PORTADORES DE LUZ
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¿Acaso se enciende una vela para meterla debajo de una olla o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?» (Mc 4, 21)
Hijo mío, sacerdote: Cristo es la luz del mundo. Sus elegidos, sus siervos, sus sacerdotes, son portadores de luz. Él los ha llamado amigos, elevando su dignidad, y los ha enviado a predicar su palabra por todo el mundo, para que todos los hombres vean su luz brillar, y puedan la luz alcanzar.
El mismo Cristo pone su luz en el candelero, que es la Ordenación Sacerdotal. Él es la luz que vino al mundo, pero los hombres no la recibieron, prefirieron seguir viviendo en la oscuridad.
Pero la luz no ha venido para permanecer escondida, sino para manifestarse, cumplir la voluntad del Padre, y a los hombres iluminar, conquistando sus corazones para enseñarlos a amar. Y esa es la misión de los sacerdotes.
¡Qué hermoso es ver esos pies correr llevando la buena nueva!
¡Qué hermoso es ver brillar a un alma misionera!
¡Cuánta luz sale de la boca de un sacerdote!
Cuando predica, es Cristo el que brilla, mientras el pueblo de Dios recibe sus maravillas.
Cuánta misericordia ha tenido el Hijo de Dios con ustedes, sus amigos, que los ha hecho igual a Él, les ha dado el regalo de la configuración con Él, les ha dado su poder, y les ha dado la posibilidad de amar como ama Él, en la misma medida.
Quiere decir que, al dejarlo todo por seguir a Cristo, reciben el ciento por uno. Todo es ganancia. No hay vida de un hombre mejor invertida que la de aquel que es llamado, elegido y ordenado sacerdote.
Al que tiene se le dará más, esa es su garantía. Se le da la Palabra, que está viva y es eficaz, y se le da el poder de hacer las mismas obras que hizo Jesús cuando estaba en el mundo, y aun mayores.
Pero aquel que rechaza todo aquello que ha recibido, es como un tesoro que lo ha perdido. Todo se le quitará, nada tendrá, y ese es el único fracaso del que un sacerdote se debe cuidar.
No hay sacerdote derrotado, fracasado, acabado, si acepta lo que Dios le ha dado y deja su luz brillar; y, a pesar de sus faltas y sus errores, a través de la gracia se deja renovar, decidido a servir a Cristo y al mundo iluminar, a través de la Palabra, que es como espada de dos filos, y de su buen ejemplo, ejerciendo bien su ministerio sacerdotal.
La esencia de un sacerdote es el amor, y siendo elegido por el Amor, ha sido bendecido y muy amado desde antes de, en el seno materno, haber sido formado. Por tanto, desde antes de nacer ¡ya mucho se le ha dado!, y se le dará más.
Que no tengan miedo de brillar. Si piden la gracia de la humildad, es Cristo quien brillará y de santidad los vestirá. Serán como la luz encendida que ha sido puesta por la mano de Dios sobre el candelero, para derramar su caridad sobre el mundo entero.
«El Señor advierte aquí a sus discípulos que brillen por su vida y su trato, que es lo que significan las siguientes palabras: “Como la luz se pone para que luzca, así también mirarán todos vuestro modo de vivir; por lo tanto, esforzaos por observar buena vida y no os ocultéis en los rincones, sino sed como la luz que brilla, no debajo de la cama, sino puesta en el candelero”.
Y en verdad que es necesario poner esta luz sobre el candelero, esto es, sobre la altura de una vida consagrada a Dios, a fin de que su luz alcance a los demás. No debajo del celemín, es decir, de la gula, ni debajo de la cama, o del ocio, porque nadie que se entregue a la gula y al ocio, puede ser luz que luzca para todos»
(Teofilacto, Catena Aurea).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 119)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES