PATERNIDAD ESPIRITUAL
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”» (Lc 4, 22)
Hijo mío, sacerdote: mucho hablamos del amor del corazón de una madre, pero la generosidad del corazón de un padre no tiene comparación.
La paternidad es imagen de Dios, que es Padre. Paternidad que también es espiritual, y que heredan los sacerdotes como pastores del pueblo de Dios, para cuidar y atender a sus rebaños.
Un padre ama, protege, provee, está presente, da ejemplo, guía, dirige, enseña, muestra el camino, aconseja, concede y, a veces también, ante la insistencia de un hijo, sus caprichos consiente.
La paternidad de un sacerdote debe reflejar la paternidad de san José. Él es el modelo de padre que todo hijo de la Iglesia debe tener: un padre que hace sacrificios y renuncia a sus deseos, para que el hijo viva mejor de lo que vivió él. Eso es lo que todo padre por sus hijos hace.
Pero la paternidad de san José es sacrificarse para perfeccionarse, y darle al Hijo los medios para que también se perfeccione él.
San José, en su paternidad perfecta, acepta la voluntad de Dios en el sacrificio del Hijo, y lo anima y lo alienta, y lo ayuda a cumplir su misión.
Y eso hace con cada sacerdote de Cristo: los acompaña y los custodia, los ayuda, los anima, para que cumplan con su ministerio, que implica un sacrificio cada día, pero que les alcanza la perfección, y al pueblo de Dios la salvación.
Los sacerdotes son hombres elegidos de Dios, para hacer sacrificios por el pueblo de Dios. Pequeños sacrificios, unidos al único y eterno sacrificio de Cristo en la cruz, el único sacrificio agradable a Dios.
Los sacrificios que un sacerdote debe hacer son renuncias a los placeres del mundo, para cumplir con su deber; renunciar a sí mismo, para transformarse en odre nuevo, y contener el vino nuevo de la Palabra, que es Cristo, su Carne y su Sangre, ofrecida en sacrificio celebrando la misa, derramando la misericordia administrando los sacramentos, viviendo la caridad con el pueblo de Dios y la fraternidad sacerdotal.
Un sacerdote debe ser coherente, hacer lo que dice, dar buen ejemplo; predicar no sólo con la palabra, sino con la propia vida; vivir en todo las virtudes, sacrificándose a sí mismo en su propia cruz, sirviendo a Cristo, llevando almas al cielo, la suya primero.
Un sacerdote debe renovarse constantemente a través de la oración, acudiendo al sacramento de la Reconciliación, ejercitando su espíritu escuchando la Palabra y meditando todas las cosas en su corazón.
Pero un sacerdote se asemeja más a una vasija de barro que a un odre de piel. Es frágil, es débil. Si tiene grietas, se derrama el vino también. Pero, si no se cuida y se deja caer, se puede en mil pedazos romper.
Y seguirá siendo vasija de barro, pero ya no servirá para lo que ha sido creado. Aun así, yo me encargaré de juntar cada pedazo, y unirlo y renovarlo con la gracia y el don del Espíritu Santo, porque un sacerdote es para siempre, y debe servir para dar gloria a Dios eternamente.
La vasija de barro contiene el tesoro de Dios. No es la vasija la que protege al tesoro, es el tesoro el que mantiene fuerte, entera y nueva la vasija.
Un sacerdote debe saber que el novio siempre está con él. Configurados, son uno mismo. Es alegría en su alma lo que debe tener, y el tesoro que lleva dentro lo debe enriquecer. Tan sólo debe aprovecharlo y dejarse perfeccionar por Él, dejándose moldear para ser como quiera Él.
«La paternidad espiritual es muy a menudo un don que nace sobre todo de la experiencia.
Un padre espiritual puede compartir no tanto sus conocimientos teóricos, sino sobre todo su experiencia personal. Sólo así puede serle útil a un hijo.
Hay una gran urgencia, en este momento histórico, de relaciones significativas que podríamos definir como paternidad espiritual, pero ―permítanme decir― también maternidad espiritual, porque este papel de acompañamiento no es una prerrogativa masculina o sólo de los sacerdotes.
Hay muchas religiosas buenas, muchas consagradas, pero también muchos laicos que tienen una gran experiencia que pueden compartir con otras personas.
En este sentido, la relación espiritual es una de esas relaciones que necesitamos redescubrir con más fuerza en este momento histórico, sin confundirla nunca con otras vías de naturaleza psicológica o terapéutica»
(Francisco, Entrevista con los medios de comunicación del Vaticano, 13.I.22).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 113)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES