EL PODER DEL SACERDOTE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?» (Mc 2, 7)
Hijo mío, sacerdote: si el mundo supiera y creyera en el poder de los sacerdotes, acudirían las multitudes para ser sanadas, liberadas. Pero a veces ni ustedes mismos creen en su poder.
Jesucristo, el Hijo de Dios, tiene el poder para perdonar los pecados y tiene el poder para conferir ese poder a sus elegidos y con Él configurarlos.
El sacerdote tiene el poder de Cristo para perdonar los pecados.
Y dime, hijo mío, ¿qué es más difícil decir “de tu enfermedad estás sanado, levántate y camina”, o “yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”?
Sanar el cuerpo hasta los médicos y científicos pueden hacerlo; pero perdonar los pecados, sanar las almas, ningún hombre sin el poder de Dios puede hacerlo.
Ustedes, los sacerdotes, tienen el poder de Dios, Él se los dio. Y si creen que tienen las condiciones para administrar el sacramento de la reconciliación, y liberar a los hombres de las cadenas del pecado que los tienen al mundo atado y los alejan de Dios, entonces deberían creer que tienen el poder para sanar los cuerpos también. Pero les falta fe.
Y deberían creer que tienen el poder para expulsar demonios, pero les falta fe.
Y deberían creer que tienen el poder para enseñar, gobernar y santificar al pueblo de Dios, pero les falta fe.
Cree, hijo mío, en tu poder, en el poder de Cristo.
El sacerdote es mediador entre Dios y los hombres, por el poder de Cristo. Los hombres necesitan ser sanados, renovados y salvados, a través de ese poder.
Yo ruego a Dios que los fortalezca a ustedes, mis hijos sacerdotes, en la fe, porque si ustedes no creen, ¿quién creerá?
Si ustedes no perdonan los pecados, ¿quién los perdonará?
Si ustedes no llevan la salud a los enfermos, ¿quién los curará?
Si ustedes no llevan la paz al mundo, ¿quién la establecerá?
¡Qué grande es el poder del sacerdote!
¡Puede obrar maravillas!
Sólo debe poner en obras su fe, para que los hombres crean también y se acerquen a recibir los dones y las gracias de Dios que, por ese divino poder, les quiere dar.
El sacerdote debe tener valor y creer en su poder de intercesión. Presentar a enfermos y pecadores ante Dios, para almas y cuerpos sanar, porque es a ellos a quienes Jesucristo ha venido a buscar.
¡Cuán miserable sería el mundo sin sacerdotes!
¡Cuánta misericordia derraman en el mundo los sacerdotes!
El Hijo de Dios ha querido que ustedes, sacerdotes, continúen su misión.
Lo más sagrado les confió: la salud de la humanidad, para que tengan vida. Esa es la herencia que en la cruz dejó.
¡Alégrense, hijos míos! porque ustedes son instrumentos divinos de su misericordia.
Crean que, a través de sus ministerios, Cristo obra milagros, para reunir a todos los hombres en un solo pueblo santo.
La humildad es decir la verdad. El que se sienta indigno debe luchar por superar la tentación de no practicar bien su ministerio, y su poder usar, porque es para el sacerdote un deber la misericordia de Dios administrar. Y en su configuración está su dignidad. Y en que son hijos de Dios.
Que tengan el valor de aceptar que el Hijo de Dios los ha llamado y los ha elegido de entre todos los hombres, para que dejen todo y lo sigan para servirlo. Y no los ha llamado siervos, los ha llamado amigos.
Ustedes, hijos míos, tienen la dignidad de Juan al pie de la cruz. Tengan el valor de aceptar a la Madre, para llevarla con ustedes a vivir a su casa. Déjense acompañar por el poder de la omnipotencia suplicante de la Madre, a quien el Hijo todo le concede.
«En este lugar hace ver una imagen completa de la resurrección, puesto que, sanando las heridas del alma y del cuerpo, perdona los pecados del alma y ahuyenta la enfermedad del cuerpo, lo cual quiere decir que todo el hombre ha sido curado.
Aunque es grande perdonar los pecados a los hombres —¿quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios, el cual los perdona también por aquellos a los que ha dado la potestad de perdonarlos?—, sin embargo, es mucho más divino resucitar los cuerpos, siendo el mismo Señor la resurrección»
(San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas I).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 2)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES