EL DESCANSO DEL SACERDOTE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco» (Mc 6, 31)
Hijo mío: ¿de cuántas horas es la jornada laboral de un sacerdote?
De sol a sol debería de ser.
Pero algunas veces la luz del sol no es suficiente. Tengo a la luna como testigo de que poco duermes, hijo mío, queriendo cumplir con tus deberes.
¡Cuánto trabajo tiene un sacerdote! Es infinito, no terminará jamás.
Aunque pasara la vida sin comer y sin dormir, no le alcanzaría, para su misión completamente cumplir.
Por eso debe esforzarse, cuidar su cuerpo y cuidar su alma, para poder, con eficacia, mucho tiempo servir, y tener la prudencia de enseñar a sus hermanos a trabajar, para que alguien más, después, continúe haciendo lo que hizo él. Porque eso es lo que su Maestro les enseñó a sus discípulos: a continuar con su misión. Y Él, que es perfecto, todo lo hizo con perfección.
Por tanto, no debes ser ingenuo. Debes aceptar con humildad tu debilidad, y que la vida en este mundo es limitada y corto el tiempo.
Por eso debes aprovecharla para hacer lo que te manda tu Señor, compadecerte de las ovejas que caminan perdidas porque no tienen pastor, y enseñarlas, como Jesús los enseñó.
Pero el Señor habla claro y fuerte. Él, que es justo y misericordioso, es también prudente y generoso, y a descansar a sus discípulos llamó, mientras Él continuaba enseñándole a la gente, por compasión.
El descanso de un sacerdote es necesario para cumplir bien con su misión.
Lleva un tesoro en vasija de barro y, para poder cuidar y entregar el tesoro, debe cuidar y proteger la vasija de barro.
Pero el descanso debe ser bien entendido. No se trata de perderse en el mundo buscando diversión y placeres mundanos, que no son dignos de su vocación. Jesús a un lugar solitario a sus discípulos llamó, alejados del ruido, de las multitudes y del mundo, para que pudieran sus almas descansar, su cansancio físico aliviar, y renovar su entrega en un descanso espiritual.
Y esto debe ser hoy en día también, todos los días, acudiendo en silencio a la oración, teniendo un momento de encuentro cara a cara con el Señor, desahogando tus penas, tus sufrimientos, tu dolor, compartiendo con Él tus alegrías y el cumplimiento de tus deberes terminados, que satisface el orgullo e inflama el corazón, escuchando la Palabra y meditándola, abriendo de par en par el corazón, pidiendo la luz del Espíritu Santo, para ver con claridad, despejar las dudas, aliviar las angustias, descansar el espíritu, abandonándote totalmente en las manos de Dios.
Y luego debes dormir para reparar tus fuerzas, y poder por la mañana levantarte y seguir entregando la vida, para a tu rebaño de ovejas dirigir, contemplar la cruz, adorar a Cristo, recordar que cuentas en todo momento con la compañía de la Madre de Dios, que se muestra Madre con cada uno, que te abraza en su regazo, y te hace descansar como a un niño pequeño que duerme en paz.
El sacerdote que no descansa se vuelve irritable, y es presa fácil de la desesperación.
En el trabajo es necesario poner todo el corazón y esforzarse todo lo que pueda, y luego dejar que lo demás lo haga Dios.
El sacerdote que cumple con el descanso que necesita su cuerpo y su alma, obedece y sirve al Señor, sirviendo al prójimo con eficacia, y es más fácil así mostrar la alegría y el amor de su corazón que, unido al corazón de Cristo, sufre en la cruz y canta al mismo tiempo alabanzas a su Padre Dios.
El descanso de un sacerdote es tan importante como su trabajo.
Que tome el ejemplo de san José, que rezaba dormido, y en esas horas se le comunicaba el mensaje de Dios para él, y tenía la fuerza de levantarse y proteger lo más sagrado que Dios le había confiado: el Verbo encarnado.
La morada de descanso de un sacerdote es el Corazón de Jesús.
El sacerdote que no hace oración no puede descansar, porque su descanso está en el Señor.
Sé obediente, reconoce tus miserias, tus debilidades y tu fragilidad. Tu cuerpo debes cuidar.
Descansa, hijo mío, ven a mí, te llevaré a Jesús y Él te hará descansar.
«¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo?
¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o solo aquel que me da trabajo?
¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio?
¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad?
¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias –que son suaves y ligeras–, en sus complacencias –a ellos les agrada estar en mi compañía–, en sus intereses y referencias –a ellos solo les interesa la mayor gloria de Dios–?
¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor?»
(Francisco, Homilía de la Misa Crismal, 2.IV.15).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 11)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES