22/09/2024

Mc 3, 7-12

LA MISIÓN DEL SACERDOTE

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Entonces rogó Jesús a sus discípulos que le consiguieran una barca para subir en ella, porque era tanta la multitud, que estaba a punto de aplastarlo» (Mc 3, 10)

 

Hijo mío: el ministerio sacerdotal es la respuesta que el sacerdote a su Señor le debe dar, cuando Él lo llama rogándole que le consiga una barca, que es lo mismo que decir un pueblo santo.

Jesucristo no ha querido hacerlo todo Él. En su infinita bondad, ha incluido en su misión a sus amigos, creando para ellos el ministerio sacerdotal, reconociéndose hombre, pidiendo su ayuda, para que su misericordia a todos los hombres hagan llegar.

El Señor lo puede todo Él solo. Y, sin embargo, los ha tomado en cuenta. ¡Ha querido necesitarlos! Y los llama como siervos, para a su servicio enviarlos. Pero los trata como amigos, y les ruega ayudarlo a construir la barca y a trabajar en ella, para reunir a todas las ovejas en un solo rebaño, en un solo pueblo santo.

Jesús calla a los demonios porque no son dignos para revelarlo. Y se hace uno con sus discípulos en la barca, dándoles a ellos el poder de Él, y el honor de darlo a conocer. Y los hace administradores de su misericordia, para que hagan las obras que hizo Él, y aun mayores.

He ahí la misión de los sacerdotes: enseñar, predicar y gobernar.

Enseñar al pueblo cómo a Dios se le debe tratar, respetar, amar, adorar.

Enseñar cómo lo sagrado se debe respetar, cuidar, venerar.

Enseñar cómo se debe pedir, cómo se debe rezar, cómo deben unirse para orar.

Predicar, para dar a conocer la Palabra de Dios, y revelar al pueblo a la Santísima Trinidad, de la misma boca del Hijo de Dios.

Predicar, para dar a conocer la única verdad, que es Cristo; para alimentarlos; para sanarlos; para mostrarles el camino a la verdadera vida, y revelarles los bienes eternos.

Gobernar, para instaurar el Reino de los Cielos en la tierra, y regir a todos los hombres por la ley del amor.

Gobernar, para dirigir al Pueblo de Dios a la Patria celestial, a través de la misericordia, estableciendo la justicia de la Cruz, que destruye la muerte, para darle vida al mundo en Cristo Jesús.

Los sacerdotes deben también unir sus propios sacrificios a la cruz, para expiar las culpas de todos los pecadores, ofreciéndose a sí mismos, como corderos, elegidos de Dios, para perdonar los pecados de su pueblo.

Pero el Señor, que les ha pedido ayuda, conoce sus debilidades y sus miserias, y espera que confíen en su divina providencia, y en que Él, que les pide mucho, les dará los medios.

Pero de ustedes, hijos míos, sacerdotes, se necesita disposición y querer, renuncia al mundo, al pecado y al placer, para dedicar su vida a servir, en la barca, al Hijo de Dios, que deben conocer y aprender de Él.

 Y dejarse, con docilidad, por el Espíritu Santo transformar en Él, para la perfección alcanzar, y ser como Él.

Deben humillarse ante Él, y decirle: “aquí estoy, Señor, he venido para hacer tu voluntad”; y escuchar y obedecer, para darlo al mundo a conocer, revelando su majestad, manifestada en su humanidad y divinidad.

¡Viva Cristo Rey!

 

«Se puede decir que la configuración con Cristo, obrada por la consagración sacramental, define al sacerdote en el seno del Pueblo de Dios, haciéndolo participar, en un modo suyo propio, en la potestad santificadora, magisterial y pastoral del mismo Cristo Jesús, Cabeza y Pastor de la Iglesia (cfr. PDB, 18). El sacerdote, al hacerse más semejante a Cristo es —gracias a Él, y no por sí solo— colaborador de la salvación de los hermanos: ya no es él quien vive y existe, sino Cristo en él (cfr. Gál 2, 20).

Actuando in persona Christi Capitis, el presbítero llega a ser el ministro de las acciones salvíficas esenciales, transmite las verdades necesarias para la salvación y apacienta al Pueblo de Dios, guiándolo hacia la santidad (cfr. PDB 15).

Sin embargo, la conformación del sacerdote a Cristo no pasa solamente a través de la actividad evangelizadora, sacramental y pastoral. Se verifica también en la oblación de sí mismo y en la expiación, es decir, en aceptar con amor los sufrimientos y los sacrificios propios del ministerio sacerdotal (cfr. PO, 12) 

(Congregación para el Clero, Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, n. 8).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 115)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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