LA LEY DEL AMOR
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos» (Mc 12, 30-31)
Amigo mío: amar a Dios por sobre todas las cosas, y amar al prójimo como a ti mismo, es lo que yo te he venido a enseñar. No hay ley más grande que esta.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas. He ahí la enseñanza de tu Maestro. Yo te he llamado para que me sigas y cumplas esto.
El que no tiene amor nada tiene. Pero el que tiene amor, a mí me tiene. Yo soy el amor.
Mi cruz es la manifestación más grande de mi amor al Padre y al prójimo. Tanto los amé, que a mí mismo, mi propia vida, les entregué.
Y al tercer día resucité, para que ustedes tengan vida conmigo, para volverlos al Padre y decirle: “aquí está lo que es tuyo, he cumplido”.
Pero ustedes, mis sacerdotes, a veces no se dan cuenta de que están configurados con el Amor. Y, si no tienen caridad, nada son, pierden la esencia de esta configuración. Lejos de mí está su corazón.
Nadie va al Padre si no es por el Hijo. Yo soy. Por tanto, para cumplir el primer mandamiento de la ley, deben amar al Hijo, porque al Padre se le ama en el Hijo.
Pero quien dice que me ama, y no ama a sus hermanos, es un mentiroso, no cumple la ley.
Les he dejado mi Cuerpo y mi Sangre.
Les he dado el poder, para que el pan y el vino consagren.
Les he dado la fe, para que crean, aunque no vean.
Les he dado la esperanza, para desear con ilusión los bienes eternos.
Les he dado la caridad, para que conmigo se puedan configurar.
Para manifestar su amor al Padre deben adorarme, adorar mi Cuerpo y mi Sangre, creer en mi presencia viva en la Eucaristía. Esa es la manifestación más grande de aquellos que dicen amarme.
Un sacerdote que no tiene caridad ¡cómo lastima mi corazón!
Sin caridad no hay piedad, no hay humildad, no hay virtud, no hay compasión, no hay verdadera misericordia. Sus obras no tienen valor.
Es como la sal que ha perdido el sabor.
Es como la noche sin luna ni estrellas.
Es como el mar sin olas.
Es como un amanecer sin sol.
Es como un río seco.
Como un desierto.
Como una siembra sin lluvia.
Como una canción sin música.
Como una fiesta que empieza, pero se acaba el vino. Los invitados tienen sed, y nadie les da de beber. El anfitrión se ha quedado sin nada para convidar a los invitados.
¡Más les vale tener a mi Madre a su lado!, pedir su auxilio, para que la caridad de ella inunde su sequedad; para que su amor maternal los conforte, y su intercesión poderosísima consiga la gracia que necesitan para practicar la caridad; para que tengan la humildad de reconocer que nada tienen, y abran su corazón, para que el Espíritu Santo, soplando fuerte sobre ustedes, los encienda con el fuego de la llama de su amor, y vuelvan a mí, renovados, para que vivan conmigo totalmente configurados en el amor.
Ahí tienes a tu Madre.
Aquí crucificado, frente a ti, tienes al Amor.
Si tú supieras, amigo mío, cuánto te amo, llorarías de alegría.
Valora las lágrimas que yo por ti derramo cada minuto que no estás conmigo, porque tu corazón está lejos de mí. Mis brazos están abiertos, esperando por ti.
«La caridad hizo a los discípulos, desde luego, buenos y virtuosos, y que tuvieran un solo corazón y una sola alma. Si hubiera habido disensiones entre ellos mismos, todo se habría arruinado
Y no dijo esto Jesús únicamente para ellos, sino para todos los que después habían de creer. Y aun ahora nada escandaliza tanto a los infieles como la falta de caridad. Dirás que también nos arguyen porque ya no hay milagros. Pero no ponen en eso tanta fuerza.
¿En qué manifestaron su caridad los apóstoles? ¿No ves a Pedro y Juan que nunca se separan y cómo suben al templo? ¿No ves qué actitud observa Pablo para con ellos? ¿Y todavía dudas?
Dotados estuvieron de otras virtudes, pero mucho más lo estuvieron de la que es madre de todos los bienes. Ella germina en toda alma virtuosa enseguida; pero en donde hay perversidad, al punto se marchita: Cuando abunde la maldad, se resfriará la caridad de muchos».
(San Juan Crisóstomo, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía LXXII (LXXI)).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 46)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES