CRISTO TRANSFIGURADO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”» (Mc 9, 7)
Hijo mío: quien conoce al Hijo conoce al Padre.
El Hijo se muestra ante los hombres transfigurado para que lo vean tal cual es, totalmente humano y totalmente divino. Vestido de la gloria de su Padre.
Cristo vivo, que ha sido despreciado, despojado de todo, por el mundo rechazado, torturado, crucificado y muerto en la cruz, para el perdón de los pecados de los hombres, y resucitado, para darle vida al mundo.
Cristo vive entre los hombres para conquistarlos y llevarlos en total libertad, por su propia voluntad, al abrazo misericordioso del Padre, para vestirlos de la gloria celestial.
¿Quién en Él no podría confiar, si ha venido a rescatarlos, y ha pagado con el valor infinito de su preciosa sangre mucho más que lo que valía toda la humanidad, por amor a ellos, y por amor y obediencia a su Padre?
El pueblo de Dios debe poder ver a cada uno de sus pastores como el buen pastor, configurado con Cristo, hombre y Dios, totalmente transparente; y con fuerte voz declarar a su Señor ante la gente, diciendo: “Este es el Hijo de Dios, escúchenlo”. Y entonces predicar su Palabra, no sólo con la boca, sino también con el ejemplo, practicándola.
Los pastores son el mismo Cristo que Dios Padre revela al mundo, para que el pueblo lo conozca a través de Él, que vive en ellos, y ellos en Él.
Qué gozo siente el pueblo al conocer a un verdadero pastor. La alegría brota de su corazón y los contagia de la gloria de Dios cuando predica su Palabra.
Los pastores deben vestir con vestiduras de un blanco esplendoroso a sus almas. Y para eso deben abrazar la cruz, dejarse crucificar con Cristo. Y con su sangre dejarse purificar, exponer su alma ante el pueblo, para que ellos a Cristo puedan ver. Y con ellos santificar, en nombre de Dios, con alabanzas, con oraciones, con el amor de sus corazones, para ser bendecidos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Los pastores deben descubrir la verdad de Cristo en la Eucaristía, y revelarlo al pueblo tal y como es: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo resucitado y vivo, presente en el altar.
El pueblo tiene derecho a ver al Señor transfigurado y visible en la persona del sacerdote, configurado con Cristo, Buen Pastor, y escuchar, a través de él, su voz.
Es Palabra de Dios.
«Yo, cuando leo el Evangelio, y descubro allí el testimonio de la ley y los profetas, pongo mi atención solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los profetas, de manera que los comprendo, en tanto en cuanto hablan de Cristo.
Al final, cuando llegue al esplendor de Cristo y lo vea como luz brillantísima de claro sol, entonces no podré ver la luz de una lámpara.
¿Acaso una lámpara puede iluminar, si se enciende de día?
Si luce el sol, la luz de la lámpara no se percibe: de este mismo modo, estando Cristo presente, no se perciben a su lado en absoluto la ley y los profetas.
Yo leo la ley y los profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a través de ellos, llegar a Cristo»
(San Jerónimo, Comentario al evangelio de san Marcos).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 42)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES