PRESENCIA REAL
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen: esto es mi cuerpo”» (Mc 14, 22)
Amigo mío: yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.
Yo soy el Pan vivo bajado del cielo por el poder de tus manos, que yo te di.
Yo soy Alimento de vida y Bebida de salvación.
Yo soy Carne y Sangre de la Nueva Alianza.
Yo soy Eucaristía.
Yo soy en cada partícula.
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Yo soy todo lo que tú necesitas y más.
Yo soy aquel que era, el que es y el que vendrá.
Yo soy el Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Yo soy el que por ti dio la vida, martirizado en una cruz, para salvarte, para pagar tu rescate, para hacerte mío. Tú estabas perdido y yo te encontré. Vales para Dios el valor de mi sangre.
Eres mío. No te resistas, ríndete ante mi amor. Ven a mí, renuncia a todo, toma tu cruz y sígueme. Yo te haré feliz. Te daré mi Paraíso en la otra vida, y en esta te daré la oportunidad y el don de parecerte tanto a mí, como nadie más. Y no sólo parecerte, sino ser uno conmigo, en perfecta configuración.
Te he dado mi poder. Es tan grande, que puedes hacer al mismo Dios obedecer. Una orden tuya, cuando consagras el vino y el pan, y dices ¡ven! Yo digo: ‘aquí estoy, amigo mío, este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre’.
¡Qué misterio tan grande! Pero así es. Esa es mi voluntad: que tú me hagas del cielo bajar, que me sostengas entre tus manos, y me compartas, para a mi pueblo alimentar. Y ellos, así como tú, tengan vida eterna.
Te cuesta creer que yo soy el que tiene forma y sabor de pan. Pídeme que aumente tu fe, porque estoy aquí, frente a ti, aun si tú no crees. Mira a mi pueblo, contempla a las almas adoradoras, deléitate con su devoción, desea tener su fe. Ellos creen que aquí estoy. Por eso vienen y se postran ante mí, y me adoran. ¡Cuánta gloria dan a Dios!
Pero yo te quiero a ti, para que traigas a todos ellos a mí. Yo soy el único mediador entre Dios y los hombres. Nadie va al Padre si no es por mí. Y tú y yo somos uno. Es por ti que ellos vienen a mí, para llegar al Padre.
Es verdad que eres mi siervo, pero no eres tú quien me eligió. Soy yo quien te eligió a ti, que desde antes de nacer te conocí y te amé, y te hice mi siervo, para que estuvieras muy cerca de mí. Por eso te llamo amigo.
Yo di mi vida por ti, y nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Tú eres mi amigo.
Yo te pido: da tu vida por mí. Manifiéstame tu amor, y yo te daré mi gloria, la misma gloria que mi Padre me dio cuando subí al cielo, para a su derecha sentarme, y bajar del cielo tantas veces como tú ordenes, porque yo no he venido al mundo a ser servido, sino a servir. Aprende de mí.
Aquí estoy para que te alimentes de mí, y te transformes en mí.
«Estamos firmemente persuadidos de que recibimos como alimento el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Pues bajo la figura del pan se te da el Cuerpo, y bajo la figura del vino, la Sangre; para que, al tomar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, llegues a ser un solo Cuerpo y una sola Sangre con él. Así, al pasar su Cuerpo y su Sangre a nuestros miembros, nos convertimos en portadores de Cristo. Y como dice el bienaventurado Pedro, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina»
(San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 22).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 31)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES