22/09/2024

Mc 7, 24-30

OVEJAS DE OTRO REDIL

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«La mujer le replicó: “Sí, Señor; pero también es cierto que los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”» (Mc 7, 28).

 

Amigo mío: yo soy el Buen Pastor. Yo doy la vida por mis ovejas.

Pero yo tengo otras ovejas, que no son de mi redil. Y también doy la vida por ellas, porque yo las quiero a todas.

Mi misericordia es para todos. Y yo a ti te llamé y te elegí para hacerte uno conmigo, buen pastor.

Y te envié a predicar el Evangelio a todos los pueblos, y no sólo a las ovejas de mi redil.

Tú eres instrumento para atraer a todos los hombres a mí, porque es a través de mí que al Padre pueden ir.

Muéstrame tu rebaño. Tus ovejas ¿cuántas son?

¿Por qué es tan limitado el número de hombres a los que llega tu predicación?

Yo te he enviado a administrar mi misericordia. Te he dado mi poder para atar y desatar, para hacer y deshacer, y te he dicho que los pecados que tú perdones quedarán perdonados, y los que no perdones, quedarán sin perdonar. 

Abre tus horizontes, mira cuántos pecadores hay. Te están esperando. No esperes tú que los atienda alguien más. 

Pero, para que puedas perdonarlos, ellos deben sus pecados reconocer y confesar. 

Mira que hay muchos hermanos separados, muchas ovejas de otro redil, que idolatran a otros dioses, porque no conocen la verdad. No han tenido la oportunidad de escuchar hablar sobre mí. Ellos también son tu responsabilidad.

Todo aquel que crea en mí se salvará. ¿Y cómo van a creer en mí si no me conocen, si nadie les habla de mí? Por eso adoran a otros dioses, porque tienen necesidad de mí, pero no me conocen.

Yo te envío, amigo mío, a que te tomes muy en serio tu vocación, y tengas de mi pueblo compasión. De los que son hijos, y de los que aún no lo son.

Algunos de los que han sido contados entre los bautizados tampoco me conocen, y no creen en mí, porque les falta fe.

Algunos de los que no son hijos, porque aún no han recibido la gracia del Bautismo, se acercan a mí con fe, y me piden las migajas que caen de la mesa de los hijos. Y arde mi corazón de deseo de hacerlos hijos. Y, por esa fe, les concedo lo que me piden, convierten su corazón, y me siguen.

Dime tú cuál de esos hijos merece compartir la mesa conmigo, y participar, no de las migajas, sino del banquete.

Pues yo te digo, que he visto y sufrido el rechazo y el desprecio de algunos de mis sacerdotes por aquellos que se acercan a mí, recogiendo las migajas de los desperdicios de los hijos. Y luego se van, porque son rechazados, tratados mal. Les dicen que no me merecen, mientras ellos se complacen a sí mismos, con grandes banquetes.

Abre tu corazón. Lleva a los que no me conocen mi Palabra. Promueve entre los fieles el apostolado de evangelización.

Muchos son los medios que el mundo les ofrece para hacer el bien y llevar a los corazones necesitados mi compasión y mi misericordia.

Los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos.

Cuando yo vuelva, quiero ver tus frutos multiplicados, haciéndote último, dando tu vida por mis ovejas, también las que no son de mi redil.

Quiero encontrar fe sobre la tierra.

Quiero que cumplas tu palabra, que hagas lo que debes, y atraigas a muchas almas a mí.

Muéstrales mi cruz, y ellos verán quién eres: yo en ti, tú en mí, dando la vida por los infieles, para darle a mi Padre la gloria que merece.

 

«No está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perros.

Si ella se hubiese retirado ante esa respuesta, hubiese venido siendo perro y se hubiese vuelto siendo perro; pero llamando, de perro se convirtió en hombre.

Reiteró su petición y, con lo que parecía un insulto, demostró su humildad y alcanzó misericordia.

No se alteró, ni se enojó porque, al pedir un beneficio y demandar misericordia, la llamaran perro, sino que dijo: Así es, Señor. Me has llamado perro; reconozco que lo soy, acepto mi nombre; habla la Verdad. Pero no por eso he de ser eliminada del beneficio. Aunque soy perro, también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Deseo un pequeño beneficio; no invado la mesa, sino que recojo las migas.

Ved cómo se recomendó la humildad.

El Señor la había llamado perro y ella no replicó «no lo soy», sino que dijo «lo soy».

Pero el Señor, como ella se reconoció perro, le dijo: ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Sea como lo pediste. Tú te reconociste perro, y yo ya te reconozco hombre. ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Pediste, buscaste, llamaste; recibe, encuentra, que te abran.

Mirad, hermanos, cómo en esta mujer que era cananea, esto es, que venía de la gentilidad y mantenía el tipo, esto es, la figura de la Iglesia, se recomienda ante todo la humildad»

(San Agustín, Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 77).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 125)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

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