DEJARSE TOCAR
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuantos tocaban a Jesús quedaban curados» (Mc 6, 56)
Hijo mío, sacerdote: ¡qué agradable es para Dios ver la fe de su pueblo!
¡Qué alegría hay en el pueblo de Dios cuando sienten que Dios se ha dejado tocar por ellos, a través de su único Hijo Jesucristo!
¡Maravillosa es la cercanía del Buen Pastor con sus ovejas!
¡Cuánta paz y esperanza les deja!
¡Cuán amados se saben cuando el Señor, en medio de ellos, se manifiesta con sus obras y sus milagros! Celebran, hacen grandes fiestas.
El pueblo de Dios reconoce a Jesús en la persona del sacerdote: en el párroco, en el vicario, en el fraile, en el religioso, en el obispo, en el cardenal, en el Santo Padre.
El pueblo necesita sentir a sus pastores cercanos. Tanto los enfermos como los sanos. Todos tienen necesidad de a Dios encontrar.
Es natural la búsqueda incansable de la divinidad, para la humanidad. Todos hemos sido creados para Dios. Él se ha hecho cercano haciéndose humano, sin perder su divinidad y, a través de sus sacerdotes, Él ha querido dejarse encontrar.
Pero el pueblo de Dios se siente perdido sin sus pastores. Si se esconden, si se van, el pueblo se pregunta: ¿en dónde están?, ¿en dónde está Dios?, ¿por qué nos ha abandonado?
Sacerdotes de Cristo: ¡déjense tocar!, ¡miren la fe de su pueblo! Buscando a su pastor están.
Hay tantos enfermos que tan sólo con recibir su bendición se sienten tocados por el Señor y, por su fe y la de ellos, son sanados.
No tengan miedo, yo los acompaño. Tengan compasión, tengan caridad. El pueblo los llama, están suplicando, necesitados de su presencia, de su predicación, de su bendición.
Necesitan tocar a Cristo vivo en la Eucaristía. Llévenles la Sagrada Comunión.
Es bueno reconocer la fragilidad de sus propios cuerpos, eso muestra su humildad. ¡Pero hay tantos medios! Busquen la manera de estar cercanos al pueblo.
¡Cuánta gracia se derramó cuando los discípulos de Jesús se armaron de valor y salieron, protegidos por la gracia y el poder de la Sangre Preciosa de Cristo!
Imaginen qué hubiera pasado si ellos se hubieran quedado escondidos, por el miedo paralizados. ¿Quién hubiera cumplido la misión que el Hijo de Dios les encomendó?
El que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda la vida por mí, la encontrará. Eso les dice su Maestro, y los envía a llevar la salud a su pueblo.
¡Prediquen el Evangelio!
¡Déjense tocar el corazón por tantos enfermos del alma y del cuerpo!
¡Tengan compasión!
Ustedes tienen el poder, úsenlo bien.
Sean misericordiosos y compasivos, para que sean verdaderos Cristos vivos.
«Toquemos también nosotros la orla de su vestido o, más bien, si queremos, con nosotros le tenemos entero.
En verdad, su cuerpo mismo está ahora puesto delante de nosotros.
No sólo su vestido, sino su cuerpo.
No sólo para tocarle, sino para comerle y hartarnos de su carne.
Acerquémonos, pues, a Él con viva fe, llevando cada uno nuestra enfermedad.
Porque si aquellos que sólo tocaron la orla de su vestido tamaña virtud atrajeron, ¡cuánto más los que le tengan a Él entero!
Ahora bien, acercarse con fe viva no significa tomar simplemente lo que nos ofrece, sino también tocarle con corazón puro, acercarnos con tales disposiciones como de quienes se llegan a Cristo en persona.
¿Qué tiene que ver que no oigas su voz? Pero le contemplas puesto sobre el altar.
O, por mejor decir, también su voz la oyes, puesto que Él te habla por medio de los evangelistas»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 50).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 12)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES