22/09/2024

Mc 7, 14-23

CONFESORES COMPASIVOS

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas» (Mc, 7, 20-21)

 

Hijo mío: ¡un sacerdote compasivo se parece tanto a Cristo!

Un sacerdote debe aprender a ver con los ojos de Dios, para conocer las intenciones de los corazones, y entonces poder guiar a los hombres y ayudarlos a discernir bien.

La santidad no son apariencias, no son obras aparentemente buenas, no son flagelos y sacrificios, no son gritos que claman al cielo desesperados con sus rezos.

La santidad es mucho más que eso.

La santidad proviene del corazón lleno de Dios, de la rectitud de intención de quien quiere hacer la voluntad de Dios.

La santidad se consigue amando a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Quiere decir que la intención de un corazón santo debe ser agradar a Dios a través del servicio al prójimo, deseando para el prójimo lo mismo que se desea para sí mismo. 

El discernimiento es cosa santa, y deben tomárselo muy en serio los sacerdotes, porque la santidad de las almas depende de ellos. Si un hombre pudiera llegar a Dios escalando por sí mismo al cielo, no habría habido necesidad de fundar la Iglesia, ni de ordenar sacerdotes constantemente. 

Jesucristo, sabiduría infinita de Dios, Hijo primogénito, fue enviado por su Padre como intermediario, y los sacerdotes son uno con Él.

Un hombre no puede con sus propias fuerzas ni con sus propios medios llegar al cielo, necesita ser atraído a Cristo para ser llevado al Padre. El Padre es el bien, y atrae a los hombres hacia Cristo a través del bien. 

Los sacerdotes han sido enviados por el mismo Cristo para atraer a los hombres a Él. Por tanto, deben de enseñarlos, dirigirlos, guiarlos, ayudarlos a discernir, para que hagan el bien. 

Y ¡qué cosa tan difícil es a veces discernir en el confesionario! No deben tener prejuicios, deben saber escuchar y aconsejar con la luz del Espíritu Santo. No ver al pecador ni juzgarlo por sus actos, sino ver su corazón, ayudarle a descubrir sus intenciones y juzgar el acto. 

Entonces conseguirán un alma consciente, arrepentida y redimida, que sabrá cuál fue la ofensa cometida. Se sentirá confortado por un confesor con actitud compasiva, que con el poder de Dios lo ha perdonado y, llenándose de la gracia del Espíritu Santo, corresponderá a la misericordia, luchando para no caer en tentación.

Un sacerdote debe saber que el sacramento de la reconciliación no es tan solo un acto de confesión y absolución. Es ver en el pecador a Cristo, crucificado, sufriendo y, al mismo tiempo, perdonando sus pecados, llevando en sus manos y en sus pies las malas intenciones de ese corazón arrepentido, como si fueran clavos.

El sacerdote debe ser compasivo y perdonar cuando el pecado ha sido grave, y la intención no era una falta de amor. Tal vez lo cometió por ignorancia o por una especial circunstancia. Y tal vez el acto ni siquiera dejó una mancha en el corazón. 

El sacerdote debe saber discernir y tratar con caridad a quien, avergonzado, viene a confesar su pecado, y siempre debe ponerse en su lugar y decirse a sí mismo: el que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra (Jn 8, 7).

Y luego asumir la culpa, como Cristo, para redimir los pecados de esa alma liberada, reparando con amor y sacrificios lo que la ignorancia o la maldad del pecador le dejó como una herida en el alma.

Entonces será un santo confesor, puro de corazón.

 

«El ministro de la reconciliación tenga siempre presente que el sacramento ha sido instituido para hombres y mujeres que son pecadores. Acoja, por tanto, a los penitentes que se acerquen al confesonario presuponiendo, salvo que exista prueba en sentido contrario, la buena voluntad —que nace de un corazón arrepentido y humillado (Sal 50, 19), aunque en grados distintos— de reconciliarse con el Dios misericordioso[1]» 

(Pontificio Consejo para la Familia, Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal, Orientaciones para los confesores, n. 2).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 49)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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[1] «Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los sacramentos, el sacerdote, ministro de la penitencia, actúa in persona Christi. Cristo, a quién él hace presente y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según la verdad y no según las apariencias» (JUAN PABLO II, exhort. apost. postsinodal Reconciliatio et pænitentia, 2 de diciembre de 1984, n. 29).

«Cuando celebra el sacramento de la penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del buen Pastor que busca la oveja perdida, el del buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso con el pecador» (Catecismo de la Iglesia católica n. 1.465).