22/09/2024

Mc 9, 30-37

LA VIDA ES CRISTO

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado» (Mc 9, 37)

 

Hijo mío: en La Salette expuse al mundo mi corazón. Lloré por mis niños, mis sacerdotes.

Ojalá el mundo mis lágrimas recordara.

Ojalá su compasión despertara.

Ojalá todos mis hijos bien se portaran, y no ofendieran más a Dios.

El Señor les enseñó quién es el más importante. El que se hace el último es el más importante, el que sirve a los demás, porque es el que le imita a Él, que no vino a ser servido, sino a servir.

Él les puso el ejemplo de un niño, y les dijo: “quien recibe a uno de estos niños, me recibe a mí, y quien me recibe a mí, recibe a aquel que me ha enviado”. Y, con esto, deja claro que lo más importante es la vida.

Un niño representa la vida. La vida es Cristo. Todo aquel que elige deshacerse de la vida de un niño inocente es a Cristo a quien desprecia. Y quien desprecia al Hijo de Dios desprecia al mismo Dios que lo ha enviado.

Ustedes, mis hijos sacerdotes, deben defender la vida, porque para eso han sido enviados. 

Lloro por los niños no nacidos, por las madres de esos niños, y por todo aquel que, cometiendo un aborto, comete asesinato; por los cómplices y los cómplices de los cómplices. 

Todo aquel que apoye tal horror ¡mata su propia alma!, rechaza la vida de un niño, rechaza a Cristo, y a aquel que lo ha enviado.

Ruego a Dios, por mis lágrimas de Madre, que se arrepientan, que se conviertan, que pidan perdón y sean perdonados.

Ruego a Dios por mis niños, mis sacerdotes, los que lo han abandonado, porque tanto peca el que destruye la vida, como el que no la defiende.

Ruego a Dios por todos aquellos hijos míos, que, por querer ser primeros en este mundo, se han condenado a muerte.

Que mis lágrimas de dolor despierten en ustedes, mis hijos sacerdotes, la compasión por mi doliente e inmaculado Corazón.

Que se hagan últimos, como su Señor, y luchen por la paz, por la justicia y por la vida.

Yo ruego por todos los que no reciben a Cristo, y pido perdón.

Y a los que defienden la vida, Dios los bendiga. Reparan mi doloroso Corazón.

La vida es Cristo.

 

«María ayuda a la Iglesia a tomar conciencia de que la vida está siempre en el centro de una gran lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.

El Dragón quiere devorar al niño recién nacido (cf. Ap 12, 4), figura de Cristo, al que María engendra en la “plenitud de los tiempos” (Gal 4, 4) y que la Iglesia debe presentar continuamente a los hombres de las diversas épocas de la historia.

Pero en cierto modo es también figura de cada hombre, de cada niño, especialmente de cada criatura débil y amenazada, porque —como recuerda el Concilio— “el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et spes, 22).

Precisamente en la “carne” de cada hombre, Cristo continúa revelándose y entrando en comunión con nosotros, de modo que el rechazo de la vida del hombre, en sus diversas formas, es realmente rechazo de Cristo.

Esta es la verdad fascinante, y al mismo tiempo exigente, que Cristo nos descubre y que su Iglesia continúa presentando incansablemente: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe” (Mt 18, 5); “En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40)»

(San Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, n. 104).

 

¡Muéstrate Madre, María!

(Pastores, n. 60)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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