EL AMOR DEL SACERDOTE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Luego añadió Jesús: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado”» (Mc2, 28)
Hijo mío, sacerdote: la vocación al sacerdocio es vocación a la perfección. La perfección es el amor. El único perfecto es Cristo. Él es el Amor.
Por tanto, el que verdaderamente ama, alcanza la perfección.
Tú me dices que me amas. Yo soy la Madre del Amor. El Amor vive en mí y yo vivo en el Amor.
Sólo puedes amar verdaderamente si el Amor vive en ti y tú en Él. Y eso no solo se siente, sino que también se experimenta, y con obras se muestra.
Tú me amas con el amor con el que te ama Dios, porque Él te amó primero, y ese amor encendió con fuego tu corazón.
Tú me amas porque amaste primero a Cristo, recibiendo de Él el Santo Espíritu.
El amor de un sacerdote es verdadero, es la esencia de su alma enamorada de Dios.
Tú me dices que me amas, hijo mío, y yo te creo, porque en ti al amor yo veo. Pero ese amor debe ser siempre inquieto, dinámico, estar siempre de salida, esparciendo la buena semilla para dar mucho fruto.
Tus pensamientos, tus sentimientos, tus obras, tus palabras deben regirse siempre por el amor, y hacer siempre el bien, orientar todo hacia el bien, que es Dios.
Tu vocación es la vocación del Hijo de Dios hecho hombre. Su misión es tu misión.
Para conocerte, como sacerdote, debes conocerlo primero a Él. Es verdad que Él, pecador te eligió, y tal cual eras te amó. Para transformarte te llamó, te pidió que lo siguieras, y tú no seguiste a un hombre, seguiste al Hijo de Dios, que es el amor.
Tú debes transformarte totalmente en Él, renunciar a todo lo que no es Él, y vivir, pensar, hablar, actuar como Él, y enseñar lo que vino a enseñar Él.
Él no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud con el amor.
Él vino a enseñarles a vivir para amar.
Él vino a enseñarles por amor a obrar.
Él vino a enseñarles un nuevo mandamiento: amarse los unos a los otros, como Él los amó.
Y Él vino a poner el ejemplo, dando la vida por amor.
El que diga que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su hermano, a quien sí ve, es un mentiroso, eso no es amor.
Amar a Dios necesariamente implica cumplir su ley, la ley del amor.
La conciencia de un sacerdote debe regirse por el amor. Discernir y ayudar a las almas que le han sido confiadas a dirigir su vida de acuerdo al amor, que se define en el bien mayor.
El amor exige ser compasivos y misericordiosos, perdonar siempre y amar incluso a los enemigos.
El amor es exigente, pero no es una ley de rigor. Tampoco es una ley flexible, es una ley santa, es una ley perfecta, es una ley justa.
No trates, hijo mío, con rigor, a los fieles que vienen a ti arrepentidos a pedir perdón. Trátalos con compasión.
Antepón siempre el amor y las causas justas.
No los juzgues tú. El único Juez es Dios.
A ti se te ha enviado a llevar misericordia al pueblo de Dios.
Cuando debas discernir y un juicio emitir, dale al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios, poniendo siempre la caridad antes que la eficacia.
En el mundo hay mucha tribulación. Pero ten ánimo, hijo mío, Cristo ha vencido al mundo.
El amor siempre vence.
«Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor.
Para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio; que reconozcamos como engañosa, falsa, incompatible con su seguimiento, toda ideología que proclame la violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia.
El amor vence siempre, como Cristo ha vencido; el amor ha vencido, aunque en ocasiones, ante sucesos y situaciones concretas, pueda parecernos incapaz. Cristo parecía imposibilitado también. Dios siempre puede más.
En la experiencia de fe con el Señor, descubrid el rostro de quien por ser nuestro Maestro es el único que puede exigir totalmente, sin límites.
Optad por Jesús y rechazad la idolatría del mundo, los ídolos que buscan seducir a la juventud. Sólo Dios es adorable. Sólo Él merece vuestra entrega plena»
(San Juan Pablo II, Discurso 2.IV.87).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 114)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES