PREDICAR CON FE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”» (Mc 16, 14-15)
Hijo mío, sacerdote: ¿qué tan grande es tu fe?
¿Tan grande como para convencer con tu predicación, para que todo aquel que te escuche hablar de tu Señor crea en Él?
Tu misión es predicar el Evangelio en el mundo entero, porque está escrito que solo los que crean se salvarán.
Jesucristo vino al mundo a dar la vida por todos los hombres, pero Él sabía que algunos no aceptarían la verdad. Sin embargo, Él no se da por vencido. A sus sacerdotes los ha elegido y los ha enviado a predicar el Evangelio, para a todos los corazones de los hombres conquistar.
El Señor merece ser amado, pero nadie puede amar lo que no conoce. Y, para creer, es necesario conocer, tener la disposición de convertir el corazón, para dejar de ser un incrédulo y ser un creyente.
Pero se necesita humildad y gracia del Espíritu Santo para aceptar, en libertad y por propia voluntad, la verdad que incomoda, porque expone a las personas dejando visible sus errores, sus equivocaciones. Los obliga a corregirse, aceptando que no tienen la razón, triturando el orgullo y la soberbia que había en su corazón.
El sacerdote debe conquistar los corazones de los hombres como los guerreros conquistan las tierras, con valor, entregando la vida, con entusiasmo, llevando por delante la cruz como estandarte, y en sus bocas la Palabra de Dios.
Pero deben tener una fe grande y ponerla por obra, para que se rindan ante ellos, dominados por la fuerza del amor de Dios.
Por eso un sacerdote debe procurar su formación espiritual constantemente, para alimentar su fe, su esperanza y su caridad, para reforzar su seguridad y renovar su alma sacerdotal, abriendo el corazón a la gracia y a la misericordia de Dios, dejándose llenar del amor de Cristo resucitado, que es su fuerza.
Un sacerdote que no siente arder su corazón cuando escucha la Palabra y la predica, que no tiene ánimo, que no tiene fuerza, que ve su ministerio como un trabajo ordinario, ha perdido la fe. Y sin fe no puede convencer a otros, porque no lo admirarán y no lo seguirán.
Por eso es necesario que el sacerdote crea primero. Pero no basta creer con la razón, leyendo las Escrituras como un libro de historia. Hay que creer con la razón y con el corazón, con voluntad, pidiendo la fe que les falta.
Cree, hijo mío, en Cristo vivo, que está presente en ti. Renuncia a ti mismo, para que sea Él quien obre por ti. Entrega tu voluntad a Dios, para que el Espíritu Santo ponga sus palabras en tu boca. Y encomiéndate a los santos, para que, por su intercesión, lleves al mundo con valor el testimonio de tu Señor resucitado.
Si tú crees, aquellos a los que predicas verán tu fe, y desearán creer lo que tú crees, porque verán en ti alegría, y la paz que ellos desean y necesitan. Infundirás el deseo en sus corazones de tener una fe grande, y el Señor se las dará.
Entonces creerán, se convertirán, y ellos proclamarán la misericordia de Dios evangelizando a otros con la fuerza del amor. Y si tú, hijo mío, crees que tienes una fe grande, haz las obras de Dios, predica el Evangelio, mueve montañas para llevar al cielo a muchas almas.
Pero si las montañas no se movieran, ten la humildad de pedir la fe que te falta.
Si tú crees, el mundo creerá.
«La fe necesariamente te hace salir, te lleva a darla: porque esencialmente la fe hay que transmitirla. No se queda quieta. Si tienes fe debes necesariamente salir de ti, y mostrar socialmente la fe. La fe es social, es para todos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. La fe es hacer ver la revelación, para que el Espíritu Santo pueda actuar en la gente mediante el testimonio: como testigo, con el servicio. El servicio es un modo de vivir: si digo que soy cristiano y vivo como un pagano, ¡no vale! Esto no convence a nadie. Si digo que soy cristiano y vivo como tal, eso atrae. Es el testimonio.
Empieza a vivir y los demás verán tu testimonio y te preguntarán: ‘¿Por qué vives así?’”. La fe debe ser transmitida: no para convencer, sino para ofrecer un tesoro.
En la transmisión de la fe, siempre está el Señor con nosotros. En la transmisión de la ideología habrá maestros, pero cuando tengo una actitud de fe que debe ser transmitida, está el Señor ahí que me acompaña. Nunca estoy solo en la transmisión de la fe. Está el Señor conmigo que transmite la fe. Lo prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Pidamos al Señor que nos ayude a vivir nuestra fe de esta manera: fe de puertas abiertas, una fe transparente, que haga ver: “Yo soy así”. Y con esta sana curiosidad, ayude a la gente a recibir este mensaje que los salvará»
(Francisco, Homilía del 25 de abril de 2020).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 219)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES