CREER EN CRISTO RESUCITADO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús de Nazaret, el que fue crucificado, no está aquí, ha resucitado»(Mc 16, 6)
Amigo mío: Yo Soy. He vencido al mundo. Aquí estoy. He resucitado. Estoy vivo.
Cumplí mi misión, y yo voy a ayudarte a cumplir la tuya.
¡Alabado sea mi Padre!
¡Glorificado sea el Padre en el Hijo eternamente!
El Hijo se glorifica en aquellos que vino a salvar, y glorifica al Padre en cada sacerdote santo.
Pero es necesario que crean en mi resurrección. Porque, si no creen que Cristo resucitó, vana es su fe.
Me he presentado conservando las llagas en mis manos, en mis pies y en mi costado, para que me vean y crean que Yo Soy.
Y para que metan su mano en mi costado, y toquen mi Corazón Sagrado, enamorado de los hombres, que dejó de latir por su salvación, pero que, a los tres días, como había anunciado, vuelve a latir.
Yo conservo mi corazón humano, por el que siento y sufro constantemente las ofensas de aquellos que, a pesar de haber dado la vida por ellos, no creen, porque no les conviene, porque no quieren.
Yo te aseguro que a todo aquel que pide se le da la fe, porque la voluntad de mi Padre es que todos los hombres crean y se salven.
¡Qué grande es la fe de las mujeres!
Ustedes, mis amigos, lo único que deben desear de una mujer es su fe.
Y ¿qué sacerdote no conoce buenas y santas mujeres?
A ellas me aparecí primero, y vi que hice bien, porque me reconocieron, fueron mis testigos, y a ustedes la buena nueva dieron, porque yo las envié.
Y ustedes a ellas sí les creyeron.
Yo soy el que es, el que era y el que ha de venir.
Ustedes, amigos míos, caminan conmigo. ¿Cómo es posible que no me reconozcan? Estoy aquí, abran su corazón y siéntanlo arder de amor.
Pídanme una fe grande. Yo se las doy.
Pídanme amarme con todas sus fuerzas, y entregar su vida por mí.
Pídanme beber de mi cáliz.
Pídanme morir conmigo y resucitar conmigo, para vivir conmigo. Yo se los concederé. Pero ustedes tienen que querer.
Saben que para eso los llamé. Están conscientes de que para eso los elegí. Sean conscientes también de que por ustedes mi vida di, porque los amo con predilección, y yo cumplo lo que les prometí: estar con ustedes todos los días.
Y estoy aquí.
Crean al partir el pan. Yo Soy. Vivo estoy.
Crean cuando administran los sacramentos. No son ustedes, Yo Soy.
Crean que, cuando sus conciencias no los dejan tener paz, Yo Soy diciéndoles: ‘están errando el camino’. ¡Vuelvan!
Crean, amigos míos, crean, pero sean honestos: el que cree debe creerlo todo de mí.
Debe vivir como yo viví.
Debe hacer mis obras, y aun mayores.
Debe cumplir sus promesas.
Debe dejarlo todo y seguirme.
Debe creer en mi palabra, predicarla, y cumplirla.
Debe ser mi testigo y, con fidelidad, dar testimonio de mí.
Amigo mío, ¿crees en mí?
Yo creo en ti.
«Reconozca, pues, el pueblo de Dios que es nueva criatura en Cristo, y entienda con claridad por quién ha sido elevado y a quién se ha consagrado.
Lo que ha sido creado de nuevo no vuelva ya a la caduca vejez, ni abandone su obra quien puso la mano en el arado, sino más bien esté atento a su oficio de sembrador sin preocuparse de aquello que dejó.
Nadie recaiga en aquello de lo cual ya resucitó; aunque si por la debilidad corporal yace postrado a causa de algunas enfermedades, desee sobre todo levantarse cuanto antes.
Este es el camino de la salvación, y la manera de imitar la resurrección comenzada en Cristo, y puesto que en el resbaladizo itinerario de esta vida no faltan las caídas y los tropezones, las pisadas de los caminantes vayan progresando del sendero fangoso al seguro, porque, según está escrito, el Señor dirige los pasos del hombre y busca su bien; tanto que al caerse el justo no se dañará, porque el Señor le sostendrá con su mano (Sal 36, 23).
Este pensamiento, queridos hermanos, hemos de rumiarlo no sólo con motivo de la solemnidad pascual, sino que debemos conservarlo para santificar toda nuestra vida y dirigirlo a nuestra diaria lucha»
(San León Magno, Sermones Escogidos, Sermón I: De la Resurrección del Señor).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 25)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES