparado junto al ambón o, en medio del presbiterio.

Y entonces se encienden las luces de la iglesia, con excepción de las velas del altar.

PREGÓN PASCUAL

18. Cuando el sacerdote llega al altar, se dirige a la sede, entrega su vela a un ministro, pone y bendice el incienso como lo hace en la Misa antes del Evangelio. El diácono se acerca al sacerdote y diciendo: Padre, dame tu bendición, pide y recibe la bendición del sacerdote, el cual dice en voz baja:

El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que proclames dignamente su Pregón pascual; en el nombre del Padre, y del Hijo +, y del Espíritu Santo.

Y el diácono responde: Amén.

Esta bendición se omite si el Pregón pascual es proclamado por otro que no sea diácono.

19. El diácono, habiendo incensado el libro y el cirio, proclama el Pregón pascual desde el ambón o desde un atril. Todos permanecen de pie, teniendo en sus manos las velas encendidas.

El Pregón pascual puede ser proclamado, en ausencia del diácono, por el mismo sacerdote o por otro presbítero concelebrante. Pero si, en caso de necesidad, un cantor laico proclama el Pregón, omite las palabras Por eso, queridos hermanos, hasta el final del invitatorio, así como el saludo: El Señor esté con ustedes.

FORMA LARGA DEL PREGÓN PASCUAL

Alégrense, por fin, los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo y, por la victoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este recinto con las aclamaciones del pueblo.

(Por eso, queridos hermanos, que asisten a la admirable claridad de esta luz santa, invoquen conmigo la misericordia de Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó al número de los ministros, complete mi alabanza a este cirio, infundiendo el resplandor de su luz).

(V/. El Señor esté con ustedes.

R/. Y con tu espíritu).

V/. Levantemos el corazón.

R/. Lo tenemos levantado hacia el Señor. 

V/. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. 

R/. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón, a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo.

Porque Él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán, y ha borrado con su sangre inmaculada la condena del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie, sin mojarse, el Mar Rojo.

Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado.

Ésta es la noche que a todos los que creen en Cristo, por toda la tierra, los arranca de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, los restituye a la gracia y los agrega a los santos.

Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.

¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó del abismo.

Ésta es la noche de la que estaba escrito: “Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo”.

Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, el sacrificio vespertino de alabanza, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, que arde en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de cera fundida que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa, en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio consagrado a tu nombre para destruir la oscuridad de esta noche, arda sin apagarse y, aceptado como perfume, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso, Jesucristo, tu Hijo, que volviendo del abismo, brilla sereno para el linaje humano y vive y reina por los siglos de los siglos. R/. Amén.

Segunda parte

LITURGIA DE LA PALABRA

En esta Vigilia, “madre de todas las Vigilias”, se proponen nueve lecturas, siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (la Epístola y el Evangelio), que deben ser leídas todas, siempre que sea posible, para conservar la índole de la Vigilia, la cual exige que dure un tiempo prolongado.

Sin embargo, donde lo pidan circunstancias pastorales verdaderamente graves, puede reducirse el número de lecturas del Antiguo Testamento; pero téngase siempre en cuenta que la lectura de la Palabra de Dios, es parte fundamental de esta Vigilia Pascual. Deben leerse, por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, tomadas de la Ley y de los Profetas, y cánteme sus respectivos salmos responsoriales. Nunca se omita la tercera lectura, tomada del capítulo 14 del Éxodo, con su cántico.

Todos apagan sus velas y se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote exhorta a la asamblea con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos, habiendo iniciado solemnemente la Vigilia Pascual, escuchemos con recogimiento la palabra de Dios. Meditemos cómo, en la antigua alianza, Dios salvó a su pueblo y en la plenitud de los tiempos, envió al mundo a su Hijo para que nos redimiera.

Oremos para que Dios lleve a su plenitud la obra de la redención realizada por el misterio pascual.

Siguen luego las lecturas. Un lector va al ambón y proclama la lectura. Después el salmista o cantor, dice el salmo, alternando con las respuestas del pueblo. Enseguida todos se levantan, el sacerdote dice: Oremos, y, después de que todos han orado en silencio durante unos momentos, dice la oración que corresponde a la lectura.

En lugar del salmo responsorial, se puede guardar un momento de silencio sagrado. En este caso se omite la pausa después del Oremos.

PRIMERA LECTURA

Vio Dios todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno.

Del libro del Génesis: 1, 1-2, 2

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos; y las tinieblas cubrían la faz del abismo. El espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.

Dijo Dios: “Que exista la luz”, y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. Llamó a la luz “día” y a las tinieblas, “noche”. Fue la tarde y la mañana del primer día.

Dijo Dios: “Que haya una bóveda entre las aguas, que separe unas aguas de otras”. E hizo Dios una bóveda y separó con ella las aguas de arriba, de las aguas de abajo. Y así fue. Llamó Dios a la bóveda “cielo”. Fue la tarde y la mañana del segundo día.

Dijo Dios: “Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo lugar y que aparezca el suelo seco”. Y así fue. Llamó Dios “tierra” al suelo seco y “mar” a la masa de las aguas. Y vio Dios que era bueno.

Dijo Dios: “Verdee la tierra con plantas que den semilla y árboles que den fruto y semilla, según su especie, sobre la tierra”. Y así fue. Brotó de la tierra hierba verde, que producía semilla, según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla, según su especie. Y vio Dios que era bueno. Fue la tarde y la mañana del tercer día.

Dijo Dios: “Que haya lumbreras en la bóveda del cielo, que separen el día de la noche, señalen las estaciones, los días y los años, y luzcan en la bóveda del cielo para iluminar la tierra”. Y así fue. Hizo Dios las dos grandes lumbreras: la lumbrera mayor para regir el día y la menor, para regir la noche; y también hizo las estrellas. Dios puso las lumbreras en la bóveda del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche, y separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno. Fue la tarde y la mañana del cuarto día.

Dijo Dios: “Agítense las aguas con un hervidero de seres vivientes y revoloteen sobre la tierra las aves, bajo la bóveda del cielo”. Creó Dios los grandes animales marinos y los vivientes que en el agua se deslizan y la pueblan, según su especie. Creó también el mundo de las aves, según sus especies. Vio Dios que era bueno y los bendijo, diciendo: “Sean fecundos y multiplíquense; llenen las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra”. Fue la tarde y la mañana del quinto día.

Dijo Dios: “Produzca la tierra vivientes, según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras, según sus especies”. Y así fue. Hizo Dios las fieras, los animales domésticos y los reptiles, cada uno según su especie. Y vio Dios que era bueno.

Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine a los peces del mar, a las aves del cielo, a los animales domésticos y a todo animal que se arrastra sobre la tierra”.

Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen suya lo creó; hombre y mujer los creó.

Y los bendijo Dios y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”.

Y dijo Dios: “He aquí que les entrego todas las plantas de semilla que hay sobre la faz de la tierra, y todos los árboles que producen fruto y semilla, para que les sirvan de alimento. Y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todos los seres que respiran, también les doy por alimento las verdes plantas”. Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno. Fue la tarde y la mañana del sexto día.

Así quedaron concluidos el cielo y la tierra con todos sus ornamentos, y terminada su obra, descansó Dios el séptimo día de todo cuanto había hecho. 

Palabra de Dios.

O bien: Forma breve

La creación del hombre.

Del libro del Génesis: 1, 1. 26-31

En el principio creó Dios el cielo y la tierra. Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine a los peces del mar, a las aves del cielo, a los animales domésticos y a todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen suya lo creó; hombre y mujer los creó.

Y los bendijo Dios y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”.

Y dijo Dios: “He aquí que les entrego todas las plantas de semilla que hay sobre la faz de la tierra, y todos los árboles que producen fruto y semilla, para que les sirvan de alimento. Y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todos los seres que respiran, también les doy por alimento las verdes plantas”. Y así fue. Vio Dios todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 32

R/. La tierra llena está de tus bondades.

Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho, la tierra llena está de sus bondades. R/.

La palabra del Señor hizo los cielos y su aliento, los astros. Los mares encerró como en un odre y como en una presa, los océanos. R/.

Feliz la nación cuyo Dios es el Señor; dichoso el pueblo que escogió por suyo. Desde el cielo el Señor, atentamente, mira a todos los hombres. R/.

En el Señor está nuestra esperanza, pues Él es nuestra ayuda y nuestro amparo. Muéstrate bondadoso con nosotros, puesto que en ti, Señor, hemos confiado. R/.

O bien:

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 103

R/. Bendice al Señor, alma mía.

Bendice al Señor, alma mía; Señor y Dios mío, inmensa es tu grandeza. Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. R/.

Sobre bases inconmovibles asentaste la tierra para siempre. Con un vestido de mares la cubriste y las aguas en los montes concentraste. R/.

En los valles haces brotar las fuentes, que van corriendo entre montañas; junto al arroyo vienen a vivir las aves, que cantan entre las ramas. R/.

Desde tu cielo riegas los montes y sacias la tierra del fruto de tus manos; haces brotar hierba para los ganados y pasto para los que sirven al hombre. R/.

¡Qué numerosas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con maestría! La tierra está llena de tus creaturas. Bendice al Señor, alma mía. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Dios todopoderoso y eterno, que en todas las obras de tu amor te muestras admirable, concede a quienes has redimido, comprender que el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua, en la plenitud de los tiempos, es una obra más maravillosa todavía que la misma creación del mundo. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

O bien: Creación del hombre.

Oremos.

Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre y de modo más admirable aún lo redimiste, concédenos sabiduría de espíritu, para resistir a los atractivos del pecado y poder llegar así a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

SEGUNDA LECTURA

El sacrificio de nuestro patriarca Abraham.

Del libro del Génesis: 22, 1-18

En aquel tiempo, Dios le puso una prueba a Abraham y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él respondió: “Aquí estoy”. Y Dios le dijo: “Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.

Abraham madrugó, aparejó su burro, tomó consigo a dos de sus criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que Dios le había indicado. Al tercer día divisó a lo lejos el lugar. Les dijo entonces a sus criados: “Quédense aquí con el burro; yo iré con el muchacho hasta allá, para adorar a Dios y después regresaremos”.

Abraham tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac y tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a su padre Abraham: “¡Padre!” Él respondió: “¿Qué quieres, hijo?” El muchacho contestó: “Ya tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?” Abraham le contestó: “Dios nos dará el cordero para el sacrificio, hijo mío”. Y siguieron caminando juntos.

Cuando llegaron al sitio que Dios le había señalado, Abraham levantó un altar y acomodó la leña. Luego ató a su hijo Isaac, lo puso sobre el altar, encima de la leña, y tomó el cuchillo para degollarlo.

Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él contestó: “Aquí estoy”. El ángel le dijo: “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único”.

Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza. Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio, en lugar de su hijo. Abraham puso por nombre a aquel sitio “el Señor provee”, por lo que aun el día de hoy se dice: “el monte donde el Señor provee”.

El ángel del Señor volvió a llamar a Abraham desde el cielo y le dijo: “Juro por mí mismo, dice el Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo único, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades enemigas. En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras.

Palabra de Dios.

O bien: Forma breve

Del libro del Génesis: 22, 1-2. 9-13. 15-18

En aquel tiempo, Dios le puso una prueba a Abraham y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él respondió: “Aquí estoy”. Y Dios le dijo: “Toma a tu hijo único, Isaac, a quien tanto amas; vete a la región de Moria y ofrécemelo en sacrificio, en el monte que yo te indicaré”.

Cuando llegaron al sitio que Dios le había señalado, Abraham levantó un altar y acomodó la leña. Luego ató a su hijo Isaac, lo puso sobre el altar, encima de la leña, y tomó el cuchillo para degollarlo.

Pero el ángel del Señor lo llamó desde el cielo y le dijo: “¡Abraham, Abraham!” Él contestó: “Aquí estoy”. El ángel le dijo: “No descargues la mano contra tu hijo, ni le hagas daño. Ya veo que temes a Dios, porque no le has negado a tu hijo único”. Abraham levantó los ojos y vio un carnero, enredado por los cuernos en la maleza. Atrapó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a llamar a Abraham desde el cielo y le dijo: “Juro por mí mismo, dice el Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo único, yo te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y las arenas del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades enemigas. En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra, porque obedeciste a mis palabras”. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 15

R/. Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti.

El Señor es la parte que me ha tocado en herencia: mi vida está en sus manos. Tengo siempre presente al Señor y con Él a mi lado, jamás tropezaré. R/.

Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte, ni dejarás que sufra yo la corrupción. R/.

Enséñame el camino de la vida, sáciame de gozo en tu presencia y de alegría perpetua junto a ti. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Dios nuestro, excelso Padre de los creyentes, que por medio de la gracia de la adopción y por el misterio pascual sigues cumpliendo la promesa hecha a Abraham de multiplicar su descendencia por toda la tierra y de hacerlo el padre de todas las naciones, concede a tu pueblo responder dignamente a la gracia de tu llamada. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

TERCERA LECTURA

Los israelitas entraron en el mar sin mojarse.

Del libro del Éxodo: 14, 15-15, 1

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés: “¿Por qué sigues clamando a mí? Diles a los israelitas que se pongan en marcha. Y tú, alza tu bastón, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en el mar sin mojarse. Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a expensas del faraón y de todo su ejército, de sus carros y jinetes. Cuando me haya cubierto de gloria a expensas del faraón, de sus carros y jinetes, los egipcios sabrán que yo soy el Señor”.

El ángel del Señor, que iba al frente de las huestes de Israel, se colocó tras ellas. Y la columna de nubes que iba adelante, también se desplazó y se puso a sus espaldas, entre el campamento de los israelitas y el campamento de los egipcios. La nube era tinieblas para unos y claridad para otros, y así los ejércitos no trabaron contacto durante toda la noche.

Moisés extendió la mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y dividió las aguas. Los israelitas entraron en el mar y no se mojaban, mientras las aguas formaban una muralla a su derecha y a su izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución y toda la caballería del faraón, sus carros y jinetes, entraron tras ellos en el mar.

Hacia el amanecer, el Señor miró desde la columna de fuego y humo al ejército de los egipcios y sembró entre ellos el pánico. Trabó las ruedas de sus carros, de suerte que no avanzaban sino pesadamente. Dijeron entonces los egipcios: “Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto”.

Entonces el Señor le dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes”. Y extendió Moisés su mano sobre el mar, y al amanecer, las aguas volvieron a su sitio, de suerte que al huir, los egipcios se encontraron con ellas, y el Señor los derribó en medio del mar. Volvieron las aguas y cubrieron los carros, a los jinetes y a todo el ejército del faraón, que se había metido en el mar para perseguir a Israel. Ni uno solo se salvó.

Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar. Las aguas les hacían muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios, muertos en la orilla del mar. Israel vio la mano fuerte del Señor sobre los egipcios, y el pueblo temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo. Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este cántico al Señor:

SALMO RESPONSORIAL

Éxodo 15

R/. Alabemos al Señor por su victoria.

Cantemos al Señor, sublime es su victoria: caballos y jinetes arrojó en el mar. Mi fortaleza y mi canto es el Señor, Él es mi salvación; Él es mi Dios, y yo lo alabaré, es el Dios de mis padres, y yo le cantaré. R/.

El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor. Precipitó en el mar los carros del faraón y a sus guerreros; ahogó en el Mar Rojo a sus mejores capitanes. R/.

Las olas los cubrieron, cayeron hasta el fondo, como piedras. Señor, tu diestra brilla por su fuerza, tu diestra, Señor, tritura al enemigo. R/.

Tú llevas a tu pueblo para plantarlo en el monte que le diste en herencia, en el lugar que convertiste en tu morada, en el santuario que construyeron tus manos. Tú, Señor, reinarás para siempre. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Señor Dios, cuyos antiguos prodigios los percibimos resplandeciendo también en nuestros tiempos, puesto que aquello mismo que realizó la diestra de tu poder para liberar a un solo pueblo de la esclavitud del faraón, lo sigues realizando también ahora, por medio del agua del bautismo para salvar a todas las naciones, concede que todos los hombres del mundo lleguen a contarse entre los hijos de Abraham y participen de la dignidad del pueblo elegido. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

O bien:

Oremos.

Dios nuestro, que manifestaste a la luz del Nuevo Testamento el sentido profundo de los prodigios realizados en los tiempos antiguos, dejándonos ver en el paso del Mar Rojo, una imagen del bautismo y en el pueblo liberado de la esclavitud, un anuncio de los sacramentos del pueblo cristiano, haz que todos los hombres, mediante la fe, participen del privilegio del pueblo elegido y sean regenerados por la acción santificadora de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

CUARTA LECTURA

Con amor eterno se ha apiadado de ti tu redentor.

Del libro del profeta Isaías: 54, 5-14

“El que te creó, te tomará por esposa; su nombre es ‘Señor de los ejércitos’. Tu redentor es el Santo de Israel; será llamado ‘Dios de toda la tierra’. Como a una mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor. ¿Acaso repudia uno a la esposa de la juventud?, dice tu Dios.

Por un instante te abandoné, pero con inmensa misericordia te volveré a tomar. En un arrebato de ira te oculté un instante mi rostro, pero con amor eterno me he apiadado de ti, dice el Señor, tu redentor.

Me pasa ahora como en los días de Noé: entonces juré que las aguas del diluvio no volverían a cubrir la tierra; ahora juro no enojarme ya contra ti ni volver a amenazarte. Podrán desaparecer los montes y hundirse las colinas, pero mi amor por ti no desaparecerá y mi alianza de paz quedará firme para siempre. Lo dice el Señor, el que se apiada de ti.

Tú, la afligida, la zarandeada por la tempestad, la no consolada: He aquí que yo mismo coloco tus piedras sobre piedras finas, tus cimientos sobre zafiros; te pondré almenas de rubí y puertas de esmeralda y murallas de piedras preciosas. Todos tus hijos serán discípulos del Señor, y será grande su prosperidad. Serás consolidada en la justicia. Destierra la angustia, pues ya nada tienes que temer; olvida tu miedo, porque ya no se acercará a ti”.

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 29

R/. Te alabaré, Señor, eternamente.

Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste. R/.

Alaben al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo. R/.

Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente. R/.

ORACIÓN

Oremos. Dios todopoderoso y eterno, multiplica, en honor a tu nombre, cuanto prometiste a nuestros padres en la fe y acrecienta la descendencia por ti prometida mediante la santa adopción filial, para que aquello que los antiguos patriarcas no dudaron que habría de acontecer, tu Iglesia advierta que ya está en gran parte cumplido. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

La oración anterior puede sustituirse por alguna de las que siguen, cuando sus lecturas correspondientes vayan a omitirse.

QUINTA LECTURA

Vengan a mí y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua.

Del libro del profeta Isaías: 55, 1-11

Esto dice el Señor: “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?

Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán.

Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David. Como a él lo puse por testigo ante los pueblos, como príncipe y soberano de las naciones, así tú reunirás a un pueblo desconocido, y las naciones que no te conocían acudirán a ti, por amor del Señor, tu Dios, por el Santo de Israel, que te ha honrado.

Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal, sus planes; que regrese al Señor, y Él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos.

Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Isaías 12

R/. El Señor es mi Dios y salvador.

El Señor es mi Dios y salvador, con Él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza, y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación. R/.

Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es sublime. R/.

Alaben al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Dios todopoderoso y eterno, única esperanza del mundo, tú que anunciaste, por voz de los profetas, los misterios que estamos celebrando esta noche, multiplica en el corazón de tu pueblo los santos propósitos porque no podría ningún santo anhelo alcanzar crecimiento sin el impulso que procede de ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

SEXTA LECTURA

Sigue el camino que te conduce a la luz del Señor.

Del libro del profeta Baruc: 3, 9-15. 32-4, 4

Escucha, Israel, los mandatos de vida, presta oído para que adquieras prudencia. ¿A qué se debe, Israel, que estés aún en país enemigo, que envejezcas en tierra extranjera, que te hayas contaminado por el trato con los muertos, que te veas contado entre los que descienden al abismo?

Es que abandonaste la fuente de la sabiduría. Si hubieras seguido los senderos de Dios, habitarías en paz eternamente. Aprende dónde están la prudencia, la inteligencia y la energía, así aprenderás dónde se encuentra el secreto de vivir larga vida, y dónde la luz de los ojos y la paz. ¿Quién es el que halló el lugar de la sabiduría y tuvo acceso a sus tesoros? El que todo lo sabe, la conoce; con su inteligencia la ha escudriñado. El que cimentó la tierra para todos los tiempos, y la pobló de animales cuadrúpedos; el que envía la luz, y ella va, la llama, y temblorosa le obedece; llama a los astros, que brillan jubilosos en sus puestos de guardia, y ellos le responden: “Aquí estamos”, y refulgen gozosos para aquel que los hizo. Él es nuestro Dios y no hay otro como El; Él ha escudriñado los caminos de la sabiduría y se la dio a su hijo Jacob, a Israel, su predilecto. Después de esto, ella apareció en el mundo y convivió con los hombres. La sabiduría es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna; los que la guardan, vivirán, los que la abandonan, morirán.

Vuélvete a ella, Jacob, y abrázala; camina hacia la claridad de su luz; no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero. Bienaventurados nosotros, Israel, porque lo que agrada al Señor nos ha sido revelado. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 18

R/. Tú tienes, Señor, palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma; inmutables son las palabras del Señor y hacen sabio al sencillo. R/.

En los mandamientos del Señor hay rectitud y alegría para el corazón; son luz los preceptos del Señor para alumbrar el camino. R/.

La voluntad de Dios es santa y para siempre estable; los mandatos del Señor son verdaderos y enteramente justos. R/.

Más deseables que el oro y las piedras preciosas, las normas del Señor, y más dulces que la miel de un panal que gotea. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Dios nuestro, que haces crecer continuamente a tu Iglesia con hijos llamados de todos los pueblos, dígnate proteger siempre con tu gracia a quienes has purificado con el agua del bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R/. Amén.

SÉPTIMA LECTURA

Los rociaré con agua pura y les daré un corazón nuevo.

Del libro del profeta Ezequiel: 36, 16-28

En aquel tiempo, me fue dirigida la palabra del Señor en estos términos: “Hijo de hombre, cuando los de la casa de Israel habitaban en su tierra, la mancharon con su conducta y con sus obras; como inmundicia fue su proceder ante mis ojos. Entonces descargué mi furor contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país y por haberlo profanado con sus idolatrías. Los dispersé entre las naciones y anduvieron errantes por todas las tierras. Los juzgué según su conducta, según sus acciones los sentencié. Y en las naciones a las que se fueron, desacreditaron mi santo nombre, haciendo que de ellos se dijera: ‘Éste es el pueblo del Señor, y ha tenido que salir de su tierra’.

Pero, por mi santo nombre, que la casa de Israel profanó entre las naciones a donde llegó, me he compadecido. Por eso, dile a la casa de Israel: ‘Esto dice el Señor: no lo hago por ustedes, casa de Israel. Yo mismo mostraré la santidad de mi nombre excelso, que ustedes profanaron entre las naciones. Entonces ellas reconocerán que yo soy el Señor, cuando, por medio de ustedes les haga ver mi santidad.

Los sacaré a ustedes de entre las naciones, los reuniré de todos los países y los llevaré a su tierra. Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; los purificaré de todas sus inmundicias e idolatrías.

Les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de ustedes el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu y los haré vivir según mis preceptos y guardar y cumplir mis mandamientos. Habitarán en la tierra que di a sus padres; ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios’”. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

De los salmos 41 y 42

R/. Estoy sediento del Dios que da la vida.

Como el venado busca el agua de los ríos, así, cansada, mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.

Del Dios que da la vida está mi ser sediento. ¿Cuándo será posible ver de nuevo su templo? R/.

Recuerdo cuando íbamos a casa del Señor, cantando, jubilosos, alabanzas a Dios. R/.

Envíame, Señor, tu luz y tu verdad; que ellas se conviertan en mi guía y hasta tu monte santo me conduzcan, allí donde tú habitas. R/.

Al altar del Señor me acercaré, al Dios que es mi alegría, y a mi Dios, el Señor, le daré gracias al compás de la cítara. R/.

O bien, cuando hay bautizos:

Isaías 12

R/. Sacarán agua con gozo de la fuente de la salvación.

El Señor es mi Dios y salvador, con Él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación. R/.

Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es sublime. R/.

Alaben al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes. R/.

O bien:

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 50

R/. Crea en mí, Señor, un corazón puro.

Crea en mí, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu. R/.

Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mí un alma generosa. Enseñaré a los descarriados tus caminos y volverán a ti los pecadores. R/.

Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias. R/.

ORACIÓN

Oremos.

Dios de inmutable poder y eterna luz, mira propicio el admirable misterio de la Iglesia entera y realiza serenamente, en virtud de tu eterno designio, la obra de la humana salvación; que todo el mundo vea y reconozca que los caídos se levantan, que se renueva lo que había envejecido y que, por obra de Jesucristo, todas las cosas concurren hacia la unidad que tuvieron en el origen. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

R/. Amén.

O bien:

Oremos.

Señor Dios, que con las enseñanzas de ambos Testamentos nos instruyes para celebrar el sacramento de la Pascua, haz que comprendamos la hondura de tu misericordia, para que los dones que hoy recibimos afiancen en nosotros la esperanza de los bienes futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

Terminada la última lectura del Antiguo Testamento, con su salmo responsorial y la oración correspondiente, se encienden las velas del altar, y el sacerdote entona el himno Gloria a Dios en el cielo, que todos prosiguen, mientras se tocan las campanas, de acuerdo con las costumbres de cada lugar.

Terminado el himno, el sacerdote dice la oración colecta, como de ordinario.

Oremos.

Dios nuestro, que haces resplandecer esta noche con la gloria de la resurrección del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu de adopción filial, para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos fielmente a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Enseguida un lector hace la lectura del Apóstol.

EPÍSTOLA

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca.

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 6, 3-11

Hermanos: ¿No saben ustedes que todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo, hemos sido incorporados a Él en su muerte? En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con Él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva.

Porque, si hemos estado íntimamente unidos a Él por una muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado quedara destruido, a fin de que ya no sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre del pecado.

Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con Él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene dominio sobre Él, porque al morir, murió al pecado de una vez para siempre; y al resucitar, vive ahora para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Palabra de Dios.

34. Leída la Epístola, todos se ponen de pie, y el sacerdote entona solemnemente tres veces, elevando gradualmente su voz, el Aleluya, que todos repiten. Si hace falta, un salmista canta el Aleluya.

Luego un salmista o un cantor dice el salmo 117, al que el pueblo responde: Aleluya.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 117

R/. Aleluya, aleluya.

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. R/.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo, para contar lo que el Señor ha hecho. R/.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. R/.

35. El sacerdote, como es costumbre, pone incienso y bendice al diácono. Para el Evangelio no se llevan los ciriales, sino solamente el incienso.

EVANGELIO

Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea.

+Del santo Evangelio según san Mateo: 28,1-10

Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’. Eso es todo”.

Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”. 

Palabra del Señor.

36. Después del Evangelio, no se omita la homilía, aunque breve.

Tercera parte

LITURGIA BAUTISMAL

37. Después de la homilía se pasa a la liturgia bautismal. El sacerdote con los ministros se dirige a la fuente bautismal, si es que ésta se encuentra a la vista de los fieles. De lo contrario se pone un recipiente con agua en el presbiterio.

38. Si hay catecúmenos, son llamados por su nombre y presentados por los padrinos, o, si son niños, son llevados por sus papás y sus padrinos frente a toda la asamblea.

39. Si tiene lugar la procesión al bautisterio o a la fuente bautismal, se organiza en este momento. Va delante el ministro con el cirio pascual; lo siguen los bautizandos con sus padrinos, enseguida los ministros, el diácono y el sacerdote. Durante la procesión se cantan las letanías (n. 43). Terminadas las letanías, el sacerdote hace la monición (n. 40).

40. Si, en cambio, se lleva a cabo la liturgia bautismal en el presbiterio, el sacerdote inmediatamente hace la monición introductoria con estas palabras u otras semejantes: Si están presentes los que se van a bautizar:

Hermanos, acompañemos con nuestra oración a quienes anhelan renacer a una nueva vida en la fuente del bautismo, para que Dios, nuestro Padre, les otorgue su protección y amor.

Si se bendice la fuente, pero no hay bautismos:

Hermanos, pidamos a Dios todopoderoso, que con su poder santifique esta fuente bautismal, para que cuantos en el bautismo van a ser regenerados en Cristo, sean agregados al número de hijos adoptivos de Dios.

41. Dos cantores entonan las letanías, a las que todos responden, estando de pie (por razón del Tiempo Pascual).

Si la procesión hasta el bautisterio es larga, se cantan las letanías durante la procesión; en este caso se llama a los que se van a bautizar, antes de comenzar la procesión. Se abre la procesión con el cirio pascual, luego siguen los bautizados con sus padrinos, después los ministros, el diácono y el sacerdote. En este caso, la monición precedente se hace antes de la bendición del agua.

42. Si no hay bautismos ni bendición de la fuente, omitidas las letanías se procede inmediatamente a la bendición del agua (n. 54).

43. En las letanías se pueden añadir algunos nombres de santos, especialmente el del titular de la iglesia, el de los patronos del lugar y el de los patronos de quienes serán bautizados.

Señor, ten piedad de nosotros.     Señor, ten piedad de nosotros. 

Cristo, ten piedad de nosotros.     Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor, ten piedad de nosotros.     Señor, ten piedad de nosotros. 

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros. 

San Miguel, ruega por nosotros.

Santos ángeles de Dios, rueguen por nosotros. 

San Juan Bautista, ruega por nosotros. 

San José, ruega por nosotros.

San Pedro y san Pablo, rueguen por nosotros. 

San Andrés, San Juan, ruega por nosotros. 

Santa María Magdalena, ruega por nosotros. 

San Esteban, ruega por nosotros. 

San Ignacio de Antioquía, ruega por nosotros. 

San Lorenzo, ruega por nosotros. 

San Felipe de Jesús, ruega por nosotros. 

Santos Cristóbal Magallanes y compañeros, mártires, rueguen por nosotros.

Santas Perpetua y Felicitas, rueguen por nosotros.

Santa Inés, ruega por nosotros.

San Gregorio, ruega por nosotros. 

San Atanasio, ruega por nosotros. 

San Agustín, ruega por nosotros. 

San Basilio, ruega por nosotros. 

San Martín, ruega por nosotros. 

San Benito, ruega por nosotros. 

San Francisco y santo Domingo, rueguen por nosotros.

San Francisco Javier, ruega por nosotros.

San Juan María Vianney, ruega por nosotros. 

San Rafael Guízar y Valencia, ruega por nosotros. 

San José María de Yermo y Parres, ruega por nosotros. 

Santa Catalina de Siena, ruega por nosotros. 

Santa Teresa de Jesús, ruega por nosotros. 

Santa Teresa del Niño Jesús, ruega por nosotros.

Santa María de Jesús

Sacramentado Venegas, ruega por nosotros.

Santa María Guadalupe García Zavala, ruega por nosotros.

San Juan Diego, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rueguen por nosotros.

Muéstrate propicio, líbranos, Señor.

De todo mal, líbranos, Señor.

De todo pecado, líbranos, Señor.

De la muerte eterna, líbranos, Señor.

Por tu encarnación, líbranos, Señor.

Por tu muerte y resurrección, líbranos, Señor.

Por el don del Espíritu Santo, líbranos, Señor.

Nosotros, que somos pecadores, te rogamos, óyenos.

Si hay bautismos:

Para que estos elegidos renazcan

a la vida nueva por medio del bautismo, te rogamos, óyenos.

Si no hay bautismos:

Para que santifiques esta fuente bautismal 

por la que renacerán tus hijos a la vida nueva, te rogamos, óyenos.

Jesús, Hijo de Dios vivo, te rogamos, óyenos.

Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.

Cristo, escúchanos Cristo, escúchanos.

Si hay bautismos, el sacerdote, con las manos extendidas, dice esta oración:

Derrama, Señor, tu infinita bondad en este sacramento del bautismo y envía tu santo Espíritu, para que haga renacer de la fuente bautismal a estos nuevos hijos tuyos, que van a ser santificados por tu gracia, mediante nuestra humilde colaboración en este ministerio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

BENDICIÓN DEL AGUA BAUTISMAL

44. La bendición del agua puede ser cantada.

45. La aclamación a la bendición del agua también puede ser cantada.

46. Enseguida el sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo, con las manos extendidas, esta oración:

Dios nuestro, que con tu poder invisible realizas obras admirables por medio de los signos sacramentales y has hecho que tu creatura, el agua, signifique de muchas maneras la gracia del bautismo;

Dios nuestro, cuyo Espíritu aleteaba sobre la superficie de las aguas en los mismos principios del mundo, para que ya desde entonces el agua recibiera el poder de dar la vida;

Dios nuestro, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nuevo nacimiento de los hombres, al hacer que de una manera misteriosa, un mismo elemento diera fin al pecado y origen a la virtud;

Dios nuestro, que hiciste pasar a pie, sin mojarse, el Mar Rojo a los hijos de Abraham, a fin de que el pueblo, liberado de la esclavitud del faraón, prefigurara al pueblo de los bautizados;

Dios nuestro, cuyo Hijo, al ser bautizado por el Precursor en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo; suspendido en la cruz, quiso que brotaran de su costado sangre y agua; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: “Vayan y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”: mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo.

Que por obra del Espíritu Santo esta agua adquiera la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen, limpio de su antiguo pecado, por el sacramento del bautismo, renazca a la vida nueva por el agua y el Espíritu Santo.

Si es oportuno, introduce el cirio pascual en el agua, una o tres veces, diciendo:

Te pedimos, Señor, que por tu Hijo, descienda sobre el agua de esta fuente el poder del Espíritu Santo,

Manteniendo el cirio dentro del agua, prosigue: 

para que todos, sepultados con Cristo en su muerte por el bautismo, resuciten también con Él a la vida nueva. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R/. Amén.

47. Enseguida saca el cirio del agua, y el pueblo dice la siguiente aclamación:

Fuentes del Señor, bendigan al Señor, alábenlo y glorifíquenlo por los siglos.

48. Concluida la bendición del agua bautismal y dicha la aclamación del pueblo, el sacerdote, de pie, interroga a los adultos y a los papás o padrinos de los niños, para que hagan la renuncia, como está indicado en los respectivos Rituales romanos.

Si no se ha hecho antes la unción de los adultos con el óleo de los catecúmenos en los ritos inmediatamente preparatorios, se hace en este momento.

49. Enseguida, el sacerdote interroga a cada uno de los adultos sobre su fe, y también, si se trata de los niños, pide la triple profesión de fe a todos los papás y padrinos simultáneamente, como se indica en los respectivos Rituales.

Si son muchos los que se bautizan puede ordenarse este rito, de tal manera que, inmediatamente después de la respuesta de los bautizandos, padrinos y papás, el celebrante pida y reciba la renovación de las promesas bautismales de todos los presentes.

50. Terminado el interrogatorio, el sacerdote bautiza a los elegidos adultos y niños.

51. Después del bautismo, el sacerdote unge con el crisma a quienes no han llegado al uso de razón. Y se entrega a todos, sean adultos o niños, la vestidura blanca. Luego, el sacerdote o el diácono recibe el cirio pascual de mano del ministro y se encienden las velas de los neófitos. El rito del “Effetá” se omite para quienes no han llegado al uso de razón.

52. A continuación, si no tuvieron lugar en el presbiterio el baño bautismal y los demás ritos explicativos, se retorna al presbiterio, organizada la procesión como antes, con los neófitos, o padrinos o papás llevando la vela encendida. Durante la procesión se canta el cántico bautismal Vidi aquam, u otro canto apropiado (n. 56).

53. Si los bautizados son adultos, el obispo o, en su ausencia, el presbítero que confirió el bautismo, adminístreles inmediatamente el sacramento de la Confirmación en el presbiterio, como se indica en el Pontifical o en el Ritual Romano.

BENDICIÓN DEL AGUA

54. Si no hay bautismos ni tampoco se bendice la fuente bautismal, el sacerdote prepara a los fieles para la bendición del agua, diciendo:

Pidamos, queridos hermanos, a Dios nuestro Señor, que se digne bendecir esta agua, con la cual seremos rociados en memoria de nuestro bautismo, y que nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.

Y después de una breve pausa en silencio, dice la siguiente oración, con las manos extendidas:

Señor, Dios nuestro, mira con bondad a este pueblo tuyo, que vela en oración en esta noche santísima, recordando la obra admirable de nuestra creación y la obra más admirable todavía, de nuestra redención. Dígnate bendecir esta agua, que tú creaste para dar fertilidad a la tierra, frescura y limpieza a nuestros cuerpos.

Tú, además, convertiste el agua en un instrumento de tu misericordia: por ella liberaste a tu pueblo de la esclavitud y en el desierto saciaste su sed; con la imagen del agua viva los profetas anunciaron la nueva alianza que deseabas establecer con los hombres; por ella, finalmente, santificada por Cristo en el Jordán, renovaste, mediante el bautismo que nos da la vida nueva, nuestra naturaleza, corrompida por el pecado.

Que esta agua nos recuerde ahora nuestro bautismo y nos haga participar en la alegría de nuestros hermanos, que han sido bautizados en esta Pascua. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

55. Terminado el rito del Bautismo (y de la Confirmación) o, si no hubo bautismos, después de la bendición del agua, todos, de pie y teniendo en sus manos las velas encendidas, hacen la renovación de las promesas del bautismo, junto con los bautizandos, a no ser que ya se hubieran hecho (cfr. n. 49).

El sacerdote se dirige a los fieles, con estas palabras u otras semejantes:

Hermanos, por medio del bautismo, hemos sido hechos partícipes del misterio pascual de Cristo; es decir, por medio del bautismo, hemos sido sepultados con Él en su muerte para resucitar con Él a la vida nueva. Por eso, culminado nuestro camino cuaresmal, es muy conveniente que renovemos las promesas de nuestro bautismo, con las cuales un día renunciamos a Satanás y a sus obras y nos comprometimos a servir a Dios, en la santa Iglesia católica. Por consiguiente:

Primera fórmula:

Sacerdote: ¿Renuncian ustedes a Satanás?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Renuncian a todas sus obras?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Renuncian a todas sus seducciones?

Todos: Sí, renuncio.

O bien:

Sacerdote: ¿Renuncian ustedes al pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Renuncian a todas las seducciones del mal, para que el pecado no los esclavice?

Todos: Sí, renuncio.

Sacerdote: ¿Renuncian a Satanás, padre y autor de todo pecado?

Todos: Sí, renuncio.

La Conferencia Episcopal, si lo cree conveniente, puede ajustar más a las circunstancias locales esta segunda fórmula, sobre todo ahí donde entre los cristianos se requiera renunciar a las supersticiones, adivinaciones y artes mágicas.

Prosigue el sacerdote:

Sacerdote: ¿Creen ustedes en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

Todos: Sí, creo.

Sacerdote: ¿Creen en Jesucristo, su Hijo único y Señor nuestro, que nació de la Virgen María, padeció y murió por nosotros, resucitó y está sentado a la derecha del Padre? 

Todos: Sí, creo.

Sacerdote: ¿Creen en el Espíritu Santo, en la santa Iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?

Todos: Sí, creo.

Y el sacerdote concluye:

Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos liberó del pecado y nos ha hecho renacer por el agua y el Espíritu Santo, nos conserve con su gracia unidos a Jesucristo nuestro Señor, hasta la vida eterna.

Todos: Amén.

56. El sacerdote rocía al pueblo con el agua bendita, mientras todos cantan:

ANTÍFONA

Vi brotar agua del lado derecho del templo, aleluya. Vi que en todos aquellos que recibían el agua, surgía una vida nueva y cantaban con gozo: Aleluya, aleluya.

Se puede cantar también algún otro canto de índole bautismal.

57. Mientras tanto los neófitos son conducidos a su lugar entre los fieles. Si la bendición del agua bautismal no se hizo en el bautisterio, el diácono y los ministros llevan a la fuente bautismal, con toda reverencia, un recipiente con el agua bendita.

Si no hubo bendición de la fuente, el agua bendita se coloca en un lugar apropiado.

58. Hecha la aspersión, el sacerdote vuelve a la sede, en donde, omitido el Credo, dirige la oración universal en la cual toman parte los neófitos por primera vez.

Cuarta parte

LITURGIA EUCARÍSTICA

59. El sacerdote va al altar y comienza la liturgia eucarística en la forma acostumbrada.

60. Es conveniente que el pan y el vino sean presentados por los neófitos o, si son niños, por sus papás o padrinos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe, Señor, las súplicas de tu pueblo, junto con los dones que te presentamos para que los misterios de la Pascua que hemos comenzado a celebrar, nos obtengan, con tu ayuda, el remedio para conseguir la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I de Pascua

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor, pero más que nunca en esta noche, en que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado.

Por él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo: muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida.

Por eso, con esta efusión del gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…

63. En la Plegaria eucarística, se hace memoria de los bautizados y de los padrinos, según las fórmulas que se encuentran en cada una de las Plegarias eucarísticas en el Misal y en el Ritual Romano.

64. Antes de decir Éste es el Cordero de Dios, el sacerdote puede exhortar brevemente a los neófitos sobre la primera Comunión que van a recibir y, sobre el valor de tan gran misterio, que es el culmen de la iniciación y el centro de toda la vida cristiana.

65. Es conveniente que los neófitos reciban la sagrada Comunión bajo las dos especies, junto con sus padrinos, madrinas, papás y esposos católicos, y con los catequistas laicos. Es conveniente también, con el consentimiento del obispo diocesano, donde las circunstancias lo aconsejen, que todos los fieles reciban la sagrada Comunión bajo las dos especies.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN 1 Co 5, 7-8

Cristo, nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado. Aleluya. Celebremos, pues, la Pascua, con el pan sin levadura, que es de sinceridad y verdad. Aleluya.

Conviene cantar el salmo 117.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Infúndenos, Señor, el espíritu de tu caridad, para que, saciados con los sacramentos pascuales, vivamos siempre unidos en tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.

R. Amén.

BENDICIÓN SOLEMNE

Que Dios todopoderoso, los bendiga en este día solemnísimo de la Pascua y, compadecido de ustedes, los guarde de todo pecado.

R. Amén.

Que les conceda el premio de la inmortalidad aquel que los ha redimido para la vida eterna con la resurrección de su Unigénito.

R. Amén.

Que ustedes, que una vez terminados los días de la Pasión, celebran con gozo la fiesta de la Pascua del Señor, puedan participar, con su gracia, del júbilo de la Pascua eterna.

R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo +, y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. R. Amén.

Puede usarse también la fórmula de bendición final del ritual para el Bautismo de los adultos o de los niños, de acuerdo a las circunstancias.

69. Para despedir al pueblo, el diácono o, en su ausencia, el mismo sacerdote canta o dice:

Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Vayan en paz, aleluya, aleluya.

O bien:

Pueden ir en paz, aleluya, aleluya.

Todos responden:

Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

Esta fórmula de despedida se utiliza durante toda la octava de Pascua.

70. El cirio pascual se enciende en todas las celebraciones litúrgicas más solemnes de este tiempo.

Misa del día

 

TÚ ERES, SACERDOTE, CRISTO VIVO – Reflexión sacerdotal

Este día es designado también Domingo de Gloria, en el cual los creyentes conmemoramos el retorno de Cristo Jesús al tercer día de ser crucificado. Hoy se da por concluido el Triduo Pascual y la Semana Santa; así se da paso a un periodo que comprende 50 días denominado Tiempo Pascual que culmina el Domingo de Pentecostés, (este año e1 3l de mayo). La palabra “pascua” es “paso”, por lo que se considera como el paso de Jesucristo de la muerte a la vida eterna.

VE A DECIRLE A MIS HERMANOS

Hch 10, 34.37-43; 1 Co 5. 6-8: Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-19

Pedro y Magdalena ocupan un lugar decisivo en cada uno de los relatos. En la narración evangélica Magdalena supera el llanto y el desconsuelo inicial al constatar la desaparición del cuerpo del Señor Jesús; al identificar la voz del Maestro que la llama con su inconfundible timbre de voz, María rehace su ruta interior, da un giro de 180 grados en su vida y reconstruye su confianza en el Señor resucitado. La mujer que sale del sepulcro y comparte su esperanza no se parece a la mujer llorosa del comienzo. Por su parte, el libro de los Hechos de los Apóstoles nos refiere el testimonio animoso del apóstol Pedro, quien, habiendo superado la penosa situación de su fingida ignorancia del Maestro, habla contundentemente de la victoria del Señor Resucitado: “Lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucito al tercer día”.

ANTÍFONA DE ENTRADA  Lc 24, 34; cfr. Apoc 1,6

El Señor ha resucitado verdaderamente, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad, aleluya, aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Señor Dios, que por medio de tu Unigénito, vencedor de la muerte, nos has abierto hoy las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos la solemnidad de la resurrección del Señor, resucitar también en la luz de la vida eterna, por la acción renovadora de tu Espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Hemos comido y bebido con Cristo resucitado.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 10, 34. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: “Ya saben ustedes lo sucedido en toda Judea, que tuvo principio en Galilea, después del bautismo predicado por Juan: cómo Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y cómo éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él.

Nosotros somos testigos de cuanto Él hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de la cruz, pero Dios lo resucitó al tercer día y concedió verlo, no a todo el pueblo, sino únicamente a los testigos que Él, de antemano, había escogido: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de que resucitó de entre los muertos.

Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que cuantos creen en Él reciben, por su medio, el perdón de los pecados”. 

Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 117

R/. Éste es el día del triunfo del Señor. Aleluya.

Te damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”. R/.

La diestra del Señor es poderosa, la diestra del Señor es nuestro orgullo. No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho. R/.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. R/.

SEGUNDA LECTURA

Busquen los bienes del cielo, donde está Cristo.

De la carta del apóstol san Pablo a los colosenses: 3, 1-4

Hermanos: Puesto que han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vida de ustedes, entonces también ustedes se manifestarán gloriosos, juntamente con Él.

Palabra de Dios.

O bien:

Tiren la antigua levadura, pues Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 5, 6-8

Hermanos: ¿No saben ustedes que un poco de levadura hace fermentar toda la masa? Tiren la antigua levadura, para que sean ustedes una masa nueva, ya que son pan sin levadura, pues Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado.

Celebremos, pues, la fiesta de la Pascua, no con la antigua levadura, que es de vicio y maldad, sino con el pan sin levadura, que es de sinceridad y verdad. 

Palabra de Dios.

SECUENCIA

(Sólo el día de hoy es obligatoria: durante la octava es opcional)

Ofrezcan los cristianos

ofrendas de alabanza

a gloria de la víctima

propicia de la Pascua.

 

Cordero sin pecado,

que a las ovejas salva,

a Dios y a los culpables

unió con nueva alianza.

 

Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la vida,

triunfante se levanta.

 

“¿Qué has visto de camino,

María, en la mañana?”.

A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,

 

los ángeles testigos,

sudarios y mortaja.

¡Resucitó de veras

mi amor y mi esperanza!

 

Venid a Galilea,

allí el Señor aguarda;

allí veréis los suyos

la gloria de la Pascua.

 

Primicia de los muertos,

sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda.

 

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte

en tu victoria santa

ACLAMACIÓN (Cfr. 1 Cor 5, 7-8)

R/. Aleluya, aleluya.

Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado; celebremos, pues, la Pascua. R/.

EVANGELIO

Él debía resucitar de entre los muertos.

+ Del santo Evangelio según san Juan: 20, 1-9

El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”.

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró.

En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos. 

Palabra del Señor.

O bien:

Ha resucitado e irá delante de ustedes a Galilea.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 28, 1-10

Transcurrido el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor, porque el ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya sé que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán’. Eso es todo”.

Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo.

Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.

Palabra del Señor.

O bien, en las misas vespertinas del domingo:

Quédate con nosotros, porque ya es tarde.

+ Del santo Evangelio según san Lucas: 24, 13-35

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a Él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, Él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Llenos de júbilo por el gozo pascual te ofrecemos, Señor, este sacrificio, mediante el cual admirablemente renace y se nutre tu Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I de Pascua

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor, pero más que nunca en este día, en que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado.

Por él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo: muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, restauró la vida.

Por eso, con esta efusión del gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales, los ángeles y los arcángeles, cantan sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN 1 Co 5, 7-8

Cristo, nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado. Aleluya. Celebremos, pues, la Pascua, con el pan sin levadura, que es de sinceridad y verdad. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios de bondad, protege paternalmente con amor incansable a tu Iglesia, para que, renovada por los misterios pascuales, pueda llegar a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Para dar la bendición al final de la Misa, es conveniente que el sacerdote utilice la fórmula de bendición solemne de la Misa de la Vigilia Pascual.

Al despedir al pueblo, se canta o se dice:

Anuncien a todos la alegría del Señor resucitado. Vayan en paz, aleluya, aleluya.

O bien:

Pueden ir en paz, aleluya, aleluya.

Todos responden:

Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

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BIBLIA DE NAVARRA (www.bibliadenavarra.blogspot.com)

Dios lo resucitó al tercer día (Hch 10, 34a.37-43)

1ª lectura

Pedro, en un apretado discurso, síntesis de todo el Evangelio, predica al centurión Cornelio y a toda su casa la verdad de Cristo Jesús. En el discurso de Pentecostés, Pedro había presentado a Jesús ante un auditorio judío, como «Señor y Cristo»; ahora lo hace como «Juez de vivos y muertos», prerrogativa que en el Antiguo Testamento era exclusiva de Dios. En el ámbito humano, que podían entender fácilmente Cornelio y su casa, funcionarios del Imperio romano, la suprema potestad de juzgar la tenía el César. Los Apóstoles enseñan que el juicio último del hombre no pertenece a ninguna autoridad humana.

Buscad las cosas de arriba (Col 3, 1-4)

2ª lectura

Por el Bautismo el cristiano participa de la vida gloriosa de Jesucristo resucitado. Por eso, Cristo debe llenar todos los horizontes de su vida. «Mi amor está crucificado (...). No me satisfacen los alimentos corruptibles y los placeres de este mundo. Lo que yo quiero es el pan de Dios, que es la carne de Cristo, nacido de la descendencia de David, y no deseo otra bebida que su sangre, que es la caridad incorruptible» (S. Ignacio de Antioquía, Ad Romanos 6,1-9,3).

El deseo de vivir con Cristo proporciona una nueva perspectiva a la existencia en este mundo: «Los cristianos, peregrinando hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba (cfr vv. 1-2), lo cual en nada disminuye la importancia de la obligación que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la construcción de un mundo más humano» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 57).

Jesús ha resucitado (Mt 28, 1-10)

Evangelio

«La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 638). Dos notas lo configuran. En primer lugar, es «un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente trascendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios» (ibidem, n. 656). En segundo lugar, el hecho tiene una singular importancia para nosotros, los hombres, pues «Cristo, “el primogénito de entre los muertos” (Col 1,18), es el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma, más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo» (ibidem, n. 658).

Los evangelios coinciden en que las primeras apariciones de Jesús Resucitado no fueron a los discípulos, sino a «las santas mujeres», cuyo amor más desinteresado y generoso, más fiel y recio que el de los varones, parece haber sido premiado de un modo muy delicado. En el ambiente judaico de la época se concedía poco valor al testimonio jurídico de las mujeres: quizás por eso San Pablo no las menciona en su resumen catequético de 1 Co 15,1-9. La circunstancia de que se les atribuya tanta relevancia en los cuatro evangelios apunta en primer lugar a la realidad histórica del hecho, pero muestra también la predilección de Dios por las almas sencillas, generosas y humildes.

Hay pequeñas diferencias entre los sinópticos. Frente a la frescura y espontaneidad de Marcos, y frente al gusto de Lucas por los detalles, Mateo es algo hierático, catequético y solemne; prescinde de detalles secundarios. Las señales con las que describe el anuncio de la resurrección (vv. 2-4) indican también la magnitud del hecho; como la muerte de Jesús (27,51-54), la resurrección es un acontecimiento extraordinario: es lógico que el cielo y la tierra lo proclamen. «Éste es el día en que actuó el Señor, día totalmente distinto de aquellos otros establecidos desde el comienzo de los siglos y que son medidos por el paso del tiempo. Este día es el principio de una nueva creación, porque, como dice el profeta, en este día Dios ha creado un cielo nuevo y una tierra nueva. (...) En este día es creado el verdadero hombre, aquel que fue hecho a imagen y semejanza de Dios. (...) Pero aún no hemos hablado del mayor de los privilegios de este día de gracia: lo más importante de este día es que Él destruyó el dolor de la muerte y dio a luz al primogénito de entre los muertos. (...) ¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! El que por nosotros se hizo hombre semejante a nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza» (S. Gregorio de Nisa, In Christi Resurrectione oratio 1).

El otro discípulo vio y creyó (Jn 20, 1-9)

Evangelio

Los cuatro Evangelios narran los primeros testimonios de las santas mujeres y de los discípulos acerca de la Resurrección gloriosa de Cristo. Tales testimonios se refieren, en un primer momento, a la realidad del sepulcro vacío. Después relatarán diversas apariciones de Jesús Resucitado.

María Magdalena es una de las que asistían al Señor en sus viajes; junto con la Virgen María le siguió valientemente hasta la Cruz, y vio dónde habían depositado su Cuerpo. Ahora, una vez pasado el reposo obligado del sábado, va a visitar la tumba. Notemos el detalle evangélico: «Al amanecer, cuando todavía estaba oscuro»; el amor y la veneración le hacen ir sin demora junto al Cuerpo del Señor.

El cuarto Evangelio destaca que, aunque fueron las mujeres, y en concreto María Magdalena, las primeras en llegar al sepulcro, son los Apóstoles los primeros en entrar y percibir los detalles externos que muestran que Cristo ha resucitado (el sepulcro vacío, los lienzos «caídos», el sudario aparte). Dar testimonio de este hecho será punto esencial de la misión que les encomendará Cristo: «Seréis mis testigos en Jerusalén... y hasta los confines de la tierra» (Act 1,8).

Juan, que llegó antes —quizá porque era más joven—, no entró por deferencia hacia Pedro. Esto insinúa que ya entonces Pedro era considerado como cabeza de los Apóstoles.

Las palabras que emplea el Evangelista para describir lo que Pedro y él vieron en el sepulcro vacío expresan con vivo realismo la impresión que les causó lo que allí encontraron, y cómo quedaron grabados en su memoria algunos detalles a primera vista irrelevantes. Hasta tal punto fueron significativas las características que presentaba el sepulcro vacío, que les hicieron intuir de algún modo la Resurrección del Señor. Algunos términos que aparecen en el relato necesitan ser explicados; la escueta traducción difícilmente puede expresar todo el contenido.

«Los lienzos caídos»: El participio griego que hemos traducido por «caídos» parece indicar que los lienzos habían quedado aplanados, como vacíos al resucitar y desaparecer de allí el cuerpo de Jesús, como si Este hubiera salido de los lienzos y vendas sin ser desenrollados, pasando a través de ellos (lo mismo que entró más tarde en el Cenáculo «estando cerradas las puertas»). Por ello, los lienzos estaban «caídos», «planos», «yacentes» según la traducción literal del griego, al salir de ellos el Cuerpo de Jesús que los había mantenido antes en forma abultada. Así se comprende la admiración y el recuerdo imborrable del testigo.

«El sudario... aparte, todavía enrollado, en un sitio»: La primera observación es que el sudario, que había envuelto la cabeza, no estaba encima de los lienzos, sino al lado. La segunda, más sorprendente, es que, como los lienzos, conservaba todavía su forma de envoltura, pero, a diferencia de aquellos, mantenía cierta consistencia de volumen, a manera de casquete, probablemente debido a la tersura producida por los ungüentos. Todo ello es lo que parece indicar el correspondiente participio griego, que hemos traducido por «enrollado».

De estos detalles en la descripción del sepulcro vacío se desprende que el cuerpo de Jesús tuvo que resucitar de manera gloriosa, es decir, trascendiendo las leyes físicas. No se trataba sólo de la reanimación del cuerpo, como por ejemplo, en el caso de Lázaro, que necesitó ser desligado de las vendas y demás lienzos de la mortaja para poder andar.

Como les había dicho María Magdalena, el Señor no estaba en el sepulcro; pero los dos Apóstoles se dieron cuenta de que no podía tratarse de un robo, como ella suponía, pues vieron que los lienzos y el sudario se encontraban puestos de un modo especial; al verlos así empezaron a entender lo que tantas veces les había explicado el Maestro acerca de su Muerte y Resurrección.

El sepulcro vacío y los demás datos que lo acompañan son señales perceptibles por los sentidos; la Resurrección, en cambio, aunque pueda tener efectos comprobables por la experiencia, requiere la fe para ser aceptada. La Resurrección de Cristo es un hecho real e histórico: nueva unión del cuerpo y del alma de Jesús. Pero, siendo una Resurrección gloriosa —no como la de Lázaro—, que está muy por encima de lo que podemos apreciar en esta vida, y supera, por tanto, los límites de la experiencia sensible, se requiere una ayuda especial de Dios —el don de la fe— para conocer y aceptar con certeza este hecho que, al mismo tiempo que es histórico, es sobrenatural. Por tanto, puede decirse con Santo Tomás de Aquino que «cada uno de los argumentos de por sí no bastaría para demostrar la Resurrección, pero, tomados en conjunto, la manifiestan suficientemente; sobre todo por el testimonio de la Sagrada Escritura, el anuncio de los Ángeles y la palabra de Cristo confirmada con milagros» (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 55, a. 6 ad 1).

Además de las predicciones de Cristo acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, ya en el Antiguo Testamento estaba anunciado el triunfo glorioso del Mesías y, en cierto modo, su Resurrección. Los Apóstoles empiezan a entender el verdadero sentido de la Sagrada Escritura después de la Resurrección del Señor, y más especialmente cuando reciben el Espíritu Santo, que ilumina plenamente sus inteligencias para comprender el contenido de la Palabra de Dios. Es de suponer la sorpresa y alborozo de todos los discípulos al oír contar a Pedro y Juan lo que habían visto en el sepulcro.

Por el camino de Emaús (Lc 24,13-35)

Evangelio

A lo largo de la conversación con Jesús los discípulos pasan de la tristeza a la alegría, recobran la esperanza y con ello el afán de comunicar el gozo que hay en sus corazones, haciéndose de este modo anunciadores y testigos de Cristo resucitado.

Esta es una de las escenas exclusivas de San Lucas, descrita con gran maestría literaria. Nos presenta el celo apostólico del Señor. Jesús camina junto a aquellos dos hombres, que han perdido casi toda esperanza, de modo que la vida comienza a parecerles sin sentido. Comprende su dolor, penetra en su corazón, les comunica algo de la vida que habita en El.

Cuando, al llegar a aquella aldea, Jesús hace ademán de seguir adelante, los dos discípulos le detienen, y casi le fuerzan a quedarse con ellos. Le reconocen luego al partir el pan: El Señor, exclaman, ha estado con nosotros. Entonces se dijeron uno a otro: ¿No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32). Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi (cfr 2 Cor 11,15), el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 105).

La conversación con Jesús de los dos discípulos camino de Emaús resume perfectamente la desilusión de los que habían seguido al Señor, ante el aparente fracaso que representaba para ellos su muerte. En las palabras de Cleofás está recogida la vida y misión de Cristo, su Pasión y Muerte, la desesperanza de estos discípulos al cabo de tres días, y los hechos acaecidos la mañana del domingo.

Ya antes Jesús había dicho a los judíos: «Escudriñad las Escrituras, en las que vosotros pensáis tener la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí» (Jn 5,39). Nos da así un camino seguro para conocerle. El Papa Pablo VI señala que también hoy día el uso frecuente y la devoción a la Sagrada Escritura es una moción clara del Espíritu Santo: «El progreso de los estudios bíblicos, la creciente difusión de la Sagrada Escritura y, sobre todo, el ejemplo de la Tradición y la moción íntima del Espíritu orientan a los cristianos de nuestro tiempo a servirse cada vez más de la Biblia como del libro fundamental de oración, y a buscar en ella inspiración genuina y modelos insuperables» (Marialis cultus, n. 30).

Jesús, en respuesta al desaliento de los discípulos, va pacientemente descubriéndoles el sentido de toda la Sagrada Escritura acerca del Mesías: «¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?» Con estas palabras el Señor deshace la idea que todavía pudieran tener de un Mesías terreno y político, haciéndoles ver que la misión de Cristo es sobrenatural: la Salvación del género humano.

En la Sagrada Escritura estaba anunciado que el plan salvador de Dios se realizaría por medio de la Pasión y Muerte redentora del Mesías. La Cruz no es un fracaso, sino el camino querido por Dios para el triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Muchos contemporáneos del Señor no entendieron su misión sobrenatural por no haber interpretado correctamente los textos del Antiguo Testamento. Nadie como Jesús puede conocer el verdadero sentido de las Escrituras Santas. Y, después de Él, sólo la Iglesia tiene la misión y el oficio de interpretarlas auténticamente: «Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura está sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios» (Concilio Vaticano II, Dei Verbum, n. 12).

La presencia y la palabra del Maestro recupera a estos discípulos desalentados, y enciende en ellos una esperanza nueva y definitiva: Iban aquellos dos discípulos hacia Emaús. Su paso era normal, como el de tantos otros que transitaban por aquel paraje. Y allí, con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga. Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia.

Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria.

Se termina el trayecto al encontrar la aldea, y aquellos dos que —sin darse cuenta— han sido heridos en lo hondo del corazón por la palabra y el amor del Dios hecho hombre, sienten que se vaya. Porque Jesús les saluda con ademán de continuar adelante (Lc 24,28). No se impone nunca, este Señor Nuestro. Quiere que le llamemos libremente, desde que hemos entrevisto la pureza del Amor, que nos ha metido en el alma. Hemos de detenerlo por fuerza y rogarle: continúa con nosotros, porque es tarde, y vaya el día de caída (Lc 24,29), se hace de noche.

Así somos: siempre poco atrevidos, quizá por insinceridad, o quizá por pudor. En el fondo, pensamos: quédate con nosotros, porque nos rodean en el alma las tinieblas, y sólo Tú eres luz, sólo Tú puedes calmar esta ansia que nos consume. Porque entre las cosas hermosas, honestas, no ignoramos cuál es la primera: poseer siempre a Dios (San Gregorio Nacianceno, Epistulae, 212).

Y Jesús se queda. Se abren nuestros ojos como los de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque El vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha —anochece—, para hablar a los demás de Él, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo.

Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra» (San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 313 y 314).

Muchos Santos Padres han visto en esta acción del Señor (vv. 30-31) una consagración del pan como en la Última Cena, El modo peculiar con que bendice y parte el pan les hace ver que es Él.

En la vida de la Iglesia la liturgia siempre ha tenido una gran importancia como culto a Dios, como expresión de la fe y como catequesis eficaz de las verdades reveladas. Por eso, los gestos externos —las ceremonias litúrgicas— han de ser observadas con la mayor fidelidad (cfr Sacrosantum Concilium, n. 22). Ten veneración y respeto por la Santa Liturgia de la Iglesia y por sus ceremonias particulares. — Cúmplelas fielmente. — ¿No ves que los pobrecitos hombres necesitamos que hasta lo más grande y noble entre por los sentidos? (Camino n. 522).

Los discípulos de Emaús sienten ahora la urgencia de volver a Jerusalén, donde los Apóstoles y algunos otros discípulos se encuentran reunidos con Pedro, a quien Jesús se ha aparecido.

En la Historia Sagrada, Jerusalén fue el lugar donde Dios quiso ser alabado de modo particular y en ella los profetas ejercieron su principal ministerio. Por voluntad divina Jesucristo padeció, murió y resucitó en Jerusalén y desde allí comenzará a extenderse el Reino de Dios. En el Nuevo Testamento a la Iglesia de Cristo se la denomina «la Jerusalén de arriba» (Gal 4,26), «la Jerusalén celestial» (Heb 12,22), «la nueva Jerusalén» (Apc 21,2).

En la Ciudad Santa también comienza la Iglesia. Más tarde San Pedro, no sin una especial providencia divina, se traslada a Roma que, de este modo, se convierte en el centro de la Iglesia. Como aquellos discípulos son confirmados en la fe por San Pedro, los cristianos de todos los siglos acuden a la Sede de Pedro para confirmar su fe, y mantener así la unidad de la Iglesia: «Sin el Papa la Iglesia Católica ya no sería tal, sino que, faltando en la Iglesia de Cristo el oficio pastoral supremo, eficaz y decisivo de Pedro, la unidad se desmoronaría, y en vano se intentaría reconstruirla luego con criterios sustitutivos de aquel auténtico establecido por el mismo Cristo (...). Queremos además considerar que ese gozne central de la Santa Iglesia no pretende constituir una supremacía de orgullo espiritual o de dominio humano, sino un primado de servicio, de ministerio y de amor. No es vana retórica la que atribuye al Vicario de Cristo el título de servus servorum Dei» (Ecclesiam Suam, n. 83).

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SAN AGUSTÍN (www.homiletica.com.ar)

VIGILIA PASCUAL

La alegría pascual.

1. No hay día que no lo haya hecho el Señor; no solamente ha hecho los días, sino que continúa haciéndolos desde el momento en que hace salir su sol sobre los buenos y sobre los malos, y llueve sobre los justos y los injustos. En consecuencia, no ha de pensarse que se refiera a este día ordinario, común a buenos y malos, aquel texto en que hemos escuchado: Este es el día que hizo. Al decir: Este es el día que hizo el Señor, nos proclama un día más notable y hace que concentremos nuestra atención en él. ¿Qué día es este del que se dice: Alegrémonos y gocémonos en él? ¿Qué día sino un día bueno? ¿Qué día sino el apetecible, amable, deseable y deleitoso del que decía el santo Jeremías: Tú sabes que no apetecí el día delos hombres? ¿Cuál es, pues, este día que hizo el Señor? Vivid bien y lo seréis vosotros. Cuando el apóstol decía: Caminemos honestamente como de día, no se refería a este que inicia con la salida del sol y termina con su ocaso. El mismo dice también: Pues los que se embriagan, se embriagan de noche. Nadie ve a los hombres borrachos a la hora del almuerzo; pero sea la hora que sea, se trata siempre de la noche, no del día que hizo el Señor. Pues así como son día los que viven piadosa, santa y devotamente, con templanza, justicia y sobriedad, así, por el contrario, son noche los que viven impía, lujuriosa, soberbia e irreligiosamente; para esta noche, la noche será, sin duda, como un ladrón. El día del Señor vendrá como ladrón en la noche, según está escrito. Pero, después de mencionar este testimonio, el Apóstol, dirigiéndose a quienes había dicho en otro lugar: Fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor —ved aquí el día que hizo el Señor—; después de haber dicho dirigiéndose a ellos: Sabéis, hermanos, que el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, añadió: Pero vosotros no estáis en las tinieblas para que aquel día os sorprenda como un ladrón. Todos vosotros sois hijos de la luz e hijos de Dios; no lo somos de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, este nuestro cantar es un traer a la memoria la vida santa. Cuando decimos todos al unísono con espíritu alegre y corazón concorde: Este es el día que hizo el Señor, procuremos ir de acuerdo con nuestro sonido para que nuestra lengua no profiera un testimonio contra nosotros. Tú que vas a embriagarte hoy dices: Este es el día que hizo el Señor; ¿no temes que te responda: «Este día no lo hizo el Señor? ¿Se cree día bueno incluso aquel al que la lujuria y la maldad convirtieron en pésimo?»

2. Ved qué alegría, hermanos míos; alegría por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordarla pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar la vida futura. Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla? Cuando estos días escuchamos el Aleluya ¡cómo se transforma el espíritu! ¿No es como si gustáramos un algo de aquella ciudad celestial? Si estos días nos producen tan grande alegría, ¿qué sucederá aquel en que se nos diga: Venid, benditos de mi Padre; recibid el reino; cuando todos los santos se encuentren reunidos, cuando se encuentren allí quienes no se conocían de antes, se reconozcan quienes se conocían; allí donde la compañía será tal que nunca se perderá un amigo ni se temerá un enemigo? Henos, pues, proclamando el Aleluya; es cosa buena y alegre, llena de gozo, de placer y de suavidad. Con todo, si estuviéramos diciéndolo siempre, nos cansaríamos; pero como va asociado a cierta época del año, ¡con qué placer llega, con qué ansia de que vuelva se va! ¿Habrá allí acaso idéntico gozo e idéntico cansancio? No lo habrá. Quizá diga alguien: «¿Cómo puede suceder que no engendre cansancio el repetir siempre lo mismo?» Si consigo mostrarte algo en esta vida que nunca llega a cansar, has de creer que allí todo será así. Se cansa uno de un alimento, de una bebida, de un espectáculo; se cansa uno de esto y aquello, pero nunca se cansó nadie de la salud. Así, pues, como aquí, en esta carne mortal y frágil, en medio del tedio originado por la pesantez del cuerpo, nunca ha podido darse que alguien se cansara dela salud, de idéntica manera tampoco allí producirá cansancio la caridad, la inmortalidad o la eternidad.

Sermones (4), Sermón 229 B, 1-2, BAC Madrid 1983, XXIV, pág. 305-08

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DOMINGO DE RESURRECCIÓN

La Pascua, fiesta de cada día.

1. Siempre habéis de tener bien presente, hermanos, que Cristo fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, sobre todo en estos días que nos han recordado gracia tan grande, días en que la celebración anual no nos permite olvidar ese acontecimiento que tuvo lugar una sola vez. Iluminados por la fe, fortalecidos por la esperanza e inflamados por la caridad, asistamos a las solemnidades temporales y suspiremos incesantemente por las eternas. Pues si Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no iba a darnos todo con él? Cristo sufrió la pasión; muramos al pecado; Cristo resucitó; vivamos para Dios; Cristo pasó de este mundo al Padre: no se apegue aquí nuestro corazón, antes bien sígale al cielo; nuestra cabeza pendió del madero: crucifiquemos la concupiscencia de la carne; yació en el sepulcro: sepultados con él, olvidemos el pasado; está sentado en el cielo; transfiramos nuestros deseos a las cosas sublimes; ha de venir como juez: no llevemos el mismo yugo que los infieles; ha de resucitar también los cadáveres de los muertos: merezcamos la transformación del cuerpo transformando la mente; pondrá a los malos a su izquierda y a los buenos a su derecha: elijamos nuestro lugar con las obras; su reino no tendrá fin: no temamos en absoluto el fin de esta vida. Toda la enseñanza para obtener nuestra paz está en aquel por cuyas llagas hemos sido sanados.

2. Por tanto, amadísimos, celebremos diariamente la Pascua meditando asiduamente todas estas cosas. La importancia que concedemos a estos días no debe ser tal que nos lleve a descuidar el recuerdo de la pasión y resurrección del Señor cuando cada día nos alimentamos con su cuerpo y sangre; con todo, en esta festividad el recuerdo es más brillante; el estímulo, más intenso, y la renovación, más gozosa, porque cada año nos coloca, como ante los mismos ojos, el recuerdo del acontecimiento. Celebrad, pues, esta fiesta transitoria y pensad que el reino futuro ha de permanecer por siempre. Si tanto nos llenan de gozo estos días pasajeros en los que recordamos con devota solemnidad la pasión y resurrección de Cristo, ¡qué dichosos nos hará el día eterno en que le veremos a él y permaneceremos con él, día cuyo solo deseo y expectación presente ya nos produce alegría! ¡Qué gozo otorgará a su Iglesia, a la que, regenerada por Cristo, quita el prepucio —por hablar así— de su naturaleza carnal, es decir, el oprobio de su nacimiento! Por eso se dijo: Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y el prepucio de vuestra carne, os vivificó con él perdonándoos todos los pecados. Pues como todos mueren en Adán, así también serán todos vivificados en Cristo. Por lo cual en el bautismo de Cristo se manifiesta lo que estaba oculto bajo la sombra de la antigua circuncisión; y el mismo quitar la piel de la ignorancia carnal pertenece ya a esa circuncisión no efectuada por mano humana. Pero cuando te vuelvas al Señor, dijo, desaparecerá el velo.

Sermones (4), Sermón 229 D, 1-2, BAC Madrid 1983, XXIV, pág. 310-12

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FRANCISCO – Homilías de la Vigilia Pascual, 2013 y 2014

2013

Jesús es el «hoy» eterno de Dios

Queridos hermanos y hermanas

1. En el Evangelio de esta noche luminosa de la Vigilia Pascual, encontramos primero a las mujeres que van al sepulcro de Jesús, con aromas para ungir su cuerpo (cf. Lc 24,1-3). Van para hacer un gesto de compasión, de afecto, de amor; un gesto tradicional hacia un ser querido difunto, como hacemos también nosotros. Habían seguido a Jesús. Lo habían escuchado, se habían sentido comprendidas en su dignidad, y lo habían acompañado hasta el final, en el Calvario y en el momento en que fue bajado de la cruz. Podemos imaginar sus sentimientos cuando van a la tumba: una cierta tristeza, la pena porque Jesús les había dejado, había muerto, su historia había terminado. Ahora se volvía a la vida de antes. Pero en las mujeres permanecía el amor, y es el amor a Jesús lo que les impulsa a ir al sepulcro. Pero, a este punto, sucede algo totalmente inesperado, una vez más, que perturba sus corazones, trastorna sus programas y alterará su vida: ven corrida la piedra del sepulcro, se acercan, y no encuentran el cuerpo del Señor. Esto las deja perplejas, dudosas, llenas de preguntas: «¿Qué es lo que ocurre?», «¿qué sentido tiene todo esto?» (cf. Lc 24,4). ¿Acaso no nos pasa así también a nosotros cuando ocurre algo verdaderamente nuevo respecto a lo de todos los días? Nos quedamos parados, no lo entendemos, no sabemos cómo afrontarlo. A menudo, la novedad nos da miedo, también la novedad que Dios nos trae, la novedad que Dios nos pide. Somos como los apóstoles del Evangelio: muchas veces preferimos mantener nuestras seguridades, pararnos ante una tumba, pensando en el difunto, que en definitiva sólo vive en el recuerdo de la historia, como los grandes personajes del pasado. Tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Queridos hermanos y hermanas, en nuestra vida, tenemos miedo de las sorpresas de Dios. Él nos sorprende siempre. Dios es así.

Hermanos y hermanas, no nos cerremos a la novedad que Dios quiere traer a nuestras vidas. ¿Estamos acaso con frecuencia cansados, decepcionados, tristes; sentimos el peso de nuestros pecados, pensamos no lo podemos conseguir? No nos encerremos en nosotros mismos, no perdamos la confianza, nunca nos resignemos: no hay situaciones que Dios no pueda cambiar, no hay pecado que no pueda perdonar si nos abrimos a él.

2. Pero volvamos al Evangelio, a las mujeres, y demos un paso hacia adelante. Encuentran la tumba vacía, el cuerpo de Jesús no está allí, algo nuevo ha sucedido, pero todo esto todavía no queda nada claro: suscita interrogantes, causa perplejidad, pero sin ofrecer una respuesta. Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor –el ir al sepulcro–, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no sólo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente. No es simplemente que haya vuelto a vivir, sino que es la vida misma, porque es el Hijo de Dios, que es el que vive (cf. Nm14,21-28; Dt 5,26, Jos 3,10). Jesús ya no es del pasado, sino que vive en el presente y está proyectado hacia el futuro, Jesús es el «hoy» eterno de Dios. Así, la novedad de Dios se presenta ante los ojos de las mujeres, de los discípulos, de todos nosotros: la victoria sobre el pecado, sobre el mal, sobre la muerte, sobre todo lo que oprime la vida, y le da un rostro menos humano. Y este es un mensaje para mí, para ti, querida hermana y querido hermano. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Los problemas, las preocupaciones de la vida cotidiana tienden a que nos encerremos en nosotros mismos, en la tristeza, en la amargura..., y es ahí donde está la muerte. No busquemos ahí a Aquel que vive. Acepta entonces que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo, confía en él, ten la seguridad de que él está cerca de ti, está contigo, y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere.

3. Hay un último y simple elemento que quisiera subrayar en el Evangelio de esta luminosa Vigilia Pascual. Las mujeres se encuentran con la novedad de Dios: Jesús ha resucitado, es el Viviente. Pero ante la tumba vacía y los dos hombres con vestidos resplandecientes, su primera reacción es de temor: estaban «con las caras mirando al suelo» –observa san Lucas–, no tenían ni siquiera valor para mirar. Pero al escuchar el anuncio de la Resurrección, la reciben con fe. Y los dos hombres con vestidos resplandecientes introducen un verbo fundamental: Recordad. «Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea... Y recordaron sus palabras» (Lc 24,6.8). Esto es la invitación a hacer memoria del encuentro con Jesús, de sus palabras, sus gestos, su vida; este recordar con amor la experiencia con el Maestro, es lo que hace que las mujeres superen todo temor y que lleven la proclamación de la Resurrección a los Apóstoles y a todos los otros (cf. Lc 24,9). Hacer memoria de lo que Dios ha hecho por mí, por nosotros, hacer memoria del camino recorrido; y esto abre el corazón de par en par a la esperanza para el futuro. Aprendamos a hacer memoria de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas.

En esta Noche de luz, invocando la intercesión de la Virgen María, que guardaba todos estas cosas en su corazón (cf. Lc 2,19.51), pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios, tan bellas; que nos haga hombres y mujeres capaces de hacer memoria de lo que él hace en nuestra historia personal y la del mundo; que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día, queridos hermanos y hermanas, a no buscar entre los muertos a Aquel que vive. Amén.

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2014

Nuestra propia Galilea es el encuentro personal con Jesucristo

El Evangelio de la resurrección de Jesucristo comienza con el ir de las mujeres hacia el sepulcro, temprano en la mañana del día después del sábado. Se dirigen a la tumba, para honrar el cuerpo del Señor, pero la encuentran abierta y vacía. Un ángel poderoso les dice: «Vosotras no tengáis miedo» (Mt 28,5), y les manda llevar la noticia a los discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7). Las mujeres se marcharon a toda prisa y, durante el camino, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (v. 10). «No tengáis miedo», «no temáis»: es una voz que anima a abrir el corazón para recibir este mensaje».

Después de la muerte del Maestro, los discípulos se habían dispersado; su fe se deshizo, todo parecía que había terminado, derrumbadas las certezas, muertas las esperanzas. Pero entonces, aquel anuncio de las mujeres, aunque increíble, se presentó como un rayo de luz en la oscuridad. La noticia se difundió: Jesús ha resucitado, como había dicho… Y también el mandato de ir a Galilea; las mujeres lo habían oído por dos veces, primero del ángel, después de Jesús mismo: «Que vayan a Galilea; allí me verán». «No temáis» y «vayan a Galilea».

Galilea es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó. Volver allí, volver al lugar de la primera llamada. Jesús pasó por la orilla del lago, mientras los pescadores estaban arreglando las redes. Los llamó, y ellos lo dejaron todo y lo siguieron (cf. Mt 4,18-22).

Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la cruz y de la victoria; sin miedo, «no temáis». Releer todo: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor.

También para cada uno de nosotros hay una «Galilea» en el comienzo del camino con Jesús. «Ir a Galilea» tiene un significado bonito, significa para nosotros redescubrir nuestro bautismo como fuente viva, sacar energías nuevas de la raíz de nuestra fe y de nuestra experiencia cristiana. Volver a Galilea significa sobre todo volver allí, a ese punto incandescente en que la gracia de Dios me tocó al comienzo del camino. Con esta chispa puedo encender el fuego para el hoy, para cada día, y llevar calor y luz a mis hermanos y hermanas. Con esta chispa se enciende una alegría humilde, una alegría que no ofende el dolor y la desesperación, una alegría buena y serena.

En la vida del cristiano, después del bautismo, hay también otra «Galilea», una «Galilea» más existencial: la experiencia del encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba.

Hoy, en esta noche, cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿Cuál es mi Galilea? Se trata de hacer memoria, regresar con el recuerdo. ¿Dónde está mi Galilea? ¿La recuerdo? ¿La he olvidado? Búscala y la encontrarás. Allí te espera el Señor. He andado por caminos y senderos que me la han hecho olvidar. Señor, ayúdame: dime cuál es mi Galilea; sabes, yo quiero volver allí para encontrarte y dejarme abrazar por tu misericordia. No tengáis miedo, no temáis, volved a Galilea.

El evangelio es claro: es necesario volver allí, para ver a Jesús resucitado, y convertirse en testigos de su resurrección. No es un volver atrás, no es una nostalgia. Es volver al primer amor, para recibir el fuego que Jesús ha encendido en el mundo, y llevarlo a todos, a todos los extremos de la tierra. Volver a Galilea sin miedo.

«Galilea de los gentiles» (Mt 4,15; Is 8,23): horizonte del Resucitado, horizonte de la Iglesia; deseo intenso de encuentro… ¡Pongámonos en camino!

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BENEDICTO XVI

Todas sus homilías en las diferentes fiestas del Año litúrgico

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RANIERO CANTALAMESSA (www.cantalamessa.org)

¡Ha resucitado!

Hay algunas situaciones en la vida, en las que nos resulta natural usar la palabra resurrección o resucitar. Busquemos ahora recordar algunas, porque ellas nos pueden introducir en el mensaje de la fiesta mejor que muchos razonamientos.

Una persona ha pasado por una grave enfermedad o por el temor de tenerla. La ha superado o aquel temor se ha revelado infundado y ahora vuelve a su trabajo y a frecuentar a sus amigos. Decimos: ¡Ha resucitado! Un hombre político o un atleta ha sufrido una grave derrota. Todos lo dan por acabado. Pero, he aquí que tiene una vuelta o regreso de vigor y en la próxima ocasión obtiene un éxito clamoroso. Decimos asimismo de él: ¡ha resucitado!

Tolstoi ha escrito una célebre novela titulada Resurrección. Detrás del mismo título de la palabra Resurrección hay aquí una historia de redención sobre el mal. Un hombre sacrifica su posición social y la carrera para reparar el mal hecho en la juventud a una muchacha.

Cada una de estas situaciones nos ayuda a entender algo de la resurrección de Cristo. Ésta es todo esto: vuelta a la vida, victoria sobre los enemigos, triunfo del amor e infinitamente más. Si hay muchas pequeñas resurrecciones en la vida, incluso en la nuestra, es porque ha existido la resurrección de Cristo. Ésta es la causa de todas las resurrecciones en la vida, en la esperanza y en la Inocencia.

Con estas premisas, acerquémonos al Evangelio de este Domingo de Pascua. Hubo un momento en que el grito: «¡ha resucitado!» por vez primera resonó en el mundo. El ángel les dijo a las mujeres, que en la mañana de Pascua se acercaron al sepulcro:

«Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado» (Mateo 28. 5).

No es difícil imaginar qué es lo que sucedió después de estas palabras. Las mujeres se precipitan corriendo hacia abajo por la colina y recogiéndose las faldas con la mano para no tropezar. Entran jadeantes en el cenáculo y, antes aún de que comiencen a hablar, cada uno de los presentes ya entiende, sólo mirándoles su rostro y sus ojos, que algo inaudito ha sucedido. Todas a la vez, confusamente, se ponen a gritar: «¡El Maestro, el Maestro, Jesús, Jesús!» «¿Jesús, qué?» «¡Ha resucitado, está vivo! La tumba, la tumba». «¿La tumba, qué?» «¡Está vacía, vacía!»

Los apóstoles debieron chillarles para que se calmasen y hablasen una detrás de otra. Pero, mientras tanto un escalofrío había recorrido por el cuerpo de todos los presentes; el sentido de lo sobrenatural había llenado de golpe la sala y el corazón de cada uno. La noticia de la resurrección comenzaba así su carrera a través de la historia, como una ola calmada y majestuosa que nada ni nadie podrá parar jamás hasta el fin de mundo.

Esta ola sonora llega, ahora, hasta nosotros. Nosotros posiblemente hemos comprado esta mañana el periódico; pero, llegados a la tarde, todas las noticias están ya superadas y mañana habrá otras, que harán olvidar a las de hoy. No es así esta nuestra noticia; han pasado veinte siglos y todavía resuena hoy, límpida y fresca, como la primera vez: «¡Jesucristo, el Crucificado, ha resucitado de los muertos!»

Pero, verdaderamente, ¿ha resucitado Jesús? ¿Qué garantías tenemos de que se trata de un hecho realmente ocurrido y no de una invención o de una sugestión? San Pablo, escribiendo a no más de 25 años de distancia desde los hechos, hace un elenco de todas las personas, que le han visto después de la resurrección; la mayoría de ellos aún están en vida: primero Pedro; después, los Doce reunidos; después, quinientos hermanos a la vez. «Y en último término, concluye el Apóstol, se me apareció también a mí» (1 Corintios 15,8). Por lo tanto, quien habla es un testigo ocular. ¿De qué hechos de la antigüedad tenemos testimonios tan fuertes y valientes como de éste?

Pero, para convencemos de la verdad del hecho hay asimismo que hacer una observación general. En el momento de la muerte de Jesús, los discípulos se habían dispersado; su caso había sido dado por concluido: «Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel...», dicen los discípulos de Emaús (Lucas 24,21). Evidentemente, ya no lo esperan más. Y he aquí que, imprevistamente, ven estos mismos hombres proclamar unánimes que Jesús está vivo, afrontan por este testimonio procesos, persecuciones y, en fin, uno detrás de otro el martirio y la muerte.

¿Qué ha podido determinar un cambio tan general, si no es la certeza de que él había verdaderamente resucitado? No pueden haber sido engañados, porque han hablado y comido con él después de la resurrección; y, además, eran hombres prácticos, todo lo contrario que fáciles a exaltarse. Ellos mismos dudan ante las primeras noticias y oponen no poca resistencia a creer. Ni siquiera pueden haber querido engañar a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en ser traicionados y a restablecerse (¡la misma vida!) eran precisamente ellos. Sin el hecho de la resurrección, el nacimiento del cristianismo y de la Iglesia llegaría a ser un misterio aún más difícil de explicar que la misma resurrección.

Éstos son algunos argumentos históricos y objetivos; pero, ¡la prueba más fuerte de que Cristo ha resucitado es que está vivo! Vivo, no porque nosotros lo tengamos hablándonos en la vida sino porque él nos tiene en vida a nosotros, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace esperar. «Toca a Cristo quien cree en Cristo», decía san Agustín; y los verdaderos creyentes tienen la experiencia de la verdad de esta afirmación.

Los que no creen en la realidad de la resurrección siempre han adelantado hipótesis: de que si se trataba de fenómenos de autosugestión; de si los apóstoles habían creído ver... Pero, esto, si fuese verdad, constituiría, al final, un milagro no menos grande que el que se quiere evitar admitir. Supone, en efecto, que personas distintas, en situaciones y lugares diversos, hayan tenido todas la misma alucinación. Las visiones imaginarias llegan según costumbre a quien las espera y las desea intensamente; pero, los apóstoles, después de los hechos del viernes santo, ya no esperaban nada más.

Pero, dejemos aparte el hecho de la resurrección y hablemos algo del significado de ella, de lo que san Pablo llama «el poder de su resurrección» (Filipenses 3,10). La resurrección de Cristo es para el universo espiritual lo que, según una teoría moderna, fue para el universo físico el Big bang inicial: una explosión de tal energía y fuerza para imprimir al cosmos el movimiento de expansión, que aún perdura hasta hoy, a una distancia de miles de millones de años. Quítale a la Iglesia la fe en la resurrección y todo se detiene y se apaga como cuando en una casa cae o se quita la corriente eléctrica. San Pablo escribe:

«Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10, 9).

«La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo» (san Agustín). Todos creen que Jesús haya muerto; también, los paganos; los agnósticos lo creen. Pero, sólo los cristianos creen que igualmente ha resucitado y no se es cristiano si ello no se cree. Resucitándole de la muerte es como si Dios avalara lo realizado por Cristo, le imprimiese su sello, «dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (Hechos 17,31).

¿La muerte de cruz no hubiese sido suficiente para garantizarnos que Jesús es verdaderamente el Mesías, el enviado de Dios? No; ¡no hubiese sido suficiente! Muchos son mártires por una causa errada o hasta inicua. Pensemos en determinados extremistas, que se inmolan, arrastrando consigo en la muerte a decenas y decenas de personas inocentes. Su muerte ha servido para demostrar que creían en su causa, no que su causa (o, al menos, la manera de defenderla) fuese justa. La muerte de Cristo nos garantiza su amor, su caridad (porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos»: Juan 15, 13); pero, sólo la resurrección atestigua, también, su verdad, la autenticidad de su causa.

De san Serafín de Sarov, un monje que vivía en Rusia en el Ochocientos, se lee que cuando las personas iban a buscarle en su monasterio para confiarle sus penas, él iba a su encuentro y, todavía lejos, les saludaba con gran entusiasmo, gritando: «¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!» En los labios del santo, aquellas palabras tenían tal fuerza que, sólo al oírlas, los visitantes sentían caerles la pena del corazón y renacer a la esperanza.

Hagamos nuestro aquel saludo y, encontrándonos en el día de Pascua, digámonos con los ojos si no es posible con la boca unos a otros: «¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!»

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PREGONES – La Compañía de María, Madre de los Sacerdotes

Dar testimonio con la vida

¡El Señor ha resucitado! ¡Cristo está vivo! ¡Aleluya!

La luz que vino al mundo, pero el mundo no la recibió, brilló en medio de las tinieblas, de una vez y para siempre, para iluminar al mundo entero.

El Cordero de Dios ha sido inmolado para celebrar con Él la Pascua, y ha resucitado para darle vida al mundo.

Todo cristiano es testigo de Cristo vivo, y así como las santas mujeres fueron testigos de su resurrección, deben dar testimonio de Él, anunciando la buena nueva a los que aún no lo han conocido, a los que no tienen fe, a los que lo han abandonado, a los que no creen en Él.

Y deben dar testimonio con su vida a los que se han alejado de la fe, para que vuelvan, porque por las llagas de Cristo hemos sido salvados, y sólo a través de Él pueden llegar los hombres a Dios.

Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Quien crea en Él tendrá vida eterna.

Muchos son los testigos que lo vieron y creyeron, y dieron testimonio de Él. 

Alégrate, porque tu Señor ha resucitado. Cree que Él está vivo. Escucha su palabra, que es como espada de dos filos, que atraviesa tu corazón, y que es actual, porque está viva, y te dice lo que en este momento necesitas para que puedas seguirlo.

Deja que arda de amor tu corazón con el fuego de su presencia.

Y, si aún no crees, pide la fe que te falta. Acude a la santa Misa y reconócelo al partir el pan, y cree que está vivo y presente en la Eucaristía. Porque si Cristo no resucitó, vana es tu fe.

Y, si aun así no crees, ten el valor de desear y de pedirle tener un verdadero encuentro con Él, para que metas tu mano en su costado y toques su Corazón Sagrado, para que convierta tu corazón, y no seas incrédulo, sino creyente.

Dichosos los que creen sin haber visto. Dichosos los que creen y viven en la luz de Cristo vivo, porque tendrán vida eterna en su resurrección.

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FLUVIUM (www.fluvium.org)

Resurrección: una alegría sin barreras

El Evangelio según san Juan nos narra con bastante detenimiento lo sucedido el primer día de la semana, el siguiente al sábado, el día en que resucitó el Señor. Este hecho fue de tal trascendencia para la naciente Iglesia que originó el cambio, no poco importante, del día especialmente dedicado a Dios. El día del culto por excelencia no fue ya el sábado para los cristianos, sino el dies domínica, día del Señor, el domingo.

Este cambio era necesario, no sólo para marcar con claridad la diferencia entre la antigua ley –que había preparado la venida del Mesías– y la ley de la fe en el Dios Trino; era preciso, sobre todo, para afirmar sin paliativos la ley de la Gracia, una nueva economía de la salvación, por la cual los hombres, injertados en Cristo, somos verdaderamente familia de Dios. Era importante significar que los preceptos del pasado no eran ya necesarios, toda vez que Jesucristo había saldado sobradamente con su sacrificio la deuda de nuestros pecados. En adelante, aplicándose en el cristiano los méritos de la Cruz, agradamos a Dios como un hijo bueno a su padre.

Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.

—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine... De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna.

Así leemos en “Forja”. Esa luz del convencimiento firme de nuestra filiación divina, alumbra a cada uno en primer lugar. Inundar a otros de alegría, transmitirles la propia riqueza, es algo espontáneo, manifestación del esplendor y seguridad que provoca la fe en quien la vive. El fuego no puede sino quemar, como la luz necesariamente ilumina. También es cierto que el agua apaga y la suciedad contamina lo que le rodea. Seamos luz ardiente de Dios, ricos, entusiasmados por gozar del mayor Amor, y con el deseo –que casi no hay que proponerse– de que muchos más sean felices de verdad.

Antes que los Apóstoles, supo de la resurrección del Señor María Magdalena. Por los otros evangelios sabemos de su alegría al conocer que Jesús vivía. Entonces echó a correr, fue a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba... ”Echó a correr...”, dice san Juan. Como nosotros cuando descubrimos algo estupendo. Enseguida nos vienen a la cabeza personas queridas y nos apresuramos a compartir la alegría, porque deseamos que sean también muy felices.

Fácilmente nos podemos imaginar el efecto inmediato de la “onda expansiva” provocada por esta mujer y los dos primeros discípulos que se acercaron al sepulcro a primera hora del domingo. En muy poco tiempo, todos: los otros apóstoles y las demás mujeres que acompañaron al Señor, sabrían la noticia. Y, a continuación, otros más que apreciaban a Jesús en Jerusalén, aunque no le siguieron tan de cerca. Era la consecuencia natural de un entusiasmo que se transmite.

Muy pronto, por algunos de la guardia que custodiaba el sepulcro, llegó también la noticia a los que habían planeado y logrado la muerte de Jesús; que, según san Mateo, reunidos con los ancianos, después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos. Es muy diferente, como vemos, la reacción de los que han decidido dejar al Señor de lado. El empeño por mantener a toda costa su actitud de siempre les lleva a falsear lo evidente por cualquier medio, no importa si correcto o no.

La verdad incontestable de la resurrección de Jesús, públicamente ejecutado como un malhechor, se imponía necesariamente en el pueblo y confirmaba en la fe a los discípulos tras el desencanto por la aparente derrota del Calvario. Cristo mismo, resucitado, vivifica ya a los suyos. No hay fuerza –no puede haberla– capaz de contener el triunfo del Hijo de Dios actuando en sus fieles: su Reino no tendrá fin, dijo el Ángel a María; y las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella, prometió Jesús a Pedro, refiriéndose a la Iglesia. No son nuestros buenos propósitos, nuestras disposiciones de fidelidad, ni las grandes cualidades que puedan tener algunos cristianos, la garantía del triunfo final de los cristianos en la historia. Es el propio Cristo, Dios hecho hombre por amor a los hombres, el garante de nuestra victoria definitiva.

Como María, conscientes de nuestra debilidad y del poder divino en favor de sus hijos, proclamamos que ha hecho en cada uno cosas grandes el que es Todopoderoso y las hará hasta el fin de los tiempos.

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PALABRA Y VIDA (www.palabrayvida.com.ar)

La Resurrección: Testimonio de Dios sobre Jesucristo

También este año hemos llegado al domingo de Pascua. La liturgia nos recibe en esta santa asamblea con el impulso y el júbilo que no conoce cansancio: “Exulte el coro de los ángeles, goce la tierra inundada de tanta claridad: la luz del Rey eterno ha vencido las tinieblas del mundo”.

Así, esta noche, en el Exultet, la Iglesia ha cantado al mundo su fe y su alegría pascual. Y ahora quiere arrastramos también a nosotros en un ímpetu de alegría: Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él (Salmo responsorial). El aleluya es el grito con que ininterrumpidamente, desde los tiempos de Cristo, se expresa este júbilo pascual. Es el “cántico nuevo” de los salvados. Significa tantas cosas: alaben a Dios; Dios es grande; Dios ha hecho cosas grandes; nosotros estamos en la alegría. Repitámoslo con emoción cada vez que lo liturgia lo pone en nuestros labios. Cantarlo significa aprender el lenguaje de los bienaventurados, significa participar ya en la pascua eterna.

Hasta aquí existía sólo nuestra voz. Sin embargo, al inicio de la Misa, el mismo Resucitado ha venido a nuestro encuentro en una especie de epifanía de culto, y nosotros hemos oído su voz:

“He resucitado y estoy de nuevo contigo”. Sí, él ha resucitado y está de nuevo con nosotros.

Ha resucitado: el núcleo del misterio y del anuncio cristiano está incluido en esta única palabra: surrexit! El Evangelio nos lo hizo escuchar de boca del ángel: Y vayan en seguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán” (Mt. 28, 7).

“La fe de los cristianos –dice san Agustín– es la resurrección de Cristo” (Enarr. Ps. 120, 6). Que Cristo murió, todos lo creen, incluso los paganos, incluso sus enemigos estaban convencidos de eso. Que haya resucitado sólo los cristianos lo creen, y no se es cristiano sin creerlo.

Si se quiere que esta solemnidad marque verdaderamente un progreso en nuestra fe y no se agote en exclamaciones de júbilo, debemos profundizar este mensaje de la Pascua. ¿Por qué la resurrección de Cristo es la prueba irrefutable de nuestra fe? ¿Qué es en verdad la resurrección de Cristo?

Es el testimonio de Dios con respecto a Jesucristo. Es Dios el protagonista de este evento y de este día. En la primera lectura de hoy, hemos escuchado este concepto en boca de Pedro: Dios lo ha resucitado y nosotros somos testigos. Al resucitarlo –dirá en otro lugar el mismo apóstol– Dios ha como acreditado a Cristo entre nosotros (Hech. 2. 22), es decir, lo ha legitimado ante nuestros ojos. Más claramente, Pablo, en el discurso del aerópago de Atenas, habla de ...un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos (Hech. 17, 31).

¡Una garantía de la verdad! En efecto, sólo la resurrección es un testimonio seguro de la verdad de Cristo, es decir, de la autenticidad de su persona y de su misión. Atestigua que él es en verdad lo que ha dicho ser: “el santo de Dios”, uno que estaba antes que Abraham, el hijo unigénito del Padre.

¿La muerte de Jesús no era en sí misma un testimonio de esto? ¡No! Ella no puede testimoniar la verdad de su causa. Muchos hombres murieron en esta tierra por causas equivocadas, incluso por causas inicuas. Su muerte no hizo verdadera su causa; solamente testimonió que creían en la verdad de ella. Cristo Jesús ...dio buen testimonio ante Poncio Pilato (1 Tim. 6, 13), pero eso no resulta entonces el testimonio de su verdad; es sólo el testimonio de su amor. El supremo testimonio en este terreno, puesto que no hay amor más grande que dar la vida por los amigos (Jn. 15, 13).

Por el contrario, la resurrección es el sello de la autenticidad divina de Cristo y de la verdad de su causa. He aquí por qué Jesús mismo lo dio como signo por excelencia de su misión. “¿Qué signo nos das para obrar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo (es decir, mi cuerpo) y en tres días lo volveré a levantar” (Jn 2, 18-19). Entonces, Pablo tiene razón cuando dice, al colocar sobre ella, como sobre un cimiento, todo el edificio de la fe: y si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes. Incluso seríamos falsos testigos de Dios...seríamos los hombres más dignos de lástima (1 Cor. 15, 14-15.19).

¿Pero concretamente, qué atestigua con respecto a Cristo su resurrección? Primero, atestigua la persona y la obra terrenal de Cristo: el Jesús histórico. Aquel Jesús de Nazaret que, comenzando por Galilea, ha pasado beneficiando y sanando a todos, aquel que los judíos mataron, es el mismo que fue resucitado por Dios. Es él la piedra descartada que Dios puso como cabezal. En la Cruz, parecía haber renegado de Jesucristo, al extremo de arrancarle aquel grito: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, pero ahora, al resucitarlo, demuestra que él se identifica con el Crucificado y con su causa: Ustedes lo hicieron morir... Pero Dios lo resucitó (Hech. 3, 15; 2, 23; 5, 30). El Padre asume a Cristo en su misma gloria; de ahora en más resultará imposible ver al Crucificado si no es “en la gloria del Padre”, y a la gloria del Padre si no es en el rostro del Crucificado. Por lo tanto, la resurrección es como un faro dirigido hacia más allá de la Pascua, en la vida terrenal de Jesús. Bajo su luz, los discípulos recordaron, comprendieron y fijaron las palabras y los gestos de Jesús en su vida en la tierra.

En segundo lugar, la resurrección atestigua al Jesús posterior a la Pascua, al Cristo de la fe. De él nos testimonia que está vivo para siempre (Apoc. 1, 18), que está sentado a la derecha del Padre, que es Señor y Espíritu (2, Cor. 3, 17), el juez de los vivos y de los muertos (primera lectura). En fin, atestigua que él se ha convertido en la cabeza de una nueva humanidad, a cuyos pies el Padre ha puesto todo. Él es “omega” del mundo y de la historia (Teilhard de Chardin), una especie de polo de atracción y de centro de reunión de todos los espíritus.

Testimonia también que Cristo está presente ahora en el mundo: Estoy con ustedes hasta el fin del mundo. Lo está con su Espíritu, y lo está también con su cuerpo gracias a la Eucaristía. “Liberado de la aisladora opacidad de su cuerpo mortal, en calidad de resucitado él es ahora el prójimo de todos” (K. Rahner). Él es ya el Señor “que vendrá” (Apoc. 1. 4; 22, 20), que se hace presente ante la Iglesia, su esposa, cuando ésta se dirige a él con el grito: ¡Marana tha, Señor, ven!

El signo más cierto de todo esto es justamente la Eucaristía que celebramos ahora. En ella, experimentamos que él en verdad resucitó y que está vivo porque también nosotros vivimos de su Espíritu (cfr. Jn. 14, 19). En ella, tenemos el signo de nuestra resurrección y de su regreso.

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BIBLIOTECA ALMUDÍ (www.almudi.org)

Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II

Mensaje pascual del Domingo de Resurrección (19-IV-1981)

– Gloria a la Trinidad Santísima

“Creo en Jesucristo...nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen...”.

Todos los domingos hacemos esta profesión de fe.

Hoy queremos hacerlo de manera especialmente solemne porque Aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de Santa María Virgen ha resucitado. ¡Resucitó al tercer día!

En la liturgia de este día nos dice San Pedro: “Sabéis lo acontecido..., esto es, cómo a Jesús de Nazaret le ungió Dios con el Espíritu Santo y con poder” (Hch 10,37-38). Con este mismo poder, Aquél que “fue crucificado, que murió y fue sepultado”, resucitó al tercer día.

Nosotros damos gloria en el día de hoy a Cristo –Víctima pascual– como vencedor de la muerte. Y damos gloria hoy a ese poder que ha logrado la victoria sobre la muerte y ha completado el Evangelio de las obras y de las palabras de Cristo con el testimonio definitivo de la vida.

– Espíritu Santo

Y glorificamos hoy al Espíritu Santo, en virtud del cual Cristo fue concebido en el seno de la Virgen; y con el poder de la unción de ese Espíritu pasó a través de la pasión, la muerte y el descenso a los infiernos; con la fuerza del mismo Espíritu vive y “la muerte ya no tiene dominio sobre Él” (Rm 6,9).

Damos gloria al Espíritu Santo “que es el Señor y dador de vida”... Profesamos nuestra fe en el Espíritu Santo “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”; y glorificamos el poder de este Espíritu “que es Señor y dador de vida”, poder manifestado plenamente en la resurrección de Cristo.

Cristo resucitado pasará a través de la puerta cerrada del Cenáculo, donde estaban reunidos los Apóstoles, se detendrá en medio de ellos y dirá: “La paz sea con vosotros... Recibid el Espíritu Santo”.

Con estas palabras, con este aliento divino, inaugurará los tiempos nuevos: tiempos de la venida del Espíritu Santo, tiempos del nacimiento de la Iglesia. Será el tiempo de Pentecostés, que dista de la solemnidad de hoy cincuenta días, pero inscrito ya con toda plenitud en esta solemnidad pascual y radicado en ella.

– Aborto

Venzan los pensamientos de paz. Y venza el respeto a la vida.

La Pascua trae consigo el mensaje de la vida liberada de la muerte, de la vida salvada de la muerte. Venzan los pensamientos y los programas que tutelan la vida humana contra la muerte, y no las ilusiones de quien ve un progreso del hombre en el derecho a infligir la muerte a la vida apenas concebida.

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Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Celebramos hoy la cumbre del misterio de nuestra Salvación y que cada uno de los 52 domingos del año conmemoramos también. La verdad nuclear del Cristianismo. El triunfo de Cristo sobre la muerte y el comienzo de una Vida Nueva para Jesús y para nosotros. La consumación del proyecto salvador de Dios. “Nosotros somos testigos”, dirán los Apóstoles en su primera predicación (1ª lect).

Por eso la Iglesia rompe a cantar en la Vigilia Pascual: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo...Goce también la tierra inundada de tanta claridad y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero”. (Pregón Pascual). Nuestra alegría es grande porque entendemos que, incorporándonos a esa “Vida Nueva” que nos llega por los Sacramentos, resucitaremos también con Jesucristo.

La Resurrección de Jesús es no sólo un hecho histórico sino un acontecimiento absolutamente único. Un suceso que los discípulos del Señor comprendieron que estaba llamado a cambiar la vida humana. Jesús no regresó a nuestro tiempo y a nuestra condición terrestre actual como Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo. Jesús entró corporalmente en la eternidad y abrió definitivamente las puertas a todo el que crea en El y viva su vida. Su Resurrección no es un retroceso a nuestra forma de vida, es una promoción hacia adelante y ya irreversible: Cristo Resucitado ya no muere, vive glorioso en el Cielo.

La Resurrección de Cristo es la prueba más clara de que Él es la Vida, una vida que se reveló más fuerte que la muerte. Ella nos recuerda que el amor siempre puede más que el odio; la verdad que la mentira; la entrega y el servicio desinteresado a los demás sobreviven a todos los egoísmos; que el bien y la buena conciencia triunfan al final sobre los que extorsionan a los demás.

El consuelo que esta gozosa verdad ofrece a la hora de la muerte no oculta lo terrible de ella, pero, a su luz, el dolor que este trance provoca en nosotros, permite al cristiano ver más allá de él la vida eterna. Esa Vida que los testigos de la Resurrección pudieron ver y palpar y que nos anuncian para que nuestra alegría sea completa (Cfr 1 Jn 1,4).

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Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

«No busquéis entre los muertos al que vive»

I. LA PALABRA DE DIOS

Hch 10,34a-37-43: «Nosotros hemos comido y bebido con él después de la Resurrección»

Sal 117,1-2.16-17.22-23: «Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo»

Col 3,1-4: «Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo»

Jn 20,1-9: «Él había de resucitar de entre los muertos»

II. APUNTE BÍBLICO-LITÚRGICO

S. Lucas como lo hicieron S. Pedro y S. Pablo presenta en Hechos el núcleo central de la predicación cristiana, el kerigma, «la sustancia viva del Evangelio».

«Morir con Cristo» tenía en San Pablo una resonancia especial: Al dejar constancia de que «vuestra vida está oculta con Cristo en Dios», invita a todos a una ruptura definitiva con cualquier actitud anterior, porque de ello depende «aparecer con Cristo en la gloria».

Nuestra experiencia acerca de Jesús resucitado no es la misma que la de la comunidad primitiva, pero sí coincidimos entroncando nuestra fe en Él en cuanto vencedor de la muerte. Hoy y aquí, los cristianos, la Iglesia ha de anunciar a todos la Resurrección. Nosotros mismos somos testigos de que «hemos pasado de la muerte a la vida».

III. SITUACIÓN HUMANA

Ya se apuntaba en el esquema de la Noche Pascual cómo hay signos de apuesta por la vida. Pero también es verdad que se han instalado entre nosotros lo que el Papa llama «cultura de la muerte» (aborto, eutanasia, terrorismo, guerras, etc). No obstante, seguimos confiando en los muchos esfuerzos de la humanidad en la lucha contra las enfermedades, en la prevención de males, en la mejora de la calidad de vida, atenciones al mantenimiento de la salud... Pero nos preguntamos si todo esto puede alzarse más allá de horizonte puramente humano.

IV. LA FE DE LA IGLESIA

La fe

– La Resurrección: «La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios» (656). “Cristo, «el primogénito de entre los muertos» (Col 1,18), es el principio de nuestra propia resurrección” (658; cf 652-655).

– El sepulcro vacío y apariciones: 640-641.

La respuesta

– Resucitados con Cristo: «Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado, pero esta vida permanece «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). «Con Él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús» (Ef 2,6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos «manifestaremos con Él llenos de gloria» (Col 3,4)» (1003).

– La Iglesia anuncia el Evangelio de la Resurrección: 849-856.

– Testigos del Resucitado: 871. 888. 904. 905.

El testimonio cristiano

– «No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mi morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra. Es a Él a quien buscó, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca... (S. Ignacio de Antioquía, Rm 6,1- 2)» (2474).

– «Cristo resucitó de entre los muertos. Con su muerte venció a la muerte. A los muertos ha dado la vida (Liturgia bizantina, Tropario de Pascua)» (638).

Creer en el Resucitado es comenzar a vivir como resucitado. Los apóstoles dan testimonio de Aquel en quien han creído. Y viven como resucitados.

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HABLAR CON DIOS (www.hablarcondios.org)

Resucitó de entre los muertos.

– La Resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. Jesucristo vive: ésta es la gran alegría de todos los cristianos.

I. En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad.

Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. –Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido ya el sol (Mc 16, 12) Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el cuerpo del Señor. –Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les dice: No temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit enim sicut dixit, –no está aquí, porque ha resucitado, según predijo. (Mt 28, 5).

¡Ha resucitado! –Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. –La Vida pudo más que la muerte.

La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido. Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida juntamente con Cristo... y nos resucitó con Él. La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.

La Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús. Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de Nuestro Señor.

Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y de la lanza... Los Apóstoles declaran que se manifestó con numerosas pruebas, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.

Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. Ésta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (...): en Él, lo encontramos todo; fuera de Él, nuestra vida queda vacía.

Se apareció a su Madre Santísima. –Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. –Y a Pedro y a los demás Apóstoles. –Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!

Que nunca muramos por el pecado, que sea eterna nuestra resurrección espiritual. –Y (...) has besado tú las llagas de sus pies..., y yo más atrevido –por más niño– he puesto mis labios sobre su costado abierto.

– La luz de Cristo. La Resurrección, una fuerte llamada al apostolado.

II. Dice bellamente San León Magno que Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes porque tenía prisa en consolar a su Madre y a los discípulos: estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente necesario para cumplirlos tres días profetizados. Resucitó al tercer día, pero lo antes que pudo, al amanecer, cuando aún estaba oscuro, anticipando el amanecer con su propia luz.

El mundo había quedado a oscuras. Sólo la Virgen María era un faro en medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz, había dicho Jesús, luz para el mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre.

Ayer noche, mientras participábamos –si nos fue posible– en la liturgia de la Vigilia pascual, vimos cómo al principio reinaba en el templo una oscuridad total, imagen de las tinieblas en las que se debate la humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un instante el celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu. Y de la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos los fieles recibieron la luz: el templo quedó iluminado con la luz del cirio pascual y de todos los fieles. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la tierra sumida en tinieblas.

La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Efeso (Ef 1, 10), informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña.

– Apariciones de Jesús: el encuentro con su Madre, a quien se aparece en primer lugar. Vivir este tiempo litúrgico muy cerca de la Virgen.

III. La Virgen, que estuvo acompañada por las santas mujeres en las horas tremendas de la crucifixión de su Hijo, no acompañó a éstas en el piadoso intento de terminar de embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús. María Magdalena y las demás mujeres que le habían seguido desde Galilea han olvidado las palabras del Señor acerca de su Resurrección al tercer día. La Virgen Santísima sabe que resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos describir, Ella espera a su Hijo glorificado.

“Los evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su resurrección”. Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a sola a su Madre. En primer término, porque Ella es la primera y principal corredentora del género humano, en perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta aparición tenía una razón de ser muy diferente de las demás apariciones a las mujeres y a los discípulos. A éstos había que reconfortarlos y ganarlos definitivamente para la fe. La Virgen, que ya había sido constituida Madre del género humano reconciliado con Dios, no dejó en ningún momento de estar en perfecta unión con la Trinidad Beatísima. Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que quedaba sobre la tierra se había cobijado en su corazón.

No sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que ella no le reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les unió como un hombre que iba de viaje. A los apóstoles reunidos en el Cenáculo se les apareció con las puertas cerradas... A su Madre, en una intimidad que podemos imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso, su estado glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la tierra. La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana –dice fray Luis de Granada–, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor, verlas hechas fuentes de amor, al que vio penar entre ladrones, verle acompañado de ángeles y santos, al que la encomendaba desde la cruz al discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja, abrázale y pídele que no se le vaya, entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir, ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar”. Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.

Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el Regina Coeli, que ocupará el lugar del Angelus durante el tiempo Pascual: Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, según predijo... Y le pedimos que nosotros resucitemos en íntima unión con Jesucristo. Hagamos el propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María.

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Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España) (www.evangeli.net)

Vigilia pascual (Mt 28, 1-10): «No está aquí, ha resucitado»

Hoy, en el Evangelio de la Vigilia pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren hacia el sepulcro, un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas asustados caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de camino de aquellas mujeres…

Las mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).

Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aun produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.

Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.

El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!

Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad y contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».

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Mons. Joan Enric VIVES i Sicília Obispo de Urgell (Lleida, España) (www.evangeli.net)

«Entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó»

Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.

Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).

El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.

“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.

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EXAMEN DE CONCIENCIA PARA SACERDOTES – Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo

«Y si hemos muerto con Cristo creemos que también viviremos con Él, porque sabemos que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tiene dominio sobre Él» (Rm 6, 8-9)

Eso dicen las Escrituras.

¡Cristo está vivo!

Y tú das testimonio de Él, sacerdote, porque tú vives, pero ya no vives tú, sino que es Cristo quien vive en ti, y ahora vives en la fe del Hijo de Dios, que te amó, y se entregó a sí mismo por ti.

Tú eres, sacerdote, testimonio vivo de la vida, pasión, muerte y resurrección de tu Señor.

¡Alégrate, sacerdote! Porque Cristo ha resucitado, ha vencido al mundo y a la muerte, ha perdonado tus pecados, y ha ganado, para la gloria de su Padre, un pueblo de sacerdotes.

¡Vive, sacerdote, vive en la alegría de tu Señor resucitado!, anunciando al mundo la buena nueva a través de la Palabra que Él te ha confiado.

Conmemora su muerte y anuncia su resurrección todos los días de tu vida, elevándolo entre tus manos, en presencia viva, adorando, alabando y glorificando a Dios en la Eucaristía.

Tú eres testimonio vivo de tu Señor resucitado, con tu vida y con tu ejemplo, configurado con el Crucificado, para que el mundo crea en Él, porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe.

Exulta de alegría, sacerdote, porque este es el día Santo del Señor, que dio su vida para recuperar la tuya, con su propia resurrección.

Lleva la vida al mundo, sacerdote, a través del agua viva del Bautismo, que te ha dado tu Señor, para que, por su misericordia, y a través de tus manos, llegue a todo el mundo su salvación.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, que ha vencido al mundo cuando dijiste sí y, renunciando a ti mismo, tomaste tu cruz para seguirlo.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, que ha caminado en el mundo, cuando guías a las almas conduciéndolas y reuniéndolas en un solo rebaño y con un solo pastor, configurado con Cristo Buen Pastor.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando limpias las almas con el agua del Bautismo.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando perdonas los pecados en el confesionario, y absuelves a las almas, sabiendo que tu Señor ya ha asumido su culpa y pagado su deuda.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando consagras el pan y el vino, y lo transformas en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo crucificado, muerto, resucitado y vivo.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando lo entregas por primera vez y te entregas en comunión con Él, y confirmas a las almas en la fe.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando unes en Matrimonio al hombre y a la mujer, y das comienzo a una nueva familia, y la bendices con tu poder, por el que lo que tú atas en la tierra queda atado en el cielo.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando das la Unción a los enfermos llevándoles la fortaleza a sus almas y la paz de tu Señor.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando administras la misericordia que tu Señor ha puesto en tu corazón, para que la lleves a todos los rincones del mundo, con el poder de tus manos.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando das de comer al hambriento, cuando das de beber al sediento, cuando vistes al desnudo y visitas al enfermo, cuando acoges al peregrino y visitas al preso, y bendices al muerto, cuando enseñas al que no sabe, cuando aconsejas, cuando corriges, cuando perdonas, cuando consuelas y soportas con paciencia los defectos de los demás, y rezas por los vivos y los muertos.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando te revistes y te presentas ante el mundo en la sede, en el ambón y en el altar.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando eres misionero y llevas su luz hasta los confines de la tierra.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando abres tu corazón para recibir la gracia y la misericordia de tu Señor, reconociéndote necesitado de Él para permanecer en Él y hacer sus obras.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando pones en obra tu fe, porque sabes que una fe sin obras es una fe muerta.

Tú eres, sacerdote, Cristo vivo, cuando escuchas la Palabra de Dios y la pones en práctica, cumpliendo el mandamiento de tu Señor, amando a los demás como Él los amo.

¡Vive, sacerdote, en la alegría de llevar al mundo la vida!, porque tú eres, sacerdote, Cristo vivo para el mundo.

Tú eres el instrumento fidelísimo de Dios, para que, por la pasión y la muerte de su Hijo, cada alma del mundo acepte ser partícipe de la vida en su resurrección, y tenga vida eterna para la gloria de Dios.

Alégrate, sacerdote, porque tú has muerto con Cristo, pero tú eres Cristo vivo, porque Cristo ¡ha resucitado!

(Espada de Dos Filos II, n. 47)

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