DESPERTAR LA FE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«La niña no está muerta, está dormida» (Mc 5, 39)
Amigo mío: mira la fe de mi pueblo.
Mira la fe de tus fieles.
Mira a los adoradores que se postran frente a mí.
Mira a todos los que acuden a ti buscando el sacramento de la Confesión.
Mira a los que suplican la Unción para sus enfermos.
Mira a los que vienen a hacer promesas, pidiendo milagros a cambio.
Mira a todos los que acuden a mi Madre, buscando su socorro.
Mira a los que vienen al templo deseando recibirme en la Eucaristía.
Mira a todos los que, a pesar de las tormentas, de las grandes olas que hacen tambalear a la barca, permanecen en ella.
Mira a los que buscan tocarme a través de los sacramentos. Y vienen jóvenes, niños y viejos a bautizarse.
Mira a los que han perdido a un ser querido, y vienen a mí a buscar consuelo.
Mira a todos los que rezan suplicando su salud, intercediendo por otros, pidiendo paz, mostrando sus miserias, esperando recibir mi misericordia…
Y pregúntate de qué tamaño es tu fe.
Tú, que me haces bajar del cielo, que tocas mi Cuerpo y mi Sangre, que me elevas entre tus manos, que me comes y te alimentas de mí, que sabes que tienes acceso fácil hasta mí, que tienes mi poder para atar y desatar, para hacer y deshacer, porque yo te lo di, dime ¿verdaderamente crees en mí?
¿Crees en mi amor?
¿En que te llevo tatuado en la palma de mi mano?
¿En que antes de nacer yo te elegí, y yo te he llamado, para que vivas y trabajes para mí?
Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Tú has sido ordenado sacerdote para ser mi siervo, pero yo te llamo amigo. Yo di mi vida por ti.
Sé que a veces te sientes perdido, indigno, por los pecados que has cometido. Desearías no haberlos hecho, estás avergonzado, y tienes miedo de acercarte a mí. Piensas que voy a reprocharte, que voy a apartarte de mí, que no mereces llamarte siervo mío, y mucho menos mi amigo.
Yo te digo: ¡conviértete!, ¡arrepiéntete! Toma mi mano, confía en mí y levántate. Tu fe no está muerta, está dormida, igual que tú. ¡Despierta! He venido por ti.
Yo sé lo que necesitas antes de que me lo pidas. Tú necesitas fe. Eso te basta. Pide fe, yo te la daré.
Te perdonaré, te llevaré al desierto y te hablaré de amor.
Acércate, te estoy esperando. Eres mío, no voy a irme, no te apartaré de mí, aquí estoy esperando por ti. Ven a mí.
Entrégame tu corazón contrito y humillado, y yo te diré: ‘vete en paz, amigo mío, tu fe te ha sanado’.
Yo te amo tanto como me amo a mí mismo. Esa es la configuración del sacerdote con el Hijo de Dios. Somos uno.
Tú tienes un corazón semejante al mío. ¡Encuéntralo!
«Y al instante se levantó la niña y echó a andar.
Que nos toque también a nosotros Jesús y echaremos a andar.
Aunque seamos paralíticos, aunque poseamos malas obras y no podamos andar, aunque estemos acostados en el lecho de nuestros pecados y de nuestro cuerpo, si nos toca Jesús, al instante quedaremos curados.
La suegra de Pedro estaba dominada por las fiebres: la tocó Jesús y se levantó, e inmediatamente se puso a servirle.
Ved qué diferencia. Aquella es tocada, se levanta, y se pone a servir, a ésta le basta sólo andar»
(San Jerónimo, Comentario al Evangelio de San Marcos).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 36)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES