LOCURA DE AMOR
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco» (Mc 3, 20-21)
Amigo mío: el mundo me llama loco. Estoy loco de amor por ti.
Si el mundo te llama loco, no te preocupes. Estamos locos de amor por Dios.
Locura de amor invade tu alma, cuando me miras crucificado, dando la vida por ti, y entiendes que no eres tú quien me ha elegido a mí. Yo soy quien te ha elegido primero. No porque lo merezcas, sino porque te amo.
Sacerdote de mi amor yo te llamo.
Siervo de Dios te constituí, pero amigo te llamé, y como amigo te amé, desde que te pensé, antes de la creación del mundo.
Locura de amor embarga mi alma cuando te miro dar la vida por mí, haciendo todos esos sacrificios, tan pequeños a mis ojos, pero tan valiosos, porque nadie más los ve, y son grandes para ti.
Locura de amor es la locura de Dios, que tanto amó al mundo que envió a su único hijo para salvarlos.
Locura de amor que se consuma en la cruz, dando mi vida por los pecadores, como tú.
Comparte, amigo mío, mi locura de amor, y ama a la Santa Iglesia como la amo yo.
Deja que te llamen loco por amarme tanto, que renuncias a todo, incluso a ti mismo, para servirme.
Loco, por haber dejado padre, madre, mujer, hijos, tierras, abandonándote en la Divina Providencia, para seguirme.
Loco, compartiendo mi amor por las almas.
Loco, por el rebaño que yo te di, para que lo santifiques y lo traigas a mí.
Loco, por buscar la santidad cada día, sabiendo que no eres digno, pero eres heredero por filiación divina.
Loco, por proteger lo sagrado, como un verdadero enamorado, con el celo de Dios.
Loco, por conseguir la sonrisa de mi Madre, cantándole, rezándole, honrándola con toda clase de piropos, llamando su atención como un niño pequeño, buscando su protección.
Loco, por manifestar tu fe con tus obras.
Loco adorador de mi Cuerpo y de mi Sangre en la Eucaristía.
Loco, por llevar esperanza a los desamparados.
Loco, por administrar mi misericordia, dejando la vida en ello.
Loco, por practicar la caridad en todo momento y en todo lugar, con todas las gentes, poniéndola siempre antes que la eficacia.
Loco, por predicar con pasión mi Palabra.
Loco, por obedecer, bien dispuesto, las disposiciones del Papa y de tu Obispo.
Loco, por ser, en configuración conmigo, Cristo.
Loco, por hacer mis obras, y aun mayores, usando mi poder, para sanar, para expulsar demonios, para unir a mi pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor.
Loco, por cumplir y hacer cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, resumidos en la ley del amor.
Tú eres llamado loco, simplemente porque aceptaste ser sacerdote. Tu vocación es sagrada, y no la entiende toda la gente.
Comparte mi locura de amor y yo te daré mi gloria.
Alégrate, porque los cuerdos son para el mundo, y los locos son para Dios.
Te amo.
«Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta».
(Francisco, Alocución a la hora del Ángelus, 18 de agosto de 2013)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 117)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES