SER TIERRA BUENA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Otros granos cayeron en tierra buena; las plantas fueron brotando y creciendo y produjeron el treinta, el sesenta o el ciento por uno» (Mc, 4, 8)
Amigo mío: siembra conmigo. Yo te he dado tierra buena, y el que siembra en tierra buena asegura su cosecha, si se esfuerza y cuida la tierra.
Ustedes, mis siervos, mis elegidos, a los que yo he llamado amigos, son tierra buena. Yo soy el Sembrador, yo soy el que cosecha. Mis ángeles hacen la siega. Para mí sus frutos son.
Contemplen la cruz y mediten en el tamaño de la ofrenda que yo, al Padre, por ustedes y por toda la humanidad, di.
Ustedes, que son llamados para estar conmigo configurados, ¿qué ofrenda presentarán ante mí?
¿Acaso merezco el treinta, o el sesenta…?
El ciento por uno es lo que yo espero. Y yo mismo les doy los medios para que cumplan mis deseos.
Pero han descuidado la tierra. Hay tanta basura en ella, que no han tenido cuidado de limpiar.
El Sembrador quiere sembrar y no encuentra lugar. Dense cuenta de lo que Dios les da, y de lo que Dios les pedirá. ¿Cuáles cuentas le darán?
Para limpiar la tierra, que son sus corazones, deben primero su conciencia examinar. Darse cuenta de su suciedad, y de que yo espero pacientemente a que vengan a mí con el corazón contrito y humillado, arrepentidos de sus pecados, porque yo los quiero limpiar.
Que vengan a mí, porque yo he venido la tierra a renovar. Entonces podré sembrar, una vez más, en esa tierra de mis amigos, que, aunque se ensucia, no se pierde. Ahí está. Ha sido creada para servir, y servirá.
El que esté dispuesto a ser limpiado y renovado que escuche mi Palabra, que se valga de los recursos que yo les doy, para que la entiendan. Y que den fruto. No sólo el treinta, ni el sesenta. No se conformen ¡yo quiero el ciento por uno!
Hay otras tierras que no han sido tan agraciadas. Algunas son áridas o pedregosas. Algunas no han sido sembradas.
Yo envío a mis siervos a trabajarlas, y con mi gracia renovarlas, en tierra buena transformarlas.
Pero se empieza primero con ellos. Permanezcan en mi amor, para que ardan sus tierras con el fuego de mi corazón, que sople el Espíritu Santo y haga arder sus corazones, para que los limpie de toda impureza, y sean conmigo una sola tierra.
Yo soy el terrateniente, y ustedes son las tierras de mi propiedad. Tengo el poder para conservarlas. Nadie me las puede quitar.
Pero mis tierras tienen libertad y voluntad para mantenerse unidas a la tierra prometida.
No van a separarse y en un continente aislado transformarse, y que nos separe el inmenso mar.
Pero sepan que mi mar es de misericordia. A mí me obedecen los vientos y el mar. Una palabra mía bastará para aquel que quiera regresar.
Mi amor siempre va a esperar.
Ustedes son mi deseo. Ustedes son lo que yo quiero.
El fruto más dulce que me pueden dar son sus propias almas ¡santas!
«¿En qué cabeza cabe —me dirás— sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? Tratándose de semilla que ha de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas tratándose de las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha alabanza.
El sembrador que hiciera como el de la parábola, merecería ser justamente reprendido; pues no es posible que la roca se convierta en tierra, ni que el camino deje de ser camino, y las espinas, espinas.
No así en el orden espiritual. Aquí sí que es posible que la roca se transforme y se convierta en tierra grasa; y que el camino deje de ser pisado y se convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen crecer exuberantes las semillas.
De no haber sido así, el Señor no hubiera sembrado. Y si no en todos se dio la transformación, no fue ciertamente por culpa del sembrador, sino de aquellos que no quisieron transformarse.
Él hizo cuanto estaba de su parte; si ellos no cumplieron su deber no fue ciertamente culpa de quien tanto amor les mostrara»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), homilía 44, 3-5).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 38)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES